Comentario a 2Co 5,20
Hemos oído que el Apóstol nos decía: Hacemos de embajadores de Cristo, exhortándoos a que os reconciliéis con Dios1. No se nos exhortaría a la reconciliación si no fuésemos enemigos. Así, pues, todo el mundo era enemigo del Salvador y amigo del que lo tenía cautivo. Con otras palabras, era enemigo de Dios y amigo del diablo. También el género humano en su totalidad estaba, como esta mujer2, encorvado hasta tocar tierra. Cierta persona, comprendiendo quiénes son estos enemigos, grita contra ellos, y dice a Dios: Han encorvado mi alma3. El diablo y sus ángeles han encorvado las almas de los hombres hasta la tierra, es decir, hasta el punto que, inclinados a todo lo temporal y terreno, no buscan las realidades celestiales4. Esto es, en efecto, lo que dice el Señor de esta mujer a la que Satanás tenía atadas desde hacía dieciocho años y a la que convenía librar ya de su cadena, incluso en sábado. ¿Quiénes, sino los encorvados, criticaban indebidamente al que la enderezaba?5 Encorvados porque, no entendiendo lo que Dios había prescrito, lo miraban con corazón terrenal. De hecho, celebraban de modo material el sacramento del sábado6, pero no veían su significado espiritual.