El perdón de las ofensas1
1. En el santo evangelio hemos escuchado un precepto muy saludable: el de perdonar su falta al hermano que haya pecado contra nosotros. Hemos oído también que no basta con perdonarle una vez, sino que hay que hacerlo cuantas veces peque, si pide perdón. Dice así, pues: Si peca siete veces al día contra ti y siete veces al día al día, volviéndose a ti, te dice: «me arrepiento», perdónale2. Si lo entiendes, siete veces; por tanto, «cuantas veces». El número siete suele utilizarse para indicar la totalidad. Así se explica que se diga: el justo caerá siete veces y se levantará3; es decir, cuantas veces sea humillado por alguna tribulación, nunca es abandonado, sino que es librado de todas sus tribulaciones. Así se explica también que se diga: Te alabaré siete veces al día4, dado que decir siete veces al día equivale a decir siempre. Por tanto, este siete veces al día equivale a lo que se dice en otro lugar: Su alabanza está siempre en mi boca5. Pues no proclamamos las alabanzas del Señor solo con la lengua de modo que, cuando callamos, no lo alabamos, sino que, en todos nuestros pensamientos, en todas nuestras acciones y buenas costumbres alabamos a aquel de quien nos gozamos de haber recibido estas cosas. Vemos, en efecto, que también los apóstoles piden que se les aumente la fe6. ¿Es que ellos se dieron a sí mismos las primicias de la fe y pidieron al Señor que se la aumentara? De ningún modo. Lo que ellos pidieron fue que quien empezó la obra, él mismo la lleve a plenitud, según lo dicho por el Apóstol: Porque quien comenzó en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su perfección final7. ¿Qué otra cosa manifiesta, amadísimos, lo que acabamos de cantar: Guíame —dice—, Señor, por tu camino y caminaré en tu verdad?8. No dice: «Llévame a tu camino», pues él mismo hace también esto, sino que pide que no le abandone una vez que lo haya llevado. Poca cosa es, pues, haberle llevado al camino si no se añade el haberle guiado por el mismo y haberle llevado hasta la patria. Puesto que todos los bienes nos llegan de Dios, cuando pensamos en el dador de todos esos bienes, estamos alabando a Dios sin cesar. Puesto que, si vivimos bien, alabamos a Dios sin cesar, bendigamos al Señor en todo momento y, en consecuencia, su alabanza estará siempre en nuestra boca9. Te alabaré —dice— siete veces al día, significando con el número siete la totalidad.
2. Por tanto, si tu hermano peca contra ti siete veces al día y, volviéndose a ti, te dice: «me arrepiento», perdónale10. No te hastíes de perdonar siempre al que se arrepiente. Si no fueras tú deudor, impunemente podrías ser un acreedor severo; mas puesto que eres un deudor que tiene un deudor y tú eres deudor de quien nada debe, mira lo que haces con tu deudor, pues eso mismo hará Dios con el suyo. Escucha y teme: Alégrese —dice— mi corazón, para que sienta temor a tu nombre11. Si te alegras cuando se te perdona, teme no perdonar por tu parte. Pues el Salvador mismo manifestó cuán grande debe ser tu temor al presentar en el evangelio al siervo al que su amo le pidió cuentas y le encontró deudor de cien mil talentos. Mandó venderlo a él y cuanto poseía y que se le devolvieran12. El siervo, postrado a los pies de su amo, comenzó a rogarle que le diese tiempo y mereció la condonación de la deuda. Pero él, al salir de la presencia de su señor después de haberle sido perdonada la deuda entera, encontró también a su deudor, siervo como él, que le debía cien denarios y, sujetándolo por el cuello, comenzó a obligarle a que le pagara. Cuando le fue perdonada a él la deuda, se alegró su corazón, pero no en manera que temiera así el nombre del Señor, su Dios. El siervo decía a su consiervo lo mismo que el siervo había dicho al amo: Ten paciencia conmigo y te lo devolveré13. Pero contestó: «No, me lo devuelves hoy». Fue informado de ello el amo de ambos y, como sabéis, no solo le amenazó con que a partir de aquel momento no le perdonaría nada en el caso de hallarle otra vez deudor, sino que hizo caer de nuevo sobre su cabeza todo cuanto le había condonado y mandó que le devolviera cuanto le había perdonado14. ¡Cómo hemos de temer, hermanos míos, si tenemos fe, si creemos al evangelio, si no tenemos al Señor por un mentiroso! Temamos, prestemos atención, seamos precavidos, perdonemos. Pues ¿qué pierdes por el hecho de perdonar? Otorgas perdón, no dinero.
