SERMÓN 157

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Salvados en esperanza (Rm 8,24—25)

1. Recuerda vuestra santidad, hermanos amadísimos, que, conforme a las palabras del Apóstol, Estamos salvados en esperanza. Ahora bien, la esperanza que se ve —dice— no es esperanza, pues ¿quién espera lo que ve? Si esperamos lo que no vemos, lo esperamos en la paciencia1. El mismo Señor Dios nuestro, a quien se dice en el salmo: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivos2, me exhorta a dirigiros un sermón que os exhorte y consuele. El mismo —repito— que es nuestra esperanza en la tierra de los vivos me manda que os hable en esta tierra de los muertos, para que no fijéis vuestra mirada en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es temporal; lo que no se ve, eterno3. Porque esperamos lo que no se ve y lo esperamos con paciencia, justamente se nos dice en el salmo: Aguanta al Señor, actúa varonilmente; confórtese tu corazón y aguanta al Señor4. Las promesas del mundo engañan siempre; nunca, en cambio, las de Dios. Lo que el mundo promete parece que ha de darlo aquí, es decir, en esta tierra en que se ha de morir y en la que nos hallamos ahora; en cambio, lo que promete Dios nos lo ha de dar en la tierra de los vivientes. Por esta razón muchos se cansan de esperar al que es veraz, sin avergonzarse de amar al falaz. De ellos dice la Escritura: ¡Ay de aquellos que perdieron el aguante y marcharon por caminos tortuosos!5. Son los hijos de la muerte eterna, que no cesan de insultar a quienes se comportan varonilmente y aguantan a Dios, confortados en su corazón; llenos de jactancia les presentan sus placeres temporales, que durante algún tiempo endulzan sus fauces, aunque más tarde han de hallarlas más amargas que la hiel. Ellos nos dicen: «¿Dónde está lo que se os promete para después de esta vida? ¿Quién ha regresado del otro mundo y os ha indicado que es verdad lo que creéis? Ved que nosotros estamos alegres, saciados de nuestros placeres, porque esperamos algo visible; vosotros, por el contrario, os atormentáis con las torturas de la templanza, creyendo lo que no veis». A continuación añaden las palabras mencionadas por el Apóstol: Comamos y bebamos, que mañana moriremos6. Pero considerad antes qué nos exhortó a ponernos en guardia: Las malas conversaciones —dijo— corrompen las buenas costumbres. Sed justamente sobrios y no pequéis7.

2. Guardaos, pues, hermanos, de que con tales charlatanerías se corrompan vuestras costumbres, de que decaiga la esperanza, se debilite la paciencia y vayáis a dar en caminos tortuosos. O mejor, manteneos con humildad y mansedumbre en los caminos rectos que os enseña el Señor, a los que se refiere el salmo: Dirigirá a los humildes en el juicio, enseñará a los mansos sus caminos8. Si no es humilde y manso, nadie puede conservar perpetuamente la paciencia en medio de las fatigas de este mundo, sin la cual no se puede custodiar la esperanza de la vida futura. Es manso y humilde quien no ofrece resistencia a la voluntad de Dios, cuyo yugo es ligero y cuya carga es leve, pero sólo para quienes creen en él, ponen su esperanza en él y le aman. De esta forma, la humildad y mansedumbre no sólo os llevará a amar sus consuelos, sino también a soportar sus azotes, como buenos hijos, de modo que como no veis lo que esperáis, los esperáis por la paciencia. Obrad y caminad así. Camináis en Cristo que dijo: Yo soy el camino9. Aprended cómo se ha de caminar en él, no sólo en su palabra, sino también en su ejemplo. Pues el Padre no perdonó a este su propio Hijo, sino que lo entregó portodos nosotros10. Él lo aceptó, no opuso resistencia, sino que lo quiso igualmente, puesto que una sola es la voluntad del Padre y del Hijo conforme a la igualdad de la forma divina, poseyendo la cual, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios. Al mismo tiempo, su obediencia fue única en cuanto que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo11. Pues él nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de suavidad12. Así, pues, el Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, pero de forma que también el Hijo se entregó personalmente por nosotros.

3. Por tanto, entregado el Excelso, por quien fueron hechas todas las cosas, entregado en su forma de siervo al oprobio de los hombres y al desprecio de la plebe, a la afrenta, a la flagelación, y a la muerte de Cruz, con el ejemplo de su pasión nos enseñó con cuánta paciencia hemos de caminar en él. A su vez, con el ejemplo de la resurrección nos afianzó en aquello que debemos esperar de él mediante la paciencia. Pues si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos13. En efecto, esperamos lo que no vemos; pero somos el cuerpo de aquella cabeza, en la que se ha realizado ya el objeto de nuestra esperanza. De él se ha dicho que es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, el primogénito, el que tiene la primacía14. Y de nosotros está escrito: Vosotros, en cambio, sois el cuerpo de Cristo y sus miembros15. Pero, si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos llenos de confianza, porque quien resucitó es nuestra cabeza y él mantiene nuestra esperanza. Y dado que, antes de resucitar, nuestra cabeza recibió el tormento de la flagelación, afianzó también nuestra paciencia. Pues está escrito: El Señor corrige al que ama, y a todo hijo que recibe lo azota16. No decaigamos, pues, frente al azote, para gozar en la resurrección. Tan cierto es que azota a todo hijo que recibe, que ni siquiera a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros17. Poniendo la mirada en él, que sin haber cometido pecado fue flagelado, que murió por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación18, no temamos que los azotes sean signo de rechazo, sino, al contrario, tengamos la confianza de que seremos aceptados ya justificados.

