«Simón Pedro, ¿me amas?» (Jn 21,15—17)
1. Todas las cosas que se leen ahora en el santo evangelio fueron realizadas y dichas después de la resurrección. Por eso hemos escuchado cómo el Señor Jesucristo preguntaba a Pedro si le amaba1. Así, pues, preguntaba el Señor al esclavo, el Maestro al discípulo, el Creador al hombre, el Redentor al redimido, la Firmeza al vacilante, el que sabe de antemano al ignorante, y en el hacerse como uno que pregunta se manifestaba como uno que enseña. En efecto, Cristo no ignoraba nada de lo que Pedro llevaba en su corazón. Le pregunta una vez, él responde. Pero no le basta; le pregunta otra vez, y no algo distinto, sino lo mismo que le había preguntado. Él le responde también lo mismo. Se repite la pregunta por tercera vez, por tercera vez responde el amor, pues se le preguntaba tres veces por su amor a él que le había negado tres veces por temor. A la muerte de Cristo, temió; temió y negó; mas el Señor, al resucitar, le infundió el amor, ahuyentó su temor. En efecto, ¿qué podía temer ya Pedro? Pues cuando le negó, le negó precisamente por temor a la muerte; ¿qué podía temer, una vez resucitado el Señor en quien halló muerta la muerte? Con toda certeza le interrogaba estando vivo el que fue sepultado estando muerto; tenía presente a quien había colgado del madero. Cuando los judíos juzgaban a Jesucristo nuestro Señor, Pedro, interrogado —lo que es peor, por una mujer, y lo que es más humillante, por una esclava — sintió temor y lo negó2; ante la esclava, se llenó de miedo; ante el Señor, se mantuvo valerosamente de pie. Ahora bien, al que le confesó su amor una, y dos, y tres veces, el Señor le confió sus ovejas. ¿Me amas? —le pregunta —; Señor, tú sabes que te amo. Y él: Apacienta mis corderos3. Y así una vez, dos, tres veces, como si Pedro no tuviese otra manera de mostrar su amor a Cristo a no ser siendo pastor fiel bajo el príncipe de los pastores. —¿Me amas? —Te amo. Y, puesto que me amas, ¿qué me vas a dar? ¿Qué me vas a dar tú, un hombre, a mí, tu creador? ¿Qué vas a dar de tu amor, tú, un redimido a tu redentor o, como mucho, un soldado a tu general? ¿Qué le vas a dar? Sólo esto te reclamo: Apacienta mis ovejas4.
2. No obstante, hermanos, prestad atención con la vista puesta en ciertos hombres, siervos malos, que del rebaño del Señor se hicieron un patrimonio y dividieron lo que no habían comprado. En efecto, hubo ciertos siervos que no mantuvieron la fidelidad, dividieron el rebaño de Cristo y con sus rapiñas en cierto modo se agenciaron un patrimonio, y les oyes decir: «Aquellas ovejas son mías. ¿Qué buscas entre mis ovejas? Que no te vea arrimado a mis ovejas». Si nosotros hablamos de «mis» ovejas y ellos hablan de «sus» ovejas, Cristo perdió las suyas. Imaginaos que estáis ante el príncipe de los pastores, el amo de su grey, que se mantiene en pie que distingue y juzga entre sus siervos. —¿Qué dices tú? —Mis ovejas son estas. —Y tú ¿qué dices? —Mis ovejas son estas. —Las que yo he comprado ¿dónde están? Siervos malvados, habláis de ovejas vuestras y reclamáis como vuestro lo que yo he comprado, siendo así que vosotros mismos pereceríais si yo no os comprase. ¡Lejos de nosotros consideraros como ovejas nuestras! No es esta la voz de la Católica, no es voz legítima, no es la voz de Pedro, porque va contra la Piedra. Sois ovejas, pero de quien os ha comprado a vosotros y a nosotros. Tenemos un único Señor; es el pastor, no un mercenario. Él apacienta a sus ovejas y —algo que nadie hace con sus ovejas —pagó el precio y redactó el documento que lo acredita. Busca el precio: es su sangre; busca el documento, es el evangelio, que habéis oído poco ha cuando se leyó. ¿Qué dijo a Pedro? —¿Me amas? —Te amo. —Apacienta mis ovejas. ¿Acaso, las tuyas? ¿Queréis saber a quién dice las tuyas? Escucha en el libro sagrado que lleva por título El cantar de los cantares; en él se leen cánticos de amor santo, el esposo y la esposa, Cristo y la Iglesia. El libro entero es como un cántico nupcial, lo que llaman un epitalamio, pero de un tálamo santo, de un tálamo casto: pues puso su tienda en el sol, es decir, a plena luz, al público, bien a la vista, donde no se ocultase a nadie. Y él es como esposo que salió de su tálamo5, pues tomó una esposa, la carne humana. Su tálamo fue un seno virginal; allí se unió con la Iglesia, para que se cumpliese lo que se había predicho. Y serán dos en una sola carne6.
