Fe e inteligencia de la fe; el ver de la Palabra (Jn 5,19)
1. Los arcanos y secretos del reino de Dios buscan en primer lugar personas que los crean, para luego hacer que los comprendan. La fe, en efecto, es peldaño que lleva a la comprensión, y la comprensión es la recompensa de la fe. Un profeta lo dice abiertamente a todos los que, sin respetar el orden debido, buscan la comprensión y descuidan la fe. Dice: Si no creéis, no entenderéis1. Así, pues, también la fe tiene una suerte de luz propia en las Escrituras, en la profecía, en el evangelio, en las lecturas de los apóstoles. Todos estos textos que en diversos momentos se nos proclaman son lámparas en lugar oscuro, alimento para los ojos hasta que llegue el día. El apóstol Pedro dice: Tenemos la palabra más firme de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar tenebroso, hasta que despunte el día y se levante el lucero del alba en vuestros corazones2.
2. Veis, pues, hermanos, cuán fuera de ruta están y cuán indebidamente se precipitan los que, como fetos inmaduros, buscan ser abortados antes que nacer. Estos nos dicen: «¿Por qué me mandas creer lo que no veo? Dame ver algo para que pueda creer. Me mandas creer a ciegas; yo quiero ver y que la fe me entre por los ojos, no por los oídos». Hable el profeta: Si no creéis, no entenderéis3. Tú quieres subir, y te olvidas de los peldaños. Sin duda, fuera de toda lógica. ¡Hombre, hombre! Si pudiera mostrártelo para que lo vieses, no te exhortaría a que lo creyeses.
3. Así, pues, como se halla definida en otro pasaje, la fe es la garantía de lo que se espera, prueba de las cosas que no se ven4. Si no se ven, ¿cómo persuadir de que existen? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de aquello que no ves? Sí, en efecto; ves algo para que creas algo y, a partir de lo que ves, creas lo que no ves. No seas desagradecido a quien hizo que vieras y, a partir de ello, puedas crees lo que aún no logras ver. Dios te dotó de ojos en el cuerpo y de razón en el alma; despierta esta razón, levanta al que mora dentro de tus ojos interiores, haga uso de sus ventanas y mire la creación divina. Porque hay alguien dentro que ve por los ojos. De hecho, si alguna vez reflexionas profundamente sobre algo, si en tu interior está ausente el que lo habita, no ves lo que tienes ante tus ojos. En vano están de par en par las ventanas si está ausente quien por ellas mira. No son, pues, los ojos los que ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. Pues no se te ha negado a ti: Dios te hizo animal racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen5. ¿Acaso debes usar tus ojos al modo de las bestias: solo para ver qué llevar al vientre, no a la mente? Levanta, pues, la mirada de la razón, haz un uso humano de tus ojos, mira el cielo y la tierra, los adornos del firmamento, la fecundidad del suelo, el volar de las aves, el nadar de los peces, la vitalidad de las semillas, la ordenada sucesión de los tiempos; mira lo hecho y busca al Hacedor; mira lo que ves, y busca al que no ves. Cree en quien no ves motivado por lo que ves. Y para que no pienses que es mi palabra la que te exhorta, escucha al Apóstol que dice: Porque, desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a través de sus obras6.
