El enfermo de la piscina de Betsaida (Jn 5,2—5)
1. Ni para vuestros oídos ni para vuestras mentes se repiten las cosas elementales; no obstante, las cosas repetidas tonifican el entusiasmo del oyente y en cierto modo nos renuevan. Tampoco nos molesta escuchar lo ya conocido porque siempre es dulce lo que concierne al Señor. Con la exposición de las divinas Escrituras sucede lo mismo que con las Escrituras en sí mismas: aunque son conocidas, se leen para traerlas de nuevo a la memoria. De la misma manera hay que volver a exponerlas, aunque su exposición sea conocida, para que quienes las han olvidado las recuerden o las escuchen quienes tal vez no las han oído, y para que quienes retienen lo que están acostumbrados a oír, la repetición les impida de todo punto olvidarla. Recuerdo, en efecto, haber hablado ya a Vuestra Caridad de este pasaje del evangelio. Con todo, no tengo inconveniente en recordaros las mismas cosas como tampoco lo tuve en leeros otra vez el mismo pasaje. El apóstol Pablo dice en una de sus cartas: Escribiros las mismas cosas no me es molestia; en cambio, para vosotros es necesario1. Igualmente, tampoco a mí me es molestia deciros lo mismo, mas para vosotros es seguridad.
2. Los cinco pórticos donde yacían los enfermos significan la ley dada en primer lugar a los judíos y al pueblo de Israel a través del siervo de Dios Moisés. En efecto, Moisés mismo, ministro de la ley, compuso cinco libros. Así, pues, en atención al número de libros escritos por él, los cinco pórticos simbolizaban la ley. Mas como no fue dada una ley que sanase a los enfermos, sino que los descubría y mostraba —ya que dice el Apóstol: Pues, si se hubiera dado una ley capaz de vivificar, la justicia provendría ciertamente de la ley; pero la Escritura encerró todo en el pecado a fin de que la promesa fuera dada a los creyentes por la fe en Jesucristo2—, los que yacían en aquellos pórticos no sanaban. ¿Qué dice, pues? Si se hubiese dado una ley que pudiese vivificar3. En consecuencia, aquellos pórticos que simbolizaban la ley no podían sanar a los enfermos. Alguien me dirá: «Entonces, ¿para qué se dio la ley? El mismo apóstol Pablo lo expuso: La Escritura —dice— encerró todo en el pecado a fin de que la promesa fuera dada a los creyentes por la fe en Jesucristo4. Pues los enfermos se creían sanos. Recibieron la ley que no podían cumplir, conocieron el mal que sufrían e imploraron las manos del médico. Quisieron que se les sanase porque conocieron cuánto se fatigaban, cosa que solo advertían al no poder cumplir la ley que se les dio. De hecho, el hombre se creía inocente y el mismo orgullo asociado a esa falsa inocencia le hacía más enfermo. La ley, pues, se dio para domar y sacar a la luz el orgullo; no para sanar a los enfermos, sino para dejar convictos a los enfermos. Por tanto, ponga atención Vuestra Caridad: la ley fue dada para detectar las enfermedades, no para eliminarlas. Y aquellos enfermos que en sus casas podían mantener más secreta su enfermedad en caso de no haber existido aquellos cinco pórticos, aparecían a los ojos de todos en dichos pórticos, pero los pórticos no los sanaban. La ley, por tanto, era útil para sacar a la luz los pecados puesto que, hecho más culpable al transgredir la ley, el hombre podría, una vez domado su orgullo, implorar el auxilio del Misericordioso. Prestad atención al Apóstol: La ley se hizo presente para que abundara el delito, pero, donde abundó el delito, sobreabundó también la gracia5. ¿Qué significa La ley se hizo presente para que abundara el delito? Como dice en otro pasaje: Donde no hay ley, tampoco hay trasgresión6. Antes de haber ley, puede decirse de un hombre que es pecador, no que es trasgresor. Ahora