El sueño de Cristo en la muerte
Nuestro Señor Jesucristo, cercana ya su pasión en la que pagó por nosotros deudas que no había contraído, para borrar con su sangre el decreto que nos declaraba reos1, dijo a sus discípulos: Vigilad y orad para que no os sobrevenga la tentación2. De esta recomendación tomó origen la presente solemnidad, de modo que nos mantenemos en vela en el retorno anual de aquel día en que se esperó su resurrección. Escúchenos a quienes nos mantenemos en vela en su solemnidad el que se entregó al sueño por nuestra salvación. Como profecía de esta realidad, y hablando en su nombre, se había dicho: Yo me dormí y me entregué al sueño, pero me levanté, porque el Señor me recibió3. Lo que equivale a decir: «No crean los judíos que han prevalecido; si me dormí, fue por libre voluntad, no por necesidad». Él, él mismo sin duda, se durmió porque así lo tuvo a bien, no porque fuera vencido, pues tenía poder para entregar su alma y poder para recuperarla de nuevo4. Mas no carecen de culpabilidad los judíos por el hecho de que él se durmió porque quiso. En efecto, para dejar al descubierto su crimen, dice en otro salmo: Lleno de turbación, me dormí5. Estas palabras hacen referencia a quienes pensaron que habían producido turbación en aquel a quien insultaron como a un vencido, intentando, no obstante, aparecer como ajenos a su muerte, a pesar de haberla solicitado con gritos criminales. Pretendían que apareciese, más que como obra propia, como obra de Pilato, que lo entregó a los soldados para que lo crucificaran. Por eso dice a continuación el salmo: Hijos de los hombres; sus dientes son armas y flechas, y su lengua, una espada afilada6. Como si hubiese dicho: «Aunque no con vuestras manos, hicisteis perecer con vuestra boca a aquel cuya muerte solicitasteis». Mas ¿qué dice otro salmo? ¿Acaso el que duerme no se aprestará a levantarse?7 He aquí que se levantó el que se había dormido; se despertó y se hizo como un pájaro solitario sobre el techo8, es decir, en el cielo, donde intercede por nosotros9, donde ya no muere ni la muerte tiene dominio sobre él10, porque no dormirá ni dormitará nuestro guardián11. Ved que quienes pensaron haberle hecho algún daño, perdieron incluso el reino de donde no quisieron que él fuera su rey, pues fueron expulsados de allí. De esta manera se cumplía visiblemente lo que decía en el mismo salmo el que iba a dormirse: Despiértame, y les daré su merecido12. Celebremos nuestra vigilia con humildad de espíritu para esperar y estar atentos, con corazón vigilante, a la venida de aquel cuya voz despertará también de los sepulcros a todos los que duerman: Los que hicieron el bien resucitarán para la vida; los que obraron el mal resucitarán para la condenación13. Él es aquel cuya exaltación mediante el sueño de la cruz había predicho Jacob con tanta antelación: Acostado, te levantaste; dormiste como un león14. Ha vencido él mismo, el león de la tribu de Judá15, puesto que también dijo eso mismo cuando bendijo a Judá. Como el león se durmió, lo contaron entre los muertos; mas, dado que venció el león, vendrá a juzgar a vivos y muertos.