4. Relegabas estas cosas, no las mirabas como hombre, sino como un animal irracional. Te gritó el profeta: No seáis como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento7, pero en balde. Veías, pues, estas cosas pero las relegabas. Los prodigios que Dios hace a diario habían perdido valor para ti, no por ser fáciles de realizar, sino por repetidos. Efectivamente, ¿hay algo más difícil de comprender que el nacimiento de un hombre, que al morir se retire a lugares recónditos quien existía y que al nacer vea la luz quien no existía? ¿Qué hay tan admirable, de tan difícil comprensión? En cambio, para Dios es fácil hacerlo. Admira estos hechos, despierta: sabes admirar las cosas insólitas: ¿acaso son más grandiosas que las que estás acostumbrado a ver? Los hombres se asombraron de que nuestro Señor Jesucristo diera de comer a tantos miles con solo cinco panes8, y no se asombran de que por obra de unos pocos granos se llenen las tierras de mieses. Los hombres vieron que el agua se había convertido en vino y se llenaron de estupor9: ¿qué otra cosa hace la lluvia por medio de la raíz de la vid? El que hizo aquello, hizo esto: esto para tu alimento, aquello para tu admiración. No obstante, lo uno y lo otro es admirable, puesto que son obras de Dios. Ve un hombre algo insólito, y se admira; pero ¿de dónde proviene el mismo que se admira? ¿Dónde estaba? ¿De dónde ha salido? ¿De dónde obtiene la configuración de su cuerpo? ¿De dónde la diversificación de sus miembros? ¿De dónde su hermosa apostura? ¿Cuáles fueron sus orígenes? ¡Cuán abyectos! ¡Y se maravilla de otras cosas, siendo el mismo que se admira una inmensa maravilla! ¿De dónde proviene, pues, todo esto que ves sino de aquel a quien no ves? Pero, según había empezado a decir, como estas cosas habían perdido para ti su valor, vino él a realizar obras extraordinarias, para que aun en las ordinarias vieras la mano de tu Hacedor. Vino aquel a quien se dijo: Renueva tus prodigios10; aquel a quien se dijo: Ensalza tus misericordias11. Pues ya las otorgaba; las otorgaba, pero nadie las admiraba. Vino, pues, hecho pequeño a los pequeños; vino como médico a los enfermos, él que podía venir cuando quisiera, regresar cuando quisiera, hacer lo que quisiera, juzgar como quisiera. Y lo que quisiese era la justicia misma; y lo que él quiere —repito— es la justicia misma. Efectivamente es imposible que sea injusto lo que él quiere, o justo lo que él no quiere. Vino a resucitar a los muertos, y los hombres se maravillaron de que devolviera a la luz a un hombre que ya existía en la luz el que a diario trae a la luz a quienes no existían.
5. Realizó estas cosas y muchos le despreciaron reparando menos en la grandeza de sus obras que en la pequeñez de su autor, como diciendo para sí: «Estas obras son divinas, pero él no es sino un hombre». Tú, pues, ves dos cosas: unos hechos divinos y un hombre; pero, si lo divino solo puede hacerlo Dios, estate atento, no sea que en el hombre se oculte Dios. Fíjate —repito— en lo que ves y cree lo que no ves. Quien te llamó a creer, no te abandonó. Aunque te ordenó creer lo que no puedes ver, no te dejó sin ver algo, a partir de lo cual puedas creer lo que no ves. ¿Acaso las criaturas mismas son signos pequeños, indicios insignificantes del creador? Vino también, hizo milagros. No podías ver a Dios, pero podías ver al hombre: Dios se hizo hombre para que en un único hombre tuvieras algo que ver y algo que creer. En el principio existía la Palabra, y la palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios12. Lo oyes, pero aún no lo ves. Mas he aquí que viene, que nace, que proviene de una mujer el que hizo al varón y a la mujer. El que hizo al varón y a la mujer no fue hecho por un varón y una mujer. Quizá ibas a despreciar el hecho de que naciera; no desprecias el modo de su nacimiento, puesto que existía siempre desde antes de nacer. Advierte —repito— que asumió un cuerpo, se revistó de carne, salió del seno materno. ¿La ves ya? ¿Ves ya —repito— la carne? Pregunto, pero muestro su carne: algo ves y algo no ves. Fíjate en el parto mismo: advierte que ya hay dos cosas, una que ves y otra que no ves, pero con la finalidad de que creas lo que no ves por medio de lo que ves. Comenzabas a despreciarlo al ver que ha nacido; cree lo que no ves, dado que nació de una virgen. ¡Qué pequeño es —dice— el que ha nacido! Pero ¡cuán grande es el que nació de una virgen! El que nació de una virgen te aportó algo que resulta milagroso en el mundo temporal: no haber nacido de padre, es decir, de padre humano, pero nació de madre. Con todo, no te parezca imposible el que haya nacido solo de madre el que creó al hombre antes que al padre y a la madre.
