SERMÓN 127

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La hora de la resurrección de los muertos (Jn 5,25—29)

y la vida eterna (1Co 2,9)

1. 1. Nuestra esperanza, hermanos, no se refiere a este tiempo, ni a este mundo, ni a la felicidad que ciega a los hombres que se olvidan de Dios. Lo primero que debemos saber y retener con corazón cristiano es que no nos hemos hecho cristianos para conseguir los bienes del tiempo presente, sino para alcanzar un no sé qué que Dios promete ya, pero de lo que el hombre aún no se hace una idea. Efectivamente, de ese bien se ha dicho: Lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha oído, ni ha subido a corazón de hombre: lo que Dios ha preparado para los que le aman1. Por tanto, puesto que bien tan grandioso, tan radiante, tan inefable no halló hombre que lo recibiera, tuvo a Dios prometiéndolo. Pues al presente, el hombre, ciego de corazón, no capta lo que se le ha prometido, ni se le puede mostrar actualmente lo que ha de ser él mismo, a quien se hace la promesa. Imagínate que una criatura recién nacida, incapaz de hablar, de caminar, de hacer nada, a la que se ve débil, acostada, necesitada de ayuda ajena, pudiera entender las palabras que le dirigen; si solo pudiese entender a quien le hablara y le dijese: «Mira: como ves que yo ando, actúo, hablo, así serás tú pasados pocos años», viéndose a sí misma y mirando a quien le habla, esa criatura, aunque viese lo que le promete, considerando su debilidad, no le creería, no obstante estar viendo lo que le prometía. A nosotros, en cambio, como a criaturas recién nacidas a este mundo y acostadas por la propia debilidad, se nos promete también algo grandioso, que no vemos; pero ponemos en pie la fe por la que creemos lo que no vemos para merecer ver lo que creemos. Todo el que se burla de esta fe y juzga que no debe creer porque no ve, cuando llegue lo que no creía, le saldrán los colores; abochornado, será apartado; apartado, será condenado. En cambio, el que crea será puesto aparte a la derecha, y permanecerá firme, lleno de confianza y gozo, en compañía de aquellos a los que se dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el principio del mundo2. Asimismo, cuando pronunció estas palabras, concluyó su discurso con estas otras: Estos irán al fuego eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna3. Esta vida eterna es la que se nos promete a nosotros.

2. A los hombres a los que les agrada vivir en esta tierra se les prometió vida; y como temen tanto morir, se les prometió eterna. ¿Qué te agrada? Vivir. Lo tendrás. ¿Qué temes? Morir. No sufrirás la muerte. Pareció suficiente que a la debilidad humana se le dijera: «Tendrás vida eterna». Esto lo entiende la mente humana; a partir de lo que de lo que obra, se hace cierta idea del futuro. Pero ¿qué llega a conocer a partir de cosa tan insignificante como lo que ella obra? Que vive y que no quiere morir; que ama la vida eterna, que quiere vivir por siempre y no morir nunca. En cambio, los que serán castigados y atormentados querrán morir y no podrán. Por tanto, no es gran cosa tener una vida larga o vivir por siempre: lo realmente grande es vivir en la felicidad.

2. Amemos la vida eterna, y aprendamos cuánto debemos esforzarnos por alcanzar la vida eterna al ver que los hombres que aman la presente vida temporal que alguna vez ha de acabar se fatigan tanto por ella que cuando les sobreviene el miedo de la muerte hacen cuanto está en sus manos, no para eliminarla, sino para diferirla. ¡Cuántos esfuerzos hace el hombre cuando la muerte llama a su puerta! Trata de huir, de ocultarse, da todo lo que posee para rescatarse, se fatiga, soporta indecibles dolores y molestias, acude a médicos y hace cuanto está en su poder. Ved que, tras haber agotado sus fuerzas y recursos, puede lograr conseguir un poco más de vida, pero no vivir por siempre. Por tanto, si se emplea tanta fatiga, tantos esfuerzos, tantos gastos, tanto tesón, tanto insomnio, tantos cuidados para alargar un poco la vida, ¡cuánto no habrá que hacer para vivir por siempre! Y si se considera juiciosos a los que recurren a todos los medios para retrasar la muerte y vivir unos pocos días más, ¡qué necios son los que viven de tal modo que pierden el día eterno!