3. Aunque tampoco debéis ser como árboles secos en cuanto al mismo dar dinero. Cuando distribuyes dinero al necesitado, das; cuando concedes perdón a quien ha pecado, perdonas. Una y otra cosa ve el Señor, una y otra cosa remunera, ambas cosas recomendó en un único pasaje: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará15. Tú, en cambio, ni perdonas, ni das; mantienes la ira, conservas el dinero. Piensa; se trata de la ira, de la que no puedes librarte mediante el dinero: Los tesoros no serán de provecho para los malvados16. No lo he dicho yo, lo ha dicho Dios. Lo saben quienes lo han leído. Antes de decirlo, lo leí y antes de hablar lo creí17: Los tesoros no serán de provecho para los malvados. Parecen ser de provecho, pero no aprovecharán. Tal vez en el tiempo presente; tal vez, si es que aprovechan algo; pero aquel día de nada servirán. Si se poseen, no serán de provecho; si se desprecian, lo serán. Usas bien de la justicia si la amas, porque, si no la amas, no la poseerás. Usas bien de la fortaleza, de la templanza, de la castidad, de la caridad y de los demás bienes del espíritu, si los amas; del dinero solo usas bien si no lo amas. A lo más, si se ama el dinero, guárdese en el cielo; si existe el temor de que se pierda, escóndase en un lugar más seguro. Pues no te va a engañar tu Señor, si tu siervo te es fiel guardándote el dinero. ¿No le oyes que te dice: Amontonaos un tesoro en el cielo?18. Mira; no te ordena que lo pierdas, sino que lo lleves a otro lugar. Amontonaos un tesoro en el cielo, adonde el ladrón tiene acceso ni la polilla lo corroe, pues donde está tu tesoro allí está también tu corazón19. Si pones tu tesoro en la tierra, en ella colocas tu corazón. ¿Qué ha de acontecer a tu corazón que yace en la tierra? Que se corrompe, se pudre, se reduce a cenizas. Eleva a lo alto lo que amas y ámalo allí. Y no pienses que has de recibir lo mismo que deposites; depositas bienes mortales, los recibirás inmortales; depositas bienes temporales, los recibirás eternos; los depositas terrenos, los recibirás celestes; para acabar, distribuyes de lo que te dio a ti tu Señor y recibirás recompensa de tu mismo Señor.
4. Pero dirás: ¿cómo voy a depositarlos en el cielo? ¿Con qué andamios he de subir allí, cargado con mi oro y mi plata? ¿Por qué buscas andamios? Trasládalos a otro lugar. Los pobres son tus mozos de cuerda; se han convertido en tales al descomponerse el mundo. Por último, haces un contrato de traslado: das aquí y recibes allí. Sin lugar a duda, si lo das aquí, lo recibirás allí y lo recibirás de aquel al que das. No pienses ahora en cualquier mendigo andrajoso, sino en estas palabras: Cuando lo hicisteis a uno de los míos más pequeños, a mí me lo hicisteis20. Quien hizo al pobre, recibe en la persona del pobre. Recibe de la persona del rico quien hizo al rico. Recibe de lo que él mismo dio. Das a Cristo de lo suyo, no de lo tuyo. ¿Por qué, pues, te jactas de que aquí has encontrado muchos bienes? Recuerda cómo viniste. Todos tus bienes los has encontrado aquí y, si usas mal de esos muchos bienes que has encontrado, te has hinchado de orgullo. ¿Acaso no saliste desnudo del vientre de tu madre?21. Da, pues; da para no perder lo que posees. Si lo das, lo has de encontrar allí; si no lo das, lo has de dejar aquí; con todo, tanto si lo das como si no lo das, tú has de emigrar. Pero, a veces, para no dar al pobre de aquello en que abunda, la avaricia tiene alguna excusa, aunque frívola, condenable y digna de ser rechazada por los oídos de los fieles. Dice para sí: «Si doy, me quedaré yo sin ello; dando con abundancia, me hallaré yo en necesidad y luego tendré que buscar de quién recibir yo mismo. Debo poseer bienes abundantes, no solo con vistas a la comida y al vestido22 tanto para mi casa como para mi familia, sino también pensando en salir airoso de los contratiempos, es decir, para tener qué dar a quien me calumnie, para tener con qué librarme de él. Los asuntos humanos están llenos de contratiempos. Debo conservar para mí algo con que poder comprar mi libertad».
