SERMÓN 169

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Progresar en el camino de la salvación (Flp 3,3—16)

1. Preste Vuestra Santidad oído y atención a la lectura del Apóstol. Ayudadme con vuestro afecto ante el Señor nuestro Dios para que pueda comunicaros de forma adecuada y saludable lo que él se digne revelarme. En la lectura, pues, escuchasteis al apóstol Pablo que decía: Porque nosotros somos la circuncisión, nosotros que servimos al espíritu de Dios1. Sé que muchos códices varían así: Los que servimos en el espíritu a Dios. Por cuanto me ha sido posible investigar, son muchos los griegos que dicen así: Los que servimos al Espíritu de Dios. Pero no es éste el problema. Una y otra lectura está clara y concuerda con la regla de la verdad, puesto que servimos al Espíritu de Dios, y a Dios con el espíritu, no con la carne. En efecto, sirve con la carne a Dios quien confía en agradar a Dios con medios carnales; cuando, en cambio, la misma carne se somete al espíritu para realizar las obras buenas, servimos a Dios con el espíritu, porque domamos la carne, para que el espíritu obedezca a Dios. Es el espíritu quien gobierna y la carne la gobernada, pero ni siquiera el espíritu gobernará bien si no es, a su vez, gobernado.

2. Por lo tanto, cuando dice: Nosotros somos la circuncisión2, ved lo que quiere que se entienda por esa circuncisión, que fue dada con un significado oculto en la sombra3 que desapareció al llegar la luz. Mas ¿por qué no dijo: «Nosotros tenemos la circuncisión», sino: nosotros somos la circuncisión? Entended que el Apóstol quiso decir que nosotros somos la justicia. En efecto, la circuncisión es la justicia. Pero recomienda con más fuerza lo que dice afirmando que somos justicia que afirmando que somos justos, siempre que bajo las palabras «somos justicia», entendamos que somos justos. No somos ciertamente aquella justicia inconmutable de la que hemos sido hechos partícipes; pero del mismo modo que a muchos jóvenes se les dice: «Gran juventud la suya», lo mismo se dice de la justicia, entendiendo con ella a los justos. Advertidlo de una forma más evidente en las palabras del mismo Apóstol: Para que nosotros —dice— seamos justicia de Dios en él4. Para que seamos justicia, no nuestra, sino de Dios: recibida de él, no sacada de nosotros; otorgada, no usurpada; donada, no arrebatada. Para alguien el ser igual a Dios era objeto de rapiña y, buscando la rapiña, encontró la ruina. En cambio, nuestro Señor Jesucristo, existiendo en la forma de Dios, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios5. Para él la igualdad con Dios era natural, no objeto de rapiña. Sin embargo, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo6, para que nosotros seamos justicia de Dios en él. Pues si él hubiese huido de la pobreza, nosotros no estaríamos exentos de ella. En efecto, como está escrito, él, siendo rico, se hizo pobre, para que con su pobreza nosotros nos enriqueciéramos7. ¡Qué no hará de nosotros su riqueza, si su pobreza nos hace ricos! Por lo tanto, el Apóstol no negó la circuncisión, sino que expuso en qué consiste; trajo la luz, hizo desaparecer la sombra.

3. Nosotros —dice— somos la circuncisión, nosotros que servimos en el espíritu a Dios y nos gloriamos en Jesucristo y no nos fiamos de la carne8. Puso la mirada en algunos que ponían su confianza en la carne: eran los que se gloriaban de la circuncisión de la carne, de los que dice en otro lugar: Su Dios es el vientre, y su gloria está en sus partes pudendas9. Comprende de qué circuncisión se trata y sé tú mismo circuncisión; compréndelo y selo: Buena es la comprensión, mas para todos los que obran lo que comprenden10. Sin duda, no carecía de significado que se ordenase circuncidar al niño a los ocho días11, pues Cristo era la piedra con la que nos circuncidamos. El pueblo, en efecto, fue circuncidado con cuchillos de piedra12, y la piedra era Cristo13. ¿Por qué, entonces, al octavo día? Porque en las semanas coinciden el primer y el octavo día. Trascurridos los siete días, se retorna al primero. Concluido el séptimo día, el Señor está sepultado; se vuelve al primero, y el Señor ha resucitado. La resurrección del Señor significa para nosotros la promesa del día eterno y la consagración del domingo. El día denominado domingo parece pertenecer de manera propia al Señor, porque en aquél día el Señor resucitó. Nos fue devuelta la piedra; circuncídense quienes quieren proclamar: Nosotros, en efecto, somos la circuncisión14, pues fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación15. Tu justificación, tu circuncisión, no es obra tuya. Gratuitamente habéis sido salvados por medio de la fe; y esto no procede de vosotros, sino que es don de Dios. No procede de las obras16, no sea que digas: «La he recibido porque la he merecido». No pienses que la has recibido por merecimientos propios, tú que nada merecerías si nada hubieses recibido. La gracia precedió a tus merecimientos. No procede la gracia del mérito, sino el mérito de la gracia. Pues si la gracia procede del mérito, la compraste, no la recibiste gratuitamente. A cambio de nada —dice— los salvarás17. ¿Qué significa: A cambio de nada los salvarás? No encuentras en ellos motivo para salvarlos, y, no obstante, los salvas. Es don gratuito, los salvas gratis. Te anticipas a todos los méritos para que mis méritos sigan a tus dones. Das completamente gratis, gratuitamente salvas tú, que nada encuentras por lo que salvar y sí mucho por lo que condenar.