6. Te aportó, pues, algo que resulta milagroso en el mundo temporal para que le busques y admires su ser eterno. En efecto, él mismo que, como esposo salió de su lecho nupcial13, es decir, del seno virginal, donde tuvieron lugar las santas nupcias, la Palabra y la carne, te aportó —repito— algo que resulta milagroso en el mundo temporal; pero él es eterno, tan eterno como su Padre, él es la Palabra que existía al principio, la Palabra que estaba con Dios y la Palabra que era Dios14. Pero tú no la podías ver. Para que pudieras ver lo que veías hizo para ti algo con que sanases. Lo que hallas despreciable en Cristo no es todavía el objeto de contemplación del hombre sanado, sino la medicación para el enfermo. No te apresures por llegar a la visión de los sanos. Los ángeles ven, gozan, se alimentan y viven; ni les falta ni les disminuye su alimento. En los tronos sublimes, en las regiones de los cielos, en las que están por encima de los cielos, los ángeles ven la Palabra y gozan de ella, la comen y permanecen en el ser. Mas para que el hombre comiera el pan de los ángeles15, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Tal es nuestra Salud: medicina para los enfermos y manjar para los sanos.
7. El Señor hablaba a los hombres y les decía lo que habéis oído: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre16. ¿Hay ya alguien —pensamos— que lo comprenda? ¿Hay ya alguien —pensamos— al que el colirio de la carne le fue tan provechoso que le permitió ver de algún modo el esplendor de la divinidad? Habló él, hablemos también nosotros; él, porque es la Palabra; nosotros, porque tenemos nuestro origen en la Palabra. Más ¿cómo es que de alguna manera tenemos nuestro origen en la Palabra? Porque fuimos hechos por la Palabra a semejanza de la Palabra. Así, pues, en la medida en que comprendemos, en la medida en que podemos participar de lo que tiene de inefable, hablemos también nosotros y que nadie se nos oponga. En efecto, nuestra fe ha ido delante, por lo que decimos: He creído; por eso he hablado17. Digo, pues, lo que creo; si también llego a verlo de alguna manera, él lo ve mejor; a vosotros no os es posible verlo. Mas, una vez que lo haya dicho, ¿qué me importa que quien ve lo que he dicho crea o no crea que también yo lo veo? Que él lo vea verdaderamente, y crea de mí lo que quiera.
8. El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre18. Aquí se encarama el error de los arrianos: se encarama para caer, pues no se humilla para levantarse. ¿Qué te ha sacudido? Quieres afirmar que el Hijo es menor que el Padre pues has oído: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. A partir de aquí quieres que se diga que el Hijo es menor: lo sé, lo sé, esto te ha sacudido: cree que no es menor; aún no lo puedes ver, créelo; es lo que yo decía hace poco. Pero ¿cómo —dirás— lo voy a creer oponiéndome a sus palabras? Es él mismo quien dice: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. Presta atención también a lo que sigue: Pues cualquier cosa que hace el Padre, la hace también el Hijo19. No habló de cosas iguales. Preste Vuestra Caridad un poco de atención, no hagáis ruido en detrimento vuestro. Se necesita un corazón tranquilo, una fe piadosa y devota, y una mirada religiosa, no a mí, la bandeja, sino al que pone el pan en ella. Prestad, pues, un poco de atención. Lo que os dije con mis palabras anteriores exhortándoos a la fe, para que el alma, imbuida de fe, sea capaz de comprender, os sonó festivo, alegre, fácil, alegró vuestras mentes, lo seguisteis, lo entendisteis. En cambio, respecto de lo que voy a decir ahora, no pierdo la esperanza de que algunos lo entiendan, pero no espero que lo entiendan todos. Y como Dios me propuso, sirviéndose de la lectura evangélica, de qué he de hablaros, no puedo eludir lo que me propuso el Maestro. Temo que los que no lo entiendan, que quizá serán muchos, juzguen, tal vez, que perdí el tiempo hablando para ellos; sin embargo, pensando en los que me entenderán, mi hablar no será inútil. El que entienda lo que voy a decir, alégrese; quien no entienda, sopórtelo con paciencia; tolere no entenderlo y difiera el comprenderlo.
