SERMÓN 138

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

El buen pastor (Jn 10,11—16)

1. Hemos oído al Señor Jesús que nos encarecía el deber del buen pastor. En ese encarecimiento nos ha hecho saber —como es dado entender— que hay buenos pastores. Y, sin embargo, para que no interpretemos de modo equivocado esa muchedumbre de pastores, dice: Yo soy el buen pastor1. Y a continuación indica qué le convierte en buen pastor: El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado y el que no es pastor, ve venir al lobo y huye, porque le traen sin cuidado las ovejas; por eso es mercenario2. Así, pues, el buen pastor es Cristo. ¿Qué es Pedro? ¿No es, acaso, buen pastor? ¿No dio él también la vida por las ovejas? ¿Y Pablo? ¿Y los demás apóstoles? ¿Y los bienaventurados obispos mártires que les sucedieron? ¿Qué decir incluso de san Cipriano? ¿No fueron, por ventura, todos ellos buenos pastores, y no asalariados, de quienes se dice: Os aseguro que ya recibieron su recompensa3? Así, pues, todos ellos fueron buenos pastores; no solo por haber derramado su sangre, sino por haberla derramado por el bien de las ovejas. Pues no la derramaron por orgullo, sino por caridad.

2. También entre los herejes los que padecieron alguna molestia con consecuencia de sus maldades y errores se atribuyen, llenos de jactancia, el nombre de mártires, para robar más fácilmente, dado que son lobos, bajo ese palio purificador4. Pero, si queréis saber entre quienes han de ser contados, escuchad a Pablo, pastor bueno, puesto que no se ha de pensar que todos los que, en su pasión, entregan sus cuerpos incluso a las llamas, han derramado su sangre por las ovejas, sino que más bien la entregaron contra ellas: Aunque hablara —dice— las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque conociera todos los misterios y poseyera en plenitud la profecía y la fe, hasta el punto de trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy5. Gran cosa es, pues, la fe que hasta traslada montañas. Son dones magníficos, pero si los poseo sin la caridad —dice— no soy nada, yo, no ellos. Pero el texto aún no ha tocado a estos que, por haber padecido, se glorían del nombre de mártires que en ellos es falso. Oíd cómo los toca o, mejor, cómo los atraviesa. Aunque distribuya —dice— todos mis bienes a los pobres, y entregue mi cuerpo a las llamas. Ya están señalados. Pero mira cómo sigue: Si no tengo caridad, de nada me sirve6. Ved que se llega a los tormentos; ved que se llega al derramamiento de la sangre e, incluso, a entregar el cuerpo a las llamas: con todo, de nada sirve porque falta la caridad. Añade la caridad y todo sirve; quita la caridad y todo lo demás de nada vale.

3. ¡Qué gran bien es esta caridad, hermanos! ¿Qué hay más valioso? ¿Qué más brillante? ¿Qué hay más firme? ¿Qué más útil? ¿Qué hay más seguro? Hay muchos bienes de Dios que los tienen también los malos, pues han de decir: Señor, en tu nombre hemos profetizado, en tu nombre hemos arrojado los demonios, en tu nombre hemos hecho muchos milagros7. Y él no les replicará: «Es falso que hayáis hecho eso», pues en presencia de tal Juez no se atreverán a mentir, o a jactarse de lo que no hicieron. Pero como carecieron de caridad, les responderá a todos ellos: No os conozco8. Ahora bien, ¿cómo va a tener un ápice de caridad quien, aun convicto, no ama la unidad? Para recomendar esta unidad a los buenos pastores, el Señor no quiso dar el nombre de pastores a muchos. Como ya dije, no hay que pensar que no eran pastores buenos Pedro, Pablo, los demás apóstoles y los santos obispos que les sucedieron, incluido el bienaventurado Cipriano. Todos ellos fueron pastores buenos, y, sin embargo, a los pastores buenos el Señor no les recomendó los buenos pastores, sino al buen pastor: Yo soy —dice— el buen pastor9.

