SERMÓN 177

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Evitar la avaricia (1Tm 6,7—19)

1. El tema de nuestro sermón lo da la lectura del Apóstol. Nada —dice— trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos de él; teniendo alimento y vestido, estemos contentos. Pues los que quieren hacerse ricos, caen en la tentación y en el lazo, en muchos y nocivos deseos que sumergen a los hombres en la perdición y la muerte. La raíz de todos los males es la avaricia, siguiendo la cual algunos cayeron en el error y fueron a dar en muchos dolores1. Tema que merece que vosotros estéis atentos para escuchar y yo dispuesto para hablar. Con estas palabras se pone ante nuestros ojos la avaricia; sea acusada, no defendida; más aún: una vez acusada, sea condenada, para evitar que lo sea juntamente con ella su defensor. Ignoro de qué modo actúa la avaricia en los corazones de los hombres para que todos o —hablando con mayor verdad y cautela— casi todos la condenen de palabra, y con los hechos quieran darle acogida. Contra ella han lanzado muchos acusaciones numerosas, de tamaño, de peso y verídicas; tanto los poetas como los historiadores, y los oradores y filósofos, y toda clase de gentes de letras y profesionales han hablado abundantemente contra la avaricia. Gran cosa es no tenerla, y mucho mejor carecer de ella que hablar de sus males.

2. ¿Qué diferencia hay entre los filósofos, por ejemplo, y el Apóstol en la condenación de la avaricia? ¿En qué se distinguen? Si ponemos atención, advertimos algo que es propio sólo de la escuela de Cristo. Ved lo que he acabado de mencionar: Nada trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos de él; teniendo alimento y vestido, estemos contentos2: esto lo han dicho muchos. También hubo quienes dijeron que la avaricia es la raíz de todos los males3. En cambio, ninguno de ellos dijo lo que viene a continuación: Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas; busca la justicia, la fe, la caridad4 en compañía de quienes invocan el nombre del Señor con pureza de corazón5. Tales cosas ninguno de ellos las ha dicho. La sólida piedad está lejos de las bocas ruidosas. Por tanto, hermanos, dado que están fuera de nuestra sociedad estos que acusaron y hasta despreciaron la avaricia, para que no nos parezcan personas extraordinarias u hombres de Dios, se dijo: Pero tú, hombre de Dios. Para que de ningún modo se les compare, esto es lo primero que debemos mantener y anotar como distinto: que nosotros, cuanto hacemos, lo hacemos por Dios. Pues, aun fuera del culto al verdadero Dios, se reprueba a cualquier amante de la avaricia. Sin embargo, nos debe causar mayor preocupación la regla de la piedad, más verdadera. Sería cosa vergonzosa, para ruborizarse y dolerse en extremo, el que los adoradores de los ídolos mostrasen dominar la avaricia, mientras el adorador del único Dios está subyugado por ella y se hace siervo de la avaricia quien tiene por precio la sangre de Cristo. Añade algo más el Apóstol; dice a Timoteo: Ante Dios, que vivifica todo, y ante Jesucristo, que, bajo Poncio Pilato, dio el testimonio de una buena confesión —ya veis cuán lejos de ellos se halla esta forma de hablar—, te recomiendo que guardes el precepto sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, que, a su debido tiempo, mostrará el feliz y único soberano, el rey de reyes y señor de señores, el único inmortal, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver, a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos6. De esta familia hemos sido hechos miembros; en ella hemos sido adoptados. Somos sus hijos no por nuestros méritos, sino por gracia de él. Es cosa demasiado grave y horrible el que la avaricia nos aprisione en la tierra, siendo así que decimos: Padre nuestro, que estás en los cielos7. Ante este deseo de Dios deben perder valor todas las cosas; demos como no existentes para nosotros las cosas entre las que hemos nacido, puesto que por él hemos renacido. Sean objeto de uso, según necesidad, mas no de amor; sean como posada del peregrino, no como propiedad del posesor. Repara tus fuerzas y sigue adelante. Estás de viaje, mira hasta quién te llegaste, puesto que es grande quien vino hasta ti. Alejándote de este camino, dejas lugar para el que llega; tal es la condición de las posadas: te vas para que otro ocupe tu lugar. Pero si quieres llegar a un lugar seguro en extremo, que no se aparte de ti Dios, a quien decimos: Me has guiado por los caminos de tu justicia, por tu nombre8, no por mis méritos.