5. Es lo que dices cuando quieres conservar tu dinero. ¿Qué dirás cuando no quieras conceder el perdón al pecador? Si eres remiso para dar dinero al indigente, otorga el perdón a quien se arrepiente. ¿Qué pierdes si lo das? Sé lo que pierdes, sé lo que dejas; lo veo, pero lo dejas para tu bien. Dejas la ira, la indignación, alejas de tu corazón el odio hacia tu hermano. Si permanecen estas cosas donde están, ¿dónde irás a parar tú? La ira, la indignación, el odio permanente, ¿qué hacen de ti? ¿Qué mal no hacen de ti? Escucha la Escritura: Quien odia a su hermano es un homicida23. «Entonces, ¿he de perdonarle aun cuando peque contra mí siete veces al día?». Perdónale. Lo mandó Cristo, lo mandó la Verdad a la que has cantado: Guíame, Señor, por tu camino y caminaré en tu verdad24. No tengas miedo, no te engaña. «Pero así —dirás— no habrá correctivo alguno; todo pecado permanecerá siempre impune, pues siempre agrada pecar al que piensa que siempre le vas a perdonar». No es así. Esté en vela el correctivo, pero no dormite la benevolencia. ¿Por qué juzgas que devuelves mal por mal cuando das un correctivo al que peca? Nada más lejos de la verdad; devuelves bien por mal, y no obras bien si no lo das. Eso sí, de vez en cuando se suaviza el correctivo con la mansedumbre, pero el correctivo no falta. Una cosa es renunciar a él por negligencia y otra suavizarlo con la mansedumbre. Esté en vela el correctivo: perdona y castiga. Ved y oíd al Señor en persona, pensad a quien decimos cada día como mendigos: Perdónanos nuestras deudas25. Y tú, ¿sientes hastío cuando un hermano te dice continuamente «perdóname, estoy arrepentido»? ¿Cuántas veces dices tú eso mismo a Dios? ¿Prescindes de esta súplica cada vez que rezas esa oración? ¿Acaso quieres que te diga Dios: «Mira que ayer te perdoné, antes de ayer te perdoné, durante muchos días te perdoné, ¿cuántas veces he de perdonarte todavía?». No quieres que te diga: «Siempre vienes con las mismas palabras, siempre dices: Perdónanos nuestras deudas, siempre te golpeas el pecho, y cual hierro duro no te enderezas». Mas, puesto que hablábamos de dar un correctivo, ¿acaso no nos perdona el Señor nuestro Dios cuando decimos con fe Perdónanos nuestras deudas? Y, sin embargo, aunque nos las perdone, ¿qué se ha dicho de él? ¿Qué está escrito acerca de él? Pues Dios corrige al que ama. Pero ¿con solo palabras, tal vez? Azota a todo hijo que acoge26. Para que no se moleste el hijo pecador al ser corregido con azotes, también él, Hijo único sin pecado, quiso ser azotado. Por tanto, aplica el correctivo, pero abandona la ira del corazón. Pues así dice el Señor mismo, refiriéndose al deudor al que exigió de nuevo toda la deuda por haber sido despiadado con su consiervo: Del mismo modo obrará también vuestro Padre celestial con vosotros si cada uno no perdona de corazón a su hermano27. Perdona allí donde Dios ve. No pierdas allí la caridad; practica una saludable severidad. Ama y castiga, ama y azota. Pues a veces acaricias y te ensañas. ¿Cómo es que acaricias y te ensañas? Porque no recriminas los pecados y esos pecados han de dar muerte al que, perdonándole, amas equivocadamente. Pon atención al efecto de tu palabra, a veces áspera, a veces dura y que ha de herir. El pecado asola el corazón, demuele el interior, sofoca el alma y la hace perecer. Apiádate, castiga.
6. Para entender mejor lo que estoy diciendo, imaginaos, amadísimos, dos hombres. Un ingenuo chiquillo, cualquiera, quería sentarse donde ellos sabían que entre la hierba se ocultaba una víbora. En caso de sentarse, le mordería y moriría. Esto lo saben los dos hombres. Uno le dice: «No te sientes allí». No le hizo caso: irá a sentarse, irá a morir. El otro dice: «Este no quiere escucharnos; hay que corregirlo, hay que sujetarlo, sacarlo de allí, hay que darle unas bofetadas. Hagamos lo posible para no perder a un hombre». Dice el primero: «Déjalo, no lo hieras, no le molestes ni le hagas daño». ¿Quién de estos fue misericordioso? ¿El que anda con contemplaciones con él, con el resultado de que un hombre muere mordido por la víbora, o el que se muestra duro con él, con la consecuencia de que lo libra de la muerte? Comprended, pues; también vosotros corregís a los que os están sometidos. Imponed disciplina en las costumbres, conservando la benevolencia. Perdonad de corazón; no haya ira en el interior, puesto que esa ira reciente es una ramita tierna y casi despreciable. La ira recién nacida turba el ojo, igual que una ramita en el ojo: Mi ojo está turbado por la ira28; pero la ramita se nutre con sospechas y se robustece con el paso del tiempo. La ramita llegará a convertirse en viga; la ira inveterada se convertirá en odio. Ahora bien, donde existe odio, habrá un homicidio: Quien odia a su hermano —dice— es un homicida29. En ocasiones son personas con odio en su corazón las que reprenden a otras airadas. ¿Tienes odio, y reprendes al que se aíra? Ves la ramita en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo30. Llegue a su término el sermón. Invoquemos al Señor para que se digne concedernos lo que ha mandado: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará31.