4. Sea la que sea la interpretación, preguntemos al Señor y, en humildísima discusión, dialoguemos con tan grande Padre de familia. ¿Qué dices, oh Señor, pastor bueno? Pues tú eres buen pastor y buen cordero; pastor y pasto a la vez; cordero y león. ¿Qué dices? Que nosotros te escuchemos; ayúdanos para que te entendamos. Yo —dice— soy el buen pastor10. ¿Qué es Pedro? ¿Acaso no fue pastor, o lo fue malo? Veamos si no fue pastor: ¿Me amas?11 Tú, Señor, le preguntaste: ¿me amas? Y él respondió: Te amo. Y tú le dijiste: Apacienta mis ovejas12. Tú, Señor; tú, con tu pregunta, con la garantía de tu boca, convertiste al amante en pastor. Es, pues, pastor, al que confiaste tus ovejas para que las apacentara. Veamos ya si no fue buen pastor. Esto lo hallamos en la misma pregunta y en la respuesta. Le preguntaste si te amaba, y respondió: Te amo. Tú viste su corazón, viste que respondió conforme a verdad. Entonces, ¿no es bueno quien ama a Bien tan grande? ¿Cómo se explica aquella respuesta salida de lo más íntimo de sí? ¿Cómo se explica que el célebre Pedro, que tenía en su corazón tus ojos como testigos, se entristeciese porque le preguntaste no una sola vez, sino dos y hasta tres, a fin de que borrase con la triple confesión de amor el pecado de la triple negación? ¿Cómo se explica, pues, que se afligiese porque le preguntaste repetidamente tú que sabías la respuesta a su pregunta y le habías dado lo que escuchaba? ¿Cómo se explica que, apenado, pronunciase palabras como estas: Señor, tú sabes todo, tú sabes que te amo13? ¿Iba a mentir el que confesaba, mejor, profesaba tales cosas? Así, pues, al responder que te amaba, decía la verdad y, de lo íntimo de su corazón, profirió el grito propio del amante. Ahora bien, tú dijiste:

El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca cosas buenas14. Así, pues, Pedro fue pastor y un buen pastor. Ciertamente, sin admitir comparación con el poder y bondad del Pastor de pastores; con todo, también él era pastor y buen pastor, e igualmente buenos los restantes pastores mencionados.

5. ¿Por qué, entonces, a los buenos pastores les encareces al único pastor, sino porque en el único pastor enseñas la unidad? El Señor mismo os lo expone más claramente sirviéndose de mi ministerio. Partiendo del mismo pasaje evangélico, se acuerda de Vuestra Caridad y os dice: «Escuchad lo que os he recomendado. He dicho: Yo soy el pastor bueno15, porque todos los demás, los buenos pastores en su totalidad son miembros míos». Hay un único cuerpo, una única cabeza, un único Cristo, Así, pues, hay un Pastor de pastores, los pastores del pastor y las ovejas con sus pastores bajo el único Pastor. ¿Qué es esto, sino lo que dice el Apóstol: Pues lo mismo que el cuerpo es uno, pero tiene muchos miembros, y, a su vez, aunque los miembros del cuerpo son muchos, pero el cuerpo es único, así también Cristo16? Luego si también Cristo es así, al incluir en sí a todos los pastores buenos, con razón recomienda uno solo cuando dice: Yo soy el buen pastor. Yo soy pastor, el único pastor; todos son una sola cosa17 en unidad conmigo. Quien apacienta fuera de mí, contra mí apacienta; quien no recoge conmigo, desparrama18. Escuchad, pues, una recomendación más enérgica de la unidad misma: Tengo —dice— otras ovejas que no son de este redil19. Efectivamente estaba hablando al primer redil, el de la estirpe de Israel según la carne. Había otros de la estirpe del mismo Israel según la fe, pero aún estaban fuera, se hallaban entre los gentiles, predestinados20, pero aún no congregados. Los conocía él, que los había predestinado; los conocía él, que había venido para redimirlos por la efusión de su sangre. Él los veía a ellos; ellos aún no le veían a él. Los conocía antes de que creyesen en él. Tengo —dice— otras ovejas que no son de este redil porque no pertenecen al linaje de Israel según la carne. Sin embargo, no quedarán fuera de este redil porque conviene que yo las atraiga de modo que haya un único rebaño y un único pastor21.