9. Así, pues, Jesús no dice: «Haga lo que haga el Padre, el Hijo hace cosas iguales»20, como si el Padre hiciera unas cosas, y el Hijo otras. Ciertamente parecía como si hubiese indicado esto mismo al decir previamente: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre21. Fíjate: tampoco entonces dijo: «sino lo que oye que el Padre le ordena», sino que dijo: lo que ve hacer al Padre. Por tanto, si partimos de un modo de entender o, mejor, de sentir según criterios terrenos, presentó como dos artífices, el Padre y el Hijo: el Padre que obra sin modelo que imitar y el Hijo que imita lo que ve hacer al Padre. Esta comprensión es todavía terrena. Con todo, para entender las realidades superiores, no renunciemos a estas más humildes y viles. En primer lugar, imaginémonos, por ejemplo, dos artesanos, un padre y un hijo. El padre hizo un arca que el hijo no era capaz de hacer si no veía al padre hacerla. Se fijó en el arca que hacía el padre y él hizo otra semejante, no la misma. Dejo de lado por un momento las palabras siguientes del evangelio y pregunto ya al arriano: Tu comprensión de las palabras de Jesús ¿coincide con la que acabo de exponer, a saber: el Padre hizo no sé qué cosa y el Hijo, después de ver al Padre hacerla, hizo también él otra semejante? Pues esto parece ser el sentido de las palabras que te han sacudido. De hecho tampoco dice: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada, sino lo que oye que le ordena el Padre, sino: El Hijo no pueda hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. Fíjate; si lo entiendes así, entonces el Padre hizo algo, el Hijo puso atención para ver lo que iba a hacer también él; con todo, haría algo distinto, aunque semejante a lo que hizo el Padre. Ahora bien, lo que ha hecho el Padre, ¿por medio de quién lo ha hecho? Si afirmas que no lo ha hecho por medio del Hijo, por medio de la Palabra, has incurrido en una blasfemia contra el evangelio, pues todas las cosas fueron hechas por ella22. En consecuencia, lo que había hecho el Padre, lo había hecho por medio de la Palabra; y si lo había hecho por medio de la Palabra, lo había hecho por medio del Hijo. ¿Quién es ese otro que observa para hacer otra cosa distinta de la que ve hacer al Padre? No acostumbráis a decir que el Padre tenga dos hijos. El Único engendrado por él es uno solo. No obstante, por su misericordia, está solo en cuanto a poseer la divinidad, no en cuanto a recibir la herencia. El Padre dio coherederos a su Hijo único; no herederos que haya engendrado de su sustancia como a él, sino a los que adoptó como miembros de su familia por medio de él. Efectivamente, como lo atestigua la sagrada Escritura hemos sido llamados a ser hijos por adopción23.
10. ¿Qué dices, entonces? Habla el mismo Hijo único en persona, el Hijo unigénito mismo habla en el evangelio; la Palabra misma pronunció palabras para nosotros, a ella misma la oímos decir: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre24. Ya obró el Padre para que vea el Hijo lo que él hará y, sin embargo, el Padre no hace nada sino por medio del Hijo. Sin duda, te sientes molesto, hereje; te sientes molesto, pero ese malestar, igual que si hubieras tomado eléboro, es fuente de salud. Adviertes no ser ya el mismo: en cuanto puedo juzgar, tú mismo condenas tu opinión y tu apreciación terrena. Échate a la espalda los ojos corpóreos; si tienes algo en el corazón, elévalo a lo alto, contempla las cosas divinas. Ciertamente escuchas palabras humanas por medio de un hombre, del evangelista; por medio del evangelio escuchas palabras humanas en cuanto hombre; pero escuchas algo referente a la Palabra de Dios para que, oyendo palabras humanas, conozcas realidades divinas. El Maestro te pinchó para instruirte; suscitó una cuestión para provocar tu atención. El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. Lo lógico era que dijera: «Haga lo que haga el Padre, el Hijo hace cosas iguales». Pero no dice eso, sino: Cualquier cosa que hace el Padre, esa misma la hace también el Hijo25. No hace unas cosas el Padre y otras el Hijo, puesto que todo lo que hace el Padre lo hace por el Hijo. El Hijo resucitó a Lázaro26, ¿acaso no lo resucitó el Padre? El Hijo otorgó la vista al ciego27, ¿acaso no se la otorgó el Padre? Se la otorgó el Padre por el Hijo en el Espíritu santo. Es la Trinidad, pero único es su obrar, única la majestad, única la eternidad, la coeternidad y las mismas las obras de la Trinidad. No crea el Padre a unos hombres, el Hijo a otros y el Espíritu Santo a otros; es uno mismo el hombre a quien crea el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. El que crea es el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, el Dios único.