bien, una vez que, tras recibir la ley, ha pecado, descubre que es no solo pecador, sino también trasgresor. Abundó el delito, pues, porque al pecado se añadió la prevaricación. A su vez, al abundar el delito, aprende por fin el orgullo humano a doblar la cerviz, confesar a Dios y decir: Soy débil7. Aprende a pronunciar también aquellas palabras del salmo que solo salen de la boca de un alma humillada: Yo dije: Señor, ten piedad de mí; sana mi alma porque he pecado contra ti8. Diga, entonces, estas palabras el alma débil, al menos una vez que su trasgresión la ha dejado convicta de serlo; alma a la que la ley no ha sanado, pero sí manifestado su debilidad. Escucha también al mismo Pablo que te muestra que la ley es buena y que, no obstante, solo la gracia de Cristo libera del pecado. En efecto, la ley puede prohibir y mandar, pero no aportar la medicina para que sane aquello que impide al hombre cumplir la ley; esto es obra de la gracia. Dice el Apóstol: Me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior9. Es decir, ya veo que lo que reprueba la ley es malo, y lo que ella ordena es bueno. Me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi mente y me cautiva bajo la ley del pecado10. Esto que tiene su origen en el castigo por el pecado, en la raíz de la muerte, en la condena de Adán se opone a la ley de la mente y nos cautiva con la ley del pecado que reside en nuestros miembros. Ese enfermo quedó convicto; recibió la ley con esa finalidad; advierte el provecho que sacó de quedar convicto. Escucha las palabras que siguen: ¡Desdichado de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor11.
3. Prestad atención, pues. Aquellos pórticos simbolizaban la ley en cuanto que acogían a los enfermos, pero no los sanaban; descubrían su enfermedad, aunque no la curaban. ¿Quién curaba a los enfermos? El que bajaba a la piscina. Pero ¿cuándo bajaba el enfermo a la piscina? Cuando un ángel daba la señal agitando el agua. Pues aquella piscina era tan santa que llegaba un ángel a agitar el agua. Los hombres veían el agua, pero la agitación del agua les advertía de la presencia del ángel. Si algún enfermo bajaba a ella en aquel momento quedaba curado. ¿Por qué, entonces, no se curaba el enfermo mencionado? Consideremos sus palabras: No tengo a nadie —dijo— que, una vez agitada el agua, me baje a la piscina; cuando yo llego, ya ha bajado otro12. Entonces ¿no puedes bajar tú después si ha bajado otro antes? Aquí vemos significado que solo se curaba uno cuando se agitaba el agua. Cada vez que se agitaba el agua, solo se curaba el primero que bajaba, ninguno más; los restantes quedaban a la espera de que volviese a agitarse. ¿Qué significa, entonces, este hecho misterioso? Efectivamente, no se produjo sin un motivo. Esté atenta Vuestra Caridad. En el Apocalipsis las aguas aparecen como símbolo de los pueblos. De hecho, cuando Juan vio muchas aguas preguntó qué eran y se le respondió que los pueblos13. Aquella agua significaba, pues, al pueblo judío. Como ese pueblo estaba sujeto a la ley por los cinco libros de Moisés, así también aquella agua estaba rodeada de cinco pórticos. ¿Cuándo se agitó el agua? Cuando se agitó el pueblo judío. Y ¿cuándo se agitó el pueblo judío sino cuando vino Jesucristo el Señor? La pasión del Señor corresponde al agitarse del agua. En efecto, los judíos se agitaron cuando el Señor sufrió su pasión. Ved que a esa agitación corresponde lo que ahora leíamos. Los judíos querían darle muerte no solo porque hacía tales cosas en sábado, sino también porque decía ser Hijo de Dios, haciéndose igual a Dios. En efecto, Cristo decía ser Hijo de Dios de un modo distinto a como se dijo a los hombres: Yo dije: sois hombres e