4. Así, pues, nosotros —dijo— somos la circuncisión, nosotros que servimos al Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús18. Quien se gloría, que se gloríe en el Señor19. Y no confiamos en la carne20. Pero ¿qué significa confiar en la carne? Escuchad, él lo dice: Aunque yo pueda confiar también en la carne. Si alguien piensa poder confiar en la carne, yo más21. No penséis —dice— que desprecio lo que no poseo. ¿Qué tiene de grande el que un hombre de condición humilde, plebeyo, sin nobleza, desprecie esa nobleza y muestre una verdadera humildad? Aunque yo —dice— pueda confiar también en la carne. Por esto —afirma— os enseño a despreciarlo, al ver que yo poseo lo que desprecio. Si alguien piensa poder confiar en la carne, yo más.

5. Escucha también cual es la confianza en la carne: Circuncidado al octavo día22, es decir, no soy prosélito ni extraño al pueblo de Dios, no fui circuncidado de mayor, sino que nací de padres judíos y fui circuncidado al octavo día. Del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos; por lo que respecta a la ley, fariseo23. Los llamados fariseos eran los principales y como los miembros de la nobleza, separados de los demás, que no se mezclaban con la plebe despreciable. En efecto, al parecer, esta palabra significa separación, como el término latino egregius (egregio), separado de la grey. Pero fueron también israelitas, o sea, pertenecientes al linaje de Israel, los que habían sido separados del templo. Junto al templo quedaron solamente las tribus de Judá y Benjamín. La tribu sacerdotal de Leví, la tribu regia de Judá y la tribu de Benjamín son las únicas que quedaron en Jerusalén, junto al templo de Dios en el momento de la división efectuada por el siervo Salomón24. No consideréis, pues, sin importancia este dato: De la tribu de Benjamín: unido a Judá, sin alejarse del templo. Hebreo hijo de hebreos; por lo que respecta a la ley, fariseo, y por celo de ella, perseguidor de la Iglesia25. Entre sus méritos enumera el haber sido perseguidor: Por celo, dijo. ¿Qué celo? «No era —dice— un judío holgazán: cualquier cosa que me pareciese contraria a mi ley, la soportaba con impaciencia y la perseguía encarnizadamente». Esta era su nobleza frente a los judíos, pero ante Cristo se busca la humildad. Por eso allí era Saulo y aquí es Pablo. Saulo es un nombre derivado de Saúl, y ya sabéis quién fue Saúl: fue elegida su estatura de prócer. La Escritura le describe como el más alto de todos en el momento en que fue elegido para ser ungido rey26. Pablo no lo era, pero se convirtió en lo que significa su nombre. En efecto, paulus significa pequeño, y Pablo, poca cosa. Así, pues, por celo —dice—, perseguidor de la Iglesia. A partir de aquí, comprendan los hombres cómo fui en cuanto judío, yo que perseguía a la Iglesia de Cristo por celo de las tradiciones paternas.

6. Añade: Según la justicia de la ley, fui irreprensible27. Sabe vuestra caridad que de Zacarías e Isabel se dice que habían caminado de forma irreprensible en todos los preceptos del Señor. Caminando de forma irreprensible —afirma la Escritura— en todos los preceptos del Señor28. Así era también nuestro Pablo cuando era Saulo. Caminaba irreprensiblemente en la ley, y este su vivir irreprochablemente fue el gran reproche contra sí mismo. ¿Qué pensar, pues, hermanos? ¿Es cosa mala vivir sin reproche según la justicia fundada en la ley? Si es cosa mala vivir sin reproche según la justicia fundada en la ley, entonces ¿es la ley algo malo? Pero tenemos al mismo Apóstol que afirma: Por lo tanto, la ley es santa, y santo, justo y bueno el precepto29. Si la ley es santa; si es santo, justo y bueno el precepto, ¿cómo puede no ser bueno el vivir irreprochablemente según la justicia fundada en la ley? ¿Cómo puede no ser santo? ¿O tal vez es santo? Escuchemos al Apóstol mismo; ved lo que dice: Lo que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Jesucristo30. Enumera las pérdidas sufridas, y entre ellas cuenta el haber vivido irreprochablemente en la justicia fundada en la ley. Pero todo —dice— lo considero pérdida frente al conocimiento sublime de nuestro Señor Jesucristo31. Considero mis motivos de gloria —afirma— y los comparo con la sublimidad de nuestro Señor Jesucristo. De esta tengo sed; aquello lo desprecio. Pero esto es poco: Frente a él pienso que no sólo son pérdidas, sino que hasta los consideré como estiércol con tal de ganar a Cristo32.