3. Así, pues, esto es lo único que se nos puede prometer: que de alguna manera sintamos la dulzura del don de Dios en lo que tenemos ahora, puesto que don suyo son la vida y la salud. Por tanto, puesto que se nos promete la vida eterna, pongamos ante nuestros ojos la vida presente para eliminar de ella todo lo que aquí encontramos molesto. Pues nos es más fácil descubrir lo que no habrá allí que lo que habrá. Fijaos: aquí vivimos, viviremos también allí; aquí estamos sanos cuando no nos hallamos enfermos ni nos duele nada en el cuerpo, también allí estaremos sanos. Asimismo, cuando en esta vida nos va bien, no sufrimos mal alguno; tampoco los padeceremos allí. Imagínate aquí, por tanto, a un hombre vino, sano, que no sufre mal alguno: si alguien le concediese estar siempre así, y si ese estado no conociese término, ¡cuánto gozaría! ¡Qué exaltación no le causaría! ¡Cómo no se apoderaría de él esa alegría sin penas, sin dolor, en una vida sin fin! Si Dios nos hubiese prometido solo lo que he indicado, lo que ahora he descrito y encarecido con las palabras que he podido, ¿a qué precio, si se vendiera, no habría que comprarlo y qué no habría que pagar por adquirirlo?

3. ¿Te bastaría cuanto tuvieras, aunque poseyeses todo el mundo? Y, con todo, está en venta. Cómpralo si quieres. Y no te sofoques por lo elevado del precio, tratándose de algo tan grande. Su valor coincide con lo que tienes. Con el fin de comprar algo grande y de elevado precio prepararías oro, o plata, o dinero, o frutos de tus rebaños y cosechas, producidos en tu granja; eso para comprar no sé qué cosa grande y extraordinaria con que vivir feliz en esta tierra. Cómprala también si quieres. No trates de averiguar lo que tienes, sino cómo eres. El precio de esa cosa eres tú. Su valor coincide con lo que eres tú. Date a ti mismo, y la tendrás. ¿Por qué te azoras, por qué te sofocas? ¿Acaso tienes que buscarte a ti mismo, o has de comprarte a ti mismo? Mira, tú, quién eres, cómo eres, date a esa cosa y la poseerás. «Pero —dirás— soy malo y tal vez no me acepta». Dándote a ella, serás bueno. Ser bueno consiste en entregarte a esa fe y a esa promesa. Mas, una vez que seas bueno, serás el precio de esa cosa y tendrás no solo lo que indiqué: salud, incolumidad, vida y vida sin término; no tendrás solo eso; aún excluyo otras cosas. Allí no habrá ni cansancio ni sueño, ni hambre ni sed, ni crecimiento ni envejecimiento, puesto que tampoco habrá nacimientos donde los números no sufren variación. El número que sea, ese perdura. Tampoco hay necesidad de que aumente porque allí no acontece que disminuya. Ved cuántas cosas he excluido, pero aún no he indicado lo que allí habrá. Fijaos: ya hay vida, incolumidad; ausencia de penas, de hambre, de sed, de cualquier deficiencia: nada de esto habrá, y, con todo, aún no he indicado lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha oído, ni se ha ocurrido a mente humana4. Si, de hecho, lo he indicado, entonces es falso lo escrito: lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha oído, ni se ha ocurrido a mente humana. Pues ¿de dónde subiría a mi corazón para decir yo: lo que no se ha ocurrido a mente humana? Se cree, pero no se ve; no solo no se ve, sino que tampoco se expresa con palabras. ¿Cómo, entonces, se cree, si no se expresa con palabras? ¿Quién cree lo que no oye? Si, por el contrario, lo oye para creer, se dice; si se dice, se piensa; si se piensa y se dice, entra también en los oídos de los hombres. Y como no se diría si no se pensase, ha subido también a corazón de hombre. Ved que esta cuestión referida a realidad tan grande me turba hasta el punto de no poder exponer la cuestión con palabras. ¿Quién expone esa realidad?