hijos del Altísimo todos14. Pues si se hubiese proclamado Hijo de Dios en el sentido en que todo hombre puede llamarse hijo de Dios —de hecho los hombres se llaman hijos de Dios por la gracia de Dios— no se habrían enfurecido los judíos. Pero entendían que él proclamaba ser Hijo de Dios de otra manera, es decir, según lo dicho: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios15, y según lo que afirma el Apóstol: Quien existiendo en la forma de Dios no juzgó una rapiña ser igual a Dios16. Por eso, al verle hombre, se enfurecían porque se hacía igual a Dios. Él, en cambio, sabía que era igual a Dios, pero donde ellos no veían. Lo que ellos veían lo querían crucificar; lo que no veían los juzgaba. ¿Qué veían los judíos? Lo que veían también los apóstoles cuando le dijo Felipe: Muéstranos al Padre, y nos basta17. ¿Qué no veían los judíos? Lo que tampoco veían los apóstoles cuando el Señor le respondió: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Quien me ve a mí, ve también al Padre18. Así, pues, como los judíos no podían ver esto en él, le tenían por hombre orgulloso e impío al hacerse igual a Dios. Se producía la agitación, se agitaba el agua, había llegado el ángel. Pues también al Señor se le ha llamado Ángel del gran consejo19 en cuanto mensajero de la voluntad del Padre. Pues la palabra griega «ángel» equivale a la latina «mensajero». Y tienes al Señor que afirma que nos proclama el reino de los cielos. Había llegado, pues, aquel Ángel del gran consejo, pero que era el Señor de todos los ángeles. Y era ángel precisamente por haber asumido la carne; en cambio, era Señor de los ángeles dado que por él fueron hechas todas las cosas y sin él nada se hizo20. Por lógica, si hizo todas las cosas, hizo también a los ángeles. Y como por él fueron hechas todas las cosas, por eso mismo él no fue hecho. Nada de lo que fue hecho lo fue sin la intervención de la Palabra. La carne que se convirtió en madre de Cristo pudo nacer porque la creó la Palabra que posteriormente nació de ella.
4. Los judíos, pues, se hallaban agitados. ¿Qué significa esto? ¿Por qué hace estas cosas en sábado? Y, sobre todo, por las palabras mismas del Señor: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo21. Los agitó el hecho de entender materialmente el que Dios hubiese descansado al séptimo día de todas sus obras22. Pues así está escrito en el Génesis y muy bien escrito y conforme a razón. Pero los judíos pensaban algo así como que Dios había descansado al séptimo día por haberse cansado después de todas sus obras, y que había bendecido ese día porque en él se había repuesto de la fatiga. En su necedad no entendían que quien hizo todo con su palabra no pudo fatigarse. Lean el relato y díganme cómo podía fatigarse Dios por decir: Hágase, y fue hecho23. ¿Qué hombre se fatiga hoy por actuar como actuó Dios? Dijo Dios: Hágase la luz, y se hizo la luz24; y Hágase el firmamento, y se hizo el firmamento25. O en el caso de que no haya surtido efecto, ¿qué hombre se fatigó por decirlo? En otro pasaje se expresa brevemente: Él lo dijo, y las cosas se hicieron; él lo mandó, y fueron creadas26. Por tanto, quien actúa de esta manera ¿cómo es que se fatiga? Y si no se fatiga ¿cómo es que descansa? Pero con referencia a aquel sábado del que se dijo que el Señor había descansado de todas sus obras, en el descanso de Dios está significado nuestro descanso, puesto que tendrá lugar el sábado correspondiente al tiempo presente, una vez que hayan pasado las seis edades. Estas trascurren como si fueran los seis días del mundo. Un día pasó desde Adán hasta Noé; otro desde el diluvio hasta Abrahán; el tercero desde Abrahán hasta David; el cuarto desde David hasta el exilio