7. Ha surgido una cuestión mas seria, ¡oh Pablo! Si el haber vivido de forma irreprensible según la justicia fundada en la ley lo consideras entre tus pérdidas, tus perjuicios, y lo miras como estiércol con tal de ganar a Cristo, entonces ¿apartaba de Cristo aquella justicia? Te lo suplico, expón esto algo más detenidamente. Digámoselo más bien a Dios, para que nos ilumine también a nosotros quien iluminó al autor de esta carta, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo33. Os dais cuenta, amadísimos, de cuán arduo y difícil es comprender esto, a saber, que el vivir sin reproche según la justicia fundada en la ley haya sido para el Apóstol un impedimento a la hora de acercarse a Cristo, y que no se acercó a él hasta no haber considerado aquello como pérdida, perjuicio y estiércol, constando como consta que la ley es santa y el precepto santo justo y bueno34, y constando como consta absolutamente a todo católico —hasta el punto de que sólo quien no quiere ser católico disiente de ello— que la ley no fue dada por otro sino por Dios nuestro Señor. Sigamos, pues, con la lectura y acerquémonos un poquito más por si en las mismas palabras del Apóstol se enciende alguna luz que aparte y elimine esa oscuridad. Todo esto —dijo— lo juzgué pérdida. Y lo consideré como estiércol con tal de ganar a Cristo35. Poned atención, os lo suplico. Consideré como daño, como pérdida, como estiércol todas aquellas cosas entre las que cuento el haber vivido sin reproche en la justicia fundada en la ley. En efecto, todo esto lo consideré como pérdida y estiércol con tal de ganar a Cristo, para ser hallado en él sin la justicia mía fundada en la ley36. Quienes os anticipasteis con vuestro entendimiento a mi exposición, pensad que camináis con otros menos veloces que vosotros. Frenad un poco vuestro paso para no dejar atrás al compañero más lento. Con tal de ganar a Cristo —dice— y ser hallado en él sin la justicia mía fundada en la ley. Habiendo dicho mía, ¿por qué añadió fundada en la ley? Si proviene de la ley, ¿cómo es tuya? ¿Acaso te diste la ley a ti mismo? Dios te la dio, Dios te la impuso, Dios te ordenó obedecer a su ley. Si la ley no te enseñase cómo debes vivir, ¿podrías tener de forma irreprensible la justicia conforme a la ley? Si posees la justicia conforme a la ley, ¿cómo dices: No poseyendo mi justicia, fundada en la ley, sino la que viene de Dios por la fe en Cristo?37

8. Os lo diré ya en la medida de mis posibilidades. Os lo descubra más claramente quien os posee; que él os dé el comprenderlo y el amarlo. Pues, si os concede amarlo, os concederá realizarlo. Esto es lo que quiero decir: Proclamada la ley de Dios, en ella se dice: No apetecerás38; proclamada, pues, la ley de Dios —y no pienso en aquellos ritos carnales que eran sombra de cosas futuras39—; una vez proclamada la ley de Dios —repito— si alguien se llena de temor y piensa que puede cumplirla con sus solas fuerzas, y realiza lo que ella ordena, no por amor de la justicia, sino por temor del castigo, ese hombre vivió sin duda de forma irreprensible según la justicia fundada en la ley: no roba, no comete adulterio, no profiere falso testimonio, no es homicida, no desea los bienes del prójimo; tiene la posibilidad, quizá le es posible. ¿Por qué no lo hace? Por temor al castigo. Aunque yo pienso que quien no desea por temor al castigo, en realidad desea. Hasta el león se aleja de su presa por su ingente terror a las armas y a las flechas, y quizá a la muchedumbre que lo circunda o le sale al frente; pero león vino y león marchó; no capturó la presa, pero tampoco depuso la maldad. Si eres de ese estilo, aún hay en ti justicia, por la que pretendes no sufrir castigos. ¿Qué tiene de grande el temer el castigo? ¿Quién no lo teme? ¿Quién, aunque sea un salteador, un malvado o un criminal? Pero hay una diferencia entre el temor que sientes tú y el que siente el salteador: el salteador teme las leyes humanas y, si roba, es porque espera burlarlas; tú, en cambio, temes las leyes y el castigo de aquel a quien no puedes engañar. En efecto, si te fuera posible, ¿qué no hubieses hecho? Por lo tanto, no es tu amor quien elimina tu torcido deseo, sino el temor quien lo reprime. Llega el lobo al redil; ante los ladridos de los perros y los gritos de los pastores, se da la vuelta, pero sigue siendo lobo. Conviértase en oveja. También esto lo hace el Señor; pero es justicia suya, no tuya, pues mientras tengas la tuya, puedes temer la pena, pero no amar la justicia.

