El juicio del Espíritu (Jn 16,8—11)
1. Entre otras muchas cosas que dijo nuestro Señor y Salvador Jesucristo acerca del Espíritu Santo, que prometió enviar y envió, dijo lo siguiente: Él convencerá al mundo en lo referente al pecado, y en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio1. Y, después de haberlo dicho, no pasó a hablar de otro tema, sino que se dignó aclararlo algo más. En lo referente al pecado, por no haber creído en mí; en lo referente a la justicia, a su vez, porque voy al Padre; en lo referente al juicio, en cambio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado2. Como consecuencia, nos surge el deseo de entender por qué el pecado de los hombres, como si no hubiese otros, consiste en no creer en Cristo, hasta el punto de decir que el Espíritu Santo sólo de él dejaría convicto al mundo. Ahora bien, siendo manifiesto que, dejando de lado esa incredulidad, hay muchos más pecados cometidos por los hombres, ¿por qué el Espíritu Santo sólo deja convicto al mundo de ese pecado? La causa por la que Dios le deja convicto, con preferencia a los demás, de ese único pecado que impide que los otros sean perdonados hasta que el hombre soberbio no crea en el Dios humilde, ¿no será, tal vez, que la incredulidad impide el perdón de todos ellos, perdón que logra la fe? Efectivamente, así está escrito: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes3. Sin duda alguna, la gracia de Dios es un don divino; a su vez, el Espíritu Santo mismo es el máximo don de Dios y por eso se le llama gracia. En efecto, todos han pecado y están privados de la gloria de Dios4 y el pecado entró en el mundo —y con el pecado la muerte— por un hombre en el que todos pecaron5: he aquí la razón por la que es gracia, porque se da gratuitamente. Y se da gratuitamente porque no se otorga como recompensa tras un balance de méritos, sino como don tras el perdón de los pecados.
2. Así, pues, quedan convictos de pecado los infieles, es decir, los amadores del mundo, designados en este nombre de «mundo». Pues, cuando se dice que Convencerá al mundo en referencia al pecado6, se refiere únicamente al de no haber creído en Cristo. En efecto, si no existe ese pecado, no subsistirá otro alguno, porque al justo, que vive de fe7, se le perdonan todos. Pero hay gran diferencia entre creer en la existencia de Cristo y creer en Cristo. Pues que existe Cristo lo creyeron también los demonios, quienes, en cambio, no creyeron en Cristo. De hecho, cree en Cristo quien también espera en Cristo y ama a Cristo. Porque, si uno tiene fe sin esperanza y sin amor, cree que existe Cristo, no cree en Cristo. Así, pues, si uno cree en Cristo, Cristo viene a él y en cierto modo se une a él, y se constituye en miembro de él en su cuerpo, lo cual no es posible si a la fe no se le juntan la esperanza y la caridad.
3. ¿Qué significa lo que dice también: En lo referente a la justicia, porque voy a Padre?8 Y en primer lugar hay que hacerse esta pregunta: si el mundo queda convicto de pecado, ¿por qué también de justicia? Pues ¿de qué puede uno quedar convicto en referencia a la justicia? ¿Acaso el mundo queda convicto de su pecado, pero convencido de la justicia de Cristo? No veo otra forma de entenderlo, puesto que —dice— en lo referente al pecado, por no haber creído en mí; en lo referente a la justicia, en cambio, porque voy al Padre9. Ellos no creyeron, él va al Padre. Por consiguiente, lo propio de ellos es el pecado, lo propio de él es la justicia. Pero ¿por qué quiso poner en relación la justicia únicamente con el hecho de ir al Padre? ¿No es, acaso, justicia también el haber venido al mundo desde su Padre? ¿O acaso el venir a nosotros desde el Padre es misericordia y el ir al Padre más bien justicia?
4. Por tanto, hermanos, juzgo conveniente que, ante la profundidad tan grande de las Escrituras en las que tal vez las palabras ocultan algo que haya que descubrir oportunamente, hagamos una especie de investigación conjunta desde la fe para merecer hallar con provecho para nuestra salvación. ¿Por qué, pues, considera justicia el ir al Padre y no también el venir del Padre? ¿Acaso porque fue obra de misericordia el venir es obra de justicia el ir, a fin de que aprendamos que no puede haber justicia en nosotros si somos negligentes en practicar antes la misericordia, no buscando nuestros intereses sino también los de los demás? Tras hacer esta advertencia, el Apóstol alegó en seguida un ejemplo, tomado del mismo Señor: Nada hagáis —dice— por rivalidad ni por vanagloria, sino con humildad interior, estimando cada cual a los demás como superiores a sí; no buscando cada cual su propio interés, sino también el de los demás10. Luego añadió inmediatamente: Tened cada uno en vosotros los mismos sentimientos que tuvo también Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y, apareciendo en su porte como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz11. Esta fue la misericordia, por la que vino del Padre. ¿Cuál es, entonces, la justicia, por la que va al Padre? Continúa el Apóstol diciendo: Por lo cual, también Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los seres celestes, y de los terrestres, y de los infernales, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor en la gloria de Dios Padre12. Esta es la justicia por la que va al Padre.