6. No sin razón, a este Pastor de los pastores, su amada, su esposa, su hermosa —pero hecha así por él, pues primero era fea por sus pecados y luego la hizo hermosa con su perdón y gracia— llena de amor y ardiendo en deseos de él le habla y le dice: ¿Dónde apacientas (el rebaño)?22. Pero observad cómo, con qué sentimiento, se aviva el amor espiritual. A los que han gustado algo de la dulzura de este amor, este intenso sentimiento les produce un mayor placer. Los que aman a Cristo lo captan bien. En efecto, en ellos mismos y con referencia a ellos, los que aman a Cristo, como si fuera feo, siendo el único hermoso, lo canta la Iglesia en el Cantar de los Cantares. Pues —dice— Le vimos y no tenía apariencia ni hermosura23. Así apareció en la cruz, así se mostró cuando le coronaron de espinas: feo y sin hermosura, como si hubiese perdido su poder, como si no fuese el Hijo de Dios. Así lo vieron los ciegos. Encarnando sin duda a los judíos, esto dijo Isaías: Le vimos y no tenía apariencia ni hermosura. Así aparecía cuando decían: Si es el Hijo de Dios, descienda de la cruz24. A otros ha salvado, y a sí mismo no puede25 y, golpeando su cabeza con una caña: Adivina quién te ha pegado26. Todo ello porque no tenía apariencia ni hermosura. Así le veíais, ¡oh judíos!, puesto que a una parte de Israel le ha sobrevenido la ceguera, hasta que llegue la plenitud de los gentiles27, hasta que lleguen las otras ovejas28. Así, pues, al sobrevenir la ceguera a una parte de Israel, habéis visto al Hermoso sin hermosura, pues, si le hubierais conocido, jamás hubierais crucificado al Señor de la gloria29. Lo hicisteis porque no lo conocisteis. Y, con todo, el, el hermoso, que os toleró a vosotros, casi repelentes, oró por vosotros: Padre —dijo— perdónalos, porque no saben lo que hacen30. En efecto, si carecía de hermosura, ¿qué ama en él la que le dice: Indícame, amado de mi alma31? ¿Qué ama en él? ¿Qué es lo que la pone en llamas? ¿Qué la hace temer tanto alejarse de él? ¿Qué hay en él que le agrada tanto a ella, para la que no hay otro castigo que vivir sin él? Si no fuese hermoso, ¿qué suscitaría el amor a él? A su vez, ¿cómo lo amaría ella con tanto ardor si él se le hubiese manifestado como a los ciegos que lo perseguían e ignoraban lo que hacían? ¿Cómo era, entonces, aquel al que amó ella? El más hermoso entre los hijos de los hombres: Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; en tus labios se ha derramado la gracia32. Por tanto, con tus mismos labios, Indícame, amado de mi alma. Indícame —dice— tú, amado, no de mi carne, sino de mi alma. Indícame donde apacientas el rebaño, donde sesteas a medio día, no sea que me convierta en una como desconocida entre los rebaños de tus compañeros33.

7. Este texto parece oscuro, y lo es, puesto que estamos ante el misterio de un tálamo sagrado. Ella, en efecto, dice: El rey me ha introducido en su alcoba34. Estamos ante el misterio que envuelve esa alcoba. Pero vosotros que no estáis excluidos de esta alcoba, escuchad lo que sois, y decid con la esposa, si amáis con ella —amáis con ella, si estáis en ella—. Decid todos y, no obstante, dígalo una sola, puesto que lo dice la unidad —pues tenían todos un alma sola y un solo corazón hacia Dios35—: Indícame, amado de mi alma. Indícame dónde apacientas el rebaño, donde sesteas a mediodía36. ¿A qué va asociado el mediodía? A un gran calor y a una gran claridad. Así, pues, dame a conocer quiénes son tus sabios de ferviente espíritu y resplandecientes por su doctrina. Dame a conocer tu derecha y a los instruidos con la sabiduría del corazón37. Que yo me adhiera a ellos en tu cuerpo, que me asocie a ellos, que con ellos goce de ti. Dime, pues, indícame dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía no vaya caer entre aquellos que, respecto de ti, dicen, piensan, creen y proclaman cosas diferentes. También ellos tienen sus rebaños y son compañeros tuyos, puesto que viven de tu mesa y frecuentan el sacramento de tu mesa. En efecto, se les llama compañeros porque comen juntos. A ellos se dirige el reproche del salmo: Pues si mi enemigo hubiese hablado contra mí cosas graves, sin duda me habría escondido de él; y si el que me odia hubiese hablado contra mí cosas graves, sin duda me habría escondido de él; más tú, un alma sola conmigo, mi guía y mi conocido, que tomabas conmigo dulces manjares, que caminamos de acuerdo en la casa del Señor38.... ¿Por qué se manifiestan ahora en desavenencia con la casa del Señor, sino porque salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros39? Por tanto, tú, amado de mi alma, que no caiga entre ellos, tus compañeros, pero compañeros al estilo de los de Sansón, que, lejos de mantener la fidelidad al amigo, querían sobornar a su mujer40. Por tanto, para no caer en medio de ellos, para no quedarme entre ellos, es decir, para no topar con ellos, como oculta, como desconocida y sin visibilidad, no como puesta en el monte41. Así, pues, indícame tú, amado de mi alma, donde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía; indícame quiénes son los sabios y los fieles en los que reposas con preferencia, no sea que, desconocida, tal vez vaya a dar con los rebaños de tus compañeros, no con los tuyos. En efecto, a Pedro no le dijiste: «Apacienta tus ovejas», sino «Apacienta mis ovejas42».

