La curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1—41)
1. Como hemos escuchado cuando se leyó el santo evangelio, el Señor Jesús abrió los ojos a un ciego de nacimiento. Hermanos, si consideramos el castigo que traemos como herencia, el mundo entero está ciego. Si Cristo vino a iluminarnos, fue porque el diablo nos había cegado. El que engañó al primer hombre es el causante de que todos nazcan ciegos. Corran, pues, al que ilumina, corran, crean, reciban el barro hecho con su saliva. La saliva es como la Palabra; la tierra, la carne. Laven la cara en la piscina de Siloé. Ahora bien, correspondió al evangelista explicarnos qué significa Siloé. Él mismo escribe: que significa «enviado»1. Y ¿quién es el enviado ese sino el que dijo en la lectura: Yo he venido para hacer las obras del que me ha enviado?2 He aquí a Siloé: lavaos la cara, bautizaos para ser iluminados y para ver vosotros que no veíais antes.
2. Como primera reacción a lo dicho, abrid los ojos: Yo —dice— he venido para hacer las obras del que me ha enviado3. Aquí aparece ya el arriano y dice: —Fijaos; estáis viendo que Cristo no realizó obras propias, sino las del Padre que le envió. Nunca diría esto, si viera, es decir, lavara su cara, como si fuera en Siloé, en el mismo que fue enviado. —¿Qué dices, entonces? —Advierte, responde, que lo dijo él mismo. —¿Qué dijo? —He venido para hacer las obras del que me ha enviado. —Luego ¿no realizó obras propias? —No. —¿Y qué es lo que dice el Siloé mismo, el enviado mismo, el Hijo mismo, el Único mismo que, según tu lamento, es de naturaleza inferior? —¿Qué significan sus palabras: Todo lo que tiene el Padre es mío4? Tú afirmas que realizaba obras ajenas, apoyándote en que dijo: Para hacer las obras del que me ha enviado. Yo, ateniéndome a tu modo de pensar, afirmo que el Padre poseía cosas ajenas. ¿En virtud de qué quieres que acepte de antemano que Cristo dijo: Yo he venido para hacer las obras del que me ha enviado, como si no fueran mías?
3. «Te consulto a ti, Cristo Señor; resuelve el problema, pon fin a esta discusión. Todo lo que tiene el Padre —dices— es mío5. Entonces, si es tuyo ¿no es del Padre?». De hecho, Cristo no dice: «Todo lo que tiene el Padre me lo dio a mí», aunque, si hubiese dicho esto también, habría manifestado su igualdad con él. Lo que crea dificultad es lo que dijo: Todo lo que tiene el Padre es mío. Si entiendes: «Todo lo que tiene el Padre es del Hijo; todo lo que tiene el Hijo es del Padre», escúchale en otro lugar: Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío6. Se ha solucionado el problema referente a lo que tiene el Padre y el Hijo. Lo que tienen lo tienen en común; deja de porfiar. Hay obras del Padre que dice que son suyas, porque también lo mío es tuyo; porque dice que son obras del Padre a quien dijo Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío. Así, pues, mis obras son tuyas y las tuyas mías. Porque todo lo que hace el Padre: él mismo lo ha dicho, el Señor lo ha dicho, lo ha dicho el Unigénito, lo ha dicho el Hijo, lo ha dicho la Verdad. ¿Qué ha dicho? Todo lo que hace el Padre, eso mismo hace también igualmente el Hijo7. ¡Gran afirmación, gran verdad, gran igualdad! Todo lo que hace el Padre, eso mismo hace también el Hijo. Me bastaría con decir: Todo lo que hace el Padre, eso mismo hace también el Hijo. Pero no basta; añado: igualmente. ¿Por qué añado: igualmente? Porque suelen decir los que no entienden y deambulan con los ojos aún cerrados: «El Padre las hizo mandando, el Hijo obedeciendo, luego de forma desemejante». Ahora bien, si las hacen igualmente, como las hace uno, las hace también el otro; por tanto, las que hace uno, las hace el otro.