11. Te fijas en la pluralidad de personas; reconoce, no obstante, la única divinidad. En atención a la pluralidad de personas, se dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra28. No dice: «Voy a hacer al hombre; pon atención mientras lo hago, para que también tú puedas hacer otro». Hagamos —dijo—: advierto el plural; a imagen nuestra: de nuevo advierto el plural. ¿Dónde, entonces, hallo que Dios es uno solo? Lee lo que sigue: Y Dios hizo al hombre29. Se dice: Hagamos al hombre, no: «Dioses hicieron al hombre». La unidad de Dios se advierte en las palabras: Dios hizo al hombre.
12. ¿Dónde queda, pues, aquel modo terreno de ver? Quede confundido, escóndase, hágaselo desaparecer; háblenos la Palabra de Dios. Siendo ya piadosos y creyentes, estando ya imbuidos de fe y mereciendo entender algo, volvámonos a la Palabra misma, a la fuente de la luz y digámosle juntos: «Señor, el Padre hace las mismas cosas que tú, puesto que todo lo que hace el Padre por hace por medio de ti. Hemos escuchado que eras la Palabra que existía en el principio30; no lo vimos, pero lo creemos. Allí escuchamos a continuación que todas las cosas fueron hechas por ti31. En consecuencia, todo lo que hace el Padre lo hace por medio de ti. Tú, entonces, haces las misas cosas que el Padre. ¿Cuál es, pues, la razón por la que quisiste decir: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre?32. Efectivamente advierto cierta igualdad tuya con el Padre cuando escucho: Cualquier cosa que hace el Padre, esa misma la hace también el Hijo33. Reconozco la igualdad, la comprendo, la capto en cuanto puedo en estas otras palabras: Yo y el Padre somos una sola cosa34. ¿Qué significa eso de que no puedes hacer nada sino ves al Padre hacerlo? ¿Qué significa eso?».
13. Tal vez me diga, más aún, nos diga a todos nosotros: «¿Cómo entiendes mi ver al que aludo en las palabras: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre?35. ¿En qué consiste ese ver mío?». Deja de lado por un poco la forma de siervo que asumió por ti. Efectivamente, en aquella forma de siervo nuestro Señor tenía ojos y oídos físicos; aquella su forma humana tenía la misma configuración corporal que nosotros e idéntica disposición de miembros. Aquella carne procedía de Adán, pero él no era Adán. Así, pues, el Señor, cuando caminaba en la tierra, o sobre el mar, como le plugo, como quiso, puesto que pudo todo lo que quiso, miró lo que quiso; dirigía sus ojos, veía; los apartaba, y no veía; el que le seguía iba detrás; veía al que estaba delante; con los ojos del cuerpo veía lo que tenía delante. A su divinidad, en cambio, nada se ocultaba. Deja de lado —repito—, deja de lado por un poco la forma de siervo; contempla la forma de Dios en la que existía antes de hacer el mundo, en la que era igual al Padre. Apréndelo por medio de él y entiende lo que te dice: El cual, existiendo en la forma de Dios, no consideró una presa arrebatada el ser igual a Dios36. Mírale allí, si te es posible, para que puedas ver en qué consista su ver. En el principio existía la Palabra37. ¿Cómo ve la Palabra? ¿Tiene la Palabra ojos, o se hallan en ella nuestros ojos, no los ojos de la carne, sino los de los corazones piadosos? Pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios
14. Pones tus ojos en Cristo, hombre y Dios: te muestra su ser hombre, te reserva su ser Dios. Y advierte que te reserva su ser Dios quien se te muestra como hombre: Quien me ama —dice— guarda mis mandamientos; a quien me ama le amará mi Padre, y yo le amaré38. Y, como si le preguntase ¿qué vas a dar al que te ama? Y me manifestaré a él39 —dijo—. ¿Qué significa esto, hermanos? Él, al que ya estaban viendo, les prometía que se les iba a manifestar. ¿A quiénes? ¿A quiénes le estaban viendo o a quienes no le estaban viendo?