Entonces, hermanos míos, ¿tiene sus encantos la maldad y no los tiene la justicia? Deleita el mal, ¿y no va a deleitar el bien? No hay duda que deleita, pero El Señor dará la suavidad y nuestra tierra su fruto40. Si él no da primero la suavidad, nuestra tierra no tendrá sino esterilidad. Esta es, pues, la justicia que deseó el Apóstol y la que le agradó; se acordó de Dios y le agradó41. Su alma deseaba y suspiraba por los atrios del Señor42, y cuanto tenía en aprecio perdió valor ante sus ojos convirtiéndose en pérdida, daño o estiércol43.

9. De aquí procedía también el perseguir a la Iglesia44 emulando las tradiciones paternas45; de aquí el establecer la propia justicia en lugar de buscar la de Dios46. Ved, pues, que esa era el motivo por el que perseguía a la Iglesia. ¿Qué diremos, pues?, pregunta en otro lugar el mismo Apóstol. Que los gentiles que no buscaban la justicia la alcanzaron. Pero ¿cuál? La justicia que viene de la fe47. Los gentiles, en cambio, no buscaban la justicia fundada en la ley como si fuera suya propia, justicia que brota del temor del castigo, no del amor a la misma justicia; puesto que no la buscaban, alcanzaron la justicia, pero la justicia que viene de la fe. En cambio, Israel que iba —dice— tras la ley de la justicia, no alcanzó la ley48. ¿Por qué? Porque no buscaba la que viene de la fe. ¿Qué significa que no buscaba la que viene de la fe? Que no esperó en Dios, no se la pidió a Dios, no creyó en quien justifica al impío49; no se hizo semejante al publicano aquel que, vueltos los ojos a tierra y golpeando su pecho, decía: Señor, seme propicio, que soy pecador50. Por lo tanto, aunque iba tras la ley de la justicia, no llegó a ella. ¿Por qué? Porque la buscaba no en la fe, sino como en las obras. Tropezaron en la piedra de tropiezo51. He aquí por qué perseguía Pablo a la Iglesia. Pues cuando perseguía a la Iglesia, tropezaba en la piedra de tropiezo. El Cristo humilde yacía en la tierra; sin duda, él mismo estaba también en los cielos, a donde había elevado su carne resucitada de entre los muertos; pero si no yaciera en tierra no hubiese gritado a Pablo: ¿Por qué me persigues?52. Así, pues, uno yacía porque anteponía la humildad, y el otro tropezaba porque no veía. ¿Y a qué se debía ese no ver? A la hinchazón del orgullo. ¿Qué significa: a la hinchazón del orgullo? Como a la justicia propia. Fundada en la ley, pero suya propia. ¿Qué significa este «fundada en la ley»? Que se origina del cumplimiento de sus preceptos. ¿Qué significa «propia»? Como proveniente de sus propias fuerzas. Estaba ausente el amor, el amor a la justicia, el amor a la caridad de Cristo. ¿Y de dónde le vino el amor? Era presa únicamente del temor, pero reservaba en su corazón un lugar para la futura caridad. Cuando se ensañaba engreído, jactancioso, gloriándose ante los judíos de perseguir a la Iglesia llevado por el celo de las tradiciones paternas; cuando se creía encumbrado, escuchó de lo alto la voz de nuestro Señor Jesucristo, sentado ya en el cielo, pero recomendando todavía la humildad: «Saulo —dijo—, Saulo, ¿por qué me persigues? Duro es para ti dar coces contra el aguijón53. Podría desentenderme de ti, pues tú te atormentarías con mis punzadas, sin que yo recibiese quebranto de tus coces; pero no lo hago. Tú te ensañas, pero yo me compadezco de ti. ¿Por qué me persigues? En efecto, no temo que vuelvas a crucificarme, pero quiero que me reconozcas, no para que no me des muerte, sino para que no te la des a ti».

