Retrato de un obispo (Tt 1,9)
1. La lectura de la carta del bienaventurado Apóstol sobre la provisión de obispos me recordó, qué duda cabe, que he de poner la mirada en mí mismo, y a vosotros, que no debéis juzgarme, sobre todo teniendo en cuenta que todos acabamos de escuchar la última frase del capítulo del Evangelio recién leído: No juzguéis con acepción de personas, sino con juicio justo1. Nadie hace en un juicio acepción de otra persona que no la haga de la suya propia. El bienaventurado Apóstol dice en cierto lugar: No lucho como golpeando al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que mientras predico a otros me encuentre yo reprobado2. Nos aterrorizó con su mismo temor. ¿Qué hará el cordero cuando el carnero tiembla? Entre las muchas cosas que escribió el Apóstol sobre cómo debe ser un obispo, escuchamos también una que quizá nos dé tema suficiente para hablar y debatir. Pues si intentara discutir punto por punto y debatir sobre cada uno de ellos como se merecen, ni mis fuerzas serían suficientes para hablar ni las vuestras para escuchar. ¿Qué es, pues, lo que quiero decir con la ayuda de quien me aterrorizó? Entre otras cosas dice que el obispo ha de ser poderoso en doctrina sana para que pueda refutar a los contradictores3. Gran tarea es, carga pesada, ardua pendiente. Pero —dice— esperaré en Dios porque él me librará del lazo de los cazadores y de la palabra dura4. No hay cosa que haga más perezoso al dispensador de Dios para refutar a los contradictores que el temor a su dura réplica.
2. Así, pues, en primer lugar os expondré, en la medida que Dios me lo conceda, qué es refutar a los contradictores5. Los contradictores no son de una sola clase. Son muy pocos los que nos contradicen de palabra, pero muchos con su mala vida. ¿Cuándo un cristiano se atreverá a decirme que es bueno robar las cosas ajenas, si ni siquiera osa decir que es bueno aferrarse con tenacidad a las propias? ¿Acaso aquel rico que había tenido éxito en sus campos y no tenía dónde almacenar sus frutos, y se alegraba de haber hallado el plan de destruir los viejos depósitos y construir otros más amplios para llenarlos y decir a su alma: Alma, tienes bienes abundantes para largo tiempo; alégrate, regocíjate y sáciate6; acaso este rico buscaba bienes ajenos? Se disponía a recoger sus frutos y se preguntaba dónde iba a almacenarlos; pensaba solamente en recoger los suyos, no los del campo del vecino; sin traspasar los linderos y sin despojar a ningún pobre ni engañar a ninguna persona ignorante. Oíd lo que escuchó quien tan tenazmente guardaba sus bienes; y de aquí deducid lo que les espera a quienes roban lo ajeno. Cuando él juzgaba haber encontrado un plan sabio en extremo, es decir, destruir los depósitos viejos y estrechos y levantar otros nuevos y más amplios y recoger y almacenar en ellos todos sus frutos, sin apetecer ni robar los ajenos, Dios le dice: Necio —y le llama necio por lo mismo que él se creía sabio—. «Necio —le dice— esta noche te requerirán el alma; ¿para quién será esto que has preparado?7 Si lo guardas, dejará de ser tuyo; si lo das, será tuyo. ¿Por qué —dice— colocas de nuevo lo que vas a dejar?». [Que más bien te preceda allí a donde lo seguirás tú]. Ved que fue increpado el necio que guardaba malamente sus riquezas. Si es necio quien guarda lo suyo, hallad vosotros el nombre para quien quita lo ajeno. Si está sucio quien guarda lo suyo, quien roba lo ajeno está ulceroso. Ulceroso, pero no como el que yacía a la puerta del rico y cuyas úlceras lamían los perros8, pues aquél tenía las úlceras en el cuerpo; el ladrón, en cambio, en el corazón.
