La justicia y la victoria que vienen de Dios(Flp 3,3—16; Sal 142,1—2; Jn 6,39)
1. Todas las lecturas divinas están tan relacionadas entre sí que parece que se trata de una única lectura. La razón es que proceden en su totalidad de una misma boca. Múltiples son las bocas de los que desempeñan el servicio de la palabra, pero única es la del que llena a esos servidores. Acabamos de escuchar la lectura del Apóstol y quizá turbe a alguien lo allí escrito: Según la justicia fundada en la ley, he vivido irreprochablemente. Lo que para mí fue ganancia, lo he considerado pérdida por Cristo1. A continuación añade: No solamente lo consideré como pérdida, sino también como estiércol, con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él no poseyendo justicia propia, fundada en la ley, sino la que viene de la fe en Jesucristo2. ¿Cómo equiparó a una pérdida y al estiércol el vivir irreprochablemente según la justicia fundada en la ley? ¿Quién, entonces, dio la ley? ¿No se anticipó con la ley quien después vino con el perdón para los transgresores de la ley? Creemos, en efecto, que él trajo el perdón para quienes la ley consideraba culpables. Pero ¿acaso la ley consideraba culpables a quienes habían vivido de forma irreprochable conforme a la justicia fundada en ella? Y si el Señor trajo el perdón y la remisión de los pecados para los culpables ante la ley, ¿no lo trajo para el apóstol Pablo, que afirma haber vivido sin reproche en la ley? Mas escuchémosle en otro texto: Nos salvó —dice— no por las obras que hubiésemos hecho, sino por su misericordia, mediante el lavado de la regeneración3. Y otra vez: Antes fui blasfemo, perseguidor y ultrajador, pero he alcanzado misericordia4, etc. Por una parte reconoce haber vivido irreprochablemente según la ley, y por otra confiesa haber sido pecador, para que ningún pecador pierda la esperanza respecto de sí, dado que Pablo obtuvo el perdón.
2. Ved, hermanos, y considerad la fuerza de estas palabras por las que el apóstol Pablo considera como perjuicio y estiércol el período en que dice haber vivido irreprochablemente5. Al mismo tiempo, antes del bautismo, antes de la gracia, es, a la vez, cumplidor y reo de la ley. Pero al hablar de pérdida no lo hace sin motivo: para que no hagan acto de presencia ideas dañinas, según las cuales el apóstol Pablo ha afirmado que uno dio la ley y otro distinto el evangelio, según pensaba la mente aberrante de Manes y de otros herejes, quienes sostuvieron que uno fue el autor de la ley dada por Moisés y otro el que otorgó la gracia evangélica, siendo el primero el Dios malo y el segundo el Dios bueno. ¿De qué nos extrañamos, hermanos? En medio de la oscuridad de la ley, como si se hallasen con las puertas cerradas, sufrieron las tinieblas porque no pulsaron con piedad. Nos encontramos con que alguna vez el mismo Pablo dice, con toda claridad, que la ley es buena6, y que, no obstante, fue dada para que abundase el pecado y que abundó el pecado para que sobreabundase la gracia7. En efecto, los hombres presumían de sus fuerzas, y haciendo lo que creían les era lícito, pecaban contra la ley oculta de Dios8. Por este motivo se les promulgó manifiestamente esta ley a quienes en ningún modo se consideraban reos. Se les dio la ley no para que los sanase9, sino para que les mostrase su enfermedad. Antes de que viniera el médico llegó la ley, para que el enfermo que se creía sano se reconociera enfermo. Dice ella: No apetecerás10. Antes de la ley no existía todavía la transgresión, pues donde no hay ley —dice— tampoco hay transgresión11. Con anterioridad a la ley se pecaba sin ella12; pero el pecado cometido tras la promulgación de la ley es mayor, puesto que se le añade la transgresión. El hombre se encuentra vencido por sus apetencias que alimentaba en contra suya con la mala costumbre, él que traía su origen de Adán y con él la cadena y la servidumbre del pecado. Por ello dice el Apóstol: También nosotros fuimos alguna vez hijos de la ira por naturaleza13. De aquí procede también el que diga que ni siquiera el niño de un solo día de vida se halle limpio de pecado14, no del cometido personalmente, sino del heredado.
