La credibilidad del testimonio de Jesús (Jn 5,39—47).
Contra los donatistas
1. Preste atención Vuestra Caridad a la lectura evangélica que hace poco llegó a nuestros oídos, mientras digo brevemente lo que el Señor me conceda. El Señor Jesús se dirigía a los judíos y les decía: Escrutad las Escrituras, en las que pensáis tener la vida eterna; ellas dan testimonio de mí1. Poco después: Yo —dice— he venido en nombre de mi Padre, y no me habéis recibido; si otro viniera en su propio nombre, le recibiríais2. Y un poco más adelante: ¿Cómo podéis creerme a mí vosotros, que esperáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene solo de Dios?3 Y como conclusión: Yo no os acuso ante el Padre; hay otro que os acusa, Moisés, en quien vosotros tenéis puesta la esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, quizá me creeríais a mí, pues él escribió de mí. Pero, no creyendo en sus palabras, ¿cómo podéis creerme a mí?4 Escuchad las pocas palabras que os voy a decir —palabras que no hay que contar, sino ponderar— a propósito de estos textos que nos ha propuesto Dios, por boca del lector, sí, mas por el ministerio del Salvador.
2. Efectivamente, resulta fácil entender que todo esto lo dijo de los judíos. Hay que evitar, sin embargo, que, fijándonos demasiado en ellos, apartemos los ojos de nosotros. Pues el Señor hablaba a sus discípulos y, sin duda, lo que les decía a ellos, nos lo decía también a nosotros, sus sucesores. De hecho, las palabras: Ved que yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos5 no se refería solo a ellos sino también a los cristianos posteriores y a los que seguirían hasta el fin del mundo. Así, pues, dirigiéndose a ellos, dice: Guardaos de la levadura de los fariseos6. Ellos entonces pensaron que el Señor se lo decía por no haber llevado pan; no comprendieron que las palabras: Guardaos de la levadura de los fariseos, significan lo mismo que «guardaos de la enseñanza de los fariseos»7. Y ¿cuál fue la enseñanza de los fariseos sino la que acabáis de oír? Buscáis la gloria unos de otros, la esperáis unos de otros, y no buscáis la gloria que viene solo de Dios8. De ellos habla así el apóstol Pablo: Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento9. Tienen —dice —celo de Dios. Lo reconozco, lo sé, viví con ellos y fui como ellos. Tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento. ¿Qué significa, ¡oh Apóstol!, no conforme a conocimiento? Explícanos qué conocimiento recomiendas, qué conocimiento lamentas que no se dé en ellos y quieres que se dé en nosotros. Lo añadió a continuación y, así, abrió lo que había dejado oscuro. ¿Qué significa: Tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento? Pues, desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios10. Así, pues, ignorar la justicia de Dios y querer establecer la propia, esto es, esperar gloria unos de otros y no buscar la gloria que viene solo de Dios es la levadura de los fariseos. De ella nos manda el Señor guardarnos. Si lo manda a siervos y lo manda el Señor, guardémonos de ella para evitar tener que oír: ¿Por qué me decís: «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo?11
3. Dejemos, pues, de lado por un poco de tiempo a los judíos, a los que hablaba el Señor entonces. Están fuera, no quieren escucharnos; aborrecen el mismo evangelio, levantaron falsos testimonios contra el Señor para condenarle cuando vivía entre ellos12 y con dinero compraron testimonios ajenos contra él ya muerto13. Cuando les decimos; «Creed en Jesús», nos responden: «¿Vamos a creer en un hombre muerto?». Cuando añadimos: «Pero resucitó», responden: «¡De ninguna manera! Sus discípulos lo sustrajeron del sepulcro»14. Los judíos que compraron a los testigos aman la falsedad y desprecian la verdad del Señor Redentor. Lo que están afirmando, ¡oh judío!, lo compraron tus antepasados con dinero, y el fruto de su compra te lo han legado a ti. Para mientes, más bien, en quién te compró a ti, no en quién compró una mentira para ti.
4. Pero, como he dicho, dejémoslos de lado y ocupémonos de estos hermanos nuestros, con los que tratamos. Cristo es, a la vez, cabeza y cuerpo. La cabeza está en el cielo; el cuerpo, en la tierra; la cabeza es el Señor15; el cuerpo, su Iglesia. Pero recordáis que se dijo: Serán dos en una sola carne. Este misterio es grande —dice el Apóstol —, mas yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia16. En consecuencia, si son dos en una sola carne, son dos en una sola voz. Nuestra cabeza, Cristo el Señor, dijo a los judíos lo que oímos cuando se leyó el evangelio: la cabeza a sus enemigos; hable también el cuerpo, esto es, la Iglesia, a sus enemigos. Sabéis a quiénes se dirige. ¿Qué tiene que decirles? No he hablado por mi cuenta, para que no haya más que una voz; son una sola carne, haya también una sola voz. Digámosles, pues, esto: mi voz es la voz de la Iglesia. ¡Oh hermanos, hijos dispersos, ovejas extraviadas, ramos cortados!, ¿por qué me calumniáis? ¿Por qué no me reconocéis? Escrutad las Escrituras, en las que pensáis tener la vida eterna; ellas dan testimonio de mí17. Nuestra cabeza dice a los judíos lo que el cuerpo os dice a vosotros: Me buscaréis, y no me hallaréis18. ¿Por qué? Por no escrutar las Escrituras que dan testimonio de mí.