3. Uno es, pues, el camino de la mortalidad y otro el de la piedad. El camino de la mortalidad es común a todos los que nacen; el de la piedad, no; aquel lo recorren todos los que nacen; este, sólo los que renacen. Al primero pertenece el nacer, crecer, envejecer, morir. Para ello es necesario el alimento y el vestido9. Bástenos lo suficiente para el viaje. ¿Por qué te cargas tanto? ¿Por qué llevas tanto peso para este breve camino, peso que no te ayuda a llegar a la meta, sino que más bien te hará sentirte más agobiado una vez concluido el camino? Miserable es hasta más no poder lo que quieres que te acontezca: te cargas, llevas mucho peso, te oprime el dinero en este camino y después de él la avaricia. La avaricia, en efecto, es la inmundicia del corazón. Nada de lo que has amado sacas de este mundo, a no ser el vicio que también has amado. Si eres perseverante en amar al mundo, quien hizo el mundo no te encontrará limpio. Sirva, pues, el dinero usado con moderación para la utilidad temporal; sirva de viático para la meta establecida, según está escrito: Sin amarlo —dice—, la cantidad de dinero sea la suficiente para las necesidades presentes10. Pon atención a lo que puso de entrada: Sin amarlo —dijo—; así, pues, introduce tu mano para desligar de él tu corazón. Pues si quieres atar el corazón con el amor al dinero, irás a dar en muchos dolores. ¿Dónde quedará entonces esto: Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas11? No dice: «Abandónalas, déjalas», sino: Huye, como si se tratase de un enemigo. Querías huir con el oro; huye del oro; huya tu corazón y no habrá que temer por su uso. No haya codicia, no falte la piedad. Tienes en qué emplearlo, si eres señor y no siervo del oro. Si eres señor del oro, harás con él el bien; si eres siervo, hará contigo el mal. Si eres señor del oro, alaba al Señor aquel a quien vestiste; si eres siervo, blasfema contra Dios aquel a quien despojaste. Siervo te hace la codicia, libre la caridad. Si no huyes de aquélla, serás siervo. Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas. En este asunto, si no quieres ser esclavo, huye.

4. Escuchaste de qué debes huir; también qué has de buscar. Tu fuga, en efecto, no es vana ni tu dejar equivale a no adquirir nada. Trata de alcanzar, por tanto, la justicia, la fe, la piedad, la caridad12. Hágante rico estas cosas. Estas riquezas son interiores; a ellas no tiene acceso el ladrón13, a no ser que la voluntad perversa le dé lugar a ello. Fortalece tu arca interior, es decir, tu conciencia. Estas riquezas no te las puede quitar ni el salteador, ni tu adversario por poderoso que sea, ni el enemigo o bárbaro que irrumpa en tus fronteras; ni siquiera un naufragio, del cual, aunque salgas desnudo, sales lleno. En efecto, tampoco estaba en verdad vacío, aunque externamente parecía no tener nada, el que decía: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como al Señor plugo, así se hizo; sea bendito el nombre del Señor14. ¡Plenitud digna de alabanza! ¡Riqueza enorme! Vacío de oro, lleno de Dios; vacío de todo poder transitorio, lleno de la voluntad de su Señor. ¿Por qué buscáis el oro en medio de tantas fatigas y viajes? Amad estas riquezas y estaréis llenos al instante. Si el corazón está abierto, aparece la fuente de donde manan. La llave de la fe abre el corazón; abre y limpia el lugar en que poner las riquezas. Que no te parezca estrecho: cuando entren tus riquezas, tu Dios, él lo dilatará.

