SERMÓN 155

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

No hay condenación para los espirituales (Rm 8,1—11)

1. La lectura del santo Apóstol terminó ayer con estas palabras: Por lo tanto, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios; con la carne, en cambio, a la ley del pecado1. Con ellas mostró el Apóstol por qué dijo lo que había afirmado antes: Ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí2, a saber, porque no lo hacía con la mente al negarle el consentimiento, sino con la carne, al apetecerlo. Con el nombre de pecado indica aquello de donde se originan todos los pecados, es decir, el apetito carnal. En efecto, cualquier pecado, ya sea de palabra, de obra o de pensamiento, no tiene otro origen que el mal deseo y el placer ilícito. Por tanto, si resistimos, si no damos nuestro consentimiento y no otorgamos nuestros miembros como armas a este placer ilícito, entonces no reinará el pecado en nuestro cuerpo mortal3. El pecado comienza por perder su reino y, luego, desaparece. Por lo que se refiere a los santos, pierde su reino en esta vida, y en la otra desaparece él mismo. Pierde su reino cuando no vamos en pos de nuestras concupiscencias; perecerá, en cambio, cuando se le diga: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda?4

2.Así, pues, habiendo dicho el Apóstol: Con la mente sirvo a la ley de Dios; con la carne, en cambio, a la ley del pecado5 no poniendo sus miembros al servicio de la maldad, pero sintiendo la concupiscencia, aunque sin rendirse ante sus ilícitas apetencias; habiendo dicho —repito— el Apóstol: Con la mente sirvo a la ley de Dios; con la carne, en cambio, a la ley del pecado, añade: No existe condenación ahora para quienes están en Cristo Jesús6. Existe para quienes viven en la carne, pero no para los que viven en Cristo Jesús. Y para que no pienses que hablaba de algo futuro, añadió: Ahora. Para después espera el momento en que no exista en ti ni siquiera la concupiscencia contra la que combatir y luchar, a la que no has de consentir y sí reprimir y domar. Espera ese después, cuando ni siquiera ella exista. Pues si continuara existiendo en nosotros lo que a consecuencia de nuestro cuerpo mortal nos hace la guerra, sería falso aquello: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda?7 Conozcamos, por tanto, lo que nos reserva el futuro. Entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? El aguijón del pecado es la muerte, y su fuerza, la ley8, pues la prohibición, en vez de apagarlo, acrecentó el deseo. La ley dio fuerza al pecado, porque sólo mandaba mediante la letra, pero no ayudaba mediante el Espíritu. Entonces no existirá; pero ¿qué decir del presente? ¿Buscas saber qué pasa en el presente? Lo que dijo también poco antes: Ahora, en cambio, ya no lo hago9. También aquí aparece el ahora. ¿Qué significa: no lo hago yo? No doy mi consentimiento, no accedo, no lo elijo, me desagrada siempre; domino mis miembros. También esto es cosa grande. Dado que la concupiscencia procede de la carne y a ésta pertenecen los miembros del cuerpo, cuando no reina el pecado, es decir, la concupiscencia de la carne, más derecho tiene la mente a sujetar los miembros de la carne para que no se entreguen como armas al servicio de la maldad que la misma concupiscencia a excitarlos. Así, pues, la concupiscencia es propia de la carne y los miembros de la carne; sin embargo, quien tiene el mando es la mente, si es ayudada desde lo alto, no sea que, concediéndole demasiado en detrimento de la gracia de Dios, hagamos de ella no un rey, sino un tirano. Por lo tanto, es tal su poder y de tal forma gobierna cuando es gobernada, que, aun con la oposición de la concupiscencia de su carne, puede hacer lo que dice el Apóstol: En consecuencia, evitad que reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, obedeciendo a sus deseos, y no hagáis de vuestros miembros armas de iniquidad al servicio del pecado10.

