SERMÓN 133

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Subida de Jesús a Jerusalén (Jn 7,2—10)

1. Se me ha propuesto que, con la ayuda del Señor, hable acerca del pasaje del evangelio leído en último lugar. No es una cuestión baladí, si se quiere evitar que peligre la verdad y se gloríe la falsedad. Pero ni la verdad puede perecer ni la falsedad triunfar. Mas ¿qué problema plantea esta lectura? Escuchad uno instantes y, si el problema planteado suscita vuestro interés, orad para que sea capaz de solucionarlo. Era la fiesta judía de la escenopegia1. Al parecer se trata de unos días, que aún hoy celebran, que llaman «de las chozas». Es para ellos la fiesta anual vinculada al levantar las tiendas. Como tienda en griego se dice s?hn? y escenopegia equivale a la fabricación de la tienda. Estos días festivos se celebraban entre los judíos, y se hablaba de un único día de fiesta, no porque se celebrase en una única fecha, sino porque la fiesta no se interrumpía. De igual manera se habla de la fiesta de la Pascua, de la fiesta de los Ácimos, aunque, como es manifiesto, aquella fiesta se prolonga por algunos días. Así, pues, tenía lugar en Judea esa fiesta anual. El Señor Jesús se hallaba en Galilea, donde se crió, donde tuvo familiares y parientes, a los que la Escritura da nombre de hermanos. Según hemos oído en la lectura, le dijeron sus hermanos: «Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie hace algo en secreto si pretende que sea conocido. Si haces esas cosas, manifiéstate al mundo»2. Acto seguido, añade el evangelista: Porque ni sus hermanos creían en él3. Si, pues, no creían en él, las palabras que le dirigían eran insidiosas. Jesús les respondió: «Mi tiempo no ha llegado todavía; vuestro tiempo, en cambio, siempre está a mano. El mundo no puede odiaros; a mí, en cambio, me aborrece, porque doy testimonio de él: de que sus obras son malas. Subid vosotros a esta fiesta; yo no subo a este día de fiesta, porque aún no se ha cumplido mi tiempo»4. Y el evangelista sigue diciendo: Habiendo dicho esto, se quedó en Galilea; pero, después que subieron sus hermanos, entonces subió también él a la fiesta; no manifiestamente, sino como de incógnito5. La parte problemática llega hasta aquí; lo restante está claro.

2. ¿Cuál es, pues, el problema? ¿Qué es lo que causa turbación? ¿Cuál es el peligro? Creer que el Señor, más aún —para decirlo más claramente— que la Verdad misma ha mentido. Porque si queremos aceptar que mintió él, el débil se apoyará en él para mentir. Hemos oído decir que mintió. Quienes piensan que mintió argumentan de este modo: «Él dijo que no subiría a la fiesta, y subió». Veamos, pues, en primer lugar y en cuanto lo permita la escasez de tiempo, si miente quien dice algo y no lo hace. He aquí un ejemplo: Yo dije a un amigo: «Mañana te veré». Sale al paso una necesidad mayor que me retiene; por tanto, no he dicho falsedad alguna, pues cuando lo prometí sentía lo que decía. Sin embargo, cuando se interpone una fuerza mayor que me impidió ser fiel a lo prometido, no quise mentir; simplemente no lo pude cumplir. Ved que —así me parece— no me he fatigado en convenceros, sino que solo he advertido a Vuestra Prudencia, que no miente quien promete algo y no lo hace, si la causa de no hacerlo fue que le sobrevino algo que le impidió cumplir lo prometido; que el prometer y no hacer no es prueba de falsedad.