a Babilonia; el quinto desde el exilio a Babilonia hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo. Ahora está en curso el día sexto. Nos hallamos en la sexta edad, en el sexto día. Reformémonos, por tanto, a imagen de Dios, puesto que en el día sexto fue hecho el hombre a imagen de Dios27. Lo que allí hizo la formación, lo hace en nosotros la reforma; y lo que allí hizo la primera creación, lo hace en nosotros la segunda creación. Después de este día en que nos encontramos, después de esta edad, ha de llegar el descanso que se promete a los santos, prefigurado en aquellos días. Puesto que, en verdad, después de todo lo que hizo en el mundo, ya no hizo ninguna criatura nueva. Son las criaturas mismas las que cambian y se transforman. De hecho una vez que fueron creadas, nada más se añadió. Con todo, si el que hizo el mundo no lo gobernase, se derrumbaría lo creado; no puede mantenerse en pie si no lo administra quien hizo. Así, pues, como nada se añadió a la creación, se dice que Dios descansó de todas sus obras. Al mismo tiempo, como no cesa de gobernar lo que hizo, el Señor dice con razón: Mi Padre trabaja hasta ahora28. Esté atenta Vuestra Caridad. Llevó a término la creación: se dijo que había descansado porque llevó a término sus obras y ninguna más añadió. Gobierna las cosas que hizo: por eso no cesa de obrar. Pero las gobierna con la misma facilidad con la que las hizo. No juzguéis, hermanos, que no se fatigaba al crearlas, pero se fatiga al gobernarlas, al modo como, con referencia a una nave, se fatigan tanto los que la construyen como los que la gobiernan, dado que son hombres. Pues con la facilidad con que lo mandó y las cosas se hicieron, con esa misma facilidad y discreción las gobierna.
5. Por el hecho de ver trastocados los asuntos humanos no debéis suponer que Dios no los gobierna. De hecho, todos los hombres ocupan el lugar que les corresponde; sin embargo, a cada uno le parece que no se someten a un orden. Tú mira solo lo que quieres ser, pues el Creador sabe dónde colocarte, según lo que quieras ser. Fíjate en un pintor. Tiene ante sí variedad de colores, y sabe dónde poner cada uno de ellos. Cierto, el pecador ha querido ser color negro; ¿acaso ignora el criterio ordenado del Creador dónde lo va a poner? ¡En cuántas cosas introduce con criterio artístico el color negro! ¡Qué bellos detalles logra con él un pintor! Con él hace el pelo, la barba, las cejas; la frente no la hace sino con el color blanco. Tú mira qué quieres ser: no te preocupe dónde te ponga quien desconoce qué es equivocarse; él sabe dónde ponerte. Pues así vemos que acontece siguiendo las leyes mundanas. Alguien quiso ser un desvalijador; el auto del juez sabe que transgredióla ley y lo pone en el lugar que mejor le cuadra. Él ciertamente vivió mal, pero la ley no actuó mal al ponerle allí. De desvalijador pasará a trabajar en las minas: ¡cuántas obras no se construyen con su trabajo! El castigo de ese condenado revertirá en belleza para la ciudad. De igual manera, pues, Dios sabe dónde ponerte. No pienses que modificas el plan de Dios, si decides extraviarte. Quien sabía crearte, ¿no sabe integrarte en un orden? Es un bien para ti que tu esfuerzo se dirija a eso: a que te ponga en un buen lugar. ¿Qué dijo un apóstol acerca de Judas? Fue al lugar que le correspondía29. Sin duda, interviniendo la divina providencia, pero no lo hizo malo Dios al ponerlo allí, sino que fue él el que, por su mala voluntad, quiso ser malo. Como él mismo quiso ser malo, al hacerse pecador, hizo lo que quiso, pero padeció lo que no quiso. En el haber hecho lo que quiso descubrimos su pecado; en el haber padecido lo que no quiso alabamos la obra ordenadora de Dios.