3. Quizá alguno replique diciendo: «No era gran castigo para aquel hombre que Dios le llamara necio9». Necio en la boca de Dios no es lo mismo que en la boca del hombre. Tal palabra dirigida por Dios contra alguien equivale a una sentencia. ¿Acaso Dios dará el reino de los cielos a los necios? Y a quienes no les ha de dar el reino de los cielos, ¿qué les queda sino el castigo de la gehenna? Esto parece una conjetura mía; veámoslo abierta y claramente. Pues tampoco de aquel rico ante cuya puerta yacía el pobre ulceroso se dice que fuera ladrón de bienes ajenos. Había —dice— cierto rico que se vestía de púrpura y lino y que banqueteaba cada día espléndidamente10. Había —dice— un rico; no dice: un acusador falso; no dice tampoco que fuera opresor de los pobres, ladrón de bienes ajenos, delator o encubridor, despojador de huérfanos o perseguidor de viudas; nada de eso, sino: Había cierto rico. ¿Qué tiene de extraño? Era rico, pero con sus bienes. ¿A quién había quitado algo? ¿O acaso lo había quitado y el Señor lo calló? Si el Señor hubiese ocultado sus faltas graves habría hecho acepción de personas él que nos dice: No juzguéis con acepción de personas11. Por tanto, si quieres oír la grave falta cometida por aquel rico, no busques otra cosa distinta de lo dicho por la Verdad. Era rico; se vestía de púrpura y lino y banqueteaba cada día espléndidamente. ¿Cuál era, pues, su grave falta? El no prestar ayuda al ulceroso que yacía a su puerta. Con toda claridad se dice de él que era hombre sin misericordia. En efecto, amadísimos, si el pobre que yacía a la puerta hubiera recibido suficiente pan del rico, ¿se diría que él deseaba saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico?12 Por sólo este acto inhumano de despreciar al pobre yacente a la puerta de su casa, sin alimentarlo de forma adecuada y digna, murió, fue sepultado, y cuando se hallaba en los infiernos en medio de tormentos, levantó sus ojos y vio al pobre en el seno de Abrahán. ¿Para qué demorarme en más detalles? Deseó una gota quien no dio una migaja, y no la recibió por justa sentencia quien no dio por cruel avaricia13. Por tanto, si ésta es la pena de los avaros, ¿cuál será la de los ladrones?
4. Pero me dice el ladrón de bienes ajenos: «Yo no soy como aquel rico: Celebro ágapes, llevo alimento a los encarcelados, visto a los desnudos, doy hospitalidad a los peregrinos». ¿Piensas que das? No quites y ya has dado. A quien das, se alegra; pero a quien lo quitas, llora; ¿a quién de estos dos va a escuchar el Señor? Dices a quien diste: «Da gracias porque has recibido». Pero desde la parte contraria te dice el otro: «Lloro porque me lo has quitado». Quitaste a éste casi todo y diste a aquél sólo una mínima parte. Pero ni aunque hubieras dado a los necesitados todo lo que quitaste al otro, agradarían a Dios tales obras. Te dice Dios: «Necio; te mandé dar, pero no de lo ajeno. Si tienes, da de lo tuyo; si no tienes nada propio que dar, es mejor que no des a nadie antes de despojar a los otros». Cuando Cristo el Señor se siente en el día del juicio y haga la separación poniendo a unos a la derecha y a otros a la izquierda, dirá a los que han obrado bien: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino14; en cambio, a los estériles, los que nada bueno hicieron en favor de los pobres, les dirá: Id al fuego eterno15. ¿Y qué ha de decir a los buenos? Pues tuve hambre y me disteis de comer16, etc. Ellos responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento? Y él a ellos: Cuando lo hicisteis a uno de estos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis17. Comprende, pues, necio que quieres dar limosna de lo robado, que, si cuando alimentas a un cristiano, alimentas a Cristo, cuando despojas a un cristiano despojas también a Cristo. Considerad lo que ha de decir a los de la izquierda: Id al fuego eterno. ¿Por qué? Porque tuve hambre y no me disteis de comer; estuve desnudo y no me vestisteis18. Id. ¿A dónde? Al fuego eterno. Id, sí. ¿Por qué? Porque estuve desnudo y no me vestisteis. Si, pues, irá al fuego eterno aquel a quien Cristo diga: «Estuve desnudo y no me vestiste», ¿qué lugar tendrá en el fuego eterno a quien diga: «Estuve vestido y me desnudaste»?
5. Llegado aquí, para evitar esas palabras de Cristo, es decir, para que no te diga: «Estuve vestido y me desnudaste», quizá pienses, cambiando de costumbre, en despojar al pagano y vestir al cristiano. También a este respecto te responderá Cristo; mejor, te responderá ahora por cualquier ministro suyo; te responderá y te dirá Cristo: «También aquí debes evitarme males. Si siendo cristiano despojas a un pagano, le impides que se haga cristiano». Quizá tengas qué responder todavía a esto: «No le aplico el castigo por odio, sino más bien por amor a la disciplina misma; así, pues, despojo al pagano para que mediante esta disciplina dura y saludable se haga cristiano». Te escucharía y te creería si le devolvieses, una vez hecho cristiano, lo que le quitaste cuando era pagano.