3. Escucha el salmo que proclama nuestras intimidades y pregona nuestros pecados más secretos. En representación del género humano, se dice a Cristo: Contra ti solo he pecado, y he hecho el mal en tu presencia15. Esto no lo dice el salmo en nombre del único David, sino en nombre de Adán, de quien procede el género humano. Oye también lo que sigue: Contra ti solo he pecado —dice— y he hecho el mal en tu presencia, para que aparezca la justicia en tus palabras16. Son palabras dirigidas a Cristo; ¿de dónde lo deducimos? Escucha lo que sigue: Y venzas cuando seas juzgado17. Ni Dios Padre ni Dios Espíritu Santo han sido juzgados. Encontramos que sólo el Hijo ha sido juzgado, pero en esta carne que se dignó tomar de nuestra masa, aunque no por el cauce de la concupiscencia de un hombre y una mujer: una virgen creyó, una virgen concibió, una virgen dio a luz y virgen permaneció. Y por eso se dice: Y venzas cuando seas juzgado. En efecto, fue juzgado y venció, puesto que sufrió el juicio sin haber pecado. El someterse al juicio fue resultado de su paciencia, no de su culpa. Muchos de los que son juzgados resultan inocentes, pero respecto a aquello de lo que se les acusa, pues por lo demás tampoco carecen de pecado, puesto que, como ante los hombres el pecado está en la acción, ante Dios también en el pensamiento. Ante los ojos de Dios está tu acción: tu pensamiento. Testigo de la acción es el mismo juez; la acusadora, la misma conciencia. En consecuencia, aquél fue juzgado siendo verdaderamente inocente, y por eso venció. Efectivamente, él fue el único que venció, no al juez Poncio Pilato ni a los judíos ensañados contra él, sino al mismo diablo, que escudriña todos nuestros pecados con una diligencia propia de la envidia.
4. ¿Y qué dice el Señor Jesús acerca del mismo diablo? Ved que viene el príncipe de este mundo18. Con frecuencia he dicho ya a Vuestra Caridad que con la expresión «este mundo» se designa a los pecadores. ¿Por qué se les da este nombre? Porque moran en el mundo llenos de amor al mundo. En efecto, quienes no aman el mundo, no moran en un lugar que no aman. Nuestra vida —dice el Apóstol— está en el cielo19. Por tanto, si quien ama a Dios habita con Dios en el cielo, quien ama al mundo habita en el mundo con el príncipe del mundo. En consecuencia, todos los que aman el mundo son ellos mismos mundo; son los habitantes del mundo, no en la carne —cosa propia de todos los justos—, sino en el espíritu —propio sólo de los pecadores que tienen por príncipe al diablo—. De idéntica manera se llama casa a los moradores de la misma; según esta forma de hablar, decimos que es mala una casa hecha de mármol y buena otra toda ennegrecida por el humo. Te encuentras con una casa de este estilo, pero habitada por gente buena, y dices: «Buena casa ésta»; te encuentras, en cambio, con otra recubierta de mármol y bien artesonada, propiedad de personas malvadas, y dices: «Mala casa», llamando casa no a las paredes y habitaciones para los cuerpos, sino a los moradores mismos. De modo semejante, la Escritura denominó mundo a los que habitan en el mundo, no por la presencia corporal, sino por tener en él el objeto de su amor. Por tanto, dice: Ved que viene el príncipe de este mundo y en mí nada encuentra20. Él es el único en quien el diablo no encuentra nada. Y como si se le preguntara: «¿Por qué, entonces, vas a la muerte?», dice a continuación: Mas para que sepan todos que cumplo la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí21. Se levanta y se encamina a la pasión. ¿Por qué? Porque cumplo la voluntad de mi Padre. Atendiendo a esta inocencia singular, dice el salmo: Contra ti solo he pecado y he hecho el mal en tu presencia, para que aparezca la justicia en tus palabras y venzas cuando seas juzgado22, por la razón de que nada malo se encontró en ti. ¿Por qué, entonces, lo halló en ti, género humano? Porque sigue diciendo: Pues fui concebido en la iniquidad y en el pecado me engendró mi madre23. Esto lo dice David. Examina de dónde nació David; hallarás que de la esposa legítima, no de adulterio alguno. Entonces, ¿a qué generación se refiere cuando dice: Fui concebido en la iniquidad? ¿No se debe a que hay algo que proviene del germen de muerte que trae consigo toda persona nacida de la unión del varón y de la mujer?
