La aparición de Jesús resucitado1
1. Como acabasteis de escuchar, después de la resurrección el Señor se apareció a sus discípulos y los saludó con estas palabras: Paz a vosotros2. Esta es la paz y este el saludo de la salud, pues «saludo» es nombre derivado de salud. ¿Qué hay mejor que el hecho de que la salud misma salude al hombre? Cristo es, en efecto, nuestra salud. Es nuestra salud él que por nosotros fue herido y fijado con clavos a un madero y, tras ser bajado de él, colocado en un sepulcro. Pero resucitó del mismo con las heridas curadas, aunque conservando las cicatrices, pues juzgó que, en bien de sus discípulos, era conveniente mantenerlas para sanar con ellas las heridas de su corazón. ¿Qué heridas? Las de la incredulidad. Se apareció ante sus ojos mostrándoles su verdadera carne, y ellos creyeron estar viendo un espíritu3. No carece de importancia esta herida del corazón.
El resultado fue que, quienes permanecieron con ella, dieron origen a una herejía maligna. ¿Acaso juzgamos que los discípulos no estuvieron heridos por el hecho de que fueron sanados inmediatamente? Reflexione Vuestra Caridad; si hubiesen permanecido con la herida, es decir, pensando que el cuerpo muerto no había resucitado, sino que un espíritu con apariencia corporal había engañado a los ojos humanos; si hubiesen permanecido en esta creencia, más aún, en esta falsa creencia, se debería llorar no sus heridas, sino su muerte.
2. Pero, ¿qué les dijo el Señor Jesús? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón?4. Si los pensamientos suben a vuestro corazón, proceden de la tierra. Es un bien para el hombre no el que el pensamiento suba al corazón, sino el que su corazón mismo se eleve hacia arriba, allí donde quería el Apóstol que lo colocasen los creyentes a quienes decía: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios: cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con él en la gloria5. ¿En qué gloria? En la de la resurrección. ¿En qué gloria? Escucha lo que dice el Apóstol refiriéndose a este cuerpo: Se siembra en la deshonra, resucitará en gloria6. Gloria esta que los apóstoles no querían otorgar a su Maestro, a su Cristo, a su Señor. No creían que él hubiera podido resucitar su cuerpo del sepulcro. Pensaban que era un espíritu; veían la carne, pero ni a sus mismos ojos daban crédito. Nosotros, en cambio, les creemos cuando nos lo anuncian sin manifestárnosla. Ved que ellos no creían ni a Cristo que se les manifestaba a sí mismo. Grave herida; háganse ver los medicamentos, esto es, las cicatrices. ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies, en los que fui sujetado con clavos. Palpad y ved. Pero veis y no veis. Palpad y ved. ¿Qué cosa? Que un espíritu no tiene ni huesos ni carne, como veis que yo tengo. Mientras decía esto —así se ha leído— les mostró las manos y los pies7.
3. Estando aún sobresaltados y llenos de asombro por el gozo8. Ya había gozo, pero aún permanecía el sobresalto. Había ocurrido algo increíble, pero efectivamente había ocurrido. ¿Acaso resulta increíble ahora el que resucitase del sepulcro la carne del Señor? Todo el mundo lo creyó y quien no lo creyó permaneció inmundo. Pero entonces era increíble; por eso el hecho se hacía patente no solo a los ojos, sino también a las manos, para que a través del sentido corporal descendiese al corazón la fe y, habiendo descendido allí, pudiera ser predicada por el mundo a quienes ni veían ni palpaban y, no obstante, creían sin dudar. ¿Tenéis aquí —les dice— algo que comer?9. ¡Cuántas cosas añade al edificio de la fe el buen constructor! No sentía hambre y buscaba comer. Y comió porque podía hacerlo, no porque tuviese necesidad. Reconozcan, pues, los discípulos como verdadero el cuerpo que reconoció el mundo entero gracias a su predicación.
