SERMÓN 187

Traductor: Pío de Luis, OSA

El nacimiento del Señor

1. 1. Mi boca proclamará la alabanza del Señor1 del Señor hacedor de todas las cosas y hecho entre ellas, revelador del Padre y creador de la madre. Hijo de Dios, del Padre pero sin madre; hijo del hombre, de madre pero no de padre; grande como Día de los ángeles, pequeño en el día de los hombres; Palabra?Dios antes de todos los tiempos, Palabra?carne en el tiempo oportuno; hacedor del sol, hecho bajo el sol; ordenador de todos los siglos desde el seno del Padre, santificador del día de hoy desde el seno de la madre; en aquél permanece, de éste sale; creador de cielo y tierra, nacido bajo el cielo en la tierra; inefablemente sabio y sabiamente mudo; llena el mundo y yace en un pesebre; gobierna los astros y toma el pecho materno; tan grande en la forma de Dios como diminuto en la forma de siervo, de modo que ni aquella magnitud disminuye por esta menudencia, ni esta menudencia se ve oprimida por aquella magnitud. Cuando tomó los miembros humanos, no cesó en sus obras divinas ni dejó de llegar con fortaleza de un extremo a otro y de disponer con suavidad todas las cosas2 cuando se revistió de la debilidad de la carne fue recibido, no encerrado, en el seno virginal, para que a los ángeles no se les privase del alimento de la sabiduría y nosotros gustásemos cuán suave es el Señor.

2. 2. ¿Por qué nos extrañamos de que suceda esto con la Palabra de Dios, si este mismo sermón que os estoy predicando actúa con tanta libertad en los sentidos que el oyente lo recibe sin dejarlo encerrado en su interior? En efecto, si nadie lo recibiera a nadie instruiría; si quedara encerrado, no llegaría a los otros. Y, ciertamente, este sermón se compone de palabras y sílabas. Pero no tomáis cada uno un pedazo, como sucede con el alimento corporal, sino que todos lo oís íntegro, cada uno lo recibís en su totalidad. Ni hay motivo para temer que, cuando yo hablo, uno solo se lo apropie todo con el simple oír y no deje nada que otro pueda tomar; al contrario, os quiero ver tan atentos que, sin quitar nada al oído y la mente de nadie, no sólo lo oigáis cada uno en su totalidad, sino que también lo dejéis íntegro para que lo oigan los demás. Y esto no sucede en etapas sucesivas, como si el sermón que se está predicando entrara primeramente en ti y luego saliera, como condición para poder entrar en otro, sino que llega a todos al mismo tiempo e íntegro a cada uno. Y si la memoria pudiese retenerlo en su totalidad, como todos vinisteis a escucharlo todo, igualmente volveríais llevándooslo cada uno en su totalidad. ¡Cuánto más la Palabra de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, y que, permaneciendo en sí, las renueva todas; que ni está limitada por el espacio, ni se extiende en el tiempo, ni varía según la duración larga o breve de las sílabas, ni se teje con sonidos, ni se termina con el silencio! ¡Cuánto más pudo esta Palabra tan grande y sin igual, una vez asumido el cuerpo, fecundar el seno de la madre sin alejarse del seno del Padre; manifestarse desde aquél a los ojos de los hombres y desde éste iluminar las mentes de los ángeles; salir a los pueblos desde el primero y extender los cielos desde el segundo; en el uno hacerse hombre y en el otro hacer a los hombres!