6. ¿Por qué he dicho esto? Para que entendáis, hermanos, cuán acertadamente dijo el Señor Jesucristo: Mi Padre trabaja hasta ahora30, puesto que no abandona la criatura que creó. Dijo también: Como él trabaja, también yo trabajo31. En estas palabras ya indicó su igualdad con Dios. Mi Padre —dice— trabaja hasta ahora, y también yo. Aquella comprensión de naturaleza física del sábado se agitó. Pensaban, efectivamente, que el Señor, estando cansado, había descansado, dejando de trabajar. Cuando escuchan: Mi Padre trabaja hasta ahora, se agitan. Pero no os asustéis ya. Se agita el agua, el enfermo tiene que ser sanado. ¿Qué significa esto? Los judíos se turban para que el Señor sufra la pasión. Sufre la pasión el Señor, se derrama su sangre preciosa, es rescatado el pecador, se le otorga la gracia al pecador y al que dice: ¡Desdichado de mí! ¿quién me libró de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor32. Pero ¿cómo se cura? Si baja a la piscina. Aquella piscina era tal que a ella se bajaba, no se subía. De hecho, puede haber piscinas construidas de modo que se suba a ellas. ¿Por qué aquella fue hecha tal que se bajaba a ella? Porque la pasión del Señor reclama a alguien humilde. Baje la persona humilde; no sea orgullosa, si quiere ser sanada. Mas ¿por qué uno sólo? Al ser única la Iglesia extendida por el orbe de la tierra, se salvaguarda la unidad. Por tanto, en el hecho de sanar uno solo se significa la unidad. En esa única persona advierte la unidad. En consecuencia, no te apartes de la unidad, si no quieres quedar al margen de esa salud.
7. ¿Qué significa, entonces, el que el enfermo llevase ya treinta y ocho años? Recuerdo, hermanos, haberlo dicho ya; pero, si aun los que lo leen lo olvidan, ¿cuánto más quienes lo oyen de tarde en tarde? Présteme, pues, un poco de atención Vuestra Caridad. El número cuarenta simboliza la justicia perfecta. La justicia perfecta, puesto que aquí vivimos en medio de fatigas, en miserias, en continencia, en ayunos, en vigilias, en tribulaciones; en esto consiste la práctica de la justicia: en soportar este tiempo y en ayunar, digamos, de este mundo; no ya de comer carne, lo que solo hacemos de cuando en cuando, sino del amor del mundo, lo que debemos hacer siempre. Cumple la ley quien se abstiene de este mundo, pues no puede amar lo eterno si no deja de amar lo temporal. Fijaos en el amor humano: consideradlo como si fuese la mano del alma. Si agarra una cosa, no puede agarrar otra. Para que pueda agarrar lo que se le da, suelte lo que tiene agarrado. Esto es lo que digo; ved que lo digo abiertamente: Quien ama el mundo no puede amar a Dios; tiene ocupada su mano. Dios le dice: «Agarra lo que te doy». Si no quiere soltar lo que tenía, no puede recibir lo que se le ofrece. ¿He dicho acaso: «No posea nada Fulano»? Si es capaz, si la perfección se lo exige, no posea nada. Si, impedido por algo ineludible, no es capaz, posea algo, sin ser poseído él; téngalo, sin ser apresado él; sea dueño de lo que posee, no esclavo, como dice el Apóstol: Por lo demás, hermanos, el tiempo es corto; solo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; y los que compran como si no poseyesen; y los que gozan, como si no gozasen; y los que lloran como si no llorasen; y los que usan del mundo, como si no usasen de él, porque la apariencia de este mundo pasa. No quiero que viváis preocupados33. ¿Qué significa: «No ames lo que posees en este mundo»? Que no ocupe tu mano con la que has de asir a Dios. No tengas ocupado ya tu amor con el que puedes tender a Dios y adherirte a quien te creó.