3. Por tanto, no existe condenación ahora para quienes están en Cristo Jesús11. No se inquieten si experimentan los cosquilleos de deseos ilícitos; no se acongojen porque parece que aún existe en sus miembros una ley que se opone a la ley de la mente12, pues no existe condenación. ¿Para quiénes? ¿Para quiénes, incluso ahora? Para quienes están en Cristo Jesús. ¿Y dónde queda lo que poco antes decía el mismo Apóstol? Veo en mis miembros otra ley que se opone a la ley de mi mente y que me tiene cautivo en la ley del pecado que reside en mis miembros13. Pero el me lo refería a la carne, no a la mente. ¿Dónde queda aquella ley, si no existe condenación para quienes están en Cristo Jesús? Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. Porque la ley, no la dada en el monte Sinaí según la letra14; porque la ley, no la dada en la vetustez de la letra, sino la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me librará de la ley del pecado y de la muerte15. Pues ¿cómo obtendrías el deleitarte en la ley de Dios según el nombre interior16, si la ley del Espíritu de vida no te librase de la ley del pecado y de la muerte? Por ello, ¡oh mente humana!, no te lo atribuyas, no te ensoberbezcas demasiado; más aún, no te ensoberbezcas en modo absoluto, ¡oh mente humana!, por el hecho de que no das tu consentimiento a los deseos de la carne y de que la ley del pecado no te ha depuesto de tu trono: la ley del espíritu de vida te ha librado de la ley del pecado y de la muerte. No te ha librado aquella ley de la que se dijo con anterioridad: Para que nuestro servicio sea en la novedad del espíritu y no en la vetustez de la letra17. ¿Por qué no te libró? ¿Acaso no fue escrita también ella con el dedo de Dios?18 ¿No se llama dedo de Dios al Espíritu Santo? Lee el Evangelio y advierte que donde un evangelista pone en boca del Señor: Si yo expulso los demonios en el Espíritu de Dios19, otro pone: Si yo expulso los demonios en el dedo de Dios20. Si, pues, también aquella ley fue escrita por el dedo de Dios, es decir, por el Espíritu de Dios, vencidos por el cual los magos del faraón dijeron: Aquí está el dedo de Dios21; si, pues, también ella, mejor, dado que también ella fue escrita por el Espíritu de Dios, es decir, por el dedo de Dios, ¿por qué no se la llama: ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús?

4.En efecto, no es a ella a la que se llama ley de la muerte; no es a la ley dada en el monte Sinaí a la que se llama ley del pecado y de la muerte. Se llama ley del pecado y de la muerte a aquella de la que dice gimiendo: Veo otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi mente22. La otra, en cambio, es aquella de la que se dijo: Así que la ley es ciertamente santa, y santo, justo y bueno el precepto23. Y a continuación: Entonces, lo que es bueno ¿se ha convertido en muerte para mí? De ninguna manera; pero el pecado, para que apareciera el pecado, mediante una cosa buena me causó la muerte, para que se haga sobremanera pecador o pecado mediante el precepto24. ¿Qué significa sobremanera? De forma que se añada la transgresión. Aquella ley se dio, pues, para que saliera a la luz la debilidad. He dicho poco; no sólo para que saliera a la luz, sino para que se acrecentara y, al menos de esta forma, se buscara al médico. De hecho, si la enfermedad fuera de poca monta, no se le haría caso; si no se le hacía caso, no se buscaría al médico; si no se buscaba al médico, no desaparecería. Por esta causa, dónde abundó el pecado, sobreabundó la gracia25, que eliminó cuantos pecados halló en nosotros y otorgó la ayuda a nuestra voluntad que se esforzaba en no pecar; de modo que la alabanza a nuestra voluntad no le venga de sí misma, sino de Dios. Pues en Dios seremos alabados el día entero26 y mi alma será alabada en el Señor: óiganlo los mansos y alégrense27. Óiganlo los mansos, ya que no lo hacen los soberbios y pleiteadores. ¿Por qué, pues, no es la misma ley escrita por el dedo de Dios la que presta este auxilio de la gracia de que estamos hablando? ¿Por qué? Porque fue escrita en tablas de piedra28, no en las de carne del corazón29.