8. Responda, pues, el pastor bueno y el más bello de los hijos de los hombres a esta enamorada; responda a la que hizo hermosa entre los hijos de los hombres. Escuchad qué le responde, entendedlo; precaveos de lo que amenaza, amad lo que advierte. ¿Qué le responde, entonces? Le paga con severidad, pero ¡con qué ternura, aunque sin halagar! La corrige para frenarla, para preservarla. Si no te has conocido —dice— a ti misma, tú, hermosa de las mujeres!43 Pues, aunque hay otras embellecidas con los dones de tu esposo, se trata de las herejías; son bellas por el atavío, no en interior; resplandecen por fuera, externamente, se revisten del blando nombre de la justicia. Ahora bien, toda la belleza de la hija del rey es interior44. Por tanto, si no te has conocido a ti misma, esto es, que eres una sola, que estás en todos los pueblos, que eres casta, que no debes corromperte hablando indebidamente con los malos compañeros45. Si no te has conocido a ti misma, esto es, que debidamente él te ha desposado conmigo para presentarte a mí, Cristo, como virgen casta, y que debidamente tienes que mostrarte a mí, no sea que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también las malas conversaciones corrompan tus pensamientos, haciéndote infiel a mí46. Por tanto, si no te has conocido siendo así, sal tú, sal47. En efecto, a otros les he de decir: Entra en el gozo de tu Señor48. A ti no te diré «entra», sino sal, para que te encuentres entre aquellos que salieron de entre nosotros49. Tú sal; pero si no te has conocido a ti misma; entonces sal. En cambio, si te has conocido a ti misma, entra. Si, por el contrario, no te has conocido a ti misma, sal tras las huellas de los rebaños, y apacienta a tus cabritos en las tiendas de los pastores50. Sal tras las huellas, no del rebaño, sino de los rebaños, y apacienta no como Pedro mis ovejas, sino tus cabritos; en las tiendas, no del pastor, sino de los pastores; no de la unidad, sino de la disensión: no te hallas ubicada donde se halla el único rebaño y el único pastor. La amada ha sido afianzada, edificada, hecha más fuerte, preparada para morir por su esposo y para vivir con él.

