El buen pastor (Jn 10,1—15)
1. Vuestra fe no ignora, amadísimos, y sé que lo habéis aprendido enseñándooslo desde el cielo el Maestro en quien habéis depositado vuestra esperanza, que nuestro Señor Jesucristo, que ya padeció por nosotros y resucitó, es cabeza de la Iglesia; que la Iglesia es cuerpo suyo y que, en este cuerpo, la unión de sus miembros y la trabazón de la caridad es el equivalente a la salud. A su vez, aquel en quien se enfríe la caridad1 está enfermo en el cuerpo de Cristo. Pero el que ya glorificó a nuestra cabeza tiene poder también para sanar a sus miembros enfermos, a condición de que una excesiva impiedad no los ampute, sino que permanezcan adheridos al Cuerpo hasta lograr la salud. En efecto, para todo miembro que aún esté adherido al cuerpo hay esperanza de salud; en cambio, el que haya sido amputado no puede ser curado, ni sanado. Así, pues, como él es la cabeza de la Iglesia y la Iglesia su cuerpo, el Cristo entero lo forma el conjunto de la cabeza y el cuerpo. Él ya resucitó: por tanto, la cabeza la tenemos ya en el cielo. Nuestra cabeza intercede por nosotros. Nuestra cabeza, libre del pecado y de la muerte, nos hace propicio a Dios ante nuestros pecados, a fin de que también nosotros, una vez resucitados al fin del tiempo y transformados con vistas a la gloria celeste, sigamos a nuestra cabeza. Pues a donde va la cabeza, van también los restantes miembros. Con todo, mientras estamos aquí, somos miembros suyos; no perdamos la esperanza de seguir a nuestra cabeza.
2. Ved, pues, hermanos, el amor de nuestra cabeza. Ya está en el cielo, pero padece aquí, cuando aquí padece la Iglesia. Aquí tiene Cristo hambre, aquí tiene sed, está desnudo, es forastero, está enfermo, está encarcelado. En efecto, todo lo que aquí padece su Cuerpo, él mismo ha dicho que lo padece él; y al final, separando ese su Cuerpo hacia la derecha y poniendo a la izquierda a los que ahora le pisan, dirá a los de la derecha: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino preparado para vosotros desde el comienzo del mundo2. ¿En virtud de qué méritos? Porque tuve hambre, y me disteis de comer, y otras obras benéficas que señala como si las hubiera recibido él en persona, hasta tal punto que, al no entenderlo, los de la derecha le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, forastero y en la cárcel? El les dirá: Lo que hicisteis con uno de estos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis3. De manera semejante, también en nuestro cuerpo la cabeza está en la parte superior y los pies en la tierra; no obstante, si en algún apiñamiento y apretura de gente alguien te pisa, ¿no dice la cabeza: «Me estás pisando»? Nadie te ha pisado ni la cabeza ni la lengua; está arriba y a buen recaudo; nada malo le ha sucedido y, sin embargo, como reina la unidad de la cabeza a los pies, fruto de la trabazón que produce la caridad, la lengua no se separó de ella, sino que dijo: «Me estás pisando», no obstante que a ella nadie la tocó. Así, pues, igual que la lengua, aunque nadie la haya tocado, dice: «Me estás pisando», así Cristo cabeza, a quien nadie pisa, dijo: Tuve hambre, y me disteis de comer. Y a los que no le prestaron ese servicio les dijo: Tuve hambre y no me disteis de comer4. ¿Y cómo terminó? De esta manera: Estos irán al fuego eterno, y los justos a la vida eterna5.
