SERMÓN 148

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Reproches a Ananías y Safira (Hch 5,1—10)

1. Cuando se hizo la lectura del libro titulado los Hechos de los Apóstoles advertisteis lo que les sucedió a quienes, tras haber vendido una propiedad, retuvieron una parte del precio y pusieron el resto a los pies de los apóstoles como si fuera todo. Reprendidos, inmediatamente expiraron ambos, el marido y su mujer1. A algunos les parece que fue demasiado duro el castigo consistente en que ambos muriesen por haber retenido dinero propio. El Espíritu Santo no actuó así por la avaricia de ellos, sino que de esa manera castigó su falsedad. Habéis oído, en efecto, las palabras del muy bienaventurado Pedro diciéndoles: «¿Acaso no quedaba para ti si no lo vendías y, vendido, no podías disponer de su precio2? Si no hubieras querido venderlo, ¿quién te habría obligado a hacerlo? Si hubieras querido ofrecer la mitad, ¿quién iba a reclamártelo todo?». Si, pues, se pensaba que había que ofrecer la mitad, había que decir que era la mitad. Presentar la mitad como si fuera todo es una mentira que ha de ser castigada. Con todo, hermanos, no os parezca castigo severo la muerte temporal. Y ¡ojalá el correctivo no haya pasado de aquí! En efecto, ¿qué supone ello de especial para seres mortales que han de morir alguna vez? Mas por medio del castigo temporal que les infligió Dios quiso dar a conocer su disciplina. A su vez, hay que creer que Dios les habrá perdonado después de esta vida, pues su misericordia es grande3. Con referencia a las muertes que sobrevienen como castigo, el Apóstol, corrigiendo a los que trataban irreverentemente el cuerpo y la sangre de Cristo, les dice en cierto lugar: Por eso hay entre vosotros muchos débiles y enfermos, y duermen los suficientes4, es decir, cuantos bastan para mantener la disciplina. Muchos entre vosotros duermen, o sea, mueren. En efecto, los corregía el azote del Señor: enfermaban y morían. Y, a continuación de estas palabras, dice: Pues, si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados por Dios. Sin embargo, al ser juzgados, Dios nos corrige, para no condenarnos con el mundo5. ¿Qué oponer si a este varón y a su esposa les sucedió algo parecido? Fueron corregidos con el azote de la muerte, para no ser castigados con el suplicio eterno.

2. Ponga atención Vuestra Caridad a esta sola cosa: si desagradó a Dios el que sustrajesen una parte del dinero que le habían ofrecido a él, dinero que sin duda era necesario para la vida de aquellos hombres, ¿cuál no será su ira cuando se le promete castidad y no se cumple, cuando se le promete la virginidad y no se cumple? Esta promesa, en efecto, va dirigida a la utilidad de Dios y no a la de los hombres. ¿Qué significa lo que acabo de decir: «a la utilidad de Dios»? Que Dios hace de sus santos una casa para sí, se construye un templo en el que se digna habitar, y quiere ciertamente que su templo permanezca santo. Por tanto, lo que dijo Pedro con referencia al dinero, puede decirse también a una virgen santimonial que se casa: «En el caso de permanecer, ¿no te quedaba tu virginidad para ti y, antes de ofrecerla, no disponías de ella?». Quienes hayan hecho esto, es decir, hayan hecho tales promesas y no las hayan cumplido, no piensen que van a ser castigadas con la muerte temporal; serán condenadas al fuego eterno.