10. Se horrorizó el Apóstol golpeado y postrado en tierra, levantado e instruido. En él se cumplieron aquellas palabras: Yo heriré y yo sanaré54. No dice: «Sanaré y heriré», sino: Heriré y sanaré. Te heriré y me entregaré a ti. Postrado de esa manera, se horrorizó de su justicia, en la que vivía, ciertamente, de forma irreprensible y digna de alabanza, tenido por grande y, en cierto modo, glorioso entre los judíos; la estimó como pérdida, la consideró perjuicio y la juzgó estiércol para hallarse en él no poseyendo su propia justicia, fundada en la ley, sino la que viene de Dios por la fe en Cristo?55 ¿Qué dice el Apóstol de quienes tropezaron en la piedra? Que no buscaron —sostiene— la justicia que viene de la fe, sino la de las obras56. Pues ellos, como en virtud de su propia justicia, tropezaron en la piedra de tropiezo, según está escrito: He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo y una peña de escándalo, y quien crea en ella no será confundido57. Quien crea en ella no tendrá justicia propia, la fundada en la ley, aunque la ley sea buena, sino que cumplirá la ley misma, no por su justicia, sino por la otorgada por Dios. De esta forma no será confundido efectivamente. Pues la caridad es la plenitud de la ley58. ¿De dónde fue derramada esta caridad en nuestros corazones? Ciertamente no ha salido de nosotros, sino que nos llega a través del Espíritu Santo que se nos ha dado59. Así, pues, aquellos fueron a dar contra la piedra de tropiezo y la peña de escándalo. Dice también de ellos: Hermanos, la buena voluntad de mi corazón y mi súplica a Dios va encaminada a su salvación60. El Apóstol ruega por los no creyentes, para que crean; por los alejados, para que vuelvan. Veis que ni siquiera la conversión se produce sin la ayuda de Dios. Mi súplica a Dios por ellos va encaminada a su salvación. Y doy testimonio de que tienen celo de Dios61. Así lo tenía él también: tenía celo de Dios. Pero ¿cómo lo tenía? Como ellos: Pero no según ciencia. ¿Qué significa este no según ciencia?62. Pues, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya...63. Por eso él, una vez corregido, dice: No poseyendo mi propia justicia64. Ellos desean establecer la suya propia; aún les deleita yacer en el estiércol. Yo no tengo justicia propia, sino la que llega por la fe en Cristo, justicia que viene de Dios; justicia —repito— que viene de Dios y que justifica al impío.

11. Aléjate; aléjate —repito— de ti; eres un impedimento para ti mismo; si eres tú quien te edificas, construyes tu ruina. Si el Señor no construye la casa, en vano se fatigan quienes la edifican65. No quieras, pues, tener justicia propia. Ciertamente procede de la ley, sin duda viene de ella; ciertamente la ley la dio Dios, y puesto que la justicia proviene de la ley, no te la apropies. Quien habla es el apóstol Pablo; no me calumnien los que aman su propia justicia. Mira dónde lo tienes escrito; abre, lee, escucha, mira. No poseas justicia propia; el Apóstol la considera como estiércol en cuanto suya, aunque proceda de la ley. Pues ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se sometieron a Dios66. No pienses que por llamarte cristiano ya no puedes tropezar en la piedra de tropiezo. Tropiezas en aquel cuya gracia niegas. Menor pecado es ofender a Cristo pendiente de la cruz que entronizado en el cielo. Haya justicia para ti, pero de la gracia; de Dios, no de ti. Que tus sacerdotes —dice— se revistan de justicia67. Los animales se visten con algo propio, pero el hombre recibe el vestido, no le brota como el cabello. Así es el vestido que predica el apóstol Pablo: ha de llegarte de Dios. Gime para conseguirlo; llora para conseguirlo, cree para conseguirlo. Quien invoque el nombre del Señor —dice— ese se salvará68. ¿O pensáis que se dijo: Quien invocare el nombre del Señor se salvará, pensando en una fiebre, una calamidad, la gota o algún otro dolor corporal? No es eso, sino se salvará, es decir, será justo. Pues no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos. Lo expuso cuando dijo: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores69.