9. Las palabras que he mencionado están tomadas de los santos Cantares de los Cantares, cierto epitalamio en que intervienen el esposo y la esposa. En efecto, hay un matrimonio espiritual en el que hemos de vivir con castidad máxima, puesto que Cristo concedió a su Iglesia en el espíritu, lo que su madre poseyó en el cuerpo: ser madre y virgen. Por eso, los donatistas interpretan estas palabras de manera muy distinta, acomodándolas a su extraviado modo de pensar. Y de la misma manera que no voy a callarme, con la ayuda del Señor, os indicaré brevemente, en la medida en que sea capaz, qué tenéis que responderles. Cuando comenzamos a acosarlos con la evidencia de la unidad extendida por todo el orbe de la tierra y les pedimos que nos muestran algún testimonio de las Escrituras en que Dios haya predicho que la Iglesia iba a hallarse en África, como si los demás pueblos quedaran condenados a la perdición, acostumbran a tener en la boca y a aducir este testimonio: África está al mediodía. En efecto —dicen— al preguntar la Iglesia al Señor donde apacienta su rebaño, donde sestea, él le responde: Al mediodía. Y ello como si Indícame, amado de mi alma, dónde apacientas el rebaño, donde sesteas51 constituyese una pregunta, y al mediodía, es decir, en África, fuese la respuesta. Por tanto, si la que pregunta es la Iglesia y el Señor le responde dónde pastorea el rebaño, esto es, en África, porque la Iglesia se hallaba en África, entonces la que pregunta no se hallaba en África. Indícame, amado de mi alma, —le dice—, dónde apacientas el rebaño, donde sesteas y él responde a cierta Iglesia de fuera de África, al mediodía, en África sesteo, en África apaciento, como si dijera: «No es en ti donde yo apaciento». Más aún, si la que pregunta es la Iglesia —algo que nadie duda y que ni ellos niegan— y escuchan no sé qué referido al África, entonces la que pregunta está fuera de África, y como se trata de la Iglesia, la Iglesia se halla fuera de África.

10. Ved que admito que África está al mediodía, aunque, aún más al mediodía que África, bajo el sol del mediodía, está Egipto. Ahora bien, quienes saben cómo este pastor se halla allí, en Egipto, lo reconocen; quienes no lo saben averigüen cuán gran rebaño recoge allí, qué gran número tiene allí de santos y santas que desprecian radicalmente el mundo. Ese rebaño creció tanto que hasta expulsó de allí las diversas supersticiones. Así, pues, para omitir cómo, al crecer, ahuyentó de allí toda la superstición idolátrica que allí había tenido vigencia, admito lo que decís, compañeros malos; lo acepto sin más, admito que África está al mediodía y que en las palabras: ¿Dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía? está significada el África. Pero, igualmente, advertid también vosotros que estas palabras aún son de la esposa, no del esposo. Es aún la esposa la que dice: Indícame, amado de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía, no sea que me convierta en una como desconocida entre los rebaños de tus compañeros52. ¡Oh sordo y ciego! Si en el mediodía ves el África, ¿por qué no ves una mujer tras la palabra oculta? Indícame —dice—, amado de mi alma. No hay duda de que se dirige a un varón al decir amado. Igual que, si dijese: «Indícame, amada de mi alma», entenderíamos que es el esposo el que habla a la esposa, de la misma manera, cuando escuchas: Indícame, amado de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas, añade a estas palabras al mediodía, pues pertenecen a la misma frase. Te pregunto dónde apacientas el rebaño al mediodía, no sea que me convierta en una como desconocida entre los rebaños de tus compañeros. Lo oigo ciertamente, acepto como referido a África lo que tú entiendes así: en las palabras al mediodía está indicada ella. Pero, como puedes entender, es la Iglesia transmarina la que habla a su esposo, temiendo caer en el error africano. Tú, amado de mi alma, indícame, enséñame. Pues oigo decir que al mediodía, esto es, en África, hay dos partidos; más aún, muchas particiones. Indícame, pues, dónde apacientas el rebaño, qué ovejas te pertenecen, qué redil me mandas que ame allí, a cuál me debo agregar, no sea que me convierta en una como desconocida. Pues se burlan de mí de una como oculta, me insultan como a una perdida, como si nunca hubiera existido en ningún otro lugar. Por tanto, no sea que me convierta en una como desconocida, como oculta entre los rebaños, es decir, entre las congregaciones de los herejes, de tus compañeros, de los donatistas, de los maximianistas, de los rogatistas y de las restantes pestes que recogen fuera y por eso desparraman. Te lo suplico, indícame si he de buscar allí a mi pastor para no caer en el abismo de un segundo bautismo. Os exhorto, os ruego por la santidad de tal matrimonio, amad a esa Iglesia, estad en esa Iglesia, sed esa Iglesia: amad al pastor bueno, al esposo bello que a nadie engaña, que no quiere que nadie perezca. Orad también por las ovejas dispersas; vengan también ellos, reconózcanla también ellos, ámenla también ellos, para que haya un solo rebaño y un solo pastor53, Vueltos al Señor...