5. Teniendo cada uno dentro de sí apetencias torcidas, preste atención a lo que dice la ley: No apetecerás24; halla en sí lo que prohíbe la ley y se convierte en reo de la misma. Hallando en su interior algo que lo subyuga, comience ya a decir: Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi mente y que me cautiva en la ley del pecado que reside en mis miembros25. Se ha reconocido enfermo, llame al médico: Desdichado de mí, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?26 Responda el médico: La gracia de Dios por nuestro Señor Jesucristo27. La gracia de Dios, no tus méritos. ¿Por qué, entonces, dijiste haber vivido bajo la ley de forma justa e irreprochable? Poned atención; dijo que sin reproche de los hombres. Existe, ciertamente, un tipo de justicia que el hombre puede cumplir, de forma que ningún hombre se queje de otro hombre. En efecto, dice: No apetezcas lo ajeno28. Si tú no robas lo ajeno, nadie se quejará de ti. Hay, pues, ocasiones en que te apetece lo ajeno, pero no robas. No obstante, la sentencia de Dios pesa sobre ti a causa de esas apetencias; eres reo de la ley, mas sólo ante los ojos del legislador. Vives irreprochablemente: ¿por qué lo consideras como un perjuicio, como estiércol? Hay veces en que este nudo aparece más apretado, pero ya lo deshará quien suele hacerlo. Merezcámoslo todos con la devota atención, no sólo yo con mi piadosa sumisión. Todo lo que hacían los judíos, fruto de lo cual era el vivir sin reproche delante de los hombres por su vida sin tacha según la ley, se lo atribuían a sí mismos, e incluso asignaban a sus fuerzas esa justicia de la ley. No podían cumplirla totalmente, aunque lo hacían en la medida de sus posibilidades; pero al atribuírselo a sí mismos ni siquiera lo que cumplían lo cumplían piadosamente.
6. A esto llama cumplir la ley: a no tener apetencias. ¿A quién de los vivientes es esto posible? Venga en nuestra ayuda el salmo que acabamos de cantar: Escúchame, Señor, en tu justicia29, es decir, no en la mía. Si dijera: «Escúchame en mi justicia», sería como invocar su mérito. Ciertamente no faltan lugares en que invoca también su justicia, pero aquí distingue más claramente, pues aun cuando dice que es suya, afirma que le ha sido dada, del mismo modo que decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día30. ¿Cómo se combinan el nuestro y el danos? Por eso aquí, distinguiendo mejor, dice: Escúchame en tu justicia. Y continúa: Y no entres en juicio con tu siervo31. ¿Qué significa: No entres en juicio con tu siervo? En el juicio no te sitúes a mi lado exigiéndome todo lo que mandaste, pidiéndome cuentas de todo lo que ordenaste, pues si entras en juicio conmigo me verás convertido en reo. Por tanto —dice—, tengo necesidad de tu misericordia antes que tu juicio totalmente diáfano. ¿Por qué, entonces, No entres en juicio con tu siervo? Lo dice a continuación: Porque ningún viviente será hallado justo en tu presencia32. Soy efectivamente un siervo; ¿por qué estás en juicio conmigo? Me serviré de la misericordia del Señor. ¿Por qué? Porque ningún viviente será hallado justo en tu presencia. ¿Qué acaba de decir? Mientras se encuentra en esta vida nadie es justo, pero ante la presencia de Dios. Si añadió: en tu presencia, no fue en vano, pues ante los hombres alguien puede ser justo cumpliéndose aquello: Yo que, según la justicia de la ley, viví irreprochablemente33 ante los hombres. Ponte ahora ante la presencia de Dios: Ningún viviente será hallado justo en tu presencia.