3. Pero alguien que escucha me dirá: —¿Acaso puedes decir eso de Cristo, a saber, que o no pudo cumplir lo que quería, o que desconocía el futuro? —Haces bien, apuntas bien, la observación es correcta, pero, ¡oh hombre!, participa en mi inquietud. Si no nos atrevemos a decir que tiene poco poder, ¿nos atreveremos a llamarle mentiroso? Yo, a la verdad, según lo pienso y en cuanto me permite juzgar la pobreza de mis alcances, prefiero que un hombre yerre respecto de algo a que mienta sobre algo, pues el error es fruto de debilidad, la mentira lo es de maldad. Tú, Señor —dice—, detestas a todos los que practican la maldad; y a continuación: Harás perecer a todos los que mienten6. O se equiparan la maldad y la mentira, o harás perecer es peor que detestas. De hecho, al que se detesta no se le castiga de inmediato haciéndole perecer. Quede en pie la cuestión de si hay alguna ocasión en que sea necesario mentir, pues ahora no entro en ello. Es algo oscuro, con muchos recovecos; no hay tiempo para sajar cuanto sea necesario para llegar a la carne viva. Así, pues, dejemos su curación para otro momento; quizá la curará la generosidad divina sin que yo hable. No obstante, advertid y distinguid entre lo que he diferido y lo que quiero tratar hoy. La que difiero es si hay que mentir alguna vez, cuestión que he calificado de difícil y extremamente oscura; lo que, requerido por la lectura evangélica, me propongo tratar hoy es si mintió Cristo, si la Verdad dijo algo falso.

4. Diré en pocas palabras la diferencia entre engañarse y mentir. Se engaña quien juzga que es verdad lo que dice, y por eso lo dice. Si lo que dice el que se engaña fuera verdadero, no se engañaría; si, además de ser verdad, supiese él que lo era, no mentiría. Luego se engaña porque es algo falso y piensa que es verdadero, pero él lo dice únicamente porque cree que es verdad. El error arraiga en la debilidad humana, pero no afecta a la salud de la conciencia. En cambio, quien juzga que una cosa es falsa y la afirma como verdadera miente. Ved, hermanos míos; sabed distinguir, vosotros criados en la Iglesia, instruidos en las Escrituras del Señor, ya catequizados; vosotros que no sois incultos ni ignorantes. Efectivamente, entre vosotros hay varones doctos e instruidos, de no mediana cultura en todo género de saber, y los que no habéis aprendido las llamadas artes liberales tenéis algo mejor: el haberos criado con la palabra de Dios. Si, pues, experimento fatiga al explicar lo que siento, ayudadme oyéndome con atención y discurriendo sabiamente. Pero no me ayudaréis, si no vosotros mismos no sois ayudados. En consecuencia, oremos unos por otros y esperemos juntos la ayuda para mí y para vosotros. Se engaña quien juzga que es verdadero lo que dice, no obstante ser falso; miente quien juzga que algo es falso y lo afirma como verdadero, sea ello verdadero o falso. Fijaos en lo que he añadido. Ya sea verdadero, ya sea falso, al juzgar que es falso y afirmarlo como verdadero, miente; tiene intención de engañar. Efectivamente, ¿de qué le aprovecha que sea verdad lo que dice? Por de pronto, él lo juzga falso, y lo afirma como si fuera verdadero. En sí es verdad lo que dice; es verdadero en sí, pero es falso en él; no tiene en su conciencia lo que dice; en su interior piensa que es verdad una cosa y al exterior profiere otra en lugar de la verdadera. Su corazón es doble, no sencillo; no expresa lo que tiene dentro. Es el corazón doble reprobado desde siempre: Labios engañosos en el corazón y con el corazón han hablado cosas malas7. Si hubiese bastado con decir: en el corazón hablaron cosas malas, ¿dónde quedaría lo de labios engañosos? ¿En qué consiste el engaño? En hacer una cosa y pretender otra. Con labios engañosos se hace referencia al corazón no sencillo, y, como no es sencillo el corazón, por eso dijo: en el corazón y con el corazón. Así, pues, mencionó dos veces el corazón porque se trata de un corazón doble.