5. Pero, si vuelve solo al Padre, ¿qué beneficio obtenemos de ello? ¿Por qué el Espíritu Santo deja convicto al mundo en referencia a esta justicia? Y, sin embargo, si no fuera solo al Padre, no diría en otro lugar: Nadie ha subido al cielo sino el que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo13. Mas también el apóstol Pablo dice: Porque nuestra ciudadanía está en los cielos14. Pero ¿cómo así? Porque también dice: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas de arriba, no las que se hallan sobre la tierra. Pues vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios15. ¿Cómo, entonces, ha subido él solamente? ¿O ha subido solo porque Cristo, con todos sus miembros, forma un solo ser, como la cabeza con su cuerpo? Ahora bien, ¿cuál es su cuerpo, sino la Iglesia? Así lo dijo el mismo Doctor: Mas vosotros sois el cuerpo de Cristo y, a nivel individual, miembros de él16. Habiendo, por tanto, caído nosotros y habiendo él bajado por nosotros, las palabras: Nadie ha subido, sino el que ha bajado, ¿qué pueden significar sino que nadie sube a no ser que se haya hecho un solo ser con él y se haya unido, como miembro, al cuerpo del que bajó? Así dice también a sus discípulos: Porque sin mí no podéis hacer nada17. En efecto, de una manera Cristo es uno con el Padre18 y de otra es uno con nosotros. Es uno con el Padre porque es única la sustancia del Padre y del Hijo; es uno con el Padre porque, siendo de condición divina, no se aferró a su categoría de Dios19. Mas se hizo uno con nosotros porque se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo20; se hizo uno con nosotros según la descendencia de Abrahán, en quien serán bendecidos todos los pueblos. Tras haber mencionado esto último, dijo el Apóstol: No dice: «A sus descendientes», como si la descendencia se concretase en muchos, sino —como concretándose en uno sólo— y «a tu descendencia», que es Cristo21. Y dado que también nosotros pertenecemos a lo que es Cristo, debido a que todos estamos incorporados y unidos a él como Cabeza, Cristo es uno solo; lo mismo se deduce de que se nos diga a nosotros: Por tanto, sois descendencia de Abrahán, herederos según la promesa22. Efectivamente, si la descendencia de Abrahán es única y se entiende que esa única descendencia no es otro que Cristo y, a su vez, que también nosotros somos esa descendencia de Abrahán, entonces este conjunto de cabeza y cuerpo constituye el único Cristo.
6. En consecuencia, no debemos considerarnos extraños a la justicia de que habla el Señor cuando dice: En lo referente a la justicia, porque voy al Padre23. En efecto, también nosotros hemos resucitado con Cristo y existimos con Cristo, nuestra Cabeza, de momento mediante la fe y la esperanza; mas esta nuestra esperanza se hará realidad en la resurrección final de los muertos. Y, a su vez, cuando se haga realidad nuestra esperanza, entonces se hará también realidad nuestra justificación. El Señor, que la hará realidad, nos mostró en su carne, esto es, en nuestra cabeza, en la que resucitó y ascendió al Padre, qué debemos esperar. La razón es que así está escrito: Fue entregado fue por nuestros delitos y resucitado para nuestra justificación24. Por tanto, el mundo es convencido de pecado25 en aquellos que no creen en Cristo, y de justicia en los que resucitan de entre los miembros de Cristo26. Por eso se dijo: Para que nosotros seamos justicia de Dios en él27. De hecho, si no lo somos en él, de ningún modo seremos justicia. Pero, si lo somos en él, todo él, incluidos nosotros, va al Padre, y esta perfecta justicia se hará realidad en nosotros. Por eso el mundo es convencido también de juicio, porque ya está juzgado el príncipe de este mundo28, es decir, el diablo, príncipe de los malvados, que en su corazón no habitan sino en este mundo que aman y por lo que se les llama mundo, igual que nuestra ciudadanía está en el cielo29, si hemos resucitado con Cristo. Por tanto, igual que, junto con nosotros, es decir, con su cuerpo, Cristo es uno solo, así también el diablo es uno solo con los impíos, a modo de cuerpo suyo, que le tienen por cabeza. En consecuencia, igual que nosotros no nos apartamos de la justicia, con referencia a la cual dijo el Señor: Porque voy al Padre30, los impíos no se eximen de aquel juicio con relación al cual dijo: Porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.