4. 4. Prestemos, pues, atención al Evangelio —ahora nos hablaba el Señor— y hagamos lo que él mismo dijo: Quien cree en mí —afirma— pasa de la muerte a la vida y no incurre en juicio. En verdad os digo que vendrá la hora, y es ésta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo tener vida en sí mismo5. Se la dio engendrándole; se la dio porque le engendró. Es el Hijo, en efecto, quien procede del Padre, no el Padre quien procede del Hijo; el Padre es Padre del Hijo, y el Hijo es Hijo del Padre. Aunque es el Hijo el engendrado del Padre, no el Padre del Hijo, el Hijo es Hijo desde siempre y, por tanto, desde siempre engendrado. ¿Quién entiende este ser engendrado desde siempre? De hecho, a cualquier hombre, cuando oye hablar de alguien engendrado, le viene luego a la mente: luego había un tiempo en que no existía ese que fue engendrado. ¿Qué decir, entonces? No es ese el caso: antes del Hijo no existía el tiempo puesto que todo fue hecho por él6. Si todo fue hecho por él, él hizo también el tiempo. ¿Cómo podía existir el tiempo antes del Hijo por quien fue hecho el tiempo? Elimina, pues, todo tiempo: el Hijo ha estado siempre con el Padre. Si el Hijo ha estado siempre con el Padre, y sin embargo, es Hijo, fue engendrado desde siempre; si fue engendrado desde siempre, el engendrado estaba desde siempre con quien le engendró.

5. «Nunca he visto —dirás tú— que nadie que haya engendrado a alguien tenga desde siempre consigo al que ha engendrado. La realidad es que el que le engendró le ha precedido y el que fue engendrado es posterior en el tiempo». Dices con razón: «Nunca he visto eso», puesto que cae dentro de aquello que el ojo no ha visto. ¿Buscas cómo expresarlo? No se puede expresar, puesto que ni el oído ha oído, ni se ha ocurrido a mente humana7. Sea objeto de fe y de veneración. Al creerlo se venera; al venerarlo, se acrecienta y, al acrecentarse, se alcanza. Pues, estando aún en esta carne, mientras estamos desterrados lejos del Señor, comparados con los santos ángeles que ven esas realidades, somos criaturas recién nacidas que hemos de ser amamantados con leche, para luego ser alimentados con su misma visión. En efecto, así dice el Apóstol: Mientras estamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, pues caminamos en la fe, no en la visión8, Tenemos que llegar a la visión, prometida en estas palabras de la carta de Juan: Amadísimos, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos9. Ya somos hijos de Dios por la gracia, por la fe, por el sacramento, por la sangre de Cristo, por la redención del Salvador. Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos como es10.

5. 6. Ved lo que pretendemos alcanzar, conseguir y comer y con esa finalidad nos alimentamos, pero de modo que, al comerlo, no disminuya y el que lo coma, obtenga fuerzas. La realidad es que el alimento, al comerlo, da fuerzas, pero, al tomarlo, disminuye; en cambio, cuando empecemos a comer la justicia, la sabiduría, aquel alimento inmortal, nosotros obtenemos fuerzas sin que disminuya el alimento. Efectivamente, si el ojo puede alimentarse de la luz sin que la luz disminuya —pues no será menor porque la vean muchos: alimenta a muchos ojos y, no obstante, sigue siendo tan grande como antes; ellos se alimentan, pero ella no disminuye—; si Dios otorgó esto a la luz hecha para los ojos de la carne, ¿qué es él mismo, luz para los ojos del corazón? Por tanto, si te alabaran algún alimento extraordinario que estuvieras a punto de comer, prepararías tu estómago; se te alaba a Dios: dispón el espíritu.

7. Mira lo que te dice tu Señor: Vendrá la hora —dice— y es ésta. Vendrá la hora y esa hora es esta, en que... ¿qué?, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán11. Por tanto, los que no la oigan no vivirán. ¿Qué significa los que la oigan? Los que la obedezcan. ¿Qué significa los que la oigan? Los que crean en ella y la obedezcan, ésos vivirán. Por lógica, antes de creer en ella y obedecerla yacían muertos: caminaban y estaban muertos. Siendo muertos ambulantes, ¿qué eran capaces de hacer? Y, sin embargo, si alguno de ellos muriese físicamente, otros muertos correrían a prepararle la sepultura, a amortajarlo, a conducir el cadáver y dar sepultura al muerto: aquellos de quienes se dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos12. Son los muertos que la palabra de Dios resucita de tal manera que viven en fe. Los que vivían muertos en su incredulidad son resucitados con la palabra. De esa hora dijo el Señor: Vendrá la hora, y es esta, pues con su palabra resucitaba a los que estaban muertos por su incredulidad. Refiriéndose a ellos, dice el Apóstol: Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo13. Se trata de la resurrección espiritual, de la resurrección del hombre interior, de la resurrección del alma.