6. He hablado únicamente contra el vicio del robo, que devasta por doquier las cosas humanas. He hablado de él y nadie me ha contradicho. En efecto, ¿quién se atreverá a contradecir de palabra verdad tan manifiesta? No hago, pues, lo que nos ordenó el Apóstol, no refuto a los que se oponen; hablo a personas obedientes, instruyo a quienes me alaban, no refuto a los que se oponen. Es cierto; no se oponen con la lengua, sino con la vida. Le amonesto y roba; le enseño a no robar, y roba; le ordeno no robar, y roba; le recrimino y roba; ¿no es esto oponerse? Diré, pues, a este propósito lo que considero suficiente. Absteneos vosotros, hermanos; absteneos vosotros, hijos, de la costumbre de robar; también vosotros, que gemís bajo las manos de esos ladrones, absteneos también del deseo de robar. Aquél es poderoso y roba; tú lloras bajo la mano del ladrón, y si no robas es porque no puedes hacerlo. ¡Que se te presente la ocasión! Entonces alabaré el deseo dominado.
7. La Sagrada Escritura llama bienaventurado a quien no corre tras el oro; a quien pudo transgredir y no lo hizo; a quien pudo realizar el mal y no lo realizó19. Tú, en cambio, dices: «Nunca he rehusado devolver lo que es de otro». Quizá porque nadie te ha confiado nada, o si te lo han confiado, fue en presencia de testigos. Dime: «¿Has devuelto lo que recibiste de persona a persona sin otra presencia que la de Dios?». Si lo devolviste en ese caso, si restituiste al difunto lo que te confió en la persona de su hijo, que nada sabía de ello, entonces te alabaré porque no corriste tras el oro, porque pudiste transgredir y no lo hiciste, porque pudiste obrar mal y no obraste. Si, por casualidad, hallaste en la calle, sin que nadie te viera, una bolsa llena de monedas de oro y se la entregaste inmediatamente a su dueño. ¡Ea, hermanos!; volveos a vuestro interior, examinaos, interrogaos, respondeos la verdad y juzgaos sin consideración hacia vuestra persona, emitid una justa sentencia. Advierte que eres cristiano, que frecuentas la iglesia, que escuchas la palabra de Dios y que te emocionas de alegría con su lectura. Tú alabas a quien la expone, yo busco quien la cumple; tú —repito— alabas a quien habla, yo busco quien la cumpla. Eres cristiano, frecuentas la iglesia, amas la palabra de Dios y la escuchas de buena gana. Ve lo que te propongo, examínate al respecto, estate pendiente de ello, sube al tribunal de tu mente, ponte en presencia de ti mismo y júzgate; y si encuentras que eres un malvado, corrígete. He aquí, por tanto, mi propuesta. Dios, en su ley, ordena que se devuelva lo hallado20. Dios, en su ley, en la que dio a su primer pueblo, a aquellos por quienes aún no había muerto Cristo, ordena que se devuelva lo hallado, por ser de otro. Si alguien, por ejemplo, encuentra en la calle una bolsa de otro llena de monedas de oro, debe restituirla. ¿Y si no sabe a quién? No pondrá la excusa de la ignorancia si no está dominado por la avaricia.
8. Os voy a contar algo que es sin duda un don de Dios. Hay en el pueblo de Dios gente que no escucha en vano su palabra. Os voy a contar lo que hizo un hombre muy pobre cuando yo me encontraba en Milán. Era tan pobre que hacía de portero para un profesor de gramática; pero cristiano a carta cabal, aunque el gramático era pagano. Era mejor quien estaba a la entrada que quien se sentaba en la cátedra. Encontró una bolsa con cerca de doscientas monedas, si no me engaño en el número; acordándose de aquella ley puso un anuncio público. Sabía que tenía que devolverla, pero ignoraba a quién. Puso un anuncio público: «Quien haya perdido monedas venga a tal lugar y pregunte por fulano de tal». El que las había perdido, que llorando daba vueltas por todas partes, visto y leído el anuncio, se acercó a aquel hombre. Este, por temor a que viniese buscando lo que no era suyo, le pidió explicaciones preguntándole por el tipo de bolsa, por la imagen e incluso el número de las monedas. Y como sus respuestas se acomodaron a la realidad, le devolvió lo que había encontrado. El otro, a su vez, lleno de gozo, queriendo corresponder a su honradez, le ofreció un décima parte, es decir, veinte monedas, que no quiso recibir. Le ofreció diez, y tampoco quiso aceptarlas. Le suplicó que aceptase al menos cinco, y tampoco quiso. Lleno de indignación, arrojó la bolsa al suelo, diciendo: «Nada he perdido; si no quieres recibir nada de mí, tampoco yo he perdido nada». ¡Qué competición, hermanos míos, qué competición! ¡Qué lucha, qué combate! El escenario es el mundo; el espectador, Dios. Vencido al fin aquél, aceptó lo que se le ofrecía y, acto seguido, lo dio todo a los pobres, no dejando en su casa ni una sola moneda.
