SERMÓN 211

Traductor: Pío de Luis, OSA

La concordia fraterna y el perdón de las ofensas

1. Estos días santos en que nos entregamos a las prácticas cuaresmales nos invitan a hablaros de la concordia fraterna, para que quien tenga alguna queja contra otro1 acabe con ella antes que ella acabe con él. No echéis en saco roto estas cosas, hermanos míos. Pues en esta vida frágil y mortal, que ponen en peligro tantas pruebas terrenas, ningún justo que ora para no verse sumergido en ellas puede hallarse sin algún pecado. Único es el remedio por el que nos es posible vivir: el maestro divino nos enseñó a decir en la oración: Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden2. Hemos llegado a un acuerdo y a un pacto con Dios y hemos suscrito la condición para eliminar la deuda dejando una garantía. Con plena confianza le pedimos: perdónanos, si también nosotros perdonamos; pero si no perdonamos nosotros, no soñemos que se nos perdonen nuestros pecados; no nos hagamos ilusiones. Que ningún hombre se llame a engaño, pues a Dios nadie le engaña. Es humano airarse, pero ¡ojalá no fuéramos capaces de ello! Es humano airarse, pero tu ira, una pequeña yema cuando nace, no debe convertirse en la viga del odio con el riego de las sospechas3. Una cosa es la ira y otra el odio, pues no es raro que el padre se aíre contra el hijo, sin por eso odiarle; se aíra para que se corrija. Por tanto, si se aíra con esa finalidad, su ira nace del amor. Advertid por qué se dijo: Ves la brizna en el ojo de tu hermano, pero no ves la viga en el tuyo4. Condenas la ira en los demás, al tiempo que retienes el odio en ti mismo. Comparada con el odio, la ira es una brizna. Con todo, si la nutres, se convertirá en viga; pero si la extraes y la tiras, se reducirá a nada.

2. Si advertisteis... ¿Qué? Al leer la carta de San Juan, una frase suya debió infundiros pánico. Dice: Pasaron las tinieblas, ahora brilla ya la luz5. Y a continuación añadió: Quien dice que está en la luz y odia a su hermano aún está en tinieblas6. Quizás haya quien piense que tales tinieblas son idénticas a las que sufren los encarcelados. ¡Ojalá fueran como ésas! Y, con todo, nadie quiere verse en ellas. En las tinieblas de la cárcel pueden ser encerradas también las personas inocentes, pues en tales tinieblas fueron recluidos los mártires. Las tinieblas los envolvían por doquier, pero en sus corazones resplandecía la luz. En la oscuridad de la cárcel no podían ver con los ojos pero, gracias a su amor fraterno, contemplaban a Dios. ¿Queréis saber a qué tinieblas se refería cuando dijo: Quien odia a su hermano está aún en tinieblas? En otro lugar dice: Quien odia a su hermano es un homicida7. Quien odia a su hermano camina, sale, entra y se mueve sin el peso de cadena alguna y sin verse recluido en ninguna cárcel; no obstante, está maniatado con su culpa. No pienses que está libre de la cárcel; su cárcel es su corazón. Cuando escuchas: Quien odia a su hermano está aún en las tinieblas, no has de despreciar tales tinieblas. Para eso añadió: Quien odia a su hermano es un homicida. ¿Caminas tranquilo odiando a tu hermano? ¿Rehúsas reconciliarte con él a pesar de que Dios te concede tiempo para ello?8 Advierte que eres un homicida y que aún sigues con vida. Si tuvieses a Dios airado contra ti, al instante serías arrebatado envuelto en el odio a tu hermano. Dios te perdona, perdónate a ti mismo; haz las paces con tu hermano. ¿Acaso quieres tú, pero no quiere él? A ti te basta con eso. Tienes qué compadecer en él, pero tú quedaste libre de tu deuda y puedes decir con tranquilidad: Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden9.

