La Pascua es el combate entre dos leones
1. Con esta vigilia celebramos, amadísimos hermanos, la solemnidad anual de la noche en que Jesucristo, el Señor, resucitó de entre los muertos. No trato de enseñároslo ahora, sino que, como ya lo sabéis, os exhorto a no olvidarlo. En efecto, con su retorno solemne en la fecha oportuna, la festividad misma no nos enseña nada nuevo, pero evita que el olvido borre lo que ya sabemos, pues renueva el recuerdo, sin añadir conocimiento alguno; de igual manera, mis palabras, aunque no se dirigen a gente desinformada, requieren, no obstante, su atención. No pretendo que oigáis algo que os resulte desconocido, pero sí que recordéis con gozo lo que sabéis.
2. Mantengámonos en vela y oremos para que no nos sobrevenga la tentación1, pues nuestro enemigo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar2. Pero aquel león de la tribu de Judá de quien con tanta antelación se había predicho: Te levantaste; acostado dormiste como un león; ¿quién lo despertará?3, se levantó hasta la cruz en su pasión, dado que fue colgado porque misericordiosamente lo quiso, no como consecuencia necesaria de un pecado. Acostándose, durmió cuando, inclinando la cabeza, entregó su Espíritu4. Pero durmió como un león, pues hasta en la misma debilidad se mostró fuerte: La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres5; además, muriendo dio la vida y con su muerte aniquiló la muerte. ¿Quién le despertó sino el Dios invisible? ¿Quién, si no, dado que no se descubre a las miradas humanas, como tampoco la misma Palabra unigénita de Dios, invisible como el Padre? Así, pues, le resucitó de entre los muertos y le dio un nombre, que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla6 y sea vencido el león que pretende devorar por el otro león que busca liberar.
3. Mantengámonos, pues, en vela y oremos, para que no nos sobrevenga la tentación7. Mantengámonos en vela en atención a aquel que voluntariamente se durmió por nosotros. Se durmió, en efecto, y el sueño se apoderó de él, y se levantó, porque le acogió el Señor8, a quien había dicho: Despiértame y les daré su merecido9. ¿Quién dijo proféticamente a sus enemigos que se habían de ensañar contra él y le habían de insultar en el momento de su muerte: Acaso el que duerme no se levantará de nuevo?10 El que durmió volvió también al estado de vigilia y, ya despierto, consagró a sí esta nuestra vigilia. Mantengámonos, por tanto, despiertos y oremos, para que no nos sobrevenga la tentación, porque él se mantuvo en vela y se hizo como un pájaro solitario sobre el tejado11; por eso resucitó y voló a las alturas y es el único que intercede por nosotros en el cielo12. Dirijamos nuestras preces a tan gran intercesor; él otorga, juntamente con el Padre, lo que pidió al Padre, puesto que es mediador13 y creador14; mediador para pedir, creador para conceder; mediador hecho en el mundo, creador por quien fue hecho el mundo. Velémosle con mente sobria y con afecto lleno de fe y confianza, y presentémosle la oración que nos enseñó15, para poder hacer con su ayuda lo que nos mandó que hiciéramos, y recibir, dándonoslo él, lo que prometió que recibiríamos.