8. Tú me respondes: «También Dios sabe que el poseer bienes no me daña». La tentación se convierte en prueba. Sufres daños en tu propiedad, y se desmadra tu lengua. Poco ha padecíamos tales cosas. Sufres daños en tu propiedad: se descubre que ya no eres el que eras, y salta a la vista que ya no hablas hoy como hablabas ayer. Y ¡ojalá te limites a defender lo tuyo, aunque sea a gritos, sin intentar usurpar atrevidamente lo ajeno! Y lo que sería peor, ¡ojalá no haya que reprocharte el que consideres tuyo lo que es de otro! Pero ¿qué es preciso hacer? A eso os exhorto, eso os digo, hermanos; también yo os amonesto fraternamente; Dios lo manda, y yo os amonesto a vosotros porque él me amonesta a mí. Me aterra quien no me permite callar. Me reclama lo que me dio, pues me lo dio para que lo reparta, no para que lo guarde. Si, al contrario, lo guardo y lo escondo, me dirá: Siervo malvado y perezoso, ¿por qué no diste mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses?34. Y ¿de qué me servirá el no haber perdido nada de lo que recibí? Eso es poco para mi Amo. Es avaro, pero la avaricia de Dios es nuestra salvación. Es avaro, busca sus monedas, recoge su imagen. Debías haber dado el dinero a los banqueros, y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses35. Y si tal vez el olvido me impidiese amonestaros, os amonestarían las tentaciones y tribulaciones que sufrimos. Ciertamente habéis escuchado la palabra de Dios. Bendito sea el Señor y su gloria, pues os habéis congregado y estáis colgados de la palabra de quien os dispensa la palabra de Dios. No fijéis vuestros ojos en mi cuerpo por cuyo medio se os profiere. Los hambrientos no se fijan en el poco valor del recipiente, sino en la calidad del alimento. Dios os somete a prueba. Os halláis congregados, alabáis la palabra de Dios: la tentación probará la calidad de vuestra escucha. Os encontraréis con situaciones que os mostrarán cómo sois. De hecho, incluso el que hoy insulta a gritos, ayer estaba aquí escuchando con agrado. Por esto os aviso de antemano, por esto lo digo, por esto no callo, hermanos: porque llegará el momento del examen. En efecto, El Señor examina al justo y al impío36. Es cierto, lo habéis cantado; lo hemos cantado juntos. El Señor examina al justo y al impío. Pero ¿cómo continúa? Mas quien ama la maldad odia su alma37. Y en otro pasaje está escrito: Los pensamientos del impío serán sometidos a examen38. Dios no dirige su pregunta a donde la dirijo yo. Yo la dirijo a tu lengua, Dios la dirige a tus pensamientos. Él, que me manda dar, sabe cómo escuchas y sabe cómo exigirte. Quiso que yo me limitase a dar, el cobrar lo reservó para sí. Amonestar, enseñar, corregir es incumbencia mía; en cambio, el salvar y coronar, o el condenar y enviar al infierno, no es incumbencia mía. Es el juez el que entrega al condenado al policía, y el policía el que lo recluye en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo39.