3. Hablando, pues, entre sí estos dos amantes, Cristo y la Iglesia, le dice ésta: Indícame, amado de mi alma, donde apacientas el rebaño, donde sesteas a medio día7. ¿Por qué quiero que me indiques dónde apacientas el rebaño, donde sesteas al mediodía? No sea que me convierta en una como encapuchada entre los rebaños de tus compañeros8. Por esto —dice — quiero que me indiques dónde apacientas el rebaño, donde sesteas a mediodía: para que cuando llegue a ti, no me extravíe, no sea que me convierta en una como encapuchada entre los rebaños de tus compañeros, es decir, vaya a dar no con tus rebaños, sino con los de tus compañeros. Como una encapuchada. ¿Qué otra cosa significa encapuchada, sino oculta e ignorada? A propósito de estas palabras, los donatistas acostumbran a ofrecer lo que ellos piensan, no el sentido de las Escrituras. Esto es, pues, lo que suelen decir: el mediodía se identifica con África, el mediodía del mundo es África; por eso pregunta la Iglesia al Señor: ¿Dónde pastoreas el rebaño?, ¿dónde sesteas?, a lo que él responde: en el mediodía. Como si dijera: No me busques sino en África. Lee y entiende, mente herética. Ahora se te ofrece un espejo; descúbrete en él; advierte que aún pregunta la esposa; ¿por qué introduces ya al esposo respondiendo? Al menos reconoce el género femenino.
¿Dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía? No sea que me convierta en una como encapuchada. El género de encapuchada —pienso— es femenino, no masculino. Por tanto, ¡oh Señor!, sea África el mediodía; entiéndase como lo entienden ellos. África es el mediodía. Aquí, donatistas, tuvo su origen vuestro partido; aquí se produjo la gran división y la sierra de la disensión actuó sobre el rebaño de Cristo. Por eso, como si se tratase de la Iglesia transmarina, pregunta dónde no se ha producido esa división: Indícame, amado de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía. Pues oigo que allí un partido se llama de Donato, que unos se llaman católicos, otros donatistas; indícame dónde apacientas el rebaño, no sea que cuando llegue me extravíe. Busco un indicador allí donde temo la incertidumbre. Indícame dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía. ¿Por qué quiero que me lo indiques? No sea que me convierta en una como encapuchada, puesto que para el partido de Donato soy una casi encapuchada, casi ignorada; se me anuncia allí, pero a ellos se le oculta.