5. ¿Qué pensamos, pues; que mintió el Señor Jesucristo? Si es menor mal engañarse que mentir y no nos atrevemos a decir que se engaña, ¿osaremos decir que miente? Él ni se engaña ni miente. Pero, como está escrito —pues a él se refieren las palabras y a él hay que referirlas—, absolutamente nada falso se le dice al rey ni nada falso saldrá de su boca8. Si el escritor, al mencionar al rey, pensó en un hombre común, antepongamos a Cristo rey a cualquier rey humano. Si, por el contrario, es de Cristo de quien lo dijo —cosa que se entiende como más verdadera pues a él no se le dice nada falso porque no se engaña, y de su boca no sale falsedad alguna, porque no miente—, indaguemos cómo hemos de entender el pasaje evangélico y no construyamos un abismo de mentira como si la apoyase la autoridad celestial. ¿Hay algo más absurdo que pretender exponer la verdad y hacer lugar a la mentira? —«¿Qué me enseñas —te ruego— tú que me expones este pasaje?» —¿Qué pretendes que te enseñe? Ignoro si te atreverás a decirme: Una falsedad. Porque, si a tanto llega tu osadía, aparto mis oídos, los cubro de zarzas, de modo que, si intentas apretar, al sentir los pinchazos me retiro antes que exponer en ese sentido el evangelio. Dime qué quieres que te enseñe, y has resuelto el problema. Dímelo, te lo suplico; heme aquí; mis oídos están abiertos, mi corazón está dispuesto, enséñame. Pero pregunto qué. No ando con rodeos. ¿Qué vas a enseñar? Sea la que sea la enseñanza que vas a presentar, pongas el vigor que pongas en la discusión, di solo un término de esta disyuntiva: ¿Me vas a enseñar la verdad, o la falsedad? ¿Qué pensamos que va a responder para no tener que irse, para que yo no la deje con la boca abierta y la palabra en los labios? ¿Qué prometerá decir, sino la verdad? Estoy a la escucha, me mantengo en pie, estoy a la espera con la máxima atención. Ved que aquel que prometía decirme la verdad, sugiere la falsedad en Cristo. ¿Cómo, pues, vas a enseñar la verdad tú que vas a presentar a Cristo como mendaz? Si Cristo miente, ¿puedo esperar que me vas a decir tú verdad?