5. Por tanto, sin amarlo, la cantidad de dinero sea la suficiente para las necesidades presentes15. ¿Por qué de las presentes? Porque nada trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos de él16. Por eso habla de las presentes, no de las futuras. Mas ¿qué cosa engaña al hombre para entramparlo en las cuentas de la avaricia? «¿Y si vivo muchos años?». Quien te da la vida, ¿no te va a dar con qué sostenerla? En última instancia están las rentas; ¿por qué buscar también el tesoro? Algo te renta tu negocio, algo tu industria y algo el dinero; bástete eso, nada de atesorar, no sea que donde colocas tu tesoro, allí coloques también tu corazón y escuches inútilmente y respondas con mentira a la invitación: «Levantemos el corazón». ¿No te acusa interiormente tu corazón cuando respondes a tan sagradas palabras y con tu voz asientes a ellas? Aunque le tengas agobiado y oprimido, ¿no te dice interiormente: «Por qué mientes, si me dejas bajo tierra?». «¿No estoy donde está tu tesoro? Por tanto, mientes». ¿No es verdad que te dice esto? ¿O miente, acaso, quien dijo: Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón?17 Tú dices: No estará allí. La verdad replica: Estará allí. —No estará allí, porque no tengo allí mi amor. —Pruébalo con los hechos. No amas las riquezas, pero eres rico. Ciertamente consideras con atención las cosas y distingues bien: distingues entre ser rico y querer serlo. Grande es la diferencia que hay entre serlo y querer serlo. Justa es la distinción, no puede negarse. En el primer caso existen las riquezas; en el segundo, la codicia de ellas.

6. En efecto, hasta el mismo Apóstol no dice: «Quienes son ricos», sino: Quienes quieren hacerse ricos, quienes quieren llegar a serlo, caen en la tentación y en el lazo, en muchos y nocivos deseos18; no por ser ricos, sino por querer serlo. Por eso emplea el término deseos. El deseo es lo que existe en el hombre que quiere alcanzar lo que no tiene, pues nadie desea lo que ya posee. La avaricia es ciertamente insaciable; e incluso en aquellos que tienen mucho, el deseo se refiere no a lo que ya poseen, sino a lo que quieren poseer. Posee uno una granja, pero desea poseer otra que aún no es suya, y una vez que se haya hecho con esta, deseará otra; de todos modos, nunca deseará lo que tuvo, sino lo que no tuvo. Queriendo, pues, ser rico, arde en deseos, se enciende, siente sed y, como enfermo de hidropesía, cuanto más bebe, más sed tiene. Admirable es la semejanza con esta enfermedad corporal: sin género de dudas, el avaro es un hidrópico en el corazón. En efecto, el hidrópico corporal está lleno de líquido, líquido que le pone en peligro y del que no se sacia; de modo semejante, el hidrópico de corazón, cuanto más tiene, tanto más necesita. Cuando tenía menos, deseaba cosas más pequeñas, disfrutaba con poco y se alegraba con sus pocas monedas; en cambio, ahora que está lleno, repleto y abunda en todo —cada día le llegan nuevas herencias— bebe y tiene sed. «Si tengo esto, podré tener aquello. Ahora puedo poco porque tengo poco». Una vez que hayas obtenido también esto, tendrás más cosas que desear: lo que ha aumentado es la necesidad, no tu poder.