4. Si por casualidad hay aquí presentes algunos herejes que todavía mantienen en su corazón que Cristo se apareció a los ojos, pero que no era verdadera su carne, depongan tal pensamiento y convénzales el Evangelio. Nosotros les reprochamos que piensen así; él les condenará si perseveran en tal pensamiento. ¿Quién eres tú que no crees que un cuerpo colocado en un sepulcro pudo resucitar? ¿Eres acaso maniqueo que ni crees que fue crucificado, porque tampoco crees en su nacimiento, y pregonas que él exhibió solo falsedades? ¿Mostró él cosas falsas y tú dices la verdad? ¿No mientes tú con la boca y mintió él con el cuerpo? Advierte lo que piensas: que se apareció a los ojos simulando lo que no era, que fue un espíritu y no carne. Escúchale a él. Te ama para no condenarte. Mira que se dirige a ti, desdichado; habla para ti. ¿Por qué estás turbado y suben esos pensamientos a tu corazón? Ved —dice— mis manos y mis pies. Palpad y ved que un espíritu no tiene huesos y carne como veis que tengo yo10. Decía esto la Verdad, ¿y engañaba? Era un cuerpo, era carne; lo que había sido sepultado, eso aparecía. Desaparezca la duda, surja una digna alabanza.
Luego se manifestó a sus discípulos. ¿A qué se refiere el «se»? A la Cabeza de su Iglesia. Él preveía a la Iglesia futura extendida por el mundo; los discípulos aún no la veían. Mostraba la Cabeza, prometía el Cuerpo. En efecto, ¿qué añadió a continuación? Estas son las palabras que os dije cuando aún estaba con vosotros11. ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? ¿Acaso no estaba entonces con ellos y con ellos hablaba? ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? Cuando era mortal como vosotros, lo que ya no soy ahora. Lo que era con vosotros cuando aún tenía que morir. ¿Qué significa con vosotros? Que había de morir junto con quienes tienen que morir. Ahora ya no estoy con vosotros, puesto que ya no he de morir nunca más, como los otros han de hacerlo. Esto os decía: ¿Qué?
5. Que convenía que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley, en los profetas y en los salmos12. Os dije que convenía que se cumpliera todo. Entonces les abrió la inteligencia. Ven, pues, Señor; fabrica las llaves; abre para que comprendamos. He aquí que dices todo y no se te da crédito. Se te toma por un espíritu. Te tocan, te palpan y aún se sobresaltan quienes lo hacen. Los instruyes con las Escrituras y aún no comprenden. Están cerrados los corazones; abre y entra. Así lo hizo. Entonces les abrió la inteligencia. Ábrela, Señor; abre también el corazón a quien duda de Cristo. Abre la inteligencia a quien cree que Cristo fue un fantasma. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras13.
Y les dijo. ¿Qué? Que así convenía. Que así estaba escrito y que así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día14. Vieron esto. Le vieron sufriendo, le vieron colgando; después de la resurrección le veían presente, vivo. ¿Qué era, entonces, lo que no veían? El cuerpo, es decir, la Iglesia. Le veían a él, no a ella. Veían al esposo; la esposa aún permanecía oculta. Prométala también a ella. Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Esto se refiere al esposo.
6. ¿Qué dijo acerca de la esposa? Y que en su nombre se predique el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todos los pueblos, comenzando por Jerusalén15. Esto aún no lo veían los discípulos; aún no veían a la Iglesia extendida por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Veían laCabeza y respecto al cuerpo creían lo que ella decía. Por lo que veían creían en lo que no veían. Semejantes a ellos somos también nosotros. Vemos algo que ellos no veían y no vemos algo que ellos veían. ¿Qué vemos nosotros que no veían ellos? La Iglesia presente en todos los pueblos. ¿Qué no vemos nosotros que veían ellos? A Cristo en la carne. Del mismo modo que ellos le veían a él y creían lo referente al cuerpo, así nosotros que vemos el cuerpo creamos lo referente a la Cabeza. Sírvanos de ayuda recíproca lo que cada uno hemos visto. El haber visto a Cristo les ayuda a ellos a creer en la Iglesia futura; el ver a la Iglesia nos ayuda a nosotros a creer que Cristo ha resucitado. Lo que ellos creían se ha hecho realidad; realidad es también lo que nosotros creemos. Se hizo realidad lo que ellos creyeron de la cabeza; se hace realidad lo que nosotros creemos del cuerpo. Cristo entero se manifestó a ellos y a nosotros, pero ni ellos ni nosotros lo hemos visto en su totalidad. Ellos vieron la Cabeza y creyeron en el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo y creemos en la Cabeza. A ninguno, sin embargo, le falta Cristo: en todos está íntegro, y todavía le falta el cuerpo. Creyeron ellos, creyeron por su mediación muchos habitantes de Jerusalén; creyó Judea, creyó Samaria. Lleguen los miembros, únase el edificio al cimiento. Pues —dice el Apóstol— nadie puede poner otro cimiento distinto del que está puesto, Cristo Jesús16. Enfurézcanse los judíos; llénense de celos; apedreen a Esteban; guarde Saulo los vestidos de los que lo lapidaban; Saulo, el futuro apóstol Pablo. Désele muerte a Esteban; agítese la Iglesia de Jerusalén17; aléjense de ella maderos ardiendo, acérquense a otros lugares y prendan fuego. En efecto, en cierto modo ardían maderos en Jerusalén; ardían por obra del Espíritu Santo cuando tenían todos un alma sola y un solo corazón hacia Dios18. A la lapidación de Esteban sucedió una multitud de persecuciones: los maderos se esparcieron y el mundo se incendió.