5. Además, hermanos míos, advertid en un gran misterio la concordia y la diversidad; la concordia de la ley y la diversidad del pueblo. Como sabéis, en el antiguo pueblo se celebraba la pascua con la muerte de un cordero y los panes ácimos, significando la muerte del cordero a Cristo y el pan ácimo la nueva vida, es decir, sin el antiguo fermento. Por eso nos dice el Apóstol: Eliminad el viejo fermento, para ser masa nueva, como sois panes ácimos: porque nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada30. Así, pues, en aquel viejo pueblo aún no se celebraba la Pascua en el resplandor de la luz, sino en una sombra cargada de significado. Y después de cincuenta días de aquella celebración —quien quiera contarlos hallará esa cifra— se otorga en el monte Sinaí la ley, escrita con el dedo de Dios31. Llega la pascua verdadera; se inmola Cristo, efectúa el paso de la muerte a la vida. En la lengua hebrea, pascua significa tránsito, como indica el evangelista al decir: Habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre32. Se celebra, pues, la Pascua, resucita el Señor; pasa de la muerte a la vida, en lo que consiste la Pascua; contados cincuenta días, desciende el Espíritu Santo33, el dedo de Dios.

6. Pero advertid el cómo en uno y otro caso. Allí el pueblo se mantenía en pie a distancia34; existía el temor, aún no el amor. En efecto, a tanto llegó su temor, que dijeron a Moisés: Háblanos tú, y no el Señor, no sea que muramos35. Descendió, pues, según está escrito, Dios al monte Sinaí en el fuego, pero atemorizando al pueblo, que se mantenía en pie a distancia, y escribiendo con su dedo en la piedra, no en el corazón36. En cambio, cuando vino acá el Espíritu Santo, los fieles estaban congregados en unidad; no sólo no los aterrorizó en el monte, sino que entró en la casa. En efecto, de repente se produjo un estruendo procedente del cielo, como de un viento fuerte; a pesar del estruendo, nadie se asustó. Escuchaste el estruendo ya, advierte también el fuego, pues una y otra cosa hubo también en el monte, es decir, el fuego y el ruido; pero allí había también humo, mientras que aquí se trataba de un fuego sereno. Pues se vieron —dice la Escritura— lenguas separadas, como de fuego. ¿Los llenó de terror desde lejos? En absoluto, pues se posaron sobre cada uno de ellos y comenzaron a hablar en lenguas, según el Espíritu les concedía pronunciarlas37. Escucha la lengua que habla y ve en ella al Espíritu escribiendo no en una piedra, sino en el corazón. La ley, por lo tanto, del espíritu de vida —escrita en el corazón, no en una piedra— en Cristo Jesús —en quien se celebró la auténtica Pascua— te libró de la ley del pecado y de la muerte38. Mas para que sepas que ésta es la más evidente diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, al respecto dice también el Apóstol: No en tablas de piedra, sino en las tablas de nuestros corazones de carne39. Dice el Señor por el profeta: Llegarán días —dice el Señor— en que estableceré una alianza nueva con la casa de Jacob, no como la establecida con sus padres en el día en que los tomé de la mano y los saqué de la tierra de Egipto40. Y a continuación, mostrando con claridad la diferencia, dice: Pondré mis leyes en sus corazones; en sus corazones las grabaré41. Si, pues, la ley de Dios escrita en tu corazón no te atemoriza desde el exterior, sino que causa dulzura interior, entonces la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

7. Lo que era imposible a la ley42. Así continúa la lectura del Apóstol: Lo que era imposible a la ley. ¿Y qué añade para no acusarla? En quien estaba debilitada por la carne43. La ley, en efecto, mandaba, pero no se cumplía, porque la carne, ajena a la gracia, ofrecía una resistencia de todo punto invencible. También la ley estaba debilitada por la carne, pues la ley es espiritual; yo, en cambio, soy carnal44. ¿Cómo, entonces, me iba a auxiliar la ley que manda mediante la letra, pero no da la gracia? Estaba debilitada por la carne. ¿Qué hizo Dios, siendo ello imposible a la ley, debilitada por la carne? Dios envió a su Hijo45. ¿Qué provocaba la debilidad de la ley y por qué le era imposible? Estaba debilitada por la carne. ¿Qué hizo, pues, Dios? Contra la carne envió la carne; mejor, en favor de la carne envió a la carne. Dio muerte al pecado de la carne y liberó la sustancia de la carne.