9. Volvamos, pues, al tema. El número cuarenta indica la justicia perfecta. ¿Qué significa cumplir el número cuarenta? Abstenerse del amor de este mundo. Abstenerse de las cosas temporales para evitar que nos dañe el amor a ellas equivale en cierto modo a ayunar de este mundo. Por esta razón ayunó el Señor cuarenta días40, y también Moisés41 y Elías42. Entonces, el que concedió a sus siervos poder ayunar cuarenta días, ¿no pudo él ayunar ochenta o cien? ¿Por qué no quiso ayunar él más días de los que había concedido a sus siervos sino porque en el mismo número cuarenta está encerrado el misterio del ayuno, a saber, abstenerse de este mundo? ¿Qué significa lo dicho? Lo que dice el Apóstol: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo43. El Apóstol, pues, cumple el número cuarenta. ¿Pero qué mostró el Señor? Puesto que hicieron los mismo Moisés, Elías y Cristo, lo mismo enseñan la ley, los profetas y el evangelio, para que no juzgues que la Ley contiene una cosa, otra los profetas y otra el evangelio. El conjunto de las Escrituras no te enseñan otra cosa que no sea el renunciar al amor del mundo, para que tu amor corra hacia Dios. Como figura de que la ley enseña esto, Moisés ayunó cuarenta días; como figura de que lo enseñan los profetas, Elías ayunó cuarenta días; como figura de que lo enseña el evangelio, el Señor ayunó cuarenta días. Por esa misma razón los tres se manifestaron en el monte: el Señor en el centro, Moisés y Elías a su lado44. ¿Por qué? Porque el evangelio mismo recibe testimonio de la ley y los profetas45. Mas ¿por qué la perfección de la justicia está simbolizada en el número cuarenta? Se lee en el Salterio:¡Oh Dios!, te cantaré un cántico nuevo; salmodiaré para ti al arpa de diez cuerdas46. Este arpa de diez cuerdas simboliza a los diez preceptos de la ley, que Dios no vino a derogar, sino a darle cumplimiento47. Ahora bien, consta que la ley tiene cuatro ángulos a lo largo del orbe de la tierra: oriente, occidente, mediodía y norte, como dice la Escritura. Por esa razón el recipiente que contenía en figura todos los animales y que fue mostrado a Pedro cuando se le dijo: Mata y come48 mostró que el mundo entero abrazaría la fe. De hecho, para manifestar que los gentiles iban a creer y a incorporarse a la Iglesia, del mismo modo que los alimentos que tomamos se incorporan a nosotros, fue bajado por sus cuatro puntas, equivalentes a las cuatro partes del orbe de la tierra.
Por tanto, en el número cuarenta está indicado el abstenerse del mundo. Tal es la plenitud de la ley; ahora bien, la plenitud de la ley es la caridad49. Por esa razón ayunamos los cuarenta días que preceden a la Pascua. Efectivamente, el tiempo anterior a la Pascua simboliza esta nuestra vida llena de fatigas, en la que cumplimos la ley en medio de penalidades, miserias y privación. A su vez, después de la Pascua celebramos los días de la resurrección del Señor, simbolizando nuestra propia resurrección. Por esa razón la celebración dura cincuenta días, porque, al añadir al cuarenta el denario de la recompensa, resulta el número cincuenta. ¿Qué relación guarda la recompensa con el denario? ¿No habéis leído que los obreros que fueron contratados para trabajar en la viña, ya fueran contratados a las seis de la mañana, ya a medio día, ya al atardecer, solo pudieron recibir un denario?50. Cuando a nuestra justicia se le haya añadido la recompensa, nos hallaremos en el número cincuenta. Entonces ya no tendremos otra ocupación que alabar a Dios. Por eso durante esos días cantamos el Aleluya. El Aleluya es, de hecho, alabanza de Dios. Ahora, durante esta frágil mortalidad, durante estos cuarenta días, similares a los que preceden a la resurrección, gimamos y oremos para alabarlo entonces. Ahora es momento de desear, entonces lo será de abrazar y gozar. No desfallezcamos durante estos «cuarenta días» para gozar en los «cincuenta».