6. Fíjate en esta otra cosa ¿Qué dice? «Cristo mintió». Dime dónde, te lo suplico. Cuando dijo: No subo a este día de fiesta9, pero subió. En verdad, querría yo investigar este pasaje, no sea que tal vez Cristo no haya mentido. Más aún, como tengo la certeza de que Cristo no mintió, escrutaré este pasaje hasta entenderlo en ese sentido, o, si no logro entenderlo, lo dejaré para otra ocasión. Pero no diré que Cristo ha mentido. Imagínate que no he logrado entenderlo en ese sentido; me retiraré sin saber cómo hay que entenderlo, pues es mejor ignorarlo dentro de la piedad que juzgar sobre ello sin estar cuerdo. Con todo, intentemos examinar el pasaje por si tal vez, con la ayuda de quien es la Verdad, hallamos algo, incluso hallamos ser algo y ese algo no será la mentira presente en la verdad. Pues si, buscando, descubro una mentira, no descubro algo, sino nada. Investiguemos, pues, el pasaje donde, según tú, Cristo mintió. Mintió porque dijo —asevera él—: No subo a este día de fiesta, pero subió. —¿Cómo sabes que él dijo eso? ¿Qué sucedería si sostuviera yo, mejor, no yo, sino otro cualquiera —¡lejos de mí el decirlo!—; qué sucedería si otro cualquiera sostuviese: «Cristo no dijo tal cosa»? ¿Cómo le convencerías de que lo dijo? ¿Cómo se lo probarías? Abrirías el códice, encontrarías el pasaje, se lo mostrarías; más aún, lleno de confianza interior, alargarías el libro al obstinado, diciéndole: «Tómalo tú; míralo; léelo; tienes contigo el evangelio». ¿Por qué, entonces —te ruego—, por qué estás un tanto desasosegado? No te apures; dilo más claramente, serénate. Advierte que tengo en mis manos el evangelio, y ¿qué se sigue de ello? El otro: —El evangelio afirma que Cristo dijo lo que tú niegas. —Entonces, ¿crees que Cristo dijo eso, porque lo afirma el evangelio? —Así es, responde. —Mucho me maravilla que sostengas que mintió Cristo y que no miente el evangelio. Pero no sea que, cuando yo menciono el evangelio, mires al libro, pienses que el evangelio se identifica con el pergamino y la tinta, mira lo que dice el vocablo griego: el evangelio es el buen mensajero o la buena noticia. ¿Acaso no miente el mensajero y miente quien le envió? Este mensajero, o sea, el evangelista, este Juan —digamos también su nombre— que escribió esto, ¿mintió o dijo la verdad acerca de Cristo? Elige lo que quieras; yo estoy preparado para escuchar de tu boca lo uno y lo otro. Si mintió, no tienes con qué probar que Cristo dijo aquellas palabras; si dijo la verdad, la verdad no brota de la fuente de la falsedad. ¿Quién es la fuente? Cristo; sea Juan el riachuelo. Llega a mí el riachuelo y me dices: Bebe tranquilo; y, a la vez que me infundes terror con la fuente, a la vez que afirmas que hay falsedad en la fuente, me dices que beba tranquilo. ¿Qué es lo que bebo? ¿Qué dijo Juan? ¿Qué mintió Cristo? ¿De dónde viene Juan? De Cristo. ¿Va a decirme la verdad quien viene de él, siendo así que mentía aquel de quien viene? En el evangelio he leído con toda claridad: Juan estaba reclinado sobre el pecho del Señor10, pero pienso que bebía la verdad. ¿Qué vio cuando estuvo reclinado sobre el pecho del Señor? ¿Qué bebió? ¿Qué, sino lo que eructó? En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. Ella esta estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto fue hecho. Lo que fue hecho era vida en ella, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron11. No obstante, ella brilla; y si tal vez yo tengo algo de oscuridad y no soy capaz de comprenderla, ella brilla. Hubo un hombre enviado por Dios, de nombre Juan. Este vino a dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz12. ¿Quién? Juan. ¿Quién? Juan el Bautista. En efecto, Juan el evangelista dice: No era él la luz13 del mismo del que dice el Señor: Era lámpara que arde y alumbra14. Pero una lámpara puede encenderse y apagarse. Entonces, ¿qué? ¿Cómo los distingues? ¿En qué pasaje buscas apoyo? Aquel al que la lámpara daba testimonio era la luz verdadera15. Donde Juan añadió verdadero, ahí mismo buscas tú la mentira. Escucha todavía al mismo Juan evangelista que eructa lo que había bebido: Y hemos visto —dice— su gloria. ¿Qué ha visto? ¿Qué gloria ha visto? Una gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad16. Mira, pues; mira no sea que tal vez debamos eliminar estas discusiones inconsistentes o temerarias, no suponer ninguna falsedad en la verdad y otorgar al Señor lo que le es debido: glorifiquemos a la Fuente para ser llenados sin temor. Dios es veraz; en cambio, todo hombre es mendaz17. ¿Qué significa esto? Que Dios está lleno; que todo hombre está vacío: si quiere llenarse, que se acerque al que está lleno. Acercaos a él y seréis iluminados18. Además, si el hombre está vacío porque es mentiroso, y busca ser llenado y, presuroso y ávido, acude a la fuente, quiere ser llenado; es decir, está vacío. Pero tú dices: «¡Cuidado con la Fuente, porque en ella hay mentira!». ¿No es esto decir que la Fuente esté envenenada?

