El nacimiento del Señor
1. 1. Al hacerse carne, la Palabra del Padre que hizo los tiempos hizo para nosotros en el tiempo el día de su nacimiento. Por su nacimiento humano quiso reservarse un día aquel sin cuya voluntad divina no transcurre ni un solo día. Existiendo junto al Padre, precede a todos los siglos; al nacer de madre, se introdujo en este día en el curso de los años. Se hizo hombre quien hizo al hombre. De esa manera toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el pan, sed la fuente; duerme la luz; el camino se fatiga en la marcha; falsos testigos acusan a la verdad, un juez mortal juzga al juez de vivos y muertos, gente injusta condena a la justicia; la disciplina es castigada con azotes, el racimo coronado de espinas, la base colgada de un madero; la fortaleza aparece debilitada, la salud herida, la vida muerta. Ni él que por nosotros sufrió tantos males hizo mal alguno, ni nosotros que por él recibimos tantos bienes merecíamos bien alguno. Con todo, para librarnos a nosotros, a pesar de ser indignos, aceptó sufrir tales ignominias y otras parecidas. Con esa finalidad, el que existía como hijo de Dios desde antes de los siglos sin un primer día, se dignó hacerse hijo del hombre en los últimos días. Y nacido del Padre sin ser hecho por él, fue hecho en la madre que él había hecho. Comenzó a existir aquí al nacer de aquella que nunca y en ningún lugar hubiera podido existir a no ser por él.
2. Así se cumplió la profecía del salmo: La Verdad ha nacido de la tierra1. María fue virgen antes de concebir y después del parto. ¡Lejos de nosotros creer que pereció la integridad de aquella tierra, es decir, de la carne de la que nació la Verdad! En efecto, después de resucitar, dijo a quienes creían que era un espíritu y no un cuerpo: Palpad y ved; un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo2. Y, no obstante la consistencia de su cuerpo joven, se hizo presente, estando cerradas las puertas, a sus discípulos3. Si, siendo grande, pudo entrar a través de las puertas cerradas, ¿por qué no pudo asimismo salir, siendo pequeño, a través de miembros íntegros? Los incrédulos no quieren aceptar ni una cosa ni otra. He aquí una nueva razón para creer ambas: que los incrédulos las rechazan. Esto es precisamente lo que caracteriza a los incrédulos: juzgar que Cristo no tiene nada que ver con la divinidad. Pero, al admitir que Dios nació en la carne, a la fe no le cabe duda de que para Dios son posibles ambas cosas, a saber, que un cuerpo joven se presentase a quienes estaban dentro de la casa sin que se le abriesen las puertas, y que el esposo?niño saliese de su lecho nupcial4, es decir, del seno de la virgen, sin dañar la virginidad de la madre.
2. 3. En él, en efecto, se dignó unirse a la naturaleza humana el hijo unigénito de Dios, para asociar a sí, como cabeza inmaculada, a la Iglesia inmaculada. Iglesia a la que el apóstol Pablo llama virgen no sólo en atención a quienes en ella son vírgenes también en el cuerpo, sino porque deseaba que fuesen incorruptas todas las almas. Dice él: Os he desposado con un único varón, para presentaros a Cristo como virgen casta5. La Iglesia, pues, imita a la madre de su Señor: dado que corporalmente no pudo ser madre y virgen a la vez, lo es en el espíritu. Cristo, que hizo virgen a su Iglesia rescatándola de la fornicación con los demonios, en ningún modo privó, al nacer, a su madre de la virginidad. Celebrad hoy con gozo y solemnidad el parto de la virgen vosotras, vírgenes santas, nacidas de su virginidad inviolada; vosotras que, renunciando al matrimonio terreno, elegisteis también la virginidad física. Ha nacido de mujer quien no fue sembrado por varón en la mujer. Quien os trajo algo que amar no quitó a su madre eso que amáis. Quien sana en vosotras lo que heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo que habéis amado en María!
3. 4. Aquella cuyas huellas seguís no yació con varón para concebir, y después del parto siguió siendo virgen. Imitadla en lo que podéis; no en la fecundidad, porque no os es posible sin lesionar la virginidad. Sólo ella pudo tener las dos cosas; de ellas vosotras quisisteis tener una sola, que perderíais si pretendierais poseer la una y la otra. Sólo pudo poseerlas ambas la que engendró al Todopoderoso que le dio tal poder. Convenía que únicamente el Hijo único de Dios se hiciese hombre de ese modo sin igual. Si Cristo significa algo para vosotras es por ser hijo únicamente de una virgen. Aunque no pudisteis darle a luz en la carne, lo hallasteis como esposo en el corazón. Y esposo tal que vuestra fidelidad lo tiene por redentor, sin que vuestra virginidad lo tema como su destructor. Si no privó a la madre de la virginidad ni en el parto corporal, con más razón la conservará en vosotras en el abrazo espiritual. No os consideréis estériles por haber permanecido vírgenes; hasta la integridad de la carne, cuando es fruto de la piedad, cae dentro de la fecundidad espiritual. Haced lo que dice el Apóstol: puesto que no pensáis en las cosas del mundo ni en cómo agradar a vuestros maridos, pensad en las cosas de Dios y en cómo agradarle a él en todo. Así vuestra fecundidad no estará en los hijos de vuestro seno, sino en las virtudes de vuestra alma.
Para concluir, me dirijo a todos, os hablo a todos. Con mi palabra apremio a toda la virgen casta que el Apóstol desposó con Cristo. Lo que admiráis en la carne de María, realizadlo en el interior de vuestra alma. Concibe a Cristo quien cree en su corazón con vistas a la justicia; le da a luz quien con su boca lo confiesa con la mirada puesta en la salvación6. Así, pues, sea ubérrima la fecundidad de vuestras almas, conservando la virginidad.