7. ¿Qué hemos de hacer? Gritar: No entres en juicio con tu siervo34. Gritar: Desdichado de mí; ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor35. Así, pues, una cosa la hemos escuchado en el salmo y otra en el Apóstol; existiendo aquella justicia según la cual viven los ángeles, aquella justicia en la que no habrá concupiscencia alguna, cada uno, a partir de ella, piense en lo que es ahora y en lo que será entonces, y hallará que, en comparación de aquélla, esta justicia es perjuicio y estiércol. Mas quien piensa que ahora puede cumplir la justicia, porque vive honesta e inocentemente según el probable juicio humano, se ha parado en el camino; no desea otra cosa mejor porque piensa haberla cumplido, y, sobre todo, atribuyéndoselo a sí mismo, se hará orgulloso. Y es mejor un pecador humilde que un justo soberbio. Por esto dice: Y sea hallado en él poseyendo no mi propia justicia fundada en la ley —como pensaban los judíos—, sino la que trae su origen de la fe en Cristo Jesús36. Luego, a continuación, dice: Por si de algún modo voy a dar en la resurrección de los muertos37. En ella creyó que iba a cumplir toda justicia, es decir, que tendría la justicia plena. En comparación de aquella resurrección, toda la vida que llevamos es estiércol. Escucha todavía al Apóstol, que afirma más claramente: Por si de algún modo voy a dar en la resurrección de los justos. No que ya la haya alcanzado o ya sea perfecto38. Y añadió seguidamente: Hermanos, yo no pienso haberla alcanzado39. ¡Es de ver cómo establece comparación entre una y otra justicia, una y otra salvación, la fe y la realidad, la peregrinación y la ciudad!
8. Considerad cómo lo cumple. Hermanos, yo no pienso haberla alcanzado. Una sola cosa, sin embargo40. ¿Cuál es esa única cosa sino el vivir de la fe, con la esperanza de la salvación eterna, donde existirá la justicia plena y perfecta, en cuya comparación todo lo transitorio es perjuicio y estiércol digno de ser reprobado? ¿Qué, pues? Una sola cosa, sin embargo, persigo. Olvidándome de lo que queda atrás y lanzado hacia lo que está delante, en la intención persigo la palma de la sublime vocación de Dios en Cristo Jesús41. Y dirigiéndose a aquellos que podrían presumir de su perfección, dice: Mas cuantos somos perfectos, pensemos así42. Antes se había presentado como perfecto, ahora, en cambio, como imperfecto. ¿Por qué, sino porque la perfección del hombre consiste en descubrir que no es perfecto? Mas cuantos somos perfectos, pensamos así. Y si tal vez pensáis algo diferente, también esto os lo revelará Dios43, es decir, para que, si os creéis justificados por algún progreso de vuestra alma, con la lectura de las Escrituras que os descubra cuál es la verdadera y plena justicia, os halléis culpables, condenéis los bienes presentes por el deseo de los futuros, viváis de la fe, la esperanza y la caridad y comprendáis que lo que todavía creéis aún no lo veis, lo que todavía esperáis aún no lo tenéis y lo que aún deseáis todavía no lo cumplís. Y si tal es la caridad de los peregrinos, ¿cómo será la de los que ya ven la patria? Por tanto, quien enseñaba la justicia de Dios y no constituía la suya, clamaba en el salmo: Escúchame, Señor, en tu justicia. Y no entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente será hallado justo en tu presencia44.