4. «Pero el Padre manda —dice— que las haga el Hijo». El tuyo es un pensamiento humano, pero, sin prejuzgar la verdad, lo acepto. Ve que el Padre manda y el Hijo obedece. ¿Acaso no es de su misma naturaleza el Hijo, porque el Padre manda y él obedece? Preséntame dos hombres, padre e hijo; son hombres los dos: es hombre quien manda; es hombre quien obedece; el que manda y el que obedece tienen una e idéntica naturaleza. ¿Acaso el que manda no engendró al hijo de su misma naturaleza? ¿Acaso el que obedece perdió su naturaleza por obedecer? Igual que paras mientes en dos hombres, piensa, pues, provisionalmente, en el Padre que manda y en el Hijo que obedece, solo que uno y otro son Dios. La diferencia está en que en el primer caso hay simultáneamente dos hombres, y en el segundo simultáneamente un único Dios: esto es lo que de maravilloso se da en Dios. Entre tanto, si quieres que yo acepte contigo la obediencia, acepta tú antes conmigo la naturaleza. El Padre engendró lo que él mismo es. Si el Padre engendró algo distinto de lo que es él, no engendró a un verdadero hijo. El Padre dice el Hijo: Antes de la aurora te he engendrado de mi seno8. ¿Qué significa: Antes de la aurora? La aurora simboliza aquí el tiempo. Por tanto, antes del tiempo, antes de todo a lo que se refiera el antes, antes de todo lo que no existe o antes de todo lo que existe. En efecto, el evangelio no dice: «En el principio hizo Dios a la Palabra», igual que dijo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra9; o: «En el principio nació la Palabra», o: «En el principio engendró Dios la Palabra». ¿Qué dice? Existía, existía, existía. Escuchas: Existía; créelo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios10. Siempre que oyes: Existía, no busques tiempo alguno, porque existía desde siempre. Así, pues, el que existía desde siempre y estaba desde siempre con el Hijo, puesto que Dios tiene capacidad para engendrar fuera del tiempo, él dijo al Hijo: Antes de la aurora te he engendrado de mi seno. ¿Qué significa del seno? ¿Tuvo un seno Dios? ¿Vamos a pensar que el ser de Dios está constituido por miembros corporales? ¡Ni por ensoñación! ¿Y por qué dijo: del seno, sino para que se entendiese que lo engendró de su propia sustancia? Luego salió de su seno lo mismo que era el que lo engendró. Porque, si el que lo engendró era una cosa y otra lo que salió de su seno, no estamos ante el Hijo, sino ante un engendro.
5. Haga, pues, el Hijo las obras de quien le envió, haga también el Padre las obras del Hijo. Sin duda alguna, el Padre lo ha querido y el Hijo lo realiza. Mira: te muestro que el Hijo quiere y que el Padre hace. —¿Dónde —dices— hallas la prueba? —Te la muestro al instante. Quiero, Padre11. Así, pues, si yo quisiera sacar conclusiones erróneas, diría: «He aquí que el Hijo manda, y el Padre hace». ¿Qué quieres? Que donde estoy yo, estén ellos también conmigo12. Hemos abierto paso; estaremos allí donde está él; estaremos allí; hemos abierto paso. ¿Quién anula un Quiero del Omnipotente? Escuchas el querer de quien puede, escucha también el poder de quien quiere. Como el Padre —dice— resucita a los muertos, y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere13. A los que quiere, para que no digas que el Hijo da vida a los que el Padre le manda que la dé. Da vida a los que quiere. Por tanto, a los que quiere el Padre y a los que quiere él, puesto que donde hay un único poder, hay un único querer. Mantengamos, pues, en un corazón no ciego, que la naturaleza del Padre y del Hijo es una e idéntica, porque el Padre es verdadero Padre y el Hijo es verdadero Hijo. El Padre engendró lo que es él, porque el engendrado no es un degenerado.