3. Por tanto, al hablar ahora el Señor, dijo que él era el pastor, que él era la puerta. En el pasaje leído tienes tanto yo soy la puerta6 como yo soy el pastor7. Es puerta en cuanto cabeza; es pastor en cuanto cuerpo. En efecto, a Pedro, el único sobre el que da forma a la Iglesia, le dice: Pedro, ¿me amas? Él respondió: Señor, te amo. —Apacienta mis ovejas8. Y, cuando le preguntó por tercera vez: Pedro, ¿me amas?9, Pedro se entristeció por habérselo preguntado tres veces10, como si quien había visto la conciencia de quien le negó no viese la fe de quien le confesaba su amor. Lo conocía en todo momento, incluso cuando Pedro mismo no se conocía. En efecto, Pedro no se conocía a sí mismo cuando dijo: Estaré a tu lado hasta la muerte11. ¡E ignoraba cuán enfermo estaba! Es algo que también acontece con frecuencia a los enfermos: que ellos no saben qué les pasa, pero sí el médico, no obstante que sean ellos los que padecen el mal y no el médico. Antes dice el médico lo que pasa en otro que el enfermo lo que pasa en sí mismo. Así, pues, Pedro era entonces el enfermo y el Señor el médico. Aquel afirmaba tener fuerzas de que carecía; éste, tomando el pulso a su corazón, le decía que le iba a negar tres veces. Y sucedió como lo predijo el médico, no como presumió el enfermo12. Por tanto, después de su resurrección, le interrogó el Señor, no porque desconociera la disposición interior con que confesaba el amor a Cristo, sino para que anulase con la triple confesión de amor la triple negación por temor13.
4. Así, pues, esto es lo que reclama el Señor a Pedro: Pedro, ¿me amas?, que es como decirle: «¿Qué me darás, qué me concederás en prueba de tu amor?». ¿Qué iba a dar Pedro al Señor resucitado, que sube al cielo para sentarse a la diestra del Padre? Era como decirle: «Esto me darás, esto me concederás si me amas: apacentar mis ovejas; entrar por la puerta y no saltar por otro lado». Cuando se leyó el evangelio, oísteis: El que entra por la puerta, ése es el pastor; mas el que sube por otra parte es un ladrón y un salteador14, y lo que busca es disgregar, dispersar y matar15. ¿Quién entra por la puerta? Quien entra por Cristo. Y ¿quién es éste? Quien imita la pasión de Cristo, quien conoce la humildad de Cristo, de modo que, como Dios se hizo hombre por nosotros, el hombre reconozca que no es Dios, sino solo un hombre. En efecto, quien quiere pasar por Dios, siendo solo un hombre, no imita a quien, siendo Dios, se hizo hombre. Pero a ti no se te dice: «Sé algo menos de lo que eres», sino: «Conoce lo que eres.» Reconoce que eres débil, que eres hombre, que eres pecador, que es él quien hace justos, que estás manchado. Si tu confesión incluye la mancha de tu corazón, pertenecerás a la grey de Cristo. La razón es que la confesión de los pecados es una invitación al médico que te ha de sanar, de igual manera que el enfermo que dice: «Yo estoy sano», no busca médico. ¿No habían subido al templo el fariseo y el publicano? El primero se ufanaba de tener salud, el segundo mostraba al Médico sus llagas. En efecto, el primero decía: ¡Oh Dios!, yo te doy gracias, porque no soy como ese publicano16. Se gloriaba de estar por encima del otro. En consecuencia, si aquel publicano hubiese estado sano, el fariseo le hubiese mirado con malos ojos porque no habría tenido sobre quién ensalzarse. ¿En qué estado de salud había llegado quien tales sentimientos tenía? Desde luego, no estaba sano; mas como se decía sano, no bajó curado. En cambio, el otro, con la vista puesta en el suelo y sin atreverse a levantarla al cielo, golpeaba su pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador17. Y ¿qué dijo el Señor? En verdad que este bajó del templo hecho justificado más que el fariseo. Porque todo el que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado18. Luego los que se ensalzan quieren subir al aprisco por otro lado que por la puerta; por la puerta entran en el redil los que se humillan. Por esa razón, refiriéndose a estos, se sirve del verbo entrar, y, refiriéndose a los otros, del verbo subir. El que sube —lo estáis viendo—, el que busca alturas, no entra, sino que cae; en cambio, el que se agacha para entrar por la puerta, no cae, sino que es el pastor.