Dios envió a su Hijo en una carne semejante a la del pecado46. En carne ciertamente verdadera, pero no en carne de pecado. Mas ¿por qué en una carne semejante a la del pecado? Para que fuese carne, verdadera carne. ¿Y a qué se debe la semejanza de carne de pecado? A que la muerte procede del pecado; evidentemente se halla en toda carne de pecado; de ella dice el Apóstol: Para que sea destruido el cuerpo de pecado47. Se debe, pues, a que la muerte está en toda carne de pecado; pero una y otra cosa, la muerte y el pecado, están en ella, en toda carne. En la carne de pecado reside la muerte y el pecado; en la semejanza de la carne de pecado residía la muerte, pero no el pecado. Pues, si la suya hubiese sido carne de pecado y hubiese expiado con la pena de la muerte la culpa del pecado, no hubiese dicho él mismo:

He aquí que llega el príncipe de este mundo y nada hallará en mí48. «¿Por qué, pues, me dio muerte?» Porque devolvía lo que no había robado49. Lo que hizo con el tributo, eso mismo hizo exactamente con la muerte. Se le pedía el tributo, un didracma: «¿Por qué —le dijeron— tú y tus discípulos no pagáis el tributo?»50. Llamando hacia sí a Pedro le dice: ¿De quiénes exigen el tributo los reyes del mundo: de sus hijos o le los extraños? Respondió: De los extraños. Entonces —le replica Jesús— quedan libres de ello los hijos. Sin embargo, para no escandalizarlos, vete al mar, echa el anzuelo y al primer pez que salga, es decir, el primogénito de entre los muertos, ábrele la boca y hallarás allí una estatera, es decir, dos didracmas o cuatro dracmas, puesto que era un didracma —dos dracmas— lo que se exigía por cabeza. Hallarás allí una estatera, esto es, cuatro dracmas; dalas por mí y por ti51. ¿Qué es por mí y por ti? Cristo mismo, Pedro, la Iglesia de Cristo, los cuatro evangelios de la Iglesia. Estaba oculto el misterio; no obstante, Cristo pagaba un tributo al que no estaba obligado. Así pagó incluso el tributo de la muerte; no lo debía, pero lo pagó. Si él no lo hubiera pagado aun sin estar en deuda, nunca nos hubiese librado de la nuestra.

8. Así, pues, lo que era imposible a la ley —que hacía prevaricador al hombre, porque la mente convicta de pecado aún no había buscado al Salvador— en quien estaba debilitada por la carne, envió Dios a su Hijo en una carne semejante a la carne de pecado y, con el pecado, condenó al pecado en la carne52. ¿Cómo, entonces, no tenía pecado, si condenó al pecado con el pecado? Ya os he expuesto esto otra vez; no obstante, quienes lo oyeron entonces, reconózcanlo; quienes no lo oyeron, óiganlo ahora; quienes lo olvidaron, recuérdenlo. En la ley se llamaba pecado al sacrificio ofrecido por el pecado. Con frecuencia hace mención de esto la ley; no una vez ni dos, sino que con mucha frecuencia se llama pecado al sacrificio por los pecados53. Tal pecado era Cristo. ¿Qué hemos de decir, pues? ¿Que tenía pecado? En ningún modo. Sin tener pecado, era pecado. Era pecado, acabo de decir, pero según la forma de hablar por la que se llama pecado al sacrificio por el pecado. Escucha cómo era pecado de esta forma; escucha al mismo Apóstol. Hablando de él dice: A aquel que no conocía el pecado. Esta afirmación os comentaba cuando os decía esas cosas. A aquel que no conocía el pecado, es decir, a Jesucristo nuestro Señor; a aquel que no conocía el pecado, Dios Padre lo hizo pecado por nosotros. Al mismo Cristo, que no conocía el pecado, Dios Padre lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros seamos justicia de Dios en él54. Fijaos en estas dos cosas: justicia de Dios, no nuestra; en él, no en nosotros. He aquí el origen de aquellos grandes santos de quienes dice el salmo: Tu justicia cual montes de Dios55. Y, como si en el mismo salmo en que se dijo tu justicia se proclamara que no es justicia propia de ellos, sino tu justicia cual montes de Dios, pues He levantado mis ojos a los montes, desde donde me vendrá el auxilio —desde los montes, pero no de ellos, dado que mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra56; tras haber dicho: tu justicia cual montes de Dios, como si preguntara por qué nacen otros que no pertenecen a la justicia de Dios, añadió: Tus juicios son como un abismo enorme57. ¿Qué significa: como un abismo enorme? Que es profundo, impenetrable e inaccesible a la mirada humana. En efecto, inescrutables son las riquezas de Dios, inescrutables sus juicios y sus caminos. Por lo tanto, también aquí envió Dios a su Hijo pensando en aquellos que habían sido conocidos de antemano y predestinados, a los que había que llamar, justificar y glorificar58, para que los montes de Dios digan: Si Dios está con nosotros, quién contra nosotros59. Envió Dios a su hijo en una carne semejante a la carne de pecado y, con el pecado, condenó al pecado en la carne, para que se realice la justicia de Dios en nosotros60. Como no se cumplía espontáneamente, se cumplió por Cristo. No vino a destruir la ley, sino a cumplirla61.