5. Un testimonio a favor de la cabeza: Las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No dice: «A sus descendientes», como si la descendencia se concretase en muchos, sino —como concretándose en uno solo — y «a tu descendencia», que es Cristo19. Testimonio acerca del cuerpo dado a Abrahán, mencionado por el Apóstol. Las promesas fueron hechas a Abrahán20: Por mi vida, dice el Señor, juro por mí mismo: por haber obedecido a mi voz y no haber perdonado por mí a tu hijo querido, te bendeciré abundantemente y multiplicaré largamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas del mar, y en tu descendencia serán benditos todos los pueblos de la tierra21. Tienes un testimonio referido a la cabeza, un testimonio referido al cuerpo. Escucha otro, breve, que abraza, casi en una sola frase, la cabeza y el cuerpo. El salmo hablaba de la resurrección de Cristo: Elévate, ¡oh Dios!, sobre los cielos22; y luego, refiriéndose al cuerpo: Y tu gloria sobre toda la tierra23. Escucha un testimonio referido a la cabeza: Han taladrado mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Ellos estuvieron observándome y mirándome; se dividieron mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes24. Escucha a continuación, tras pocas palabras, un testimonio referido al cuerpo: Lo recordarán, y volverán al Señor todos los confines del orbe y, en su presencia, le adorarán todas las familias de los pueblos. Porque del Señor es el reino y él dominará sobre los pueblos25. Escucha otro testimonio referido a la cabeza: Y él como esposo que sale de su tálamo26 y en el mismo salmo, uno nuevo referido al cuerpo: A toda la tierra ha llegado su voz, y hasta los confines del orbe de la tierra sus palabras27.
6. Estos testimonios valen para los judíos y para estos nuestros hermanos. ¿Por qué? Porque estos escritos del Antiguo Testamento los aceptan tanto los judíos como estos nuestros hermanos. Mas veamos si estos nuestros aceptan a Cristo a quien los judíos no aceptan. Hable también él mismo, hable también él, la cabeza, de sí mismo y de su cuerpo, la Iglesia, puesto que también en nosotros habla la cabeza de su cuerpo. Escúchale hablando de la cabeza. Después de resucitar de entre los muertos, halló a sus discípulos irresolutos, dudosos e incrédulos por efectos del gozo mismo; les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras, y les dijo: Así está escrito y así convenía que el Mesías padeciese y que resucitase al tercer día de entre los muertos28. Ahí tienes el testimonio referido a la Cabeza; presente también uno referido al cuerpo: Y que en su nombre se predique la penitencia y la remisión de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén29. Diga, pues, diga la Iglesia a sus enemigos. Sin duda lo dice, no calla; pero escúchenlo ellos. Hermanos, habéis oído los testimonios, reconocedme ya. Escrutad las Escrituras, en las que pensáis tener la vida eterna; ellas dan testimonio de mí30. Lo que he dicho no es de mi cosecha, sino palabras tomadas de mi Señor y, sin embargo, aún os oponéis a ellas, aún las tergiversáis. ¿Cómo podéis creerme a mí vosotros, que esperáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene solo de Dios?31 Y esto sucede porque, desconociendo la justicia de Dios, tenéis celo de Dios, pero no conforme a conocimiento. Porque, desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la vuestra, no os habéis sometido a la de Dios32. ¿En qué otra cosa consiste desconocer la justicia de Dios y querer establecer la propia, sino en decir: «Yo soy el que santifica, yo el que justifica, lo que yo dé eso es santo»? Deja a Dios lo propio de Dios; reconoce, ¡oh hombre!, lo propio del hombre. Desconoces la justicia de Dios y quieres establecer la tuya. Quieres hacerme justo a mí: basta con que seas justificado tú conmigo.