6. 8. Pero no es esta la única resurrección; queda la del cuerpo. Para quien resucita en el alma, la resurrección del cuerpo será un bien. Efectivamente no todos resucitan espiritualmente, pero todos han de resucitar físicamente. Espiritualmente —repito— no todos resucitan; resucitan solo los que creen y obedecen, pues Los que la oigan, vivirán14. De hecho dice el Apóstol: No todos tienen la fe15. Si, pues, no todos tienen la fe, no todos resucitan espiritualmente. Cuando llegue la hora de la resurrección del cuerpo resucitarán todos; sean buenos, sean malos, todos resucitarán; pero quien resucita antes espiritualmente, resucitará físicamente para su bien; quien no resucita antes espiritualmente, resucitará físicamente para su mal. A quien resucita espiritualmente, la resurrección física le aportará vida; a quien no resucita espiritualmente, la resurrección física le aportará tormento. Por tanto, dado que el Señor nos recomendó esta resurrección espiritual a la que todos debemos apresurarnos por llegar, en la que hemos de fatigarnos por vivir y, viviendo en ella, perseverar hasta el fin, no quedaba sino que nos recomendase también la resurrección física, que tendrá lugar al final del tiempo. Pero escuchad cómo también la recomendó.

9. Después de haber dicho: En verdad os digo que vendrá la hora, y es esta, en que los muertos, esto es, los incrédulos, oirán la voz del Hijo de Dios, o sea, el Evangelio; y los que la oigan, es decir, los que la obedezcan, vivirán, esto es, serán justificados, y dejarán de ser incrédulos16; después de haber dicho esto, viendo que tenía que instruirnos también acerca de la resurrección del cuerpo y que no nos tenía que dejar en ayunas al respecto, prosiguió diciendo: Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo tener vida en sí mismo17. Dijo esto para resucitar y dar vida al espíritu. Luego añadió: Y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo de hombre18. Este Hijo de Dios es hijo de hombre. En efecto, si el Hijo de Dios hubiese permanecido como Hijo de Dios sin haberse hecho hombre, no rescataría a los hijos de los hombres. Él, que había hecho al hombre se hizo lo mismo que hizo para que no pereciese lo que hizo. Sin embargo, se hizo hombre permaneciendo Hijo de Dios. De hecho, se hizo hombre asumiendo lo que no era, no perdiendo lo que era; se hizo hombre, permaneciendo Dios. Tomó lo que eres tú, sin que lo absorbieras tú. Vino a nosotros, pues, el Hijo de Dios hijo de hombre, hacedor y hecho, creador y creado; hacedor de la madre, hecho de la madre: Tal es quien vino a nosotros. En cuanto Hijo de Dios, dice: Vendrá la hora y es esta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. No dijo: «La voz del Hijo del hombre», pues trasmitía la verdad, según la cual es igual al Padre. Y los que la oigan vivirán. Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo tener vida en sí mismo: no por participación, sino en sí mismo. Porque nosotros no tenemos vida en nosotros mismos, sino en nuestro Dios. Por su parte, el Padre celestial tiene vida en sí mismo y engendró un Hijo tal que tuviese vida en sí mismo; no que participase de la vida, sino que él mismo fuese vida de la que participáramos nosotros: justamente para que tuviese vida en sí mismo y fuese él mismo vida. En cambio, para hacerse hijo del hombre, ha recibido de nosotros. Es hijo de Dios en sí mismo: para ser hijo de hombre, recibió de nosotros. Por lo que tiene propio, es Hijo de Dios; por lo que tiene de lo nuestro, hijo de hombre. Recibió de nosotros lo inferior; nos dio lo superior. Pues murió en su condición de hijo de hombre, no en su condición de hijo de Dios. No obstante, murió el Hijo de Dios, pero murió en cuanto carne, no en cuanto Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros19. Por tanto, en cuanto que murió, murió en lo nuestro; en cuanto vivimos, vivimos de lo suyo. Ni él pudo morir en lo suyo, ni nosotros vivir de lo nuestro. Esto, pues, nos ha confiado el Señor Jesús en cuanto Dios, en cuanto unigénito, en cuanto igual al que lo engendró: si lo oímos, viviremos.

