El significado de la noche
El bienaventurado apóstol Pablo dice: Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos hijos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no estemos dormidos como los otros, sino mantengámonos despiertos y seamos sobrios, pues quienes duermen, de noche duermen, y quienes se emborrachan, de noche se emborrachan. Pero nosotros, que somos hijos del día, somos sobrios1. ¿Cuál es esta noche, hermanos, en la que la Verdad no quiere que nos encontremos y en la que dice que se hallan los que duermen? ¿Y cuál es ese sueño del que nos aparta a los hijos de la luz y del día y en el que nos exhorta a no dormirnos? Sin duda alguna, no se trata de la noche que comienza con la puesta del sol y que termina con el resplandor de la aurora, sino de otra que empieza con la caída del hombre y acaba con la renovación del espíritu. En esta noche están dormidos incluso quienes están despiertos pero son malos, y no se hallan, en cambio, quienes, aunque duerman, son buenos. Cuando llega esta noche ordinaria, se termina el día; aquella noche culpable nos privó de aquel Día que hizo este día. Este sueño al que resistimos con nuestro velar recibe la muerte no culpable cuando se adormecen los sentidos; pero aquel otro sueño en que duerme el corazón de los infieles empuja a la muerte a los ojos interiores. Contra aquél oigamos: Manteneos en vela y orad2; contra éste digamos: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte3. Teniendo estas antorchas, mantengámonos, pues, en vela solemne durante esta noche en lucha contra el sueño corporal; en cambio, contra el sueño del corazón debemos ser nosotros mismos antorchas encendidas en este mundo, como si nos halláramos en la noche4.