SERMÓN 195

Traductor: Pío de Luis, OSA

El nacimiento del Señor

1. Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios e hijo del hombre, en cuanto nacido del Padre sin madre, creó todo día; en cuanto nacido de madre sin padre, hizo sagrado este día. En su nacimiento divino es invisible, visible en el humano, y en uno y otro admirable. En consecuencia, es difícil afirmar a cuál de los dos nacimientos se refiere lo anunciado de antemano por el profeta: Su nacimiento ¿quién lo narrará?1, si a aquel en que nunca estuvo sin nacer siendo coeterno al Padre, o a éste, en el que nació en determinado momento, después de haber hecho a la madre en la que iba a ser hecho. Si se refiere a aquel en que nació desde siempre quien existía desde siempre, ¿quién narrará cómo nació la Luz de la Luz, siendo ambas una sola Luz; cómo nació Dios de Dios, sin que aumentase el número de los dioses? ¿Cómo se puede decir que nació, usando el verbo en pretérito, si en aquel nacimiento no pasa el tiempo -lo que le haría pertenecer al pasado-, ni antecede -lo que le permitiría hablar de futuro-, ni tampoco es presente -como si aún estuviera realizándose y aún no estuviera completo-? ¿Quién, pues, narrará este nacimiento, si el objeto de la narración permanece fuera del tiempo, mientras que la palabra del narrador pasa en el tiempo? Y también, ¿quién narrará su nacimiento de una virgen, si su concepción carnal no se realizó al modo propio de la carne, si su natividad en la carne otorgó fecundidad a quien lo crió, sin quitar la integridad virginal a quien lo alumbró? Sea que se hable de uno o de otro, o de ambos a la vez, su nacimiento, ¿quién lo narrará?

2. Él es el Señor, Dios nuestro; él el mediador entre Dios y los hombres, el hombre nuestro Salvador, quien, en cuanto nacido del Padre, creó también a su madre y, creado de la madre, glorificó también al Padre; en cuanto nacido sin parto de mujer, es hijo único del Padre, y en cuanto nacido sin abrazo de varón, hijo único de su madre. Él es el más hermoso de los hijos de los hombres2, hijo de Santa María, esposo de la santa Iglesia, a la que transformó en semejante a su madre. En efecto, para nosotros la hizo madre y para sí la conservó virgen. A ella se refiere el Apóstol cuando escribe: Os he unido a un solo varón para presentaros a Cristo como virgen casta3. Refiriéndose a ella, dice también que nuestra madre no es la esclava, sino la libre, la abandonada que tiene más hijos que la casada4. También la Iglesia, como María, goza de perenne integridad virginal y de incorrupta fecundidad. Lo que María mereció tener en la carne, la Iglesia lo conservó en el espíritu; pero con una diferencia: María dio a luz a un único hijo; la Iglesia alumbra a muchos, que han de ser congregados en la unidad por aquel hijo único.

3. Éste es el día en que vino al mundo el creador del mundo; en que se hizo presente en la carne quien nunca está ausente por su poder. En efecto, estaba en el mundo y vino a su casa. Estaba en el mundo, pero oculto al mundo, pues la luz brillaba en las tinieblas, y las tinieblas no la acogían5. Vino, pues, en la carne para limpiar los vicios de la carne; vino en tierra medicinal para curar con ella nuestros ojos interiores, cegados por nuestra tierra exterior; de modo que, una vez sanados, quienes antes fuimos tinieblas seamos luz en el Señor6, y la luz presente no luzca ya en las tinieblas para ausentes, sino que se manifieste clara a quienes la miran. Con esta finalidad salió el esposo de su lecho nupcial y saltó de gozo como un gigante dispuesto a recorrer su camino7. Hermoso como un esposo, fuerte como un gigante, digno de amor y de temor, severo y sereno; hermoso para los buenos, duro para los malos; permaneciendo en el seno del Padre, llenó el seno de la virgen. En ese lecho nupcial, es decir, en el seno de la virgen, la naturaleza divina unió a sí la naturaleza humana; en él la Palabra se hizo carne por nosotros para habitar en medio de nosotros8 naciendo de una madre y para prepararnos nuestra morada, precediéndonos en el camino hacia el Padre. Celebremos, pues, con gozo y solemnidad este Día y, llenos de fe, deseemos el Día eterno, a través de quien, siendo eterno, nació en el tiempo para nosotros.