7. Se ha dicho del anticristo, y todos entienden en ese sentido lo que dijo el Señor: Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me habéis recibido; si otro viniera en su propio nombre, le recibiríais33. Pero escuchemos también a Juan: Habéis oído que ha venido el anticristo y ahora muchos se han convertido en anticristos34. ¿Qué es lo que nos produce pánico en el anticristo, sino el que ha de honrar su propio nombre y ha de despreciar el del Señor? Y ¿qué otra cosa hace quien dice: «Yo soy el que hace justos»? Se le contesta: «Yo he venido a Cristo no con los pies, sino con el corazón. Donde escuché el evangelio, allí creí y allí fui bautizado; al haber creído en Cristo, he creído en Dios». Pero él replica: «No estás limpio» —¿Por qué? —«Porque no estuve yo allí». Dime por qué no estoy limpio yo, persona bautizada en Jerusalén, persona a la que han bautizado, por ejemplo, efesios, destinatarios de una carta que tú lees, y cuya comunión desdeñas. Advierte que el Apóstol escribió a los efesios: fue fundada una Iglesia, perdura hasta hoy, y perdura más vigorosa, más extensa; mantiene lo que recibió del Apóstol: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema!35 Entonces ¿qué? ¿Qué me dices? ¿No estoy limpio? Habiendo sido bautizado allí, ¿no estoy limpio? «Tampoco lo estás». —¿Por qué? —«Porque no estuve yo allí». —Pero allí estuvo quien está en todas partes. Allí estuvo el que está doquier en cuyo nombre he creído. Tú, viniendo de no sé dónde; más aún, no viniendo, sino queriendo que yo vaya a ti, ubicado aquí me dices: «No estás bien bautizado, porque no estuve yo allí». —Repara en quién estuvo allí. ¿Qué se le dijo a Juan?: Aquel sobre quien veas descender el Espíritu Santo a modo de una paloma, ese es el que bautiza36. A él lo tienes buscándote a ti; más aún, puesto que te has sentido molesto porque yo haya sido bautizado por él, lo has perdido.
8. Así, pues, hermanos míos, advertid lo que decimos nosotros y lo que dicen ellos, y ved qué elegís. Nosotros decimos esto: «Si yo soy santo, Dios lo sabe; si soy impío, también esto lo sabe mejor él. Sea yo como sea, no pongáis vuestra esperanza en mí. Si soy bueno, haced lo que está escrito: Sed imitadores míos, como también yo lo soy de Cristo37. Pero si soy malo, ni aun así estáis solos ni habéis quedado sin saber cómo actuar. Escuchad al que dice: Haced lo que os dicen, mas no hagáis lo que hacen38». Ellos, en cambio, dicen lo contrario: «Si yo no soy bueno, habéis perecido». Ved que hay otro que ha venido en su propio nombre. «Entonces ¿mi vida dependerá de ti y mi salvación va a estar vinculada a ti. ¿Hasta tal punto he olvidado sobre qué estoy asentado? ¿Acaso no era Cristo la roca?39 ¿No es verdad, entonces, que a quien edifica sobre roca no le derriban ni los vientos, ni las lluvias, ni los ríos40? Ven, pues, si quieres, a sentarte conmigo sobre la roca, y no quieras hacer para mí de roca.
9. Diga, pues, también la Iglesia aquello último: Porque, si creyerais a Moisés, quizá me creeríais a mí, pues él escribió de mí41, puesto que soy el cuerpo de aquel de quien escribió él. Moisés escribió también de la Iglesia, pues he mencionado sus palabras: En tu descendencia serán benditas todas las naciones42. Moisés lo escribió en el primer libro. Si creyerais a Moisés, creeríais también a Cristo; mas, como despreciáis las palabras de Moisés, es inevitable que despreciéis las de Cristo. Allí tienen —dice — a Moisés y a los profetas; que los escuchen. «No, padre Abrahán; pero, si alguno de los muertos va a ellos, le escucharán». A lo que él respondió: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no creerán ni aunque uno resucite de entre los muertos43. Esto se dijo de los judíos; ¿no se dijo, entonces, de los herejes? De entre los muertos había resucitado quien decía: Convenía que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día44. «Esto lo creo. Lo creo», dice. —¿Lo crees? ¿Por qué, pues, no crees lo que sigue? Puesto que crees: Convenía que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día —afirmación referida a la cabeza —, cree también lo que dice a continuación de la Iglesia: Y que se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones45. ¿Por qué crees lo referente a la cabeza y no crees lo referente al cuerpo? ¿Qué te ha hecho la Iglesia para querer decapitarla en cierto modo? Quieres quitar a la Iglesia su cabeza, y creer en la cabeza y desentenderte del cuerpo, cual si fuera cuerpo sin alma. En vano lisonjeas a la cabeza como siervo devoto. Quien se propone decapitar, intenta matar la cabeza y el cuerpo. Les sonroja negar a Cristo, y no les ruboriza negar las palabras de Cristo. A Cristo no le hemos visto con nuestros ojos ni nosotros ni vosotros. Los judíos lo vieron y lo mataron. Nosotros no lo vimos, y creemos; con nosotros están sus palabras. Comparaos con los judíos: ellos despreciaron al colgado del madero, vosotros despreciáis al sentado en el cielo; a pesar de su sugerencia, se mantuvo el título de Cristo46; con vuestra presencia se borra el bautismo de Cristo. ¿Qué nos queda, hermanos, sino orar hasta por los orgullosos, por incluso por los altivos que tanto se encumbran? Digamos a Dios por ellos: Conozcan que tu nombre es El Señor y que no los hombres, sino solo tú eres Altísimo sobre toda la vida47. Vueltos al Señor, etc.