3. Quizá fuiste tú quien pecó contra él, quieres reconciliarte con él y decirle: «Hermano, perdóname pues te ofendí». Él no quiere perdonarte, no quiere olvidar la ofensa, no quiere perdonártela. ¡Que piense en el momento en que vaya a orar! Puesto que no quiso perdonarte tu ofensa, ¿qué hará cuando vaya a recitar la oración? Diga: Padre nuestro que estás en los cielos. Continúe diciendo: Sea santificado tu nombre. Di todavía: Venga tu reino. Sigue: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¡Adelante!: Danos hoy nuestro pan de cada día10. Todo eso has dicho; atento ahora, no sea que quieras saltarte lo que viene a continuación y cambiarlo por otra cosa. No hay otro camino por donde puedas pasar; ahí te encuentras retenido. Di, pues: Perdónanos nuestras ofensas11; o cállatelo, si no tienes motivo para decirlo. Pero ¿dónde queda lo que dijo el mismo Apóstol: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no habita en nosotros?12 Si, pues, te remuerde la conciencia de tu fragilidad y la abundancia de iniquidad presente por doquier en este mundo, di: Perdónanos nuestras ofensas. Pero considera lo que sigue. ¿No quisiste perdonar a tu hermano y vas a decir: Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden? ¿O vas a callarte esas palabras? Si te las callas nada recibirás, y, si las pronuncias, dices algo falso. Dilas, pues; y dilas de forma que sean verdad; pero ¿cómo van a ser verdad, si no quisiste perdonar el pecado a tu hermano?

4. He amonestado a quien no quiso perdonar; ahora me toca consolarte a ti quienquiera que seas -si es que te hallas aquí- que dijiste a tu hermano: «Perdóname la ofensa que te hice». Si lo dijiste con todo el corazón, con auténtica humildad, con caridad no fingida, tal como lo ve Dios en tu corazón, lugar del que brotaron esas palabras, aunque el ofendido no quiera perdonarte, no te preocupes. Uno y otro sois siervos, ambos tenéis el mismo Señor. Estás en deuda con tu consiervo, él no quiso perdonártela: acude al común Señor. Exija el siervo, si es capaz, lo que te ha perdonado el Señor13.

Otra cosa. Advertí a quien no quiso perdonar a su hermano que le pedía perdón a que hiciera lo que rehusaba hacer, no fuera que, cuando orase, no recibiese lo que pedía. Acabo de dirigirme también a quien pidió perdón por su pecado a su hermano y no lo recibió, para que esté seguro de recibir de su Señor lo que no consiguió de su hermano. Hay todavía otras situaciones que contemplar. Tu hermano te ofendió y no quiso decirte: «Perdona mi ofensa». Abunda esta mala hierba. ¡Ojalá la desarraigue Dios de su campo14, es decir, de vuestros corazones! ¡Cuán numerosos son los que, conscientes de haber ofendido a sus hermanos, rehúsan decir: «Perdóname»! No se avergonzaron de pecar y se avergüenzan de pedir perdón; no sintieron vergüenza ante la maldad y la sienten ante la humildad.

Así, pues, os requiero en primer lugar a cuantos de vosotros estáis en discordia con vuestros hermanos; vosotros que, vueltos a vosotros mismos, os examináis y emitís un juicio justo sobre vosotros y, en el interior de vuestros corazones, descubrís que no debisteis hacer lo que hicisteis ni decir lo que dijisteis, pedid perdón, hermanos, a vuestros hermanos, haced lo que dice el Apóstol: Perdonándoos mutuamente, como también Dios os perdonó en Cristo15. Hacedlo, no os avergoncéis de pedir perdón.

Además, os digo a todos, varones y mujeres, pequeños y grandes, laicos y clérigos; me lo digo incluso a mí mismo. Escuchémoslo todos, temamos todos, si hemos ofendido a nuestros hermanos. Todavía disponemos de un plazo de tiempo; por eso no morimos; aún estamos en vida, aún no hemos sido condenados. Mientras nos dure la vida, hagamos lo que nos manda nuestro Padre, que será el juez, y pidamos perdón a nuestros hermanos, a los que quizá ofendimos en algo y en algo les dañamos.

Hay personas humildes según los criterios de este mundo que se engríen si les pides perdón. Ved lo que quiero decir. En alguna ocasión el amo, hombre él, peca contra su siervo. Aunque ambos son siervos de un tercero, puesto que uno y otro fueron redimidos por la sangre de Cristo, el primero es amo y el segundo siervo. Por ello, parece duro que si, por casualidad, el amo peca contra su siervo riñéndole o golpeándole injustamente, también a él le mande y le ordene decirle: «Excúsame; perdóname». No porque no deba hacerlo, sino para evitar que el otro comience a engreírse. ¿Qué ha de hacer, pues? Arrepiéntase ante Dios, castigue su corazón en su presencia y, si no puede decir a su siervo: «Perdóname», porque no es conveniente, háblele con dulzura. Pues ese dirigirse a él con dulzura es ya una petición de perdón.