5. Pero el Señor mencionó a tres personas, y debemos examinarlas en el evangelio: el pastor, el mercenario y el ladrón. Cuando se leyó —así pienso— advertisteis que retrató al pastor, al mercenario y al ladrón. Del pastor dijo que daba la vida por sus ovejas y entraba por la puerta; del ladrón y del salteador, que subía por otra parte; del mercenario, que, viendo al lobo o al ladrón, huye, porque no le preocupan las ovejas: por eso es mercenario, no pastor. El primero entra por la puerta, porque es pastor; el segundo sube por otra parte, porque es ladrón; el último, viendo a los que tratan de llevarse las ovejas, teme y huye porque es mercenario, porque le tienen sin cuidado las ovejas: al fin es mercenario. Si hemos topado con estas tres personas, Vuestra Santidad ha hallado también a quiénes amar, a quiénes tolerar y a quiénes evitar. Hay que amar al pastor, tolerar al mercenario, evitar al ladrón. Hay en la Iglesia hombres que, según dice el Apóstol, anuncian el Evangelio por conveniencias, buscando de los hombres sus intereses19, ya en dinero, ya en cargos públicos, ya en alabanzas humanas. Queriendo conseguir sea como sea compensaciones, anuncian el evangelio, pero no buscan tanto la salud del destinatario de su anuncio como su interés. A su vez, en el caso de que uno escuche la salud de boca de quien carece de ella, si cree en aquel que le anuncia, sin poner su esperanza en quien se la anuncia, el que la anuncia sufrirá una pérdida; el que recibe el anuncio, una ganancia.
6. Tienes al Señor que dice, refiriéndose a los fariseos: Se han sentado en la cátedra de Moisés20. El Señor no pensaba solo en ellos, como si enviara a la escuela judía a los que creyeran en Cristo, para que aprendiesen en ella cuál es el camino hacia el reino de los cielos. ¿Acaso no vino el Señor precisamente para fundar la Iglesia y para separar, como trigo de la paja, a los judíos mismos que poseían una recta fe, esperanza y caridad y, con ellos, levantar la única pared de la circuncisión a la que se uniría la otra, la del prepucio gentil, dos paredes que, al provenir de distinta dirección, tendrían a Cristo como piedra angular?21. Entonces, ¿acaso no pensaba el Señor mismo a estos dos pueblos que iban a constituirse en uno solo, al decir: Tengo también otras ovejas que no son de este redil22? Hablaba a los judíos: Conviene —dice— que también a esas las traiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor23. Por eso eran dos las barcas de donde había llamado a sus discípulos. Las dos barcas simbolizaban también a los dos pueblos cuando echaron las redes y sacaron tal carga y número de peces, que casi se rompían las redes: Y llenaron —dice— las dos barcas24. Las dos barcas significaban la Iglesia única, pero hecha de dos pueblos; unida en Cristo, aunque procedente de distintas direcciones. Esto mismo significaban también las dos mujeres, Lía y Raquel, que tuvieron a un único varón como marido, Jacob25. Estos dos pueblos estaban figurados también en los dos ciegos sentados a la vera del camino, a quienes el Señor devolvió la vista26. Y, si prestáis atención a las Escrituras, en muchos pasajes hallaréis simbolizadas dos Iglesias, que no son dos, sino una sola. En efecto, para esto sirve la piedra angular, para hacer de las dos una; para esto sirve aquel pastor, para hacer de dos rebaños uno solo. Así, pues, el Señor, que iba a enseñar a la Iglesia e iba a fundar una escuela propia distinta de la de los judíos, como estamos viendo ahora, ¿pensaba enviar acaso a los que creyeran en él a la escuela judía para instruirse? Pero bajo la denominación de fariseos y escribas simbolizó a algunos que habían de existir en su Iglesia que dirían y no harían; a sí mismo, en cambio, se había simbolizado en la persona de Moisés. Moisés, en efecto, era figura de Jesucristo y por esa razón, al hablar al pueblo, se velaba el rostro27. De hecho, todo el tiempo que ellos, estando bajo la ley, se habían entregado a los goces y placeres carnales, tenían puesto un velo ante su cara28 que no les permitía ver a Cristo en las Escrituras. En efecto, quitado el velo después de la pasión del Señor, quedaron al descubierto los secretos del templo. Por esa misma razón, cuando el Señor estaba colgado de la cruz, el velo del santuario se rasgó de arriba abajo29, y el apóstol Pablo dice claramente: Cuando hayas pasado a Cristo te será quitado el velo30. En cambio, quien no haya pasado a Cristo, aunque lea a Moisés, tiene puesto sobre su corazón un velo, como dice el Apóstol31. Así, pues, ¿qué dice el Señor cuando anticipaba figuradamente que en el futuro existirán tales sujetos en su Iglesia? En la cátedra de Moisés se sientan escribas y fariseos; haced lo que dicen y no hagáis lo que hacen32.
