La Palabra de Dios (Jn 1,1—3)
1. Todos vosotros que buscáis las muchas palabras de los hombres comprended la única Palabra de Dios: En el principio existía la Palabra2. A su vez, en el principio hizo Dios el cielo y la tierra3. Pero la Palabra existía ya cuando oímos: En el principio hizo Dios. Reconozcamos al Creador. Creador es, en efecto, quien hizo; criatura, en cambio, es lo hecho. Pues no existía la criatura que fue hecha, como existía desde siempre la Palabra Dios, que la hizo. Mas, cuando oímos: Existía la Palabra, ¿junto a quién estaba? Entendemos que junto al Padre que no hizo ni creó, sino que engendró a la Palabra. Pues en el principio hizo Dios el cielo y la tierra. ¿Por medio de qué lo hizo? Existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios4. Pero ¿qué Palabra? ¿Una Palabra que resonaba y desaparecía? ¿Acaso una Palabra pensada y repensada? No. ¿Una Palabra pronunciada tras ser recordada? No. Entonces ¿qué clase de Palabra? ¿Por qué me preguntas tantas cosas? La Palabra era Dios5. Cuando oímos La Palabra era Dios, no duplicamos a Dios, sino que nos referimos al Hijo, porque la Palabra es el Hijo de Dios. He aquí al Hijo, y ¿qué es sino Dios? En efecto, la Palabra era Dios. ¿Qué es el Padre? Sin duda, Dios. Si el Padre es Dios y el Hijo es Dios, ¿duplicamos a Dios? En absoluto. El Padre es Dios, el Hijo es Dios; no obstante, el Padre y el Hijo son un único Dios. Pues el único Hijo no fue hecho, sino que nació. En el principio Dios hizo el cielo y la tierra. Pero ya existía la Palabra originada en el Padre. Entonces, ¿hizo el Padre a la Palabra? No. Todas las cosas fueron hechas por Ella6. Si ella hizo todas las cosas, ¿acaso se hizo Ella a sí misma? No pienses que fue hecha entre todas las cosas la Palabra por la que, según oyes, fueron hechas todas las cosas. Pues, si también Ella fue hecha, no todas las cosas fueron hechas por Ella, sino que Ella fue hecha como una entre las demás. Afirmas: «Fue hecha». ¿Acaso se hizo a Sí misma? ¿Quién hay que se haga a sí mismo? Entonces, si fue hecha, ¿cómo es que todo fue hecho por Ella? He aquí que también Ella fue hecha, como dices tú, no yo, que no niego que fue engendrada. Por tanto, si sostienes que fue hecha, te preguntó ¿por medio de qué?, ¿por quién? ¿Se hizo a sí misma? Luego para hacerse a sí misma ya existía antes de ser hecha. Si, en cambio, todo fue hecho por ella, has de entender que Ella no fue hecha. Si no lo logras entender, cree para entenderlo. La fe va delante, le sigue la inteligencia, puesto que el profeta dice: Si no creéis, no entenderéis7. Existía la Palabra. No busques tiempo en quien hizo los tiempos. Existía la Palabra. Pero tú dices: «Hubo un tiempo en que no existía la Palabra». Mientes; eso no lo lees en ningún lugar. Yo, en cambio, te leo: En el principio existía la Palabra. ¿Qué buscas antes del principio? Si lograras encontrar algo anterior al principio, eso mismo sería el principio. Quien busca algo antes del principio, no está bien de la cabeza. ¿Qué dice, entonces, que existió antes del principio? En el principio existía la Palabra.
2. Pero tú insistes: «También existía el Padre; ¿existía, pues, antes de la Palabra?» ¿Qué es lo que buscas? En el principio existía la Palabra8. Comprende lo que hallas; no busques lo que no puedes encontrar. Antes del principio no hay nada. En el principio existía la Palabra. El Hijo es el resplandor del Padre. De la Sabiduría del Padre, que es el Hijo, se ha dicho: Es el resplandor de la luz eterna9. ¿Buscas al Hijo sin el Padre? Dame luz sin resplandor. Si hubo tiempo en que no existía el Hijo, el Padre era una luz oscura. ¿Cómo no era luz oscura, si carecía de resplandor? Luego siempre existió el Padre y siempre el Hijo. Si siempre existió el Padre, siempre existió el Hijo. ¿Me preguntas si el Hijo nació? Te respondo: «Nació, pues no sería hijo si no hubiese nacido». Pero lo mismo que digo: «Es Hijo desde siempre», digo: «Es alguien nacido desde siempre». «Mas ¿quién comprende que es alguien nacido desde siempre?». «Dame un fuego sempiterno y te presento un resplandor sempiterno». Bendecimos a Dios, que nos dio las Escrituras santas. No seáis ciegos ante el resplandor de la luz. El resplandor lo engendra la luz, y, no obstante, es coeterno a lo que lo engendra. Siempre existió la Luz y siempre su Resplandor. Ella engendró su Resplandor, pero ¿acaso estuvo alguna vez sin su Resplandor?
Séale permitido a Dios engendrar desde la eternidad. Os ruego, escuchad de quién estamos hablando. Escuchad, reflexionad, creed, comprended: estamos hablando de Dios. Nosotros confesamos y creemos que el Hijo es coeterno al Padre. «Pero —dice— cuando un hombre engendra un hijo, es mayor el que engendra y menor el engendrado». Sin duda, es verdad; entre los hombres es mayor el que engendra y menor el engendrado, y llega a alcanzar la vitalidad de su padre. Pero ¿por qué, sino porque mientras este crece, aquel envejece? Supongamos que el padre se detiene en el tiempo; si el hijo le sigue creciendo, verás que llega a igualarle. Pero fíjate que te presento con qué comprenderlo. El fuego engendra un resplandor coetáneo a él. Entre los hombres no hallas otra cosa que hijos menores y padres mayores; no los encuentras coetáneos; pero —como te dije— te presento el resplandor coetáneo al fuego que lo engendró. En efecto, el fuego engendra el resplandor, pero nunca está sin resplandor. Por tanto, cuando veas el resplandor coetáneo del fuego, permítele a Dios un engendrar eterno. Quien lo entienda, gócese; quien no lo entienda, crea, porque la palabra del profeta no puede ser anulada: Si no creéis, no entenderéis10.