5. Me queda por dirigirme a quienes recibieron una ofensa de otras personas, pero éstas no quisieron pedirles perdón. Pues ya me dirigí a aquellos que no quisieron concederlo a los hermanos que se lo suplicaron. Por tanto, al dirigirme ahora a todos vosotros para que desaparezcan vuestras discordias, en atención a estos días sagrados, pienso que algunos de vosotros, conscientes de estar enemistados con los hermanos, habéis reflexionado en vuestro interior, y hallado que no sois vosotros los ofensores, sino los ofendidos. Y, aunque ahora no me lo digáis, porque es a mí a quien compete hablar en este lugar, mientras que a vosotros os corresponde callar y escuchar, con todo, quizá en vuestra reflexión penséis y os digáis: «Yo quiero hacer las paces, pero fue él quien me dañó, él quien me ofendió, y no quiere pedir perdón». ¿Qué he de hacer? ¿He de decirle: «Vete tú y pídele perdón»? De ningún modo. No quiero que mientas; no quiero que digas: «Perdóname», tú que sabes que no ofendiste a tu hermano. ¿Qué te aprovecha convertirte en tu acusador? ¿Qué esperas que te perdone aquel a quien no dañaste ni ofendiste? De nada te sirve; no quiero que lo hagas. ¿Estás seguro, has examinado el caso detenidamente, sabes que fue él quien te ofendió a ti, no tú a él? «Lo sé» -dice-. Este convencimiento tuyo sea tu sentencia. No vayas a tu hermano que te ofendió, y menos a pedirle perdón. Entre vosotros dos debe haber otras personas que hagan el papel de pacificadoras y que le insten a que se adelante a pedirte perdón. A ti te basta con estar dispuesto a perdonar, dispuesto a hacerlo de corazón. Si estás dispuesto a perdonar, ya has perdonado. Pero tienes todavía algo por lo que orar: ora por él para que te pida perdón; sabiendo que le es dañino no pedirlo, ruega por él para que lo pida. Di al Señor en tu oración: «Señor, tú sabes que no he sido yo quien ofendió a aquel hermano mío, sino más bien él a mí; sabes también que le daña la ofensa que me hizo si no me pide perdón; de todo corazón te suplico que le perdones».

6. Ved que os dije lo que... -sobre todo en estos días en que os entregáis al ayuno, a las prácticas devotas y a la continencia- qué debéis hacer para estar en paz con vuestros hermanos. ¡Ojalá pueda sentir el gozo de vuestra paz yo que me apeno de vuestras discordias! Así, perdonándoos todos mutuamente cualquier queja que uno tenga contra otro16, podremos vivir apaciblemente la Pascua, celebrar plácidamente la pasión de quien, sin deber nada a nadie, saldó la deuda en vez de los deudores. Me refiero a Jesucristo, el Señor, que no ofendió a nadie y a quien casi todo el mundo ofendió, y que, en vez de exigir tormentos, prometió premios. A él, pues, tenemos como testigo en nuestros corazones de que, si hemos ofendido a alguien, le pedimos perdón con corazón sincero, y de que, si alguien nos ofendió, estamos dispuestos a concedérselo y a orar por nuestros enemigos17. No deseemos venganza, hermanos. ¿Qué otra cosa es la venganza sino alimentarse del mal ajeno? Sé que cada día llegan hombres, hincan sus rodillas, abajan su frente hasta tocar la tierra y a veces hasta riegan su rostro con lágrimas; y, en medio de tanta humildad y postración, dicen: «Señor, véngame, da muerte a mi enemigo». Ora, sí, para que dé muerte a tu enemigo y salve a tu hermano: dé muerte a la maldad y salve a la naturaleza. Pide a Dios venganza orando de esta manera: perezca lo que en tu hermano te perseguía, pero permanezca él para serte devuelto a ti.