9. ¿Qué es esto? Si algo he obrado en vuestros corazones, si la palabra de Dios ha hallado asiento en vosotros, si encontró descanso a vuestro lado, haced esto, hermanos míos; no penséis sufrir daño alguno por hacerlo; grande es la ganancia si hacéis lo que os digo. «He perdido veinte, doscientas, quinientas monedas». «¿Qué perdiste?» Esas monedas salieron de tu casa, pero otro las había perdido, no tú. La tierra os es común, estáis en una misma casa, en este mundo uno y otro sois viajeros y habéis entrado en la posada de esta vida. Él depositó ese dinero y se olvidó; se le cayó y tú lo encontraste. ¿Quién eres tú que lo encontraste? Un cristiano. ¿Quién lo encontró? Tú, que escuchaste la ley; tú, un cristiano que escuchaste la ley. ¿Quién lo encontró? Tú lo encontraste, tú, que al oír la ley mucho la alabaste. Por tanto, si tu alabanza fue sincera, devuelve lo que encontraste. Porque si no has devuelto lo que encontraste, has dado testimonio contra ti mismo. Sed fíeles cuando encontráis algo, y entonces vituperad a los inicuos ladrones. Pues lo que hallaste y no devolviste, eso robaste. Hiciste lo que te fue posible. Si no hiciste más fue porque no pudiste. Quien niega a otro lo que es suyo, si le fuera posible se lo quitaría. El temor te prohíbe quitárselo; no es que hagas el bien, sino que temes el mal.
10. ¿Qué tiene de grande temer el mal? Lo grande es no hacer el mal; lo grande es amar el bien. En efecto, también el ladrón teme el mal, y cuando no puede no lo hace y, no obstante, es ladrón. Dios interroga al corazón, no a la mano. Se acerca el lobo al redil de las ovejas con la intención de asaltarlo, de estrangularlo y devorarlo; vigilan los pastores, ladran los perros; no le es posible, no se lleva ninguna oveja, a ninguna mata; pero lobo vino y lobo regresa. ¿Acaso por el hecho de no llevarse ninguna oveja vino siendo lobo y volvió convertido en oveja? Vino lobo aullando y regresa lobo temblando; es tan lobo cuando aúlla como cuando tiembla. Interrógate, pues, a ti mismo, quienquiera que desees juzgar, y examina si te privas de hacer el mal cuando puedes hacerlo sin ser castigado por los hombres: entonces temes a Dios. Nadie está presente más que tú y aquel a quien haces el mal, y Dios que os ve a uno y a otro. Míralo a él y teme; es poco decir: míralo a él y teme el mal en ese momento: ama ahí el bien. Pues aunque no hagas el mal, si es por temor al infierno, aún no eres perfecto. Me atrevo a decir que si por temor al infierno no obras el mal, tienes ciertamente fe, porque crees en el futuro juicio de Dios y me alegra tu fe, pero aún temo tu malicia. ¿Qué acabo de decir? Que si evitas hacer el mal por temor al infierno, no haces el bien por amor a la justicia.
11. Una cosa es temer el castigo, otra amar la justicia. En ti debe hallarse el amor casto por el que desees ver, no el cielo y la tierra, ni las llanuras de agua del mar, ni espectáculos frívolos, ni el brillo y resplandor de las piedras preciosas; desea más bien ver a tu Dios, amar a tu Dios, puesto que se dijo: Amadísimos, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos; pues sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es21. He ahí en qué visión has de pensar para hacer el bien y para evitar el mal. Si, pues, amas ver a tu Dios; si en medio de esta peregrinación suspiras por su amor, advierte que te prueba el Señor tu Dios, como si te dijera: «Haz lo que quieras, da satisfacción a todos tus deseos, extiende tu maldad, amplia tu derroche, considera lícito cuanto te agrada; no te voy a castigar por ello, no te envío el infierno, solamente te negaré el ver mi rostro». Si te asustaste, amas; si el decir que tu Dios te negará su rostro estremeció tu corazón y consideraste máximo castigo el no ver a tu Dios, tu amor es desinteresado. Por tanto, si mi palabra ha encontrado en vuestros corazones una chispa de amor desinteresado a Dios, alimentadla; para agrandarla invocadle con la súplica, con la humildad, con el dolor del arrepentimiento, con el amor de la justicia, con las buenas obras, el llanto sincero, la vida irreprochable y la amistad fiel. Soplad sobre esa chispa de amor sano que existe en vosotros y alimentadla; cuando haya crecido y se haya convertido en una llama grande y hermosa, consumirá el heno de todos los deseos carnales.