7. Cuando los clérigos malvados oyen lo dicho contra ellos, pretenden tergiversarlo. De hecho, he oído cómo algunos quieren tergiversar la mencionada frase. Y, si se les permitiese, ¿no la borrarían del Evangelio? Mas, como no pueden suprimirla, buscan cómo tergiversarla. Pero la gracia y misericordia del Señor se hace presente, y no les deja hacerlo, puesto que amuralló con su verdad todas sus afirmaciones y calibró su peso, de modo que si alguien quisiera quitar o añadir algo con su incorrecta lectura o interpretación, el hombre con criterio añada a la Escritura lo que de ella se quitó, luego lea lo anterior o lo siguiente y hallará el sentido que el otro quería que se interpretase indebidamente. Así, pues, ¿qué pensáis que dicen los aludidos en las palabras: Haced lo que dicen33? Porque está fuera de duda que se les dice a los laicos. Pues cuando un laico que quiere vivir bien ve a un clérigo malo, ¿qué se dice a sí mismo? El Señor ha dicho: Haced lo que dicen; no hagáis lo que ellos hacen34. «Yo he de caminar por la vía del Señor; y no seguir sus costumbres. Oiré no sus palabras, sino las de Dios. Yo seguiré a Dios, vaya él tras sus apetencias. Porque, si quisiera defenderme ante Dios diciendo: ?Vi a aquel clérigo tuyo que vivía mal y por eso he vivido mal?, me diría: ?Siervo malvado, ¿no me habías escuchado a mí decirte: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen?». En cambio, el mal laico, el infiel, el que no pertenece a la grey de Cristo, el que no pertenece al trigo de Cristo, el que, como la paja, es tolerado en la era, ¿qué se dice cuando empieza a reprocharle la palabra de Dios? «Lárgate; ¿con qué me vienes? Los mismos obispos, los clérigos mismos, no lo hacen, y ¿exiges que lo haga yo?». Este no se busca un abogado para un juicio en que lleva las de perder, sino un compañero de suplicio. En efecto, el malo a quien quiso imitar, fuera quien fuese, no le defenderá en el día del juicio. Pensemos en los que seduce el diablo: a ninguno lo seduce para que le haga compañía en el reino, sino para que le acompañe en la condenación; de igual manera, todos los que siguen a los malos se buscan compañeros para el infierno, no defensores con los ojos puestos en el reino de los cielos.
8. Así, pues, cuando a esos clérigos que viven mal se les dice: «Con razón mandó el Señor: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen35», ¿cómo tergiversan este mandato? «Con toda razón lo dijo —responden—; pues se os ha dicho que hagáis lo que decimos, y que no hagáis lo que hacemos. La razón es que nosotros ofrecemos el sacrificio, cosa que a vosotros no os es lícito». Ved a qué argucias recurren esos ¿puedo llamarlos mercenarios? Pues si fueran pastores, no dirían eso. Por eso mismo, el Señor, para cerrarles la boca, continuó diciendo: Se sientan en la cátedra de Moisés. Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen pero no hacen36. ¿Qué decir, entonces, hermanos? Si hablara el Señor de ofrecer el sacrificio, ¿habría dicho: Dicen, pero no hacen? De hecho, hacen el sacrificio, lo ofrecen a Dios. ¿Qué es lo que dicen y no hacen? Oye lo que viene a continuación: Atan y las echan sobre los cuellos de los hombres cargas pesadas e insoportables, que ellos ni con un dedo quieren tocar37. Esta descripción y ejemplo son un reproche diáfano. Pero ellos, al querer tergiversar de ese modo la frase, demuestran que en la Iglesia no buscan otra cosa que sus intereses38 y que ni han leído el evangelio, pues si conociesen la página entera y la hubiesen leído en su totalidad, nunca hubieran osado decir tal cosa.
