Velar en la luz
Esta solemnidad tan grande y tan santa nos exhorta, amadísimos, a velar y a orar. En efecto, nuestra fe está en lucha contra la noche de este mundo a fin de evitar que nuestros ojos interiores se duerman en la noche del corazón. Para no caer en este mal oremos con lo que hemos leído y digamos al Señor, nuestro Dios: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte, no sea que pueda decir mi enemigo: He prevalecido sobre él1. Este enemigo es aquel que ha manipulado a los insensatos judíos, como si fueran sus propios instrumentos y armas, contra nuestro Señor Jesucristo; pero no prevaleció contra él. Los enemigos de carne se creyeron haber prevalecido, pero en ellos fue derrotado el enemigo espiritual. El espíritu impuro fue vencido con una víctima de carne pura, y en el mismo hecho de inflamar a los hombres para que hiciesen públicamente lo que quisieren, de forma oculta sufrió él lo que no quería, pues dando muerte a Cristo derramó la sangre mediante la cual habrían de revivir aquellos a los que él mismo dio muerte. Pero ni siquiera lo posee entre los muertos. Se dolió, en efecto, de ver asociados al resucitado a aquellos a los que quiso que estuviese asociado Cristo al morir. En esta vida celebramos la muerte de aquel cuya vida esperamos para después de esta muerte. Así, pues, traigamos a la memoria la humildad de nuestro Señor Jesucristo mediante nuestra propia humildad. Velemos humildemente, oremos humildemente, con fe devotísima, esperanza firmísima y caridad ardentísima, pensando qué día ha de poseer nuestra gloria si nuestra humildad convierte la noche en día. Dios, por tanto, que mandó que la luz brillase en medio de las tinieblas, hágala brillar en nuestros corazones2 para hacer interiormente algo semejante a lo que hemos hecho con las antorchas encendidas en esta casa de oración. Adornemos con las antorchas de la justicia la auténtica morada de Dios, nuestra conciencia. Pero no lo hagamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros, teniendo su promesa en las palabras del profeta: Hará brotar como una luz tu justicia3. Y velando de esta forma no temeremos ni el pavor nocturno ni lo que ronda en las tinieblas4, y, cuando pasen las bestias salvajes reclamando de Dios su comida5, no nos entregará como presa a ninguna bestia calamitosa quien por nosotros entregó a su Hijo único. Vueltos al Señor...