Así habló a cierto apóstol que quería ver al Padre para darse por satisfecho y que le decía: Muéstranos al Padre y nos basta40. Y él, manteniéndose de pie en su forma de siervo, ante los ojos del siervo, reservando la forma de Dios para los ojos del hombre deificado, le responde: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me habéis conocido. Quien me ve a mí, ve también al Padre41. Quieres ver al Padre, mírame a mí; a mí me ves y no me ves. Ves lo que tomé por ti, no ves lo que reserve por ti. Escucha los mandatos, purifica tus ojos, porque quien me ama guarda mis preceptos, y yo le amaré a él. En cuanto persona que guarda mis mandatos y en cuanto enfermo sanado por mis mandatos. Me manifestaré a él. Como si dijera: «Es a quien guarda mis mandamientos a quien yo me descubriré tal cual soy».
15. Entonces, hermanos, si no somos capaces de ver en qué consiste el ver de la palabra ¿a dónde vamos? ¿Qué visión reclamamos tal vez antes de tiempo? ¿Por qué deseamos que se nos muestre lo que no somos capaces de ver? Por tanto, se nos ha hablado de cosas que deseamos ver, no de algo que ya podamos aprehender. En efecto, si eres capaz de ver el ver de la Palabra, quizá en el mismo ver el ver de la Palabra estarás viendo la Palabra misma, de modo que no sea una cosa la Palabra y otra el ver de la Palabra. Hay que evitar poner en ella algo que la aumente, que se le asocie, que la doble, que la haga compuesta. De hecho es una realidad simple con una simplicidad inefable. No acontece en ella como en el hombre, pues una cosa es el hombre y otra el ver del hombre, pues, algunas veces, se apaga la visión en el hombre, pero permanece el hombre. A esto me refería cuando indicaba que iba a decir algo que no todos podrían entender. Haga el Señor que algunos lo hayan entendido. Hermanos míos, a esto os exhorto: a que veamos el ver de la Palabra. ¿Excede nuestras fuerzas puesto que son pequeñas? Nutrámoslas, llevémoslas hasta su máximo nivel. ¿Cómo? Con los mandamientos. ¿Con qué mandamientos? Quien me ama guarda mis mandamientos42. ¿Qué mandamientos? Ya queremos crecer, fortalecernos, alcanzar la perfección para ver el ver del Verbo. Dinos ya, Señor, ¿qué mandamientos? Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros43. Por tanto, hermanos, saquemos esta caridad de la fuente que la mana en abundancia, tomémosla, nutrámonos con ella. Toma lo que te capacita para lo que deseas. Que la caridad te engendre, te nutra, te perfeccione, te fortalezca para ver el ver de la Palabra, esto es, que no es una cosa la Palabra y otra su ver, sino que el mismo ver de la Palabra se identifica con la Palabra. Y tal vez entenderás de inmediato que cuando dijo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que vea hacer al Padre44 es como si hubiera dicho: «No sería Hijo si no hubiese nacido del Padre». Baste ya, hermanos. Soy consciente de haber dicho algo que, reflexionado, tal vez se abra a muchos, pero que, de tanto repetirlo, quizá se vuelve más oscuro.