Vigilias buenas y malas
1. Esta santa festividad, hermanos, que arrebató la noche a la noche, ahuyentando las tinieblas con estas antorchas y alegrando nuestra fe como día para el corazón, se celebra, como sabéis, en memoria de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Para celebrar en nuestra vigilia su despertar de entre los muertos, ¿pueden los miembros que aún han de dormir hacer cosa más apropiada que amoldarse, mientras llega el momento, a su cabeza, despierta ya para siempre, velando ellos también, puesto que han de hacerlo como él y han de reinar con él en una vigilia eterna, en que no habrá sueño alguno? Adecuadamente, pues, cada cierto tiempo esta magna festividad nos inicia en lo que será la eternidad, donde el tiempo no tendrá fin. Velemos, pues, a Cristo despierto y, según podamos, privémonos del sueño por un poco de tiempo en honor de aquel a quien ya no domina el sueño. Manteniéndonos en su guardia, seamos el verdadero Israel espiritual: pues no dormirá ni dormitará el guardián de Israel1. Velando en esta solemnidad anual al guardián que ya nunca duerme, atemos nuestro corazón a su mano mediante el vínculo de la fe. La finalidad es que, sujetado por este lazo, no se aparte de quien desconoce el sueño, hasta que, desaparecida la mortalidad y la corrupción, nos unamos totalmente a su organismo, donde ya tampoco nosotros podremos dormir ni dormitar nunca jamás.
2. Éste es el resultado de nuestras vigilias, ésta la finalidad a que miran los ojos; no los de la carne, sino los del espíritu: este propósito santo y justo de dominar y reprimir el sueño; y ésta la recompensa incorruptible por la fatiga sufrida y el amor encendido: que aquel por quien estamos en vela, resistiendo por un breve espacio de tiempo al sueño terreno, nos otorgue la vida donde se da el velar sin fatiga, el día sin noche y el descanso sin sueño. Estar en vela no es algo elogioso de por sí, pues también lo hacen los que asaltan las casas, pero con la finalidad de acechar el sueño de los maridos y llegar a sus mujeres teniendo por cómplice a la noche. Se mantienen en vela también los que practican las artes mágicas, mas con el objetivo de servir a los demonios y realizar con su ayuda acciones nefandas. Sería largo e innecesario mencionar las noches en vela de todos los malvados. Pero hablemos ahora también de algunas otras vigilias de las que no se sigue mal alguno: velan los artesanos, los agricultores, los marineros, los pescadores, los viajeros, los comerciantes, los gestores de cualquier asunto, los jueces, los abogados, los compradores y vendedores de saber, los investidos de poder, los súbditos de los mismos y, en fin, todos los que se relacionan con las artes o la industria de que se ocupa la vida humana; pero con la finalidad de que la permanencia en esta tierra sea más llevadera y más digna para sus moradores, que han de pasar por ella con la rapidez de una exhalación. Además, el fin de todos los que así velan, si es ilícito, se castiga con la muerte eterna; si es lícito, llega a su fin con la muerte temporal. El fin de la ley es Cristo para la justificación de todo creyente2; él, por quien nosotros nos encontramos en vela, es el fin entendido como perfección, que nos libra del fin entendido como condenación o como consunción. Así, pues, su estar en vela, sea lícito o ilícito, acecha y desea un fin que ha de desaparecer; nuestro fin, en cambio, no tiene fin. Por último, ellos velan sin tener asegurada la posesión perpetua de aquello a lo que desean llegar; nosotros velamos y oramos para que no nos sobrevenga la tentación3 De esta manera vencemos al que nos acechaba en nuestro camino4 y alcanzamos al Salvador, a cuyo lado permanecemos.