Verdaderas y falsas riquezas1
1. La amonestación que se me hace a mí os la debo hacer a vosotros. El texto del evangelio recién leído nos exhortó a hacer amigos con la mammona ilícita, para que estos reciban en las moradas eternas a quienes los hacen2. ¿Quiénes son los que poseerán las moradas eternas, sino los santos de Dios? ¿Y quiénes son los que han de ser recibidos por ellos en tales moradas, sino quienes socorren su indigencia y les suministran con alegría lo que necesitan? Recordemos, pues, que en el último juicio el Señor dirá a los que estén a su derecha: Tuve hambre y me disteis de comer y las demás cosas que sabéis3. Al preguntarle estos cuándo le ofrecieron tales servicios, responderá: Cuando lo hicisteis a uno de los más pequeños de los míos, a mí me lo hicisteis4. Estos pequeños son los que reciben en las moradas eternas. Eso lo dijo a los de la derecha, que lo habían hecho, y eso mismo dijo a los de la izquierda, que no quisieron hacerlo. Pero ¿qué recibieron o, mejor, qué recibirán los de la derecha, que lo hicieron? Venid —dice—, benditos de mi Padre, poseed el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, pues tuve hambre y me disteis de comer. Cuando lo hicisteis a uno de los más pequeños de los míos, a mí me lo hicisteis5. ¿Quiénes son, entonces, esos más pequeños de Cristo? Los que abandonaron todas sus cosas y le siguieron, distribuyendo a los pobres cuanto poseían, para servir a Dios libres de todo vínculo mundano y, exonerados de las cargas del mundo, como aves, levantar a lo alto sus hombros. Estos son los más pequeños. ¿Por qué los más pequeños? Porque son humildes, no son altivos ni orgullosos. Pesa a estos más pequeños y advertirás cuán grande es su peso.
2. Pero ¿qué significa lo que dice, esto es, que el ser amigos les viene de la mammona injusta? ¿Qué es la mammona injusta? Antes aún, ¿qué es la mammona?, pues no es una palabra latina. Es un término hebreo, lengua cercana a la púnica. En efecto, estas lenguas son afines entre sí por cierta semejanza en los significados. Lo que los púnicos llaman mammon, los latinos lo denominan lucro. Lo que los hebreos llaman mammona, en latín recibe el nombre de riquezas. Para expresarlo enteramente en latín, esto es lo que dice nuestro Señor Jesucristo: Haceos amigos con las riquezas injustas6. Algunos, entendiendo mal esta sentencia, roban lo ajeno y de lo robado reparten algo a los pobres, pensando que así cumplen lo mandado. Dicen: «La mammona injusta consiste en robar las cosas ajenas; dar algo de ello especialmente a los santos necesitados equivale a hacerse amigos con la mammona injusta». Esta comprensión hay que corregirla; más aún, hay que borrarla totalmente de las tablas de vuestro corazón. No quiero que lo comprendáis de ese modo. Haced limosnas con lo ganado justamente con vuestras fatigas; dad de lo que poseéis como es debido. Pues no podréis corromper a Cristo en su condición de juez, para que no os juzgue junto con los pobres a quienes se lo arrebatáis. Suponte que tú, más fuerte y poderoso, robas a un inválido y aquí en la tierra os presentáis los dos ante un juez —un hombre como otro cualquiera con cierta potestad para juzgar— y él quiere defender su causa, la que tiene pendiente contigo; si de lo que robaste y quitaste a ese pobre das algo al juez para que sentencie a favor tuyo, ¿te agradaría incluso a ti ese juez? Ciertamente sentenció a favor tuyo y, sin embargo, es tan grande la fuerza de la justicia, que hasta a ti te desagrada ese comportamiento. No te imagines así a Dios; no coloques tal ídolo en el templo de tu corazón. Tu Dios no es tal cual no debes ser ni tú. Aunque tú no juzgases de ese modo, sino que actuases rectamente, aun así, tu Dios es mejor que tú; no te es inferior; es más justo, es la fuente de la justicia. Cuanto de bueno has hecho, de él lo has recibido, y cuanto de bueno eructaste, de él lo bebiste. Alabas el vaso porque contiene algo de agua y ¿denigras la fuente? No hagáis limosnas con dinero procedente de préstamos y de la usura. Lo digo a bautizados, a los que distribuyo el cuerpo de Cristo. Temed, corregíos para que no tenga que deciros después: «Tú y tú lo estáis haciendo». Y creo que, si llego a hacerlo, no debéis airaros conmigo, sino con vosotros para corregiros. Pues a esto se ajusta lo que dice el salmo: Airaos, pero no pequéis7. Quiero que os airéis, mas para no pecar. Ahora bien, para no pecar, ¿con quiénes debéis airaros sino con vosotros mismos? Pues ¿qué hombre se arrepiente sino quien se aíra consigo mismo? Para obtener el perdón él se impone a sí mismo un castigo, y con razón dice a Dios: Aparta tus ojos de mis pecados, porque reconozco mi pecado8. Si tú reconoces tu pecado, él te lo perdona. Los que lo hacíais, no lo hagáis; no está permitido.