10. Pero ¿quién cumple la ley sino quien tiene caridad? Pregunta al Apóstol: La plenitud de la ley es la caridad51. Toda la ley, en efecto, se ha cumplido en un solo precepto: en lo que está escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo52. Mas el precepto de la caridad es doble: Amarás a tu Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Grande es este precepto. El otro es semejante a éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Son palabras del Señor en el evangelio: De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas53. Sin este doble amor es imposible cumplir la ley. No cumplir la ley prueba que hay enfermedad. Por eso, al que llevaba treinta y ocho años enfermo, le faltaban dos. ¿Qué significa «le faltaban dos»? Que no cumplía aquellos dos preceptos. Y ¿de qué sirve cumplir todos los restantes preceptos si no se cumplen esos? ¿Tienes treinta y ocho? Si careces de aquellos dos, los demás no te servirán de nada. Te faltan dos, sin los cuales de nada valen los demás; nada te valen si no tienes los dos que conducen a la salvación. Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, me he convertido en bronce que suena, o címbalo que retiñe. Aunque conociera todos los misterios y toda ciencia, aunque tuviera una fe plena, de modo que trasladase los montes, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes y entregase mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha54. Son palabras del Apóstol. Así, pues, todo lo mencionado se equipara a los treinta y ocho años; mas como allí no había caridad, había enfermedad. ¿Quién, entonces, sanará esa enfermedad sino quien vino a otorgar la caridad? Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros55. Y, dado que vino a otorgar la caridad, y la caridad da plenitud a la ley, dijo con razón: Yo no he venido a derogar la ley, sino a darle plenitud56. Sanó al enfermo, y le dijo que llevase consigo su camilla y se fuese a su casa. Lo mismo le dijo al paralítico que sanó57. ¿Qué significa «llevar nuestra camilla»? La voluptuosidad de nuestra carne. El lugar en que yacemos enfermos es algo así como nuestro lecho. Pero los que han sido curados refrenan y llevan la carne, no la carne a ellos. Por tanto, si estás sano, refrena tu carne frágil para que, mediante el signo de ayunar de este mundo durante los cuarenta días, cumplas el número cuarenta puesto que a aquel enfermo lo sanó quien no vino a derogar la ley, sino a darle plenitud.
11. Tras haber escuchado cuanto he dicho, dirigid a Dios vuestro corazón. No os engañéis. Examinaos precisamente cuando os va bien en este mundo; examinad si lo amáis o no amáis; aprended a dejarlo, antes de que os deje él a vosotros. ¿Qué significa dejarlo? No amarlo en tu interior. Aunque te acompañe todavía, ni lo que has de dejar en vida ni lo que dejas al morir puede estar contigo siempre; por tanto, mientras aún lo tienes, rompe afectivamente con ello; anclado en la voluntad de Dios, disponte a ello; pende de Dios. Agárrate a quien no perderás si no quieres, de modo que, si te acontece perder estos bienes temporales, digas: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como plugo al Señor, así se hizo; sea bendito el nombre del Señor58. Pero si, al revés, te sucediera, y Dios así lo quisiese, que lo que tienes te acompañara hasta el final, una vez liberado de esta vida, recibirás el denario propio de los «cincuenta días» y, al cantar el Aleluya, se hace realidad en ti la felicidad perfecta. El retener en la memoria lo que he mencionado ha de serviros para no amar el mundo. La amistad con él es mala, es engañosa, enemista con Dios. En un instante, en una única tentación, el hombre ofende a Dios y se convierte en su enemigo. Más exactamente, no se convierte entonces en enemigo: entonces sale a la luz que lo era. Pues cuando manifestaba amarlo y lo alababa, era ya enemigo, pero ni él ni los demás lo sabían. Llega la tentación, se toma el pulso y aparece la fiebre. Así, pues, hermanos, el amor del mundo y la amistad con el mundo os hace enemigos de Dios. El mundo no da lo que promete, es embustero y engaña. Por eso, aunque los hombres no cesan de poner su esperanza en este mundo, ¿quién ha alcanzado todo lo que espera? Pero, sea lo que sea lo alcanzado, al instante le parece carente de todo valor lo conseguido. Se comienza a desear otras cosas, se esperan cosas valiosas y, mientras llegan, todo lo que consigas pierde valor para ti. Retén, pues, a Dios que nunca pierde valor porque nada hay más bello. En efecto, esas cosas pierden valor porque no pueden permanecer, porque no son lo que él. De hecho, ¡oh alma!, a ti nada te basta a no ser quien te creó. Cualquier otra cosa que cojas es una miseria, puesto que a ti solo te puede bastar quien te hizo a imagen suya59. Lo mismo se dijo con estas palabras: Señor, muéstranos al Padre y nos basta60. Solo en él puede haber seguridad, y donde puede haber seguridad, allí habrá una saciedad en cierto modo insaciable. Pues no te saciarás hasta el punto de que quieras alejarte, ni te faltará cosa alguna hasta el punto de sufrir por no tenerla.