3. 3. Por tanto, nadie crea que el Hijo de Dios cambió y se transformó en hijo del hombre; creamos más bien que, permaneciendo hijo de Dios, se hizo hijo del hombre, asumiendo la totalidad de la naturaleza humana sin perder la divina. No porque se haya dicho: La Palabra era Dios3 y La palabra se hizo carne4 ha de entenderse que la Palabra se hizo carne dejando de ser Dios, siendo así que en la misma carne en que la Palabra se hizo carne nació el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros5. Es lo mismo que acontece con la palabra que llevamos en el corazón y que se transforma en voz cuando la proferimos por la boca. No porque la profiramos se transforma la palabra en voz, sino que, permaneciendo íntegra aquélla, la asume la voz, mediante la cual sale al exterior. Dentro queda el contenido inteligible y fuera se escucha el sonido y lo que ahora se profiere en el sonido había sonado antes en el silencio. Así pues, la palabra, al hacerse voz, no se transforma en voz, sino que, permaneciendo en la luz de la mente y asumida la voz de la carne, sale al encuentro del oyente, sin abandonar al que la está pensando. No me refiero a la voz misma, sea de lengua griega o latina o de cualquiera otra que se piensa en silencio, sino a la realidad que ha de expresarse y es anterior a toda diversidad de lenguas; en cierto modo, está todavía desnuda en el recinto del corazón de quien la piensa, y para que salga al exterior se la viste con la voz de quien habla. Sin embargo, una y otra cosa, lo que se piensa al entender y lo que suena al hablar, son cosas mutables y desemejantes; pues ni permanecerá la primera cuando la olvides ni la segunda cuando te calles; en cambio, la Palabra del Señor permanece para siempre6 y permanece inconmutable.

4. 4. Y cuando la Palabra asumió la carne en el tiempo para venir a nuestra vida temporal, no sólo no perdió la eternidad al asumirla, sino que, además, le otorgó la inmortalidad. De esta manera, él como esposo que sale de su tálamo, exultó como un gigante listo para correr su camino7 él que, existiendo en la forma de Dios, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios, sino que, para hacerse por nosotros lo que no era, se anonadó a sí mismo; no perdiendo la forma de Dios, sino tomando la de siervo; y, merced a ella, hecho a semejanza de los hombres, se halló siendo hombre en su porte8, no en su propia sustancia. Todo lo que somos nosotros ya en el cuerpo ya en el alma, en nosotros es naturaleza, en él es porte; nosotros, si no somos eso, noexistimos; él, aunque no lo fuera, sería ciertamente Dios. Y cuando comenzó a ser lo que no era, se hizo hombre permaneciendo Dios, de forma que con toda verdad no se afirma sólo uno de los dos términos, sino ambos. Porque se hizo hombre se afirma con toda verdad: mi Padre es mayor que yo9, y porque permanece Dios: Yo y el Padre somos una sola cosa10. En efecto, si la Palabra se hubiese cambiado y convertido en carne o, con otras palabras, Dios en hombre, sólo sería verdadero que el Padre es mayor que yo, y falso que Yo y el Padre somos una sola cosa, pues Dios y el hombre no son una sola cosa. Quizá se pudiera decir: «Yo y el Padre fuimos una sola cosa, pero no lo somos», pues lo que era y dejó de ser ciertamente no es, sino que fue. Ahora, en cambio, gracias a la verdadera forma de siervo que había recibido, dijo verdad al afirmar: El Padre es mayor que yo y, por la verdadera forma de Dios en que permanecía, la dijo también al sostener: Yo y el Padre somos una sola cosa. Se anonadó, pues, ante los hombres; pero este anonadamiento no consistió en convertirse en lo que no era para dejar de ser lo que era. Por consiguiente, puesto que la virgen concibió y dio a luz un hijo, dada su ostensible forma de siervo, nos ha nacido un niño11. Como la Palabra de Dios, que permanece por siempre, se hizo carne para habitar en medio de nosotros, dada la forma de Dios oculta, pero inalienable, le llamamos por el nombre de Emmanuel12 como lo anunció Gabriel. Permaneciendo en su ser, Dios se hizo hombre, para que al hijo del hombre se le llame con propiedad Dios con nosotros: no es Dios uno y hombre el otro.

Regocíjese, pues, el mundo en las personas de los creyentes, por cuya salvación vino el creador del mundo. El creador de María nació de María; es hijo de David el señor de David, descendiente de Abrahán quien existe antes que Abrahán. El creador de la tierra fue hecho en la tierra; el creador del cielo fue creado bajo el cielo. Él es el Día que hizo el Señor, y el Señor mismo es el Día de nuestro corazón. Caminemos en su luz, exultemos y gocémonos en él.