6. En las palabras de aquel que era ciego hay no sé qué cosa que puede causar preocupación, y que tal vez hagan perder la esperanza a algunos que no las entienden. En efecto, el mismo al que se restituyó la vista, dice entre otras cosas: Nosotros sabemos que Dios no escucha a los pecadores14. ¿Qué hacemos, si Dios no escucha a los pecadores? ¿Osaremos suplicar a Dios, si no escucha a los pecadores? Presentadme uno que suplique: ved que hay quien le escuche. Presentadme uno que suplique, examinad al linaje humano desde los imperfectos hasta los perfectos. Pasa de la primavera al verano, pues esto hemos cantado: Tú has hecho el verano y la primavera15. Es decir, tú has hecho a los ya espirituales y a los aún carnales, puesto que el Hijo mismo dice también: Tus ojos han visto lo que hay de imperfecto en mí16. Lo que hay de imperfecto en mi cuerpo lo han visto tus ojos. ¿Y qué viene después? ¿Les queda alguna esperanza a los imperfectos? ¡Claro que sí! Oye lo que sigue: Y todos serán inscritos en tu libro17. Pero, tal vez, hermanos, los espirituales suplican y son escuchados porque no son pecadores. ¿Qué hacen los carnales? ¿Qué hacen? ¿Perecerán? ¿No rogarán a Dios? ¡Ni pensarlo! Tráeme a aquel publicano. Acércate, publicano, acércate, ponte en el medio, muestra tu esperanza a fin de que no pierdan la esperanza los débiles. He aquí que un publicano subió con un fariseo a orar, y, con el rostro mirando al suelo, manteniéndose de pie a distancia y golpeándose el pecho, decía: ¡Señor!, ten compasión de mí, que soy pecador. Y descendió del templo justificado él más que el fariseo18. El que dijo: ten compasión de mí, que soy pecador, ¿dijo algo verdadero o algo falso? Si dijo verdad, era pecador, y fue escuchado y fue hecho justo. Entonces, ¿qué significa lo que dijiste tú, a quien el Señor abrió los ojos, esto es: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores? Ya estás viendo que los escucha. Pero lava tu faz interior; tenga lugar en tu corazón lo que tuvo lugar en tu cara, y verás que Dios escucha a los pecadores. Te engañó tu corazón, llevado por la fantasía. El Señor aún tiene algo que hacer en ti. Ciertamente el ciego fue excluido de la sinagoga; llegó a oídos del Señor, se acercó a él y le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios?19 A lo que replicó él: —¿Quién es, Señor, para que yo crea en él?20 Veía y no veía; veía con los ojos, pero aún no en su corazón. El Señor le dice: Le estás viendo —entiéndase con los ojos—; el que está hablando contigo, ése es. Entonces, postrándose, le adoró21. Entonces le lavó la faz de su corazón.