9. Pero advertid más claramente que la Iglesia tiene tales sujetos. Que nadie venga diciéndonos: «Lo dijo sin duda de los fariseos, de los escribas, de los judíos, porque la Iglesia no tiene gente así». ¿Quiénes son, entonces, aquellos de los que dice el Señor: No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos?39. Y añadió: En aquel día muchos me dirán: «Señor, Señor», ¿acaso no profetizamos e hicimos muchos milagros en tu nombre40, y en tu nombre comimos y bebimos?41. ¿Acaso hacen estas cosas los judíos en el nombre de Cristo? Ciertamente está claro que se refiere a los que tienen el nombre de Cristo. Pero ¿cómo sigue? Entonces les diré: «Jamás os conocí. Apartaos de mí todos los que obráis iniquidad42». Oye los gemidos que esos arrancan al Apóstol; unos —dice— anuncian el Evangelio por caridad; otros, por oportunismo; con referencia a estos indica que no anuncian el evangelio en la forma debida43. Anuncian una cosa recta, pero ellos no son rectos. Lo que anuncian es recto, mas quienes lo anuncian no son rectos. ¿Por qué no es recto? Porque en la Iglesia busca otra cosa, no a Dios. Si buscase a Dios, sería casto, puesto que el alma tiene a Dios por legítimo esposo. Todo el que busca obtener de Dios otra cosa fuera de Dios mismo, no busca a Dios castamente. Vedlo, hermanos: Si una mujer ama a su marido porque es rico, no es mujer casta, pues no ama al marido, sino al oro del marido. En cambio, si ama al marido, le ama desnudo y le ama pobre. Efectivamente, si le ama porque es rico, ¿qué sucederá si, por contingencias de la vida, es proscrito y de la noche a la mañana se queda en la miseria? Quizá lo abandone, pues lo que amaba no era al marido, sino sus bienes. Si, al contrario, ama en verdad al marido, lo ama incluso más en su pobreza, puesto que el amor se combina con la misericordia.
10. Y, sin embargo, hermanos, nuestro Dios nunca puede ser pobre. Él es rico, él hizo todas las cosas: el cielo y la tierra44, el mar y los ángeles. Todo lo que vemos y todo lo invisible del cielo, él lo hizo. No obstante, no debemos amar las riquezas, sino a quien las hizo. De hecho, a ti no te prometió otra cosa que él mismo. Halla algo de más valor y él te lo dará. Hermosa es la tierra, hermoso el cielo y hermosos los ángeles; pero más hermoso es quien hizo todo esto. Por eso, los que anuncian a Dios porque le aman, los que anuncian a Dios por Dios mismo, apacientan las ovejas y no son mercenarios. Esa castidad exigía del alma nuestro Señor Jesucristo cuando le decía a Pedro: Pedro, ¿me amas?45. ¿Qué significa: Me amas? ¿Eres casto? ¿No es adúltero tu corazón? ¿No buscas en la Iglesia tus intereses, sino los míos?46. Si eres así, apacienta mis ovejas47, pues no serás mercenario, sino pastor.
11. Al contrario, no lo anunciaban castamente los que provocaban los gemidos del Apóstol. Pero ¿qué dice? Entonces ¿qué? Con tal de que sea anunciado, sea como sea, ya por oportunismo, ya con sinceridad48. Así, pues, permite que haya mercenarios. El pastor anuncia a Cristo sinceramente, el mercenario lo anuncia por oportunismo, buscando otra cosa. Con todo, uno y otro anuncian a Cristo. Escucha la voz del pastor Pablo: Sea anunciado Cristo, ya por oportunismo, ya con sinceridad. Siendo él mismo pastor, quiso que hubiera mercenarios, pues actúan donde pueden, son útiles en la medida en que pueden serlo. En cambio, cuando el Apóstol, con otros objetivos, buscaba a alguien cuya conducta imitasen los débiles, dijo: Os he enviado a Timoteo, que os recordará mi manera de comportarme49. ¿Pero qué es lo que dice? Os he enviado un pastor para que traiga a la memoria mi manera de comportarme, es decir, que se comporta como yo me comporto. Pero ¿qué les dice al enviarles el pastor? Pues no tengo a nadie tan íntimamente unido a mí que se preocupe de vosotros con afecto sincero50. ¿No eran muchos los que estaban con él? Pero ¿cómo sigue? Pues todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo51. Es decir: He querido mandaros un pastor; pues hay abundancia de mercenarios, pero no convenía enviaros un mercenario. Para llevar a cabo otros asuntos y negocios se envía a un mercenario; para lo que Pablo tenía entonces en mente, era necesario un pastor. Y a duras penas, entre tantos mercenarios, halló un pastor, puesto que los pastores escasean, pero los mercenarios abundan. Y ¿qué se dice de los mercenarios? En verdad os digo que ya recibieron su recompensa52. En cambio, ¿qué dice el Apóstol del pastor? Todo el que se purifique de estas cosas, será objeto santificado para un uso honroso, y útil al Señor, preparado siempre para toda obra buena53. No preparado para unas cosas sí y para otras no, sino para toda obra buena. Esto he dicho acerca de los pastores