12. Ved, pues, cómo sigue. Y sea hallado en él —dijo— no poseyendo mi propia justicia fundada en la ley —aunque fundada en la ley, mía—, sino la que llega por la fe en Cristo, la que se obtiene de Dios, la que procede de Dios, la justicia en la fe para conocerle a él y la fuerza de la resurrección70. Cosa grande es reconocer la fuerza de la resurrección de Cristo. ¿Pensáis que la grandeza está en haber resucitado su carne? ¿Es eso a lo que llamó la fuerza de su resurrección? ¿No será también la nuestra al final de los tiempos? ¿No se revestirá de incorrupción e inmortalidad este nuestro cuerpo corruptible y mortal?71. Como él resucitó de entre los muertos y ya no muere más y la muerte ya no tiene dominio sobre él72, ¿no se dará lo mismo en nosotros y de forma más admirable, por así decir? En efecto, su carne no conoció la corrupción73, mientras que la nuestra resurgirá renovada de sus cenizas. Cosa grande es, sin duda, el habernos precedido con su ejemplo y habernos dado una muestra de lo que hemos de esperar. Pero esto no es sólo para el que hablaba no de su justicia, sino de la que procede de Dios, mencionando al mismo tiempo la fuerza de la resurrección de Cristo: reconoce ahí tu justificación. En virtud de su resurrección somos justificados, como circuncidados con la piedra74. De aquí que haya comenzado con estas palabras: Nosotros somos la circuncisión75. Circuncisión, ¿practicada con qué? Con la piedra. ¿Con qué piedra? Con Cristo76. ¿Cómo? Igual que el Señor resucitó el domingo en el octavo día.

13. Por lo tanto, hermanos míos, conservemos esta justificación en la medida en que la poseamos, aumentémosla en la medida en que requiera su pequeñez, y logremos su perfección cuando hayamos llegado allí donde se dirá: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?77. Pero todo proviene de Dios, pero no en el sentido de que nosotros estemos como dormidos, o como que no nos esforzamos o no queremos. Si tú no quieres, no residirá en ti la justicia de Dios. La voluntad ciertamente no es sino tuya, la justicia no es más que de Dios. La justicia de Dios puede existir sin tu voluntad, pero no puede existir en ti al margen de tu voluntad. Se te ha manifestado lo que debes hacer. La ley te ha mandado: «No hagas esto o aquello; haz esto y lo otro». Se te ha manifestado, se te ha mandado, se te ha descubierto: si tienes corazón, sabes qué has de hacer; si conoces la fuerza de la resurrección de Cristo, pide el hacerlo. Pues fue entregado por nuestros delitos y resucitó para nuestra justificación78. ¿Qué significa para nuestra justificación? Para justificarnos, para hacernos justos. Serás obra de Dios, no sólo por ser hombre, sino también por ser justo. En efecto, para ti mejor es ser justo que ser hombre. Si el ser hombre es obra de Dios y el ser justo obra tuya, tú haces algo mejor que lo que ha hecho Dios. Pero Dios te hizo a ti sin ti. Ningún consentimiento le otorgaste para que te hiciera. ¿Cómo podías dar el consentimiento si no existías? Por tanto, quien te hizo sin ti, no te justifica sin ti. Así, pues, creó sin que lo supiera el interesado, pero no justifica sin que lo quiera él. Con todo, es él quien justifica; para que no sea justicia tuya, para no volver a lo que para ti es daño, perjuicio, estiércol, ser hallado en él no poseyendo tu propia justicia, la fundada en la ley, sino la que llega por la fe en Cristo, justicia que proviene de Dios: la justicia de la fe para conocerle a él y la fuerza de su resurrección y la participación en sus dolores79. También ella será tu fuerza; la participación en los dolores de Cristo será tu fuerza.

14. Mas ¿cuál puede ser la participación en los dolores de Cristo si no hay caridad? ¿No se encuentran salteadores torturados con tanta resistencia corporal, que algunos de ellos no sólo no quieren delatar a sus cómplices, sino que ni siquiera se han dignado confesar sus propios nombres? En medio de suplicios, de tormentos, perforados los costados, casi arrancados los miembros, se mantiene su ánimo en su perversa obstinación. Ved, pues, lo que amaban. Con todo, no podrían comportarse así sin un gran amor. No es de este estilo el amador de Dios. A Dios no se le ama sino desde Dios. Amó aquél no sé qué, pero carnalmente, como hombre. Cualquier cosa que amase, sea sus cómplices, sea la conciencia de sus crímenes o la gloria resultante de tales fechorías; cualquier cosa que amase, mucho amó quien pudo soportar el tormento sin desfallecer. Por tanto, si no lo pudo, quien pudo ser torturado y pudo no desfallecer; si no pudo soportar tanto sin amor, tampoco tú podrás participar en los sufrimientos de Cristo sin amor.