3. Pero si ya lo habéis hecho y conserváis tales riquezas y con ellas llenasteis vuestras carteras y amontonasteis tesoros, lo que poseéis procede de la injusticia. No añadáis ya otro mal, y haceos amigos con la mammona injusta. ¿Acaso las riquezas de Zaqueo tenían un origen limpio? Leed y vedlo9. Era el jefe de los publícanos10, es decir, aquel al que se entregaban los tributos públicos. De allí obtenía sus riquezas. Había oprimido a muchos; a muchos se las había quitado, mucho había acumulado. Entró Cristo en su casa y le llegó la salvación a esa casa, pues así dice el Señor mismo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa11. Pero ved en qué consiste la salvación misma. Primeramente, deseaba poder ver al Señor, puesto que era de baja estatura. Al impedírselo la muchedumbre, se subió a un sicómoro y lo vio cuando pasaba. Jesús le miró y le dijo: Zaqueo, baja; conviene que yo me quede yo en tu casa12. Estás pendiente, pero no te tengo en suspenso, es decir, no doy tiempo al tiempo. Querías verme al pasar; hoy me encontrarás albergado en tu casa. Entró en ella el Señor. Lleno de gozo dijo Zaqueo: Doy a los pobres la mitad de mis bienes13. Ved cómo corre quien se apresura a hacerse amigos con la mammona injusta. Y para no hallarse reo por cualquier otro apartado legal, dice: Si a alguno quité algo, le devolveré el cuádruplo14. Se infligió a sí mismo una condena para no incurrir en la condenación. Por tanto, haced el bien con lo que obtuvisteis injustamente. Quienes nada hayáis adquirido injustamente, no queráis adquirirlo así. Sé bueno tú que haces el bien con el dinero injusto y, cuando comiences a hacer el bien con lo malamente adquirido, no permanezcas tú siendo malo. ¿Se convierten en bien tus monedas y vas a seguir tú siendo malo?
4. Se puede entender también de otra manera. No la silenciaré. Mammona injusta son las todas riquezas mundanas, procedan de donde procedan. De cualquier forma, que se acumulen, son mammona injusta, es decir, riquezas injustas. ¿Qué significa «son riquezas injustas»? Es al dinero a lo que la iniquidad designa con el nombre de riquezas. Pues, si buscas las verdaderas riquezas, son otras. En ellas abundaba Job, aunque estaba desnudo, cuando tenía el corazón lleno de Dios y, perdido todo, profería alabanzas a Dios, cual piedras preciosas15. ¿De qué tesoro, si se había quedado sin nada? Esas son las verdaderas riquezas. A las otras es la maldad la que las denomina así. Si las tienes, no te lo reprocho: te llegó una herencia, tu padre fue rico y te las legó. Las adquiriste honestamente. Tienes tu casa llena como fruto de tus justas fatigas; no te lo reprocho. Con todo, ni aun así las llames riquezas. Porque, si lo haces así, las amarás y, si las amas, perecerás con ellas. Piérdelas para no perecer tú; dónalas para adquirirlas; siémbralas para cosecharlas. No las llames riquezas, porque no son verdaderas. Están llenas de pobreza y siempre sometidas a infortunios. ¿Qué riquezas son aquellas a causa de las cuales temes al salteador, temes que tu siervo te dé muerte, las coja y huya? Si fueran verdaderas riquezas, te darían seguridad.