4. En efecto, aunque aún no haya llegado la plenitud de nuestro gozo, no por eso nos ha dejado ahora sin gozo alguno, puesto que estamos salvados en esperanza19. Por eso, el mismo Apóstol que dice: Si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos20, dice en otro lugar: Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación21. Teniendo, pues, tal esperanza, vivamos con gran confianza22, y nuestro hablar en gracia esté sazonado con sal para saber responder a cada uno según convenga23. A quienes han perdido el aguante, o nunca lo han tenido, y hasta se atreven a insultarnos en vez de imitarnos, como deberían hacer, porque aguantamos al Señor —no otra cosa significa el esperar por la paciencia lo que esperamos—, a ésos conviene preguntarles: ¿«Dónde están vuestros placeres, causa de vuestro caminar por caminos tortuosos»? No preguntamos dónde estarán cuando esta vida haya acabado, sino dónde están ahora. Si el hoy ha arrebatado al ayer y el mañana hará lo mismo con el hoy, ¿qué cosa de las que amáis no pasa y se la lleva el viento? ¿Qué cosa hay que no se esfume casi antes de ser alcanzada, si ni siquiera una hora del día de hoy podemos retener? La hora tercera echa fuera a la segunda, como la segunda lo hizo con la primera. Aunque la hora presente parece que está presente, no es cierto, pues todas sus partes y todos sus momentos son fugitivos.

5. ¿Por qué peca el hombre, a no ser que esté ciego cuando lo hace? Reflexione al menos después del pecado. Podría darse cuenta de cuán imprudente es desear un placer pasajero, y de que, si se piensa una vez que ha pasado, no se hace ya sin arrepentimiento. Os burláis de nosotros porque esperamos bienes eternos que no vemos, mientras vosotros, esclavos de bienes aparentes y temporales, desconocéis qué día os brillará mañana. Con frecuencia esperáis un día bueno, y se os presenta malo; y ni aun en el caso de que fuera bueno podéis impedirle que huya. Os burláis de nosotros porque esperamos bienes eternos, que cuando lleguen no pasarán, puesto que en realidad no vienen, sino que permanecen por siempre; somos nosotros quienes llegamos a ellos si, yendo por el camino del Señor, caminamos dejando al lado todas estas cosas pasajeras. Vosotros no cesáis ni un momento de esperar los bienes temporales, a pesar de que tan frecuentemente fallan vuestras esperanzas; continuamente os inflama el deseo de que lleguen, cuando han llegado os corrompen y, cuando han pasado, os atormentan. ¿No son éstos los bienes que deseados enardecen, poseídos se envilecen y perdidos se desvanecen? También nosotros nos servimos de ellos por necesidad de nuestra peregrinación, pero no ponemos en ellos nuestro gozo, para no ser arrastrados cuando ellos se desmoronen. En efecto, usamos de este mundo como si no usáramos24, para llegar a quien hizo el mundo y permanecer en él gozando de su eternidad.

6. ¿Por qué decís, pues: «Quién ha venido de allí y ha indicado a los hombres lo que sucede en los infiernos»? También en esto os cerró la boca el que resucitó a un muerto de cuatro días25 y resucitó él al tercer día para no volver a morir; él, que antes de morir, como uno a quien nada se le oculta, nos informó de la vida que tienen los muertos, en la parábola del pobre en el descanso y del rico en el fuego26. Pero los que dicen: «¿Quién ha vuelto de allí?», no lo creen. Quieren dar la impresión de que creerían si alguno de sus antepasados volviera a la vida. Pero es maldito todo el que pone su esperanza en el hombre27. Para eso Dios, hecho hombre, quiso morir y resucitar: para mostrar en su carne humana el futuro del hombre y, para que, no obstante, se confiase en Dios, no en el hombre. Por otra parte, ya tienen ante sus ojos a la Iglesia de los fieles extendida por todo el orbe. Lean cómo con muchos siglos de antelación fue prometida a un solo hombre que, contra toda esperanza, creyó que iba a ser padre de muchos pueblos28. Estamos viendo que se ha cumplido ya lo prometido a Abrahán por su fe, ¿y desconfiamos de que se cumplirá lo prometido a todo el orbe creyente? Vayan ahora y digan: Comamos y bebamos, que mañana moriremos29. Aunque digan todavía que han de morir mañana, la verdad los encuentra muertos ya al decir esto. Vosotros, hermanos, hijos de la resurrección, conciudadanos de los ángeles, herederos de Dios y coherederos con Cristo, guardaos de imitar a quienes morirán mañana al exhalar su último aliento, pero ya hoy están sepultados en su bebida. Mas, como dice el mismo Apóstol, para que las malas conversaciones no corrompan vuestras buenas costumbres30, sed sobrios justamente31 y no pequéis32. Caminad por el camino estrecho, pero que lleva derecho a la gran Jerusalén celeste, que es nuestra madre eterna33; esperad con firmeza lo que no veis y con paciencia lo que aún no tenéis, porque retenéis a vuestro lado a quien lo ha prometido y es veraz y fiel.