7. 10. Pero —continúa diciendo— le ha dado también poder para juzgar, porque es Hijo de hombre20. Luego al juicio se presentará en aquella condición. Al juicio vendrá en su condición humana. Por eso dice: le ha dado también poder para juzgar, porque es Hijo de hombre. Este juez será hijo de hombre; la condición que fue juzgada juzgará aquí. Escuchad y comprended; esto ya lo había dicho el profeta: mirarán al que traspasaron21. Verán la condición misma que traspasaron con la lanza22. Se sentará como juez el que estuvo ante el juez; condenará a los verdaderos culpables quien fue juzgado falsamente reo. Él mismo será quien venga, en aquella condición vendrá. También esto lo tienes en el Evangelio en el momento de elevarse al cielo en presencia de sus discípulos. Estando ellos allí de pie mirándole, sonó una voz de ángel: Varones de Galilea, ¿qué hacéis aquí parados? etc. Este Jesús vendrá así como lo veis subir al cielo23. ¿Qué significa vendrá así? Vendrá en esa misma condición, pues le ha dado también poder para juzgar, porque es Hijo de hombre. Ved, no obstante, por qué razón eso era conveniente y justo: para que los que van a ser juzgados vean al juez, puesto que van a ser juzgados tanto los buenos como los malos. Ahora bien, dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios24. No quedaba sino que en el juicio mostrase su condición de siervo a buenos y malos, y reservase la condición divina solo para los buenos.

11. Entonces, ¿qué han de recibir los buenos? Ved que al fin os digo lo que poco antes no dije; no obstante, aun diciéndolo no lo diré. Dije, efectivamente, que allí estaremos sanos, incólumes, vivos, sin penas, sin hambre ni sed, sin nada defectuoso, sin deficiencia visual. Todo esto lo mencioné, pero no indiqué qué más tendremos.

8. Veremos a Dios. Ahora bien, esto será algo tan grande, una realidad tan grandiosa que, en su comparación, poseer todo es no poseer nada. Dije que estaremos vivos, sanos e incólumes, que no padeceremos hambre ni sed, que no nos sobrevendrá el cansancio, que no nos oprimirá el sueño. Pero ¿qué significa todo esto comparado con la felicidad de ver a Dios? Así, pues, como Dios, a quien, sin embargo veremos, no se puede manifestar ahora como es, razón por la que se dijo: lo que ni ojo ha visto, ni oído ha oído25, esto mismo verán los buenos, los piadosos, los misericordiosos, los fieles; esto mismo verán a los que corresponda una suerte dichosa en la resurrección corporal porque tuvieron obediencia virtuosa en la resurrección espiritual.

12. Entonces ¿también ha de ver a Dios el malo? De él dice Isaías: Sea apartado el impío para que no vea la gloria de Dios26. Así, pues, tanto los impíos como los piadosos verán aquella condición humana pero, una vez dictada la sentencia, Sea apartado el impío para que no vea la gloria de Dios. Ahora falta que se cumpla en los piadosos y los buenos lo que el Señor mismo prometió cuando estaba aún aquí, en la carne, y le veían tanto los buenos como los malos. Hablaba entre buenos y malos y a la vista de todos, Dios oculto, hombre manifiesto; el Dios que gobierna a los hombres, en apariencia un hombre entre hombres. Hablaba, pues, en medio de ellos y decía: El que me ama guarda mis mandamientos, y el que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré27. Y, como si le preguntaran: «¿Y qué le darás?», responde: «Y me manifestaré a él28». ¿Cuándo dijo esto? Cuando le veían hombres. ¿Cuándo dijo esto? Cuando le veían incluso quienes no le amaban. ¿Cómo, entonces, iba a manifestarse a los que le amaban, sino porque estos no lo veían tal cual? Por tanto, como reservaba su condición divina, mostraba su condición humana. Al hablar, ostensible y visible, a hombres tanto buenos como malos, se manifestaba a todos, guardándose a sí mismo para sus amadores.