7. «Pero no amo —dice— lo que tengo, para así mantener en alto el corazón». Estoy plenamente de acuerdo: si no lo amas, puedes tener en alto tu corazón. ¿Por qué no va a estar en lo alto un corazón libre? Pero mira si no lo amas; respóndete fielmente a ti mismo y no ante una acusación mía, sino ante una interrogación personal. «Es cierto —dice—; no lo amo; sin duda soy rico, mas dado que ya lo soy, no quiero serlo, no sea que caiga en la tentación y en el lazo, en muchos y nocivos deseos que sumergen a los hombres en la perdición y la muerte19: mal grave, horrendo, peligroso, fatal; ya soy rico, dice; no quiero serlo». —¿Eres ya rico? —Ya lo soy, dice. —¿No quieres serlo? —No, repite. —¿Si no lo fueras ya, tampoco querrías? —Tampoco. Ahora, puesto que ya lo eres y la palabra de Dios que te encontró rico exteriormente te hizo rico también interiormente, acoge lo que se dijo a los ricos, lo contenido en estas palabras: Nada trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos de él; teniendo alimento y vestido, estemos contentos. Pues quienes quieren ser ricos caen en la tentación20, etc.; quienes quieren —dice— ser ricos: palabras que parece van dirigidas a los pobres. ¿Te encontraron siendo pobre estas palabras del Apóstol? Repítelas y te conviertes en rico; dilas en tu corazón y de corazón: «Nada he traído a este mundo y nada puedo llevarme de él; teniendo alimento y vestido, estoy contento, pues si quisiera ser rico caería en la tentación y en el lazo». Dilas y mantente en el estado en que te encontraron. No te metas en un sinfín de dolores, no sea que cuando quieras librarte de ellos te desgarres. ¿Te encontró, acaso, siendo rico? Hay otras palabras que hemos de proclamar: quien fue hallado rico no piense que no se dijo nada para él. El Apóstol lo dice a Timoteo mismo, pero lo dice a un pobre, pues Timoteo, como Pablo, era pobre. ¿Qué ha de decir, pues, de este asunto a Timoteo, hombre pobre, que se refiera a los hallados ricos? Escucha qué: Ordena —dice— a los ricos de este mundo21. Pues existen también ricos de Dios, y auténticos ricos no lo son sino los ricos de Dios, como el mismo Pablo, que dice: Pues he aprendido a bastarme con lo que tengo22. Dame un rico de este mundo que repita estas palabras: He aprendido a bastarme con lo que tengo; al avaro no le es suficiente. Por tanto —dice—, ordena a los ricos de este mundo. ¿Qué he de decirles? —¿Que no quieran ser ricos? Se les halló siéndolo ya; escuchen lo que se les dijo a ellos. Lo primero de todo es: No sean soberbios23. Con esta finalidad se tienen y se aman tanto las riquezas. Con ellas se hace el nido para la soberbia, en el que se nutre y crece y, lo que es peor, permanece, sin soltarse a volar. Por tanto, antes que nada: No sean soberbios. Para ello comprenda, considere y piense el rico que también él es mortal e igual al pobre mortal. A ambos los recibió desnudos la tierra, a ambos los espera la muerte y ante ninguno de los dos tiene miedo la fiebre. La tiene el pobre en su lecho de tierra; pero tampoco el rico la asusta cuando viene a su lecho de plata. Ordena —pues— a los ricos de este mundo que no sean soberbios. Reconozcan que los pobres son sus iguales; los hombres pobres son también hombres; el vestido es distinto, pero la piel es idéntica; y aunque al rico le entierren envuelto en aromas, no por eso dejará de tener lugar la corrupción, aunque tarde más; tardará más en corromperse, pero ¿no se corromperá acaso? Mas supongamos que uno de los dos no se corrompe; en todo caso, uno y otro carecen de sensibilidad. Ordena a los ricos de este mundo que no sean soberbios. No sean soberbios y entonces serán verdaderamente como desean que se les considere. Si no las aman, poseerán las riquezas sin ser poseídos por ellas.

8. Pero pon atención a lo que sigue: No sean soberbios ni pongan su esperanza en riquezas inseguras24. Amas el oro: asegura, si puedes, que no temes perderlo. Has reunido una fortuna; si puedes, ofrécete a ti mismo seguridad. Ni ponga su esperanza en riquezas inseguras. Vienen, se van; tan pronto las hay como perecen o se vive en el temor de perderlas. No pongan, pues, su esperanza en riquezas inseguras. Retiró de ellas la esperanza. ¿Dónde la depositó? Sino en el Dios vivo25. Deposita en él tu esperanza, ancla en él tu corazón26, para que la tempestad de este siglo no te quebrante y te haga perecer: en el Dios vivo, que nos da todo con abundancia para disfrutarlo27. Si nos da todo, ¡con cuánta mayor razón se nos dará a sí mismo! Efectivamente, en orden a disfrutar, él será para nosotros todo. A mí me parece que sólo se refería a sí mismo al decir: Que nos dio todas las cosas con abundancia para disfrutarlas. Se ve, en efecto, que una cosa es usar y otra disfrutar. El usar va unido a la necesidad y el disfrutar a la alegría. Por tanto, para nuestro uso nos dio estas cosas temporales y para nuestro disfrute se nos dio a sí mismo. Si se dio a sí mismo, ¿por qué dice todas las cosas sino porque está escrito: Para que Dios sea todo en todos?28 Póngase en él el disfrute del corazón, para que esté en lo alto el mismo corazón. Desátate de aquí, pero átate allí; te es peligroso permanecer sin cadenas en medio de estas tempestades.