12. Hablemos ya de los mercenarios. El mercenario, cuando ve que el lobo acecha a las ovejas, huye54. Son palabras del Señor. ¿Por qué huye? Porque no le importan las ovejas55. En consecuencia, el mercenario es útil mientras no ve al lobo, mientras no ve al ladrón y al salteador pues, cuando los ve, huye. Y ¿quién es el mercenario que no huye de la Iglesia cuando ve venir al lobo y al salteador? Abundan los lobos, abundan los salteadores. Tales son los que suben por otra parte56. ¿Quiénes son esos que suben? Los del partido de Donato, que quieren depredar las ovejas de Cristo, ésos suben por otra parte. No entran por Cristo, porque no son humildes. ¿Qué significa suben? Se enorgullecen. ¿Por dónde suben? Por otra parte; por eso quiere que se diga que pertenecen a una parte. Los que no son de la unidad son de otra parte y desde esa parte suben, esto es, se enorgullecen, y quieren llevarse las ovejas. Ved como suben. «Nosotros —dicen— somos los que santificamos, los que justificamos, los que hacemos justos». Ved por dónde subieron. Pero quien se ensalza será humillado57. Poderoso es Dios nuestro Señor para derribarlos. El lobo, en cambio, es el diablo; tiende asechanzas para engañar, y lo mismo los que le siguen, pues se ha dicho que están vestidos de piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces58. Si un mercenario ve que alguien habla lo que no debe, o que piensa de manera dañina para su alma, o que hace algo delictivo y obsceno, y, sin embargo, como parece que ocupa un puesto de cierta importancia en la Iglesia, si espera sacar beneficio de él, es un mercenario; y si ve que el hombre perece en su pecado, si ve seguir al lobo, si ve que, habiéndole echado sus dientes a la garganta, le arrastra al tormento, no le dice: «Estás cometiendo un pecado», no le reprende, para no perder su beneficio. En esto consiste, pues, lo dicho: Cuando ve al lobo, huye59: no le dice: «Te comportas como un malvado». No se trata de una fuga física, sino espiritual. Uno, al que estás viendo que se mantiene físicamente estático, está huyendo en su espíritu cuando ve que alguien está pecando y no le dice: «Estás cometiendo un pecado», cuando incluso lo planea con él.
13. Hermanos míos, ¿acaso no sube alguna vez ya el presbítero, ya el obispo, y desde su sitial más elevado no os dicen sino que no robéis cosas ajenas, que no hagáis trampas, que no realicéis acciones malvadas? Los que ocupan la cátedra de Moisés no pueden proclamar otra cosa, y es la cátedra misma la que habla por medio de ellos, no ellos mismos. ¿Qué significa, entonces: Acaso se recogen uvas de las zarzas, o higos de los abrojos y A todo árbol se le conoce por sus frutos?60. ¿Puede un fariseo decir cosas buenas? Si el fariseo es zarza, ¿cómo recojo de ella uvas? Porque tú, Señor, has dicho: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen61. ¿Me ordenas que coja uvas de las zarzas, habiendo dicho: Acaso se recogen unas de las zarzas? El Señor te responde: «Yo no te he mandado coger uvas de los zarzas; pero mira, fíjate bien, no sea que, como suele suceder, que la vid al expandirse por la tierra, se halle enredada en las zarzas». Es algo con lo que topamos a veces, esto es, con una parra apoyada sobre un zarzal; como tiene al lado un seto espinoso, extiende sus sarmientos, entran dentro del seto y el racimo cuelga en medio de las zarzas. Y el que ve el racimo lo coge, pero no de las zarzas, sino de la parra que está entrelazada con ellas. Así ellos están llenos de espinas, pero, al estar sentados en la cátedra de Moisés, los envuelve la vid y, a su lado, cuelgan los racimos, esto es, las buenas palabras, los buenos preceptos. Tú coge la uva; no te pincha la zarza si oyes: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen. En cambio, sí te pinchan si haces lo que hacen ellos. Por tanto, para coger las uvas sin que se te claven las zarzas: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen. Sus obras son las zarzas; sus palabras, las uvas, pero uvas de la vid, es decir, de la cátedra de Moisés.