7. Ya has dicho todo —replica—; ya me has tapado la boca; ya me has martirizado. Dime cómo no mintió quien dijo: No subo19, y subió. Te lo diré, si puedo. Pero no tengas por poco el que te haya apartado de una temeridad, aunque no te haya asentado en la verdad. Con todo, te diré lo que pienso que ya conoces, si recuerdas las palabras que te encarecí. Esas palabras resuelven el problema. Aquella fiesta duraba muchos días. El no subió a ese día de fiesta, es decir, exactamente aquel día; no subió precisamente aquel día, cuando ellos le esperan, sino cuando él lo tenía determinado. Además, presta atención a lo que sigue: Dicho esto, se quedó en Galilea20. Luego aquel día no subió a la fiesta. En efecto, sus hermanos querían fuese él antes; por eso le habían dicho: Sal de aquí para Judea21. No dijeron: «Salgamos», como si fueran a acompañarle; o «Síguenos a Judea», como si ellos pensarán ir delante antes, sino como mandándole que les precediese. Lo que él quiso fue que fueran ellos los que le precediesen a él; evitó ir aquel día, poniendo de relieve su debilidad humana y ocultando su divinidad en un caso semejante al de la huida a Egipto22. Efectivamente, no hay que ver el motivo en la impotencia de su parte; hay que relacionarlo con la verdad: lo hizo para enseñar con el ejemplo la precaución, y para evitar que, cuando tal vez fuera conveniente la fuga, un siervo suyo dijera: «No huyo, porque es de cobardes». Personalmente dio ejemplo de lo que iba a decir a los suyos: Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra23. De hecho, fue apresado cuando quiso, nació cuando tuvo a bien. Así, pues, para que ellos no fuesen delante anunciando que llegaría y le tendiesen celadas, dijo esto: No subo a ese día de fiesta. Dijo: No subo, para mantenerse oculto; añadió: a ese, para no mentir. Algo indicó, algo excluyó, algo difirió, pero no dijo falsedad alguna porque nada falso salió de su boca. Finalmente, después de haber dicho eso, Mas, una vez que subieron sus hermanos24... Habla el evangelio; presta atención, lee lo que me proponías que leyese yo; mira si el texto leído no resuelve el problema; mira si he tomado de otro lugar qué decir. El Señor, pues, esperaba que ellos fueran delante, para impedir que anunciasen su llegada: Una vez que subieron sus hermanos, subió también él entonces a la fiesta, no manifiestamente, sino como de incógnito25. ¿Qué significa como de incógnito? Que entonces actúa como de incógnito. ¿Qué significa como de incógnito? Que propiamente no era de incógnito, pues en verdad no intentaba ocultarse el que tenía en su poder la hora de ser apresado. Pero —como he dicho— en aquel ocultarse daba un ejemplo de cómo prevenir las asechanzas de los enemigos a sus débiles discípulos que no tenían en su poder el que no les apresasen sin quererlo ellos. De hecho, también él subió luego a la luz del día, y los enseñaba en el templo, por lo que decían algunos: Ved que está ahí, ved que está enseñando. Inequívocamente nuestros jefes afirmaban que querían prenderlo; ved que está hablando en público y nadie le echa mano26.

8. Ahora bien, si nos fijamos en nosotros mismos, si pensamos que somos su cuerpo, puesto que también nosotros somos él... Pues si nosotros no fuésemos él, no serían verdad las palabras: lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hicisteis27. Si nosotros no fuésemos él, no serían verdad las palabras: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?28 Luego también nosotros somos él, porque somos sus miembros, porque somos su cuerpo, porque él es nuestra cabeza29, porque el Cristo entero lo forman la cabeza y el cuerpo. Así, pues, quizá entonces nos tenía en mente a nosotros que no íbamos a participar de las fiestas judías, y eso sería lo que significa: Yo no subo a ese día de fiesta30. Ved que nosotros somos Cristo: tampoco el evangelista mintió. Si hubiera que elegir necesariamente entre uno de los dos, el evangelista me perdonaría que de ninguna manera antepusiese el veraz a la Verdad; que no prefiriese el enviado al que le envió. Pero, gracias a Dios, a mi juicio ha quedado al descubierto lo que estaba oscuro. Vuestra piedad me ayudará ante Dios. He aquí que, en cuanto pude, solucioné el problema con relación tanto a Cristo como al evangelista. Amigo, posee conmigo la verdad; excluida toda animosidad, abraza la caridad.