15. Pero pregunto, ¿con qué amor? No ha de ser apetencia inmoral, sino caridad. En efecto, si —dice— entrego mi cuerpo a las llamas y no tengo caridad, de nada me aprovecha80. Para que te sea provechosa la participación en los dolores de Cristo, hágase presente la caridad. ¿De dónde te viene la caridad? ¡Oh debilidad indigente en extremo!, ¿de dónde te viene la caridad de Dios? Si quieres te muestro de dónde te llega. Pregunta al guardián de los graneros del Señor. Pues si existe en ti la caridad de Dios, participarás en los dolores de Cristo y serás un verdadero mártir. Aquel en quien la caridad es coronada, será un verdadero mártir. ¿De dónde, entonces, te viene a ti? Tenemos este tesoro en vasos de barro —dice el mismo Apóstol— para que esa fuerza extraordinaria manifieste que viene de Dios y no de nosotros81. Por lo tanto, ¿de dónde te llega la caridad sino de haber sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado?82. Mira con vistas a qué has de gemir. Desprecia tu propio espíritu, recibe el Espíritu de Dios. No ha de temer tu espíritu que, cuando comience a habitar en ti el Espíritu de Dios, vaya a sufrir estrecheces en tu cuerpo. Cuando el Espíritu de Dios comience a habitar en tu cuerpo, no expulsará de él a tu propio espíritu; no tengas miedo. Si recibes a algún rico como huésped en tu casa, padeces estrechez: no encuentras sitio para ti, ni para tu mujer, tus hijos, tu familia, ni dónde prepararle el lecho a él. «¿Qué hago?», te preguntas. «¿A dónde voy?; ¿a dónde emigro?». Acoge al rico Espíritu de Dios; te sentirás ensanchado, nunca en estrecheces. Ensanchaste tus pasos debajo de mí83 —dices—. Has de decir a tu huésped: Ensanchaste mis pasos debajo de mí. Antes de estar tú aquí, sufría estrecheces; al llenar mi celda, no me expulsaste a mí, sino la estrechez que padecía. En efecto, cuando dice: La caridad de Dios ha sido derramada, con este último término se indica anchura. No temas hallarte en estrecheces, recibe a este huésped, y que no sea huésped como de paso. Nada va a darte en el momento de la partida. Al venir, habite en ti y éste es su don. Sé de él, que no te abandone ni se aleje de ti; sujétale de todas todas y dile: Señor, Dios nuestro, poséenos84.

16. Poseamos, por tanto, la justicia que viene de Dios con la finalidad de conocerle a él y la fuerza de su resurrección y la participación en sus dolores, conformándonos a su muerte. Pues hemos sido sepultados —dice— con Cristo mediante el bautismo para la muerte, para que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros caminemos en la vida nueva85. Muere para vivir; sepúltate para resucitar. Una vez que te hayas sepultado y hayas resucitado, será verdad aquello de «en alto el corazón». Te supo bien lo que acabo de decir. ¿Acaso te sabrían bien estas palabras si no se hallase en vosotros la dulzura interior? Conformado —dice— a su muerte por si de algún modo voy a dar en la resurrección de los muertos86. Estaba hablando de la justicia, de la justicia que llega por la fe en Cristo, la que procede de Dios y gracias a la cual realizó todo. Buscando la justicia decía: Para ser hallado en él no poseyendo mi propia justicia, fundada en la ley, sino la que llega por la fe de Cristo, la que viene de Dios87. Ahora dice: Por si de algún modo voy a dar en la resurrección de los muertos. ¿Por qué dijiste: Por si de algún modo voy a dar en ella? No porque la haya alcanzado o sea ya perfecto; continúo adelante por si consigo alcanzarla de algún modo, igual que también yo he sido alcanzado por Cristo Jesús88. Su justicia me antecede, sígale a él la mía. Pero la mía le seguirá sólo si no es mía. Por si de algún modo voy a dar en ella. No porque la haya alcanzado o sea ya perfecto. Comenzaron a extrañarse quienes oían estas palabras del Apóstol: No porque la haya alcanzado o sea ya perfecto. ¿Qué no había alcanzado? Poseía la fe, la virtud, la esperanza; ardía de caridad, obraba milagros, predicaba sin que nadie le superase, soportaba toda clase de persecuciones, era paciente con todos, amaba a la Iglesia, llevaba en su corazón la preocupación por todas las iglesias89: ¿qué no había recibido todavía? No porque la haya alcanzado o sea ya perfecto. ¿Qué estás diciendo? Tus palabras nos causan admiración y estupor. Sabemos qué escuchamos; pero ¿qué es lo que dices? Hermanos..., dice. ¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Qué dices? No creo haberla alcanzado. «No os equivoquéis respecto de mí —dice—; mejor me conozco yo a mí mismo que vosotros. Si no sé lo que me falta, tampoco sé lo que tengo. No creo haberla alcanzado. Mas una sola cosa90: ésta es la que no creo haber alcanzado. Muchas cosas tengo, pero esta única cosa es la que no he alcanzado. Una sola cosa he pedido al Señor; esa buscaré»91. ¿Qué pediste, o qué buscas? Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida. ¿Para qué? Para contemplar las delicias del Señor92. Esta es la única cosa que decía no haber alcanzado aún el Apóstol, y en la medida en que le faltaba eso, en esa misma medida aún no era perfecto.