5. Por tanto, son auténticas riquezas las que, una vez poseídas, no podemos perder. Y para no temer al ladrón por causa de ellas, estarán allí donde nadie las arrebate. Escucha a tu Señor: Acumulad vuestros tesoros en el cielo, adonde el ladrón no tenga acceso16. Entonces serán riquezas: cuando las traslades a otro lugar. Mientras están en la tierra, no son riquezas. Pero el mundo, la maldad las denomina riquezas. Por eso Dios las llama mammona injusta, porque es la maldad quien las denomina riquezas. Escucha al salmo: Señor, líbrame de la mano de los hijos ajenos, cuya boca habló vanidad y cuya diestra es diestra de maldad. Sus hijos son como viñas plantadas en su juventud; sus hijas ataviadas, adornadas a semejanza del templo. Sus graneros están llenos, rebosando de uno para otro. Sus bueyes están cebados, sus ovejas son fecundas, multiplicándose al trashumar. No existe ruina, ni brecha en su tapia, ni clamor en sus plazas17. Has visto la felicidad que describe el salmo; pero escucha lo que es y a quiénes propuso como hijos malvados. Su boca habló vanidad y su diestra es diestra de maldad18. A estos presentó para indicar que su felicidad es solo terrena. ¿Pero qué añadió? Proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas. ¿Quiénes dijeron esto? Los hijos extraños, los extranjeros y quienes no pertenecían a la descendencia de Abrahán; estos proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas. ¿Quiénes lo dijeron? Aquellos cuya boca habló vanidad. Por tanto, es una vanidad decir que son dichosos quienes poseen estas cosas. Pero, con todo, lo dicen aquellos cuya boca habló vanidad. Llaman riquezas a estas cosas que reciben el nombre de mammona injusta.
Ahora bien, ¿qué dices tú? Dado que los hijos ajenos, aquellos cuya boca habló vanidad19, proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas; ¿qué dices tú? «Esas riquezas son falsas; dame las verdaderas». Desapruebas estas, muéstrame las que tú alabas. Deseas que desprecie estas, indícame cuáles he de preferir. Dígalo el salmo mismo. Pues el que dijo Proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas, él mismo nos da la respuesta solicitada, como si le hubiéramos dicho nosotros a él, es decir, al salmo: «Advierte que nos has quitado esto, y no nos has dado nada; mira que despreciamos eso, ¿de qué vivimos?, ¿con qué lograremos la felicidad? Los que han hablado la recibirán de sí mismos, pues dijeron que quienes poseían riquezas eran felices. Tú, ¿qué dices?».
6. Como si se le hubiera formulado esa pregunta, el salmista responde y dice: «Ellos proclaman dichosos a los ricos; pero yo digo: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor»20. Acabas de escuchar cuáles son las auténticas riquezas; haz amigos con la mammona injusta y serás el pueblo dichoso cuyo Dios es el Señor. A veces pasamos por un camino, vemos fincas frondosísimas y fértiles y preguntamos de quién es tal o tal finca. Se nos dice que de Fulano y comentamos nosotros también: «Dichoso ese hombre». Estamos hablando vanidad. Dichoso el dueño de esa casa, de esa finca, de ese ganado; dichoso el amo de ese siervo, dichoso quien tiene esa familia. Elimina la vanidad si quieres escuchar la verdad. Es dichoso aquel cuyo Dios es el Señor. Pues no lo es el que posee esta finca, sino quien posee a Dios. Mas para proclamar manifiestamente la felicidad que producen las cosas, dices que esa finca te hizo feliz. ¿Por qué? Porque vives de lo que te da. Cuando quieres alabar sobremanera tu finca, dices: «Ella me alimenta, de ella vivo». Mira de qué vives. Vives de aquel al que dices: En ti está la fuente de la vida21. Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. ¡Oh Señor, Dios mío!; ¡oh Señor, Dios nuestro!; para que lleguemos a ti, haz que la felicidad nos llegue de ti. No queremos que la felicidad nos llegue del oro, ni de la plata, ni de las fincas; no queremos que nos llegue de estas cosas terrenas, sumamente vanas y pasajeras, propias de esta vida caduca. Que nuestra boca no hable vanidad. Que nuestra felicidad nos llegue de ti, porque no te perdemos a ti. Si te tenemos a ti, ni te perdemos, ni pereceremos. Haznos felices con la felicidad que procede de ti, porque dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Tampoco se aíra Dios si lo designamos como «nuestra finca», pues leemos que Dios es la parte de mi heredad22. Realidad grandiosa, hermanos: nosotros somos su heredad y él es nuestra heredad porque nosotros le damos culto a él y él nos cultiva a nosotros. No significa para él ninguna afrenta el cultivarnos, porque si nosotros le «cultivamos» a él como nuestro Dios, él nos cultiva a nosotros como campo suyo. Y para que sepáis que él nos cultiva, escuchad a quien nos envió: Yo soy —dice— la vid, vosotros los sarmientos; mi padre es el agricultor23. Luego nos cultiva. Si damos fruto, prepara el granero; si, por el contrario, con tan experto agricultor queremos ser estériles y, en lugar de trigo, producimos espinas... no quiero decir lo que sigue; la última referencia sea a algo gozoso. Vueltos al Señor...