13. ¿Cuándo se ha de manifestar a sus amadores? Después de la resurrección corporal, cuando sea apartado el impío para que no vea la gloria de Dios29, Pues entonces, cuando se manifieste seremos semejantes a él porque le veremos como es30. En eso consiste la vida eterna, porque todo lo que antes indicaba es nada comparado con ella. ¿Qué significa el simple ver, el estar sanos? Veremos a Dios: ¡algo grandioso! En eso consiste la vida eterna. Lo dijo él mismo: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que has enviado, Jesucristo31. En esto consiste la vida eterna: en que conozcan, vean, alcancen, sepan qué habían creído, reciban lo que aún no podían entender. Vea ya la mente lo que ni ojo había visto, ni el oído había oído, ni se había ocurrido a mente humana32. A ellos se les dirá al final: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde el principio del mundo33. Así, pues, los malos irán al fuego eterno. Y los justos ¿a dónde irán? A la vida eterna34. ¿En qué cosiste la vida eterna? Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que has enviado, Jesucristo.

14. Hablando, pues, de la futura resurrección del cuerpo y teniéndonos en la mente también a nosotros, dijo: Y le ha dado también poder para juzgar, porque es Hijo de hombre. No os extrañéis de esto, porque vendrá la hora35. Entonces no añadió: y es ahora, porque esa hora será posterior, porque tendrá lugar al fin del mundo, porque será la última36 y coincidirá con la última trompeta37. No os extrañéis de que os haya dicho: Le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis. Lo he dicho porque conviene que al hombre le juzguen hombres. ¿Para juzgar a qué hombres? ¿A los que halle vivos? No solo a ésos. Entonces ¿qué? Vendrá la hora en que los que están en los sepulcros38. ¿Cómo indicó a los muertos físicamente? Los que están en los sepulcros: aquellos cuyos cadáveres yacen en la sepultura, cuyas cenizas están tapadas, cuyos huesos están dispersos, cuya carne ya no existe y, sin embargo, para Dios existe íntegra. Vendrá la hora en que los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán afuera todos39. Tanto los buenos como los malos oirán su voz y saldrán; se romperán todas las cadenas de los infiernos; todo lo que había perecido, mejor, todo lo que parecía haber perecido, será restablecido. Porque, si Dios hizo al hombre que no existía, ¿no puede reparar lo que ya existía?

11. 15. Juzgo que, cuando se dice que Dios ha de resucitar a los muertos, no se dice nada increíble, porque se habla de Dios no de un hombre. Lo que acontecerá es algo grandioso e increíble. Pero no sea para ti increíble; basta que veas quién lo hace. Se afirma que te resucitará quien te creó. No existías, y existes; y, ya creado, ¿no vas a existir? Lejos de ti el no creerlo. Algo más portentoso hizo Dios cuando hizo lo que no existía; sin embargo, hizo lo que no existía. ¿Y no creen que ha de reparar lo que ya existía los mismos a los que hizo ser lo que no eran? ¿Así pagamos a Dios nosotros que no existíamos y fuimos creados? ¿Así le pagamos, creyendo que no puede resucitar lo que hizo? ¿Este pago le da su criatura? ¡Oh hombre! —te dice Dios—; ¿te creé antes de que existieras para que no me creas cuando afirmo que volverás a ser lo que eras, tú que pudiste ser lo que no eras? «Pero —replica— he aquí que en el sepulcro no veo otra cosa que polvo, ceniza, huesos; ¿y eso va a recibir de nuevo vida, piel, tuétanos, carne, y a resucitar? ¿En qué pueden convertirse ese polvo, esos huesos que veo en el sepulcro?». En el sepulcro ves, al menos polvo y huesos; en el seno de tu madre no había nada. Eso ves: al menos hay polvo, al menos hay huesos: antes de existieses tú, no había ni polvo, ni huesos, y, no obstante, fuiste hecho cuando no existías en absoluto; ¿y no crees que esos huesos —estén como estén, sean los que sean, con todo, existen— recibirán la forma que tenían, habiendo recibido tú lo que no tenías? Cree, porque si crees esto, entonces resucitará tu alma; y si ahora es resucitada tu alma, vendrá la hora, y es esta40. Entonces resucitará para bien tuyo tu cuerpo, cuando llegue la hora en que todos los que están en los sepulcros oigan su voz y salgan fuera41. Pero no debes alegrarte porque la oyes y sales; escucha lo que viene a continuación: Los que hicieron el bien, para una resurrección de vida; en cambio, los que hicieron el mal, para una resurrección de juicio42. Vueltos al Señor....