7. Aplicaos, pues, ¡oh pecadores!, a la oración; confesad vuestros pecados; orad para que desaparezcan, orad para que disminuyan, orad para que, yendo vosotros a más, vayan ellos a menos; en todo caso, no perdáis la esperanza y, aun siendo pecadores, orad. Pues ¿quién no ha pecado? Empieza por los sacerdotes. A los sacerdotes se les dijo: Ofreced primero sacrificios por vuestros pecados, y luego por el pueblo22. Los sacrificios dejaban a los sacerdotes convictos de pecado, de modo que si alguno sostenía ser justo y carecer de pecado, se le respondía: No me fijo en lo que dices sino en lo que haces; tu víctima te deja convicto: ¿por qué la ofreces por tus pecados, si no tienes ninguno? ¿O acaso mientes a Dios hasta en el sacrificio? —Pero tal vez eran pecadores los sacerdotes del antiguo pueblo, pero no los del nuevo. Sin duda, hermanos, porque Dios lo quiso soy sacerdote suyo, soy pecador, con vosotros me golpeo el pecho, con vosotros pido perdón, con vosotros espero tener a Dios propicio. —Pero, tal vez los apóstoles santos, los primeros y supremos carneros del rebaño, los pastores miembros del Pastor, tal vez ellos no tenían pecado. A la verdad, también ellos lo tenían; ¡claro que lo tenían!; no les molesta que lo diga, pues ellos mismos lo confiesan. Personalmente no me atrevería a decirlo. En primer lugar, escucha al mismo Señor que dice a los apóstoles: Orad así23. Igual que a los sacerdotes antiguos los dejaban convictos los sacrificios, así a estos su oración. Orad así. Y entre las otras cosas que les mandó pedir, incluyó también esta:
Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores24. ¿Qué dicen los apóstoles? A diario piden se les perdonen sus deudas. Entran deudores, salen absueltos, y vuelven de nuevo a la oración con deudas. Esta vida no está exenta de pecado, de modo que cuantas veces se ora, tantas otras se perdonan los pecados.
8. «Pero ¿qué puedo añadir? Tal vez ellos, cuando aprendieron la oración, eran aún débiles». Quizá alguien diga esto: «Cuando el Señor Jesús les enseñó la oración, aún eran pequeños, débiles, carnales; aún no eran espirituales, carentes de pecado». Entonces, ¿qué, hermanos? Una vez hechos espirituales, ¿dejaron de orar? En consecuencia, Cristo debió decirles: «Ahora pedid esto» y darles otra oración para cuando fueran espirituales. Pero la oración es única, es la misma, el mismo es quien la dio; por tanto, esa rezad en la Iglesia. Pero apartemos la discusión. Cuando dices que los santos apóstoles son espirituales, quieres decir que eran carnales hasta la pasión del Señor. Además, dato objetivo, cuando él pendía de la cruz, ellos se pusieron a temblar, y los apóstoles perdieron la esperanza precisamente cuando creyó el bandido25. Pedro se atrevió a seguir al Señor cuando era conducido a la pasión; se atrevió a seguirlo él, que llegó hasta la casa y en el atrio sintió fatiga, se quedó de pie junto a la lumbre porque estaba aterido; congelado por el miedo, se quedó de pie junto a la lumbre. Interrogado por una muchacha de servicio, negó a Cristo una vez; interrogado de nuevo, volvió a negarle; interrogado una tercera vez, le negó otra vez26. Gracias a Dios que cesó de preguntarle, porque, de haber seguido el interrogatorio, habría continuado por largo tiempo la negación. Luego fue tras la resurrección cuando el Señor los afirmó y se convirtieron en espirituales. Entonces, ¿no tenían ya pecado? Los apóstoles, ya espirituales, escribían y enviaban a las Iglesias cartas espirituales, no tenían pecado, esto es lo que afirmas. No te creo; les pregunto a ellos mismos. «Decidme, apóstoles santos, después que resucitó el Señor y os confirmó con el Espíritu santo, enviado desde el cielo, ¿dejasteis de tener pecado? Decídnoslo, os lo ruego». Escuchémosles, para que los pecadores no pierdan la esperanza, ni dejen de rogar a Dios, porque no carecen de pecado. —Decídnoslo. Uno de ellos, dice. ¿Y quién es? Aquel al que amaba el Señor y que estaba recostado sobre el pecho del Señor27 y que bebía el secreto del reino de los cielos que luego proclamaría. Yo mismo le pregunto: ¿Tenéis o no tenéis pecado? Él responde diciendo: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros28. Ahora bien, Juan es el mismo que dijo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios29. Ved cuántas cosas tuvo que trascender para llegar a la Palabra. Ese apóstol tan cualificado y tan grande que, cual águila, voló sobre las nubes, que contemplaba con su mente serena que En el principio existía la Palabra es el mismo que dijo: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad30. Por consiguiente, orad.