El monte donde fue sepultado el Señor
Contemplo, ciertamente, hermanos amadísimos, la alegría de vuestro espíritu, vuestro diligente afán y vuestro encendido fervor. Mas para que vuestra diligencia no descubra en mí un perezoso, no tengo que dejar la impresión de que pierdo el tiempo despertando a quienes están en vela y de que exhorto a los que están enardecidos. Pues, aunque mi discurso halla en vosotros tan gran disponibilidad que no puede encenderos más de lo que estáis, puede también él enfervorizarse con vosotros.
Estamos celebrando la fiesta solemne de la humillación del Señor, que se anonadó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz1. Ése es el motivo por el que nosotros humillamos esta noche nuestros espíritus mediante el ayuno, la vigilia y la oración, sin que el fervor que se vive se oponga a esa humildad. ¿Qué es, en efecto, el grano de mostaza sino el fervor de la humildad? Mediante este grano han sido trasladados al corazón del mar los montes2; es decir, los grandes predicadores del Evangelio, los apóstoles santos fueron trasladados de Judea a la tierra de los gentiles; y hasta del corazón del mundo, esto es, de los pensamientos del mundo, se apoderaron los montes de quienes se dijo: Tu justicia es como los montes de Dios3; y también: Iluminándolos tú de forma maravillosa desde los montes eternos4. Estos mismos montes iluminados, con sus cumbres en llamas, se trasladaron a sí mismos al corazón del mar, es decir, a la fe de los gentiles, llevando consigo también la Luz que alumbra a todo hombre5, cual monte de montes, rey de reyes y santo de santos, para que se cumpliese en ellos lo predicho por el profeta: En los últimos días estará patente el monte del Señor, ubicado en la cima de los montes6; y lo que él mismo había dicho: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Apártate y arrójate al mar, y lo haría7. Estos montes hicieron sagrada para nosotros esta noche en la que el Señor resucitó del sepulcro para que el grano de mostaza enterrado no apareciese en su humillación, sino que, brotando, creciendo y extendiendo sus ramos por doquier, superase a todos los demás e invitase a los soberbios de corazón, cual si fueran aves, a buscar refugio y descanso en él. Habite también en vuestro corazón este monte, pues no sufrirá estrechez donde la caridad le dispone un lugar amplísimo. Vueltos al Señor...