9. No pongan su esperanza en las riquezas inseguras. Pero no se les dice que no la pongan en ningún lugar, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas con abundancia para disfrutarlas29. ¿Qué es más todas las cosas que el que las hizo todas? Ninguna de estas cosas hubiesen sido hechas por él si no las hubiera conocido. ¿Quién osará decir: «Hizo Dios lo que desconocía»? Hizo lo que conocía. Lo tenía, pues, antes de hacerlo; pero lo tenía de maneras maravillosas, no al modo como las hizo, es decir, temporales y pasajeras, sino como es habitual en el artista. Tiene en su interior lo que obra exteriormente. Allí están, por tanto, las cosas principales, las inmortales, indeficientes, permanentes y el mismo Dios, todo en todos30. Él será todo en todos, pero para sus santos, para sus justos. Él, por consiguiente, basta; sólo basta aquel de quien se dijo: Muéstranos al Padre y nos basta31. Pero les responde: ¿Tanto tiempo llevo con vosotros y no me habéis conocido? Quien me ve a mí, ve también al Padre32. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es todo. Con razón sólo él basta. Si somos avaros, amémosle a él. Si deseamos riquezas, deseémosle a él. Solamente nos podrá saciar aquel de quien se dijo: Que sacia de bienes tus deseos33. ¿No basta esto al pecador? ¿No es suficiente para el pecador este bien tan grande y tan magnífico? Queriendo tener más, pierde todo, porque la avaricia es la raíz de todos los males34. Con razón increpa Dios por medio del profeta al alma pecadora y fornicaria que se aleja de él con estas palabras. Pensaste que, apartándote de mí, ibas a tener algo más35. Pero, como aquel hijo menor, tuviste que apacentar puercos36; ve que perdiste todo, que te quedaste en la miseria y que, aunque tarde, volviste cansado. Comprende de una vez que lo que el Padre te daba estaba más seguro bajo su custodia: Pensaste que, apartándote de mí, ibas a tener algo más. ¡Oh alma pecadora y llena de fornicaciones, de liviandades, demacrada, inmunda y tan amada! Vuelve, pues, al hermoso para recuperar la belleza; vuelve y dile a aquel con quien te basta: Perdiste a quien se aleja de ti37. ¿Qué es lo que te basta sino lo que sigue?: Mas, para mí, el bien consiste en adherirme a Dios38. En alto, pues, el corazón; no lo dejes en la tierra, no en el tesoro mendaz en extremo, no en el lugar de la podredumbre. Pues la avaricia es la raíz de todos los males. Incluso en Adán fue la avaricia la raíz de todos los males. En efecto, quiso más de lo que había recibido, porque Dios no le bastaba.

10. Pon ahora atención, ¡oh rico!, a lo que has de hacer con lo que tienes. Ya no eres soberbio, ¡perfecto! No tienes puesta tu esperanza en riquezas inseguras, ¡extraordinario! Antes bien, tu esperanza está en el Dios vivo, que nos da todo con abundancia para disfrutarlo39: ¡digno de toda alabanza! No seas, pues, perezoso respecto de lo que sigue: Sean ricos en buenas obras40. Intentemos ver esto; y lo que no veamos, creámoslo. Decías: «Tengo oro, pero no lo amo». El no amarlo pertenece a tu fuero interno; pero si algo merezco ante ti, dame también a mí una prueba de ello; lo que no ocultas a tu Dios, demuéstralo también a tu hermano. «¿Cómo —pregunta— lo probaré?». Como dice a continuación: Sean ricos en buenas obras, den con facilidad41. Sé rico para esto: para dar con facilidad. El pobre quiere dar, pero no tiene; a él le resulta difícil, a ti fácil. El ser rico te es provechoso, porque, si quieres hacerlo, inmediatamente lo haces. Den con facilidad, repartan42. ¿Lo pierden, acaso? Atesórense un buen fundamento para el futuro43. Y a fin de que no amemos también para la otra vida el mismo oro, plata y posesiones que entre los bienes de los hombres parecen hermosos y a fin de que no deseemos para allí tales bienes por habérsenos dicho: «Llevadlo allí y colocad allí vuestro tesoro», nos previene contra esos pensamientos carnales diciendo: Para que alcancen la vida verdadera44, no el oro, que queda en la tierra, ni las riquezas sujetas a la podredumbre, ni los bienes pasajeros, sino la vida verdadera. ¿Cómo, pues, los trasladamos, si estas cosas no pasarán allá, ni tendremos allí lo que traspasamos de aquí? En cierto modo, el Señor nuestro Dios quiere que seamos comerciantes y hace intercambio con nosotros: le damos lo que abunda aquí y recibimos lo que abunda allí, como tantos que hacen intercambios de mercancías: en un lugar dan una cosa y reciben otra en el lugar adonde llegan. Por ejemplo, uno dice a su amigo: «Recibe aquí este oro mío y dame en África aceite»; lo traslada y no lo traslada; lo que dio ya lo trasladó, pero no recibió la misma mercancía. Recibe lo que desea. Hermanos míos, nuestro comercio con Dios es semejante a éste. ¿Qué damos y qué recibimos? Damos lo que no podemos llevar con nosotros aunque queramos, por lo que, en consecuencia, perece. Dese, pues, lo menor aquí para hallar allí lo mayor. Damos tierra y recibimos cielo; damos bienes temporales y los recibimos eternos; los damos corruptibles y los recibimos imperecederos; por último, damos lo que nos dio Dios y recibimos al mismo Dios. No seamos, pues, perezosos para realizar este intercambio de mercancías en este comercio excelente e inefable. Aprovechemos el hallarnos aquí, aprovechemos el haber nacido, aprovechemos el ser peregrinos. No regresemos en la indigencia.

