Acerca de la sepultura de los catecúmenos
1. Porque el señor padre y hermano lo juzga conveniente, invita a que yo notifique a Vuestra Santidad [algo] sobre la sepultura de catecúmenos. Y en verdad es cuidado suyo principalmente; mas por la caridad de que yo hablaba, todo lo tengo en común con vosotros para ser partícipe de Cristo2.
El dolor suele ser envidioso un poquito y con la venia [ajena]; en efecto, ¿quién no disculpará a uno trastornado por el dolor, si por casualidad habla con envidia? Sin embargo, carísimos, todos debéis saber —lo saben muchos de vosotros, incluso casi todos lo saben— que, según costumbre y disciplina de la Iglesia, precisamente donde se celebran los sacramentos de los fieles no deben enterrar entre los cuerpos de los fieles los cuerpos de los catecúmenos difuntos, y que a nadie puede concederse [tal cosa]; de lo contrario, no se daría sino culpable acepción de personas3. En efecto, ¿por qué se ha de conceder al muy rico y no ha de concederse al pobre, si en ello hay algún solaz de los muertos? Por cierto, los méritos de los muertos se tienen en cuenta no en los lugares de sus cuerpos sino en los afectos de las almas. Hermanos míos, como fieles aprended también a pensar esto: por causa de los sacramentos no pueden los cuerpos ser colocados donde no conviene.
2. Sin embargo, lamentamos que aquí haya muerto un catecúmeno y compadezco a ese del que se trataba. Y a propósito de esto os aconsejo, hermanos, que nadie esté cierto de que mañana va a vivir. Corred a la gracia, mudad las costumbres; válgaos de aviso esto. ¿Qué había más sano que él? ¿qué más robusto que su cuerpo? Ha muerto de repente. Vivo estaba, difunto está y ¡ojalá difunto y no muerto de verdad! ¿Qué voy a decir, pues, hermanos míos? ¿Voy a halagar al hombre y a decir que también los catecúmenos van adonde van los fieles? ¿Acariciaré los dolores humanos hasta el punto de disertar contra el evangelio? No puedo, hermanos míos.
Los vivos han de correr, para que, muertos, no haya que llorarlos de verdad y de verdad estén muertos. Si como se corre en atención a los sepulcros de los muertos, se corriera igualmente en atención a los sacramentos de los vivos, quizá a nadie habría que llorar razonablemente, porque, aunque se le llorase, con afecto carnal se le lloraría, ya que no se ha de llorar a quien, abandonadas las tentaciones del mundo, tocan en suerte las realidades mejores y, seguro en Cristo, jamás está agitado, pues no teme al adversario diablo, no se estremece ante el hombre maldiciente.
3. Por cierto, quizá al famoso Lázaro cuyas heridas lamían los perros no lo sepultaron, pues acerca de su sepultura ha guardado silencio Dios. De él no está dicho sino que, después de haber muerto, se lo llevaron al seno de Abrahán. No está dicho siquiera que lo sepultaron. En efecto, aquel de quien, hambriento mientras vivía, nadie se preocupaba, muerto recibió quizá incluso el menosprecio de quedar insepulto. Y sin embargo, fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Ahora bien, dice, murió también el rico y fue sepultado4: al alma que en los infiernos estaba sedienta de una gota [caída] de la punta de los dedos5, y que no recibió, ¿de qué le sirvió un sepulcro, incluso tal vez revestido de mármol? No quiero decir más, hermanos míos; con el miedo que hasta aquí os he metido, basta, no sea que aumente yo el dolor de ciertos hermanos nuestros a los que este suceso ha golpeado. La verdad es que no debía decir nada de esto, pero me han forzado a exhortaros y amonestaros.
4. Pensad en la fragilidad humana, hermanos míos; mientras vivís, corred para vivir; para no moriros de verdad, corred mientras vivís. No se ha de temer la disciplina de Cristo. Mi yugo es suave y mi carga, ligera, grita él en este mismo capítulo que poco antes he tratado —Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón; pues mi yugo es suave, y mi carga, ligera6—, ¿y tú disertas en contra y dices: «Todavía no quiero ser un fiel, no puedo»? ¿Qué significa «no puedo», sino que el yugo de Cristo es áspero y su carga pesada? ¿Así que tu carne te sugiere la verdad y Cristo miente? Él dice «es suave», y tu frivolidad dice «es áspero»; él dice «es ligera», y tu frivolidad dice «es pesada». Más bien, créele a Cristo que su yugo es suave y su carga ligera. No trepides, con cuello intrépido ponte debajo. Tanto más suave a tu cuello será el yugo, cuanto el cuello mismo sea más fiel.
Así, pues, hermanos, por dos motivos he querido decir estas cosas y recordarlas a Vuestra Caridad: que nadie pida esto ni se contriste, si no lo alcanzase; y que cada uno de vosotros, oh catecúmenos, cuando estáis vivos, cuidéis de no perecer después de muertos, y de que ni los vuestros ni siquiera la madre Iglesia no encuentren cómo poder socorreros.