4. Esto dicen las Escrituras: En los últimos días quedará manifiesto el monte del Señor, ubicado en la cima de los montes, y destacará sobre los collados, y vendrán a él todos los pueblos9. Se habla de una montaña, y esa montaña es algo oculto para el partido de Donato. A quien tropieza en una piedra hay que disculparle; quien tropieza contra una montaña, ¿qué ojos tiene? Hermanos míos, a los judíos es más fácil disculparles, pues ellos tropezaron en una piedra, pero los herejes contra una montaña. ¿Cómo es que los judíos tropezaron en una piedra? Porque Cristo, cuando sufría la pasión, era aún pequeño, por lo que se dijo: Tropezaron en la piedra de tropiezo10. Por otra parte, el santo Daniel tuvo una visión, y escribió lo que vio, y dijo haber visto que una piedra se desprendía de una montaña sin intervención de mano alguna11. Se trata de Cristo, descendiente de la estirpe judía, pues también ella era una montaña porque tiene el reino. ¿Qué significa mano alguna? Que la piedra se desprendió sin intervención humana, porque la aportación masculina no llegó a la virgen, a fin de que naciese sin esa intervención humana. La piedra se desprendió de la montaña, sin manos, e hizo añicos la estatua, símbolo de los reinos terrenos. Pero ¿qué se dijo? Esa es la piedra en la que tropezaron los judíos: tropezaron en la piedra de tropiezo. ¿Cuál es la montaña contra la que tropezaron los herejes? Escucha al mismo Daniel: Y aquella piedra —dice— creció y se convirtió en una montaña tan grande que llenaba toda la faz de la tierra12. Con razón dice el salmo, refiriéndose a Cristo que resucita: Levántate sobre los cielos, ¡oh Dios!, y sobre toda la tierra tu gloria13. ¿Qué significa: Sobre toda la tierra tu gloria? Sobre toda la tierra tu Iglesia, sobre toda la tierra tu esposa. Y, no obstante, dice: Indícame, amado de mi alma14. Ya estoy por doquier, ya lleno todas las tierras, y estoy encapuchada para los africanos. Por tanto, Indícame, no sea que me convierta en una como encapuchada tras los rebaños no de tus ovejas, sino de las de tus compañeros. Pues tus compañeros han originado cismas. ¿Qué compañeros son? Los que accedieron a la mesa del Señor, de los que dice el salmo en otro lugar: que comía mis panes15; de los que dice: si mi enemigo me hubiese ultrajado, lo habría soportado, y si uno que me odiase hubiese vertido contra mí grandes acusaciones, me habría escondido de él; pero tú, hombre de un alma sola conmigo, mi guía y mi conocido, que tomabas conmigo sabrosos alimentos; que hemos caminado de acuerdo en la casa del Señor16. En otro tiempo de acuerdo, ahora en desacuerdo, porque le falta cordura. Estos son los comensales a los que ella temía ir a parar. Temo —dice— extraviarme; temo que, como encapuchada, vaya a topar con los rebaños de tus compañeros; temo extraviarme y perecer, temo perder todo reiterando el bautismo que recibí.
5. Habéis oído la preocupación de la esposa, escuchad la respuesta del Esposo. Habiendo dicho eso la Esposa, añadió el Esposo en seguida: Si no te conoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!17, católica, hermosa entre las herejías, si no te conoces a ti misma, si no adviertes que te conoces allí donde me conociste, si no antepones mis Escrituras a las habladurías humanas, si no conoces que estás por doquier, si no conoces que eres tú la designada allí donde se dice: Pídemelo, y te daré en herencia los pueblos18. Por tanto, si no te conoces a ti misma ¿qué? Sal tú misma; si no te conoces, sal. Palabra mala, palabra luctuosa: Sal. ¡Que Dios la aleje de nosotros! Ve d de quiénes se dijo: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros19. Al siervo malo se le dice: Sal, puesto que el siervo no se queda en casa para siempre, mientras el hijo permanece para siempre20. ¿Queréis ver que al siervo malo se le dice: Sal? ¿Qué se le dice al siervo bueno? Entra en el gozo de tu Señor21. Por tanto, todo el que le escucha, todo el que es miembro de su esposa, tema lo que se le dice: Si no te conoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!, sal tú misma tras las huellas de los rebaños22. ¿Qué significa tras las huellas de los rebaños? Tras los errores de los hombres, no tras la voz del pastor. Nosotros, hermanos, no salgamos tras las huellas de los rebaños; tenemos las huellas del Pastor, siguiendo las cuales no nos extraviamos. Cristo padeció por nosotros, dejándonos el ejemplo para que sigamos sus huellas23. Así, pues, si no te conoces a ti misma, sal tú misma tras las huellas de los rebaños, y apacienta tus cabritos24. Cabritos y, además, tuyos. Sabéis que las ovejas están a la derecha, los cabritos a la izquierda. Y apacienta tus cabritos. ¿Por qué tus cabritos? Dado que sales, apacientas como Donato tus cabritos; si, en cambio, no sales, apacientas, como Pedro, mis ovejas.