11. No penetre en el arca de tu corazón la polilla del mal pensamiento. Que nadie diga: «No daré por si no tengo para mañana». No pienses demasiado en el futuro lejano. Atesórense para sí —dice— un buen fundamento para el futuro, para que alcancen la vida verdadera45. Como dijo el Apóstol, no se trata de que haya alimento para los otros y escasez para vosotros, sino en función de lo que cada uno tiene46. Sólo pide que no améis, ni guardéis, ni atesoréis ni os apoyéis en las cosas creadas, es decir, que no pongáis la esperanza en cosas inseguras. ¡Cuántos no fueron a dormir ricos y se levantaron pobres! Si dijo: Sin amarlo, la cantidad de dinero sea suficiente para las necesidades presentes47, fue por reflexiones de este tipo, por malos pensamientos, como los que dicen: «Si nada tengo atesorado, ¿quién me dará si comenzare a sentir necesidad?»; y luego: «Tengo abundancia o suficiencia para vivir; pero ¿qué, si me cae encima una calumnia?; ¿cómo me libraré de ella? ¿Qué, si me es necesario entrar en pleitos; cómo cubriré los gastos?». ¡Por mucho tiempo que hayas empleado en narrar y contar todos los males que pueden acaecer al género humano, con frecuencia una sola desgracia desbarata los cálculos de quien los hacía, y no sólo perece, sino que ni siquiera en los dedos queda nada de lo que contaba! Por eso, después de haber dicho: Sin amarlo, la medida del dinero sea la suficiente para las necesidades presentes48, contra aquellos malos pensamientos, contra este gusano del pensamiento, contra la maligna polilla puso Dios algo en su Escritura, de modo semejante a como se acostumbra a poner ciertos olores a los vestidos para que no se apolillen. ¿Qué cosa? Pensabas en que no te faltase dinero para aquella y aquella ocasión y enumerabas un sinfín de calamidades. ¿No sentías temor ante la única grande? Pon atención a lo que sigue a estas palabras: Sin amarlo, la medida del dinero sea la suficiente para las necesidades presentes; él mismo dijo: No te dejaré solo, no te abandonaré49; temías no sé qué males y pensando en ellos guardabas el dinero; tenme a mí por fiador. Esto es lo que te dice Dios. No es un hombre, no uno como tú o tú mismo, sino Dios quien te dice: No te dejaré solo, no te abandonaré. Si te lo prometiera un hombre, le creerías; te lo promete Dios, ¿y dudas? Ha hecho la promesa, la ha dejado escrita, dejó una garantía: estate seguro. Lee lo que tienes; tienes la garantía de Dios; tienes por deudor aquel a quien pediste que te perdonara tus deudas50. Amén.