9. Pero ¿cómo se iba a cumplir la justicia de Dios en nosotros, o cómo se cumple para nosotros y con quiénes de nosotros? ¿Quieres oír en quiénes de nosotros? Los que no caminamos según la carne, sino según el Espíritu62. ¿Qué significa caminar según la carne? Consentir a las apetencias de la carne. ¿Qué es caminar según el Espíritu? Sentirse ayudados por el Espíritu en la mente y no obedecer a los deseos de la carne. Así, por tanto, se cumple en nosotros la ley y la justicia de Dios. En este entretiempo se cumple: No vayas en pos de tus apetencias63. Cuando oyes: en pos de tus apetencias, considéralas como ilícitas. No vayas en pos de tus apetencias: esto lo debe cumplir nuestra voluntad ayudada por la gracia de Dios. Debe ser realidad en ella ese no vayas en pos de tus apetencias. Pues todos cuantos pecados ha obrado en nosotros en el pasado esta concupiscencia de la carne, en hechos, palabras o pensamientos, todos han sido borrados en el sagrado bautismo. Con un único perdón borró todas las deudas. Pero queda la lucha contra la carne, pues, aunque se destruyó la iniquidad, perdura la debilidad. Está dentro, cosquillea todavía la delectación de la apetencia ilícita. Lucha, resiste, no consientas y se cumplirá entonces el precepto: No vayas en pos de tus apetencias, puesto que, incluso si alguna vez surgen de sorpresa y se apoderan del ojo, del oído, de la lengua o de la versátil imaginación, ni siquiera entonces perdamos la esperanza de nuestra salvación. Por eso decimos día a día: Perdónanos nuestras deudas64. Para que la justicia de Dios —dice— se cumpla en nosotros65.

10. Pero ¿en quiénes de nosotros? En quienes no caminamos según la carne, sino según el Espíritu. Pues quienes viven según la carne, sólo piensan en las cosas de la carne; en cambio, quienes viven según el espíritu, piensan en las del Espíritu. La prudencia de la carne es la muerte; la prudencia del Espíritu, en cambio, es la vida y la paz. La prudencia de la carne es enemiga de Dios; no está sometida a la ley de Dios, ni puede estarlo66. ¿Qué significa: Ni puede estarlo? No es el hombre quien no puede, ni el alma, ni tampoco la carne, por ser criatura de Dios; es la prudencia de la carne la que no puede; es el vicio, no la naturaleza. Es como si dijeras que la cojera ni está sometida a un recto caminar, pues tampoco puede estarlo. Puede el pie, pero no la cojera. Elimina la cojera, y verás un andar derecho. Pero, mientras persiste la cojera, resulta imposible. De idéntica manera es imposible a la prudencia de la carne lo otro. Si no existe tal prudencia de la carne, el hombre puede también. La prudencia del Espíritu es vida y paz. Lo que dice: La prudencia de la carne es enemiga de Dios no has de tomarlo como si ella pudiera hacerle daño a Dios. Es enemiga porque le opone resistencia, no porque le dé muerte. Daña solamente a aquel en quien habita, puesto que el vicio daña a la naturaleza en la que está presente. Si se inventó la medicina fue precisamente para eliminar el daño, devolviendo la salud a la naturaleza. Vino el Salvador al género humano, no halló a nadie sano y por eso vino en condición de gran médico.

