Mantenerse en vela para no caer en la tentación
1. El extraordinario resplandor y la solemnidad de esta vigilia que ilumina el recuerdo, renovado anualmente, de la resurrección del Señor, nos exhorta, hermanos, a rememorar y a cumplir lo que él mismo dijo a sus discípulos cuando ya era inminente su pasión: Vigilad y orad para que no os sobrevenga la tentación1. Mantengámonos, pues, en vela y oremos para que no nos sobrevenga la tentación, no sólo en esta noche, sino en toda esta vida, que en la tierra es una tentación. Así está escrito: ¿No es, acaso, una tentación la vida humana sobre la tierra?2 Si, pues, ese sobrevenir la tentación equivale a ser inducido o arrastrado a ella, es decir, ser engañado y apresado, o, para decirlo brevemente, ser vencido de algún modo por ella, ¿qué otra cosa hemos de hacer durante la entera noche de esta vida, en la que debemos ser día mediante la luz de la fe, sino aquello que el Señor intimó a sus discípulos: Vigilad y orad para que no os sobrevenga la tentación? La mente está en vela si no se duerme la fe, ni se apaga la esperanza, ni se enfría la caridad. No obstante, con fe despierta, esperanza robusta y caridad ferviente digamos en oración continua mientras dura la noche de este mundo: No nos metas en la tentación3. De esta forma cumplimos, con su ayuda, las palabras del Señor: Vigilad y orad para que no os sobrevenga la tentación4. Si es verdad que no hemos de temer que nos sobrevengan tentaciones cuando podemos salir de ellas, según dice el apóstol Santiago: Considerad como gozo completo, hermanos míos, el que os sobrevengan diversas tentaciones5, sólo queda que nuestra esperanza esté fundada en lo que dice el apóstol Pablo: Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que os dará también, junto con la tentación, la salida para que podáis resistirla6. No es absurdo pensar que se nos habla también de esta salida en un cántico sagrado donde se lee: El Señor guarde tu entrada y tu salida7, para que no sólo permita que entremos, como vasijas de barro bien formadas, al horno, sino que también seamos capaces de salir íntegros de él, según está escrito: El horno prueba las vasijas de barro, y la prueba de la tribulación, a los hombres justos8. Si las cosas están así, cuando el Señor dijo a sus discípulos: Vigilad y orad para que no os sobrevenga la tentación9, veía ya que le oprimía tanto el peso de su pasión, que no quería que les sobreviniese a ellos tal prueba, pues se daba cuenta de que aún no estaban capacitados para poder salir de ella. Por eso había dicho ya al bienaventurado apóstol Pedro: Ahora no puedes seguirme, pero me seguirás después10. Él, que al decir: Entregaré mi vida por ti11, creía que no sólo podía seguirlo, sino hasta precederlo, cuando soplaron los vientos huracanados de la pasión del Señor y agitaron violentamente el mar que navegaban, se hubiese ido al fondo ante la sola pregunta de una sirvienta, si no le hubiese librado la diestra del Señor, habiendo obtenido al instante la misericordia mediante sus lágrimas. Mantengámonos, pues, en vela, hermanos, y oremos para que no nos sobrevenga una tentación que no seamos capaces de soportar; para que en cualquiera de ellas en que nos encontremos se nos dé salida para poder resistir o resistencia para poder salir, no sea que nos hallemos dentro sin salida, como los pies en un cepo, o una fiera en la red, o un pájaro en el lazo.
2. El que esto suceda será don del Señor, a quien hemos cantado: Ha sido ensalzado con toda gloria12; él nos ha concedido ya, en el baño de la regeneración, lo que también acabamos de cantar: Arrojó al mar caballo y caballero13. En el bautismo sumergió y borró todos nuestros pecados anteriores, que venían como persiguiéndonos por la espalda. Los espíritus inmundos llevaban las riendas de nuestras tinieblas como si fuesen sus jumentos, es decir, sus auxiliares, y, cual jinetes, las conducían a donde querían. Por eso el Apóstol los llama gobernadores de estas tinieblas14. Puesto que nos hemos visto libres de ellos mediante el bautismo, como si fuera el mar Rojo, esto es, ensangrentado por la santificación del Señor crucificado, no volvamos nuestro corazón a Egipto, antes bien dirijámonos hacia el reino en medio de las tentaciones del desierto, teniéndole a él por protector y guía.