9. Pensando en esta vida, se dice a Moisés: Nadie ha visto el rostro de Dios y ha permanecido vivo45. En efecto, no se ha de vivir pensando en ver en esta vida aquel rostro. Hay que morir al mundo para vivir por siempre para Dios. Entonces, cuando veamos aquel rostro que vence cualquier apetencia, ya no pecaremos, ni de obra ni de deseo. Es tan dulce, hermanos míos, tan hermoso, que, después de haberlo visto, ninguna otra cosa puede deleitar. Habrá una saciedad insaciable, pero sin hastío. Estaremos siempre hambrientos y siempre saciados. Escucha ambas afirmaciones tomadas de la Escritura: Quienes me beben —dice la Sabiduría— volverán a tener sed; y quienes me comen volverán a sentir hambre46. Mas, para que no pienses que allí habrá indigencia y hambre, escucha al Señor: Quien beba de esta agua, jamás volverá a tener sed47. Pero preguntas: ¿Cuándo será? Sea cuando sea, espera no obstante al Señor; aguanta al Señor, compórtate varonilmente y sea confortado tu corazón48. ¿Acaso falta tanto como lo ya pasado? Advierte cuántos siglos han pasado y han dejado de existir desde Adán hasta nuestros días. En cierto sentido, son pocos los días que quedan; así de hecho ha de decirse de lo que queda en comparación con los siglos ya pasados. Exhortémonos mutuamente, exhórtenos el que vino a nosotros, hizo su camino y dijo: «Seguidme»; el primero en subir a los cielos para, desde las alturas, socorrer como cabeza a sus miembros, que se fatigan en la tierra; el que dijo desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?49 Por tanto, que nadie pierda la esperanza; al final se nos dará lo prometido; allí se hará realidad aquella justicia.
10. Habéis escuchado también cómo el Evangelio concuerda con estas palabras. Es voluntad del Padre —dice— que no se pierda nada de lo que me ha dado, sino que tengan la vida eterna; y yo los resucitaré en el último día50. Se resucitó a sí mismo en el primer día; a nosotros nos resucitará en el último. El primer día está reservado a la cabeza de la Iglesia. Pues nuestro día, Cristo el Señor, no tiene ocaso. El último día será el fin de este mundo. No quiero que preguntes: «¿Cuándo será este día?». Para el género humano está lejano, y cercano para cada uno de los hombres, pues el último día es el de la propia muerte. Y, ciertamente, una vez que hayas salido de aquí, recibirás lo que corresponda a tus méritos y resucitarás para recibir lo que llevaste a cabo. Entonces Dios coronará no tanto tus méritos como sus dones. Reconocerá cuanto te dio si supiste conservarlo. Ahora, por tanto, hermanos, nuestro deseo ha de estar solamente en el cielo, en la vida eterna. Nadie ponga su complacencia en sí mismo, como si hubiera vivido aquí justamente y se comparase con quienes viven mal, al modo del aquel que se autoproclamaba justo51 sin haber oído al Apóstol: No que yo la haya alcanzado o que ya sea perfecto52. Por tanto, aún no había recibido lo que deseaba. Había recibido la prenda. Estas son sus palabras: Quien nos ha dado el Espíritu como prenda53. Deseaba llegar a aquello de lo que poseía la prenda; ésta presupone una cierta participación, pero lejana. De una manera participamos ahora y de otra participaremos entonces. Ahora tiene lugar por la fe y la esperanza en el mismo Espíritu; entonces, en cambio, tendrá lugar la realidad, la especie, pero el mismo Espíritu, el mismo Dios, la misma plenitud. Quien llama a los que aún están ausentes, se les mostrará cuando estén presentes; quien llama a los peregrinos, los nutrirá y alimentará en la patria.
11. Habiéndose convertido Cristo en nuestro camino, ¿perdemos la esperanza de llegar? Este camino no puede ni acabarse, ni interrumpirse, ni borrarse por lluvias o tormentas, ni ser asediado por salteadores. Camina seguro en Cristo; camina; no tropieces, no caigas, no mires atrás, no te quedes parado en el camino, no te apartes de él. Con sólo cuidarte de todo esto, llegarás. Una vez que hayas llegado, gloríate ya de ello, pero no en ti. Pues, quien se alaba a sí mismo, no alaba a Dios, sino que se aparta de él. Sucede como a quien se aparta del fuego: el fuego permanece caliente, pero él se enfría; o como al que quiere alejarse de la luz; si lo hace, la luz permanece resplandeciente en sí misma, pero él queda en tinieblas. No nos alejemos del calor del Espíritu ni de la luz de la Verdad. Ahora hemos escuchado su voz; entonces, en cambio, le veremos cara a cara. Que nadie se complazca en sí mismo ni nadie desprecie al otro. Que todos queramos progresar de tal manera que no envidiemos a los que de hecho progresan ni despreciemos a los retardados, y se cumplirá en nosotros, con gozo, lo prometido en el Evangelio: Y yo los resucitaré en el último día54.