11. He dicho esto porque los maniqueos, queriendo introducir la naturaleza del mal como opuesta a Dios, estiman que este testimonio sacado del Apóstol viene en cierto modo en apoyo de su error y consideran como referido a la naturaleza lo dicho: ni puede estarlo; es enemiga de Dios: Pues no está sometida a la ley de Dios ni puede estarlo67. No han advertido que el ni puede estarlo no se dijo ni de la carne, ni del hombre, ni del alma, sino de la prudencia de la carne. Esta prudencia es lo que constituye el vicio.

¿Quieres conocer qué es pensar según la carne?68 Es la muerte. Pero es el único y mismo hombre, la misma naturaleza creada por Dios, el Señor verdadero y bueno, el que ayer pensaba según la carne y hoy según el Espíritu. Eliminado el vicio, recobró la salud la naturaleza, pues mientras durase en ella la prudencia de la carne, de ninguna forma podía estar sometida a la ley de Dios. En efecto, mientras persiste el mal de la cojera, en ningún modo se puede caminar derecho. Eliminado el mal, se restablece la naturaleza. Algún tiempo fuisteis tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor69.

12. Ved, pues, lo que sigue. Los que están en la carne70, es decir, los que confían en ella y van en pos de sus apetencias, los que viven en medio de ellas, los que se deleitan en sus placeres y los que cifran en ellas la vida dichosa y feliz, estos son los que están en la carne, y no pueden agradar a Dios71. En efecto, Los que están en la carne no pueden agradar a Dios no ha de entenderse como si hubiese dicho: «Mientras los hombres se hallan en esta vida no pueden agradar a Dios». Entonces, ¿no le agradaron los santos patriarcas? ¿No le agradaron los santos profetas y los santos apóstoles? ¿No le agradaron los santos mártires, quienes, antes de desprenderse de su cuerpo en la pasión por confesar a Cristo, no sólo despreciaban el placer, sino que soportaban llenos de paciencia sus dolores? Le agradaron, pero no estaban en la carne. Arrastraban la carne, pero no eran arrastrados por ella. Pues ya se había dicho al paralítico: Toma tu lecho72. Por lo tanto, los que están en la carne, esto es —como ya he dicho y explicado—, no por el hecho de vivir en este mundo, sino porque consienten en los deseos de la carne, no pueden agradar a Dios.

13. Finalmente, escuchadle a él, que resuelve el problema sin dejar duda alguna. Hablaba cuando ciertamente aún vivía en este cuerpo; y, sin embargo, añadió: Vosotros, en cambio, no estáis en la carne73. ¿Piensas que hay aquí, entre nosotros, alguien a quien se dijo eso? Ved que lo dijo al pueblo de Dios, a la Iglesia. Aunque escribía ciertamente a los romanos, lo dijo para toda la Iglesia de Cristo; pero lo afirmó sólo del trigo, no de la paja; lo dijo de la masa que queda oculta, no de la paja que se ve. Cada uno reconozca en su corazón donde se ubica. Yo hablo a los oídos, no veo las conciencias; sin embargo, a tenor de lo dicho anteriormente, pienso en el nombre de Cristo que en su pueblo hay gente a quien se aplica: Vosotros, en cambio, no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros74. No estáis en la carne, porque no realizáis las obras de la carne consintiendo a sus apetencias, sino que estáis en el Espíritu, porque os deleitáis en la ley de Dios según el hombre interior75; a esto equivale lo que dice: Si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pues si presumís de vuestro espíritu, aún estáis en la carne. Por tanto, si no estáis en la carne, de manera que estáis en el Espíritu de Dios, entonces no estáis en la carne. En efecto, si se retira el Espíritu de Dios, el espíritu del hombre cae por su propio peso a la carne, retorna a las obras de la carne y a las apetencias mundanas, y su final será peor que el comienzo76. Usad, por lo tanto, el libre albedrío para implorar el auxilio. No estáis en la carne: ¿es obra de vuestras fuerzas? De ningún modo. ¿A qué es debido, pues? Si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo77. Por tanto, que la naturaleza pobre y viciada no se estire, ni se jacte, ni se atribuya la propia virtud. ¡Oh naturaleza humana! ¡Oh Adán! No te mantuviste en pie cuando estabas sano, ¿y te levantaste con tus propias fuerzas? Si alguien no tiene el Espíritu de Dios, el Espíritu mismo de Dios que es el Espíritu de Cristo, pues es el Espíritu del Padre y del Hijo: Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, que no se engañe: no es de Cristo.