14. Los mercenarios, pues, huyen cuando ven al lobo, cuando ven al salteador. Había empezado a deciros que, desde su sitial más elevado, no pueden decir sino «Haced el bien, no perjuréis, no defraudéis, no engañéis a nadie». No obstante, a veces viven de tal manera que tratan con el obispo sobre cómo desposeer a otro de su quinta y le piden consejo al respecto. Alguna vez me ha sucedido a mí; hablo por experiencia; si no fuera así, no lo creería. Son muchos los que me piden consejos malvados: sobre cómo mentir, sobre cómo engañar, pensando que me siento complacido. Pero, en el nombre de Cristo, si agrada al Señor lo que estoy diciendo, ninguno de los que me mentaron en ese sentido halló en mí lo que quería. Porque, si así lo quiere el que me llamó, soy pastor, no mercenario. Pero ¿qué dice el Apóstol?: A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por algún tribunal humano; pero tampoco me juzgo a mí mismo; pues aun cuando de nada me acuse la conciencia, no por eso quedo justificado; quien me juzga es el Señor62. Mi conciencia no es buena por el hecho de alabarme vosotros. ¿Por qué alabáis lo que no veis? Alabe quien la ve, sea él también quien me corrija, si ve en ella algo ofensivo para sus ojos. Porque tampoco yo me tengo por totalmente sano, sino que golpeo mi pecho y digo a Dios: «Séme propicio, para no pecar». Con todo, creo —hablo en su presencia— que nada busco fuera de vuestra salvación; que a menudo gimo por los pecados de nuestros hermanos, que me hacen violencia y atormentan mi espíritu, y a veces los corrijo; mejor, nunca dejo de corregirlos. Testigos son cuantos recuerdan lo que estoy diciendo: cuántas veces he corregido, y duramente, a hermanos que han pecado.
15. Y ahora entro en cuentas con Vuestra Santidad. Vosotros sois, en el nombre de Cristo, el pueblo de Dios; el pueblo católico, miembros de Cristo. No estáis separados de la unidad; estáis en comunión con los miembros de los apóstoles, en comunión con las memorias de los santos mártires, extendidos por todo el orbe de la tierra; estáis confiados a mis desvelos, para dar de vosotros buena cuenta. La cuenta, en fin, que tengo que dar, vosotros la sabéis. Señor, tú sabes que hablé, sabes que no callé, sabes con qué intención hablé, sabes que lloré ante ti cuando hablaba y no se me escuchaba. Esta pienso que es toda la cuenta que tengo que dar. El Espíritu Santo me ha dado seguridad por medio del profeta Ezequiel. Conocéis el pasaje del centinela: Hijo del hombre —dice—, yo te he puesto de centinela de la casa de Israel. Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir...» y tú no le hablas63 —esto es, yo te digo a ti esto para que lo digas tú— si no se lo anuncias, y viene la espada y se le lleva64 —es decir, aquello con que amenacé al pecador— el malvado morirá, desde luego, por su maldad, pero reclamaré su sangre al centinela65. ¿Por qué? Porque no habló. Pero si el centinela ve venir la espada y toca la trompeta para que huya, y el malvado no reflexiona, —o sea, no se corrige para no encontrarse en el suplicio con que Dios le amenaza—; y viene la espada y se lleva a alguien, el malvado morirá en su maldad, pero tú has salvado tu vida66. Y en aquel otro pasaje del evangelio, ¿qué otra cosa dice al siervo al decirle este: Señor, sabía que eres hombre difícil o severo, porque siegas donde no sembraste y recoges donde nada esparciste; por lo cual, temeroso, me fui y escondí tu talento bajo la tierra; ve que tienes aquí lo tuyo?67. A lo que el Señor respondió: Siervo malvado y holgazán, puesto que sabías que soy hombre difícil y duro, y que siego donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido68, esta mi avaricia debía haberte advertido aún más de que busco obtener ganancia de mi dinero. Convenía, pues, que hubieses entregado mi dinero a los prestamistas y, al venir yo, hubiese reclamado lo mío69. ¿Acaso habló de dar y reclamar? Yo, hermanos, me limito a dar; llegará él que será quien exija. Orad para que nos encuentre preparados.