El combate espiritual (Ef 6,12)
Fragm. 12. Nuestra lucha no es contra la carne ni contra la sangre1, pues no sólo te persigue el hombre, sino también el diablo por medio de él y, antes de herirte en el cuerpo, te da muerte en el espíritu. Nuestra lucha no es contra la carne ni contra la sangre, de hombres contra hombres, que son carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades, los rectores de estas tinieblas2, pues del mismo modo que a quienes son luz los gobierna y rige Cristo, así a quienes son tinieblas los derriba e instiga a todo mal el diablo. Por esto nos exhorta el Apóstol a que oremos3, no contra el hombre malo, sino contra el diablo que actúa juntamente con él y a que hagamos lo posible para que el diablo sea expulsado y el hombre liberado. Es lo mismo que si en una batalla uno viene armado y a caballo contra otro del bando contrario; éste no se aíra contra el caballo, sino contra el jinete, y lo que desea hacer, en la medida de sus posibilidades, es herir al jinete y quedarse con el caballo. De modo idéntico ha de actuarse con los hombres malos; se ha de trabajar con todas las fuerzas, no contra ellos, sino contra el diablo que los instiga, de modo que éste sea vencido y sea liberado aquel infeliz que él comenzaba a poseer.
Fragm. 13. Quien dice que permanece en Cristo debe andar como él anduvo4. ¿Cuál es el camino por el que Cristo caminó? ¿Cuál es sino la caridad de la que dice el Apóstol: Os muestro un camino todavía más excelente?5. Si, pues, queremos imitar a Cristo debemos correr por el mismo camino por el que él se dignó andar, incluso cuando pendía de la cruz. En efecto, estaba clavado en la cruz y, corriendo por el camino de la caridad, rogaba por sus perseguidores. Finalmente pronunció estas palabras: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen6. Pidamos, pues, también nosotros esto mismo, sin cesar, en favor de todos nuestros enemigos, para que el Señor les conceda la corrección de las costumbres y el perdón de sus pecados.