17. Os acordáis, hermanos, de aquel texto evangélico en que dos hermanas, Marta y María, recibieron al Señor. Sin duda lo tenéis en la memoria. Marta estaba enfrascada en las múltiples exigencias del servicio y ocupaba en llevar la casa; en efecto, había recibido como huéspedes al Señor y a sus discípulos. Se afanaba con todo esmero, lleno de piedad, para que los santos no experimentasen en su casa molestia alguna. Así, pues, mientras ella estaba ocupada en este servicio, su hermana María, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras. Marta, rendida e indignada de verla sentada sin preocuparse de sus fatigas, interpeló al Señor diciéndole: ¿Te parece bien, Señor, que mi hermana me haya dejado sola? Ves cuánto me fatigo en el servicio? Y el Señor le respondió: Marta, Marta, te ocupas en muchas cosas, y una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada93. Buena es la tuya, pero mejor la de ella. Buena es la tuya, pues es cosa buena desvelarse en beneficio de los santos, pero la suya es mejor. En definitiva, lo que tú elegiste, pasa. Sirves a los hambrientos, a los sedientos; das cama a los que van a dormir; ofreces tu casa a quienes quieren habitarla: acciones todas pasajeras. Llegará el tiempo en que nadie tenga hambre, nadie sienta sed y nadie duerma, y, en consecuencia, carecerás de esa preocupación. María eligió la mejor parte, que no le será quitada. No le será quitada: eligió la contemplación, escogió el vivir de la Palabra. ¿Cómo será el vivir de la Palabra sin palabras? Ella vivía ahora de la Palabra, pero mediante palabras sonoras. Habrá otro vivir de la Palabra, pero sin palabra alguna que suene. La misma Palabra es la vida94. Seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es95. Esa era la única cosa: contemplar las delicias del Señor96, cosa imposible en la noche de este mundo. Por la mañana estaré en tu presencia y te contemplaré97. Así, pues, dice el Apóstol: Yo no pienso haberla alcanzado. Pero la única cosa98.

18. ¿Qué hago, pues? Olvidándome de lo pasado y lanzado hacia lo que está delante, en mi intención la persigo. Todavía la persigo: hasta lograr la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús99. Todavía voy en pos de ella, aún avanzo, aún camino, todavía estoy en ruta, todavía estoy lanzado, aún no he llegado. Por lo tanto, si también tú caminas, si estás lanzado, si piensas en lo que ha de venir, olvida el pasado, no pongas tu mirada en él, para no anclarte en el lugar donde has puesto los ojos. Acuérdate de la mujer de Lot100. Por ello, los que somos perfectos, pensemos así101. Había dicho: «No soy perfecto» y dice ahora: Los que somos perfectos, pensemos así. Yo no pienso haberla conseguido102. No porque la haya alcanzado o sea ya perfecto103. No obstante esto último, dice: Los que somos perfectos, pensemos así. Somos y no somos perfectos: perfectos viandantes, pero no perfectos posesores. Y para que conozcáis que llama perfectos a los viandantes, quienes ya están en camino son perfectos viandantes. Para que sepas que se refería a los viandantes, no a los moradores ni a los posesores, escucha lo que sigue: Por lo tanto, los que somos perfectos, pensemos así. Y si pensáis de forma diferente...104, por si se os desliza el pensamiento de que sois algo. Quien piensa ser algo, no siendo nada, él mismo se engaña105. Y quien cree ser algo, aún no sabe siquiera cómo conviene saber106. Por ello, y si pensáis de forma diferente, como si fuerais párvulos, también esto os lo revelará Dios. Con todo, desde donde hemos llegado, emprendamos el camino107. Para que Dios nos revele incluso que nuestro pensar es diferente, no nos quedemos en el punto de llegada; antes bien, caminemos desde él. Veis que somos viandantes. Preguntáis: «¿Qué significa caminar?» Os respondo en pocas palabras: «Avanzar, no sea que por no entenderlo caminéis con mayor pereza». Avanzad, hermanos míos; examinaos continuamente sin engañaros, sin adularos ni pasaros la mano. Nadie hay contigo en tu interior ante el que te avergüences o te jactes. Allí hay alguien, pero uno al que le agrada la humildad; sea él quien te ponga a prueba. Ponte a prueba también tú mismo. Desagrádete siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia en ti, allí te quedaste. Mas si has dicho: «Es suficiente», también pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda parado; quien vuelve a las cosas de las que se había alejado, retrocede; quien apostata, se desvía. Mejor va un cojo por el camino que un corredor fuera de él. Vueltos al Señor...