7. Luego Saulo, persiguiendo lleno de furor a estos maderos, recibió cartas de los príncipes de los sacerdotes y, rebosando crueldad, ansioso de muerte, sediento de sangre, emprendió viajes con el fin de llevar maniatados a los que pudiese, de donde pudiese, con el objetivo de arrastrarlos al suplicio y saciarse de la sangre derramada19. Pero ¿dónde está Dios, dónde Cristo, el que coronó a Esteban? ¿Dónde, sino en el cielo? Contemple también a Saulo, ríase de este despiadado y grite desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?20. Yo estoy en el cielo, tú en la tierra y, con todo, me persigues. No tocas mi cabeza, pero pisoteas mis miembros. ¿Qué haces? ¿Qué provecho sacas de eso? Es duro para ti dar coces contra el aguijón21. Coz que sueltas, daño que te haces. Depón, pues, tu furor; acepta la curación. Depón tu mala determinación, desea una buena ayuda. La voz le postró en tierra. ¿Quién fue postrado en tierra? El perseguidor. Mirad, fue vencido con solo una voz. ¿Qué te movía? ¿Por qué te mostrabas cruel? Ahora sigues a los que antes buscabas; ahora sufres persecución a favor de los que antes perseguías. Se levanta como predicador quien fue derribado siendo perseguidor. Escuchó la voz del Señor. Fue cegado, pero en el cuerpo, para ser iluminado en el corazón. Llevado a Ananías, catequizado sobre muchas cosas, bautizado, se convirtió en apóstol22. Habla, predica, anuncia a Cristo; siembra, ¡oh buen carnero!, lobo en otro tiempo. Míralo, contempla a quien se mostraba tan cruel: Lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo23. Esparce el Evangelio; lo que has concebido en tu corazón, dispérsalo con tu boca. Que te oigan las naciones; que crean los pueblos; que pululen las naciones, nazca de la sangre de los mártires la esposa vestida de púrpura para el Señor. ¡Cuántos, gracias a ella, se acercaron a él! ¡Cuán numerosos miembros se han adherido a la cabeza, y se adhieren ahora, y creen! Fueron bautizados unos, serán bautizados otros y después de nosotros vendrán aún otros. Entonces —repito—, al final del mundo, se unirán las piedras al cimiento, piedras vivas, piedras santas, para que se complete el edificio que tuvo sus inicios en aquella Iglesia; mejor, en esta misma Iglesia que ahora, mientras se edifica la casa, canta el cántico nuevo. Así se expresa el salmo mismo: Cuando se edificaba la casa después del cautiverio. ¿Y qué? Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra24. ¡Casa grandiosa! Pero ¿cuándo canta el cántico nuevo? Mientras se edifica. ¿Cuándo tiene lugar su consagración? Al final del mundo. El fundamento de la misma ya ha sido consagrado, porque subió al cielo y no muere. También nosotros seremos consagrados entonces: cuando hayamos resucitado para nunca más morir.