14. Ved que, con la ayuda de su misericordia, poseemos el Espíritu de Cristo. Sabemos que habita en nosotros el Espíritu de Dios si amamos la justicia y mantenemos la integridad de la fe católica. Pero ¿qué decir de la carne mortal? ¿Qué decir de la ley que existe en nuestros miembros y opone resistencia a la ley de la mente78, o de aquel gemido: ¡Desdichado de mí!79? Escucha: Si, por el contrario, Cristo está en vosotros, el cuerpo está ciertamente muerto por el pecado, el espíritu, en cambio, es vida a causa de la justicia80. Entonces, ¿hay que perder la esperanza respecto al cuerpo muerto por el pecado? ¿No cabe esperanza alguna? ¿Tan dormido está que no se levantará más81? De ninguna manera. El cuerpo, ciertamente, está muerto por el pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justicia. Nos ha quedado la tristeza por nuestro cuerpo, pues nadie hay que haya aborrecido a su carne82. Vemos con cuánto esmero se da sepultura a los muertos. El cuerpo, ciertamente, está muerto por el pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justicia. Ya decías para consolarte: «Quisiera que también mi cuerpo gozase de vida; pero, dado que no es ello posible, que la tenga al menos mi espíritu, mi alma». Espera, no te angusties.

15. Pues si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de los muertos habita en vosotros, el que le resucitó a él, dará también vida a vuestros cuerpos mortales83. ¿Por qué teméis? ¿Por qué estáis tan preocupados también por vuestra carne? Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá84. Adán con su pecado condenó a muerte vuestros cuerpos, pero Jesús, si su Espíritu habita en vosotros, dará igualmente vida a vuestros cuerpos mortales, puesto que entregó su sangre por vuestra salud. ¿Dudas de que se cumplirá lo prometido teniendo tal garantía? Entonces, ¡oh hombre!, ¿no habrá aquella lucha de la muerte? ¿Se cumplirá lo dicho: Desdichado de mí: quién me librará del cuerpo de esta muerte85? Puesto que, si su Espíritu habita en vosotros, Cristo Jesús dará igualmente vida a nuestros cuerpos mortales. Serás librado del cuerpo de esta muerte, no careciendo de él o recibiendo otro, sino no muriendo jamás. Pues si hubiese dicho: ¿Quién me librará del cuerpo?, sin añadir: de esta muerte, quizá diese pie, aunque equivocadamente, al pensamiento humano para decir: «Ya ves que Dios no quiere que nosotros vivamos con cuerpo». Del cuerpo —dijo— de esta muerte. Deja de lado la muerte, y bueno es el cuerpo. Elimínese el último enemigo, la muerte86, y la carne vivirá en amistad conmigo por siempre. Pues nadie, en efecto, tuvo odio jamás a su carne87. Aunque el espíritu tiene deseos contrarios a los de la carne, y la carne los tiene contrarios a los del espíritu88; aunque en esta casa hay ahora riñas, el marido que litiga no busca la perdición de la esposa, sino la concordia con ella. No penséis, hermanos míos, no penséis que el espíritu, aunque tenga deseos contrarios a los de la carne, la odia. Aborrece sus vicios, su prudencia, la lucha de la muerte. Que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad89; siémbrese el cuerpo animal, resucite uno espiritual90 y verás la concordia plena y perfecta, verás a la criatura alabar al creador. Por lo tanto, si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de los muertos habita en vosotros, el que le resucitó a él, dará igualmente vida a vuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en vosotros. No por méritos vuestros, sino por don suyo. Vueltos al Señor...