SERMÓN 108

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Paralelismo entre Lc 12,35-36 y Sal 33,13-15

1. Nuestro Señor Jesucristo vino a los hombres, se alejó de ellos y a ellos ha de volver. Y, sin embargo, aquí estaba cuando vino, y no se alejó cuando se retiró, y ha de volver a aquellos a quienes dijo: He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos1. Luego, según la forma de siervo que tomó por nosotros2, en un determinado momento nació, y murió, y resucitó, pero ya no muere ni la muerte dominará en adelante sobre él3. En cambio, según la divinidad por la que es igual al Padre, estaba en este mundo, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no le conoció4. Sobre esto acabáis de oír la exhortación del evangelio, dirigida a hacernos precavidos con el propósito de que estemos dispuestos y preparados para los últimos acontecimientos de la historia. De forma que, a esos últimos acontecimientos que hay que temer en este mundo, siga el descanso que no tiene fin. Bienaventurados los que participen de él. Entonces estarán seguros quienes ahora carecen de seguridad y, a su vez, entonces temerán quienes ahora no quieren temer. Esta espera y esta esperanza da razón de nuestro ser cristianos. ¿Acaso nuestra esperanza se refiere a este tiempo? No amemos el tiempo presente. Del amor de este mundo hemos sido llamados a esperar y amar otro mundo. En este debemos abstenernos de todos los deseos ilícitos, es decir, debemos ceñir nuestros lomos y arder y brillar en buenas obras, que equivale a tener encendidas las lámparas. Pues en otro lugar del evangelio dijo el Señor mismo a sus discípulos: Nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa5. Y para indicar por qué lo decía, añadió estas palabras: Luzca así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos6.

2. Por tanto, quiso que tuviésemos ceñidos nuestros lomos y encendidas las lámparas. ¿Qué significa ceñir los lomos? Apártate del mal. ¿Qué significa lucir? ¿Qué significa tener encendidas las lámparas? Y obra el bien7. ¿Y qué significa lo que añadió: Y vosotros sed semejantes a hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas8, sino lo que se consigna en el salmo: Busca la paz y vete tras ella?9. Estas tres cosas: el abstenerse del mal, el obrar el bien y el esperar el premio eterno se mencionan en los Hechos de los Apóstoles, donde se escribe que san Pablo les enseñaba la continencia, la justicia y la esperanza de la vida eterna10. A la continencia corresponde tener los lomos ceñidos; a la justicia, las lámparas encendidas; y a la expectación del Señor, la esperanza de la vida eterna. Luego, apártate del mal es la continencia, es decir, tener los lomos ceñidos. Obra el bien es la justicia, o sea, tener las lámparas encendidas. Busca la paz y vete tras ella es la expectación del mundo futuro. Por tanto, sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas11.

3. Teniendo estos mandatos y promesas, ¿por qué buscamos días dichosos12 en la tierra donde no podemos encontrarlos? Pues sé que los buscáis cuando estáis enfermos u os halláis en medio de las abundantes tribulaciones de este mundo. Porque cuando la vida llega a su término, el anciano está lleno de achaques y sin gozo alguno. En medio de las tribulaciones que machacan al género humano, los hombres no buscan otra cosa que días dichosos y desean una vida larga que aquí no pueden poseer. De hecho, incluso la vida larga del hombre se reduce a muy poco, comparada con la amplitud de aquel mundo futuro: como si se comparara una gota de agua con la inmensidad del mar. Entonces, ¿qué es la vida del hombre, incluso la que se considera larga? Llaman vida larga a la que ya en este tiempo es breve y a la que —según dije— está llena de gemidos hasta la decrépita vejez. Aquí todo es corto y breve y, sin embargo, ¿con qué afán la buscan los hombres? ¡Con cuánto esmero, con cuánta fatiga, con cuántos cuidados y desvelos, con cuántos esfuerzos buscan los hombres vivir aquí largos años y llegar a viejos! Pero el mismo vivir largo tiempo, ¿qué es sino correr hacia el propio fin? Tuviste el día de ayer y quieres tener también el de mañana. Pero, una vez que haya pasado el día de hoy y el de mañana, ésos tendrás de menos. De aquí que, cuando deseas que brille un día nuevo, deseas al mismo tiempo que se acerque el otro al que no quieres llegar. Invitas a tus amigos a un alegre aniversario y a quienes te desean el bien les oyes decir: «Que vivas muchos años». Y tú deseas que llegue lo que ellos dijeron. ¿Qué? ¿Quieres que te lleguen años y años, y no quieres que te llegue el último? Tus deseos se contradicen: quieres andar y no quieres llegar.

4. Con todo, si —como he dicho—, a pesar de las fatigas diarias, ingentes y continuas, ponen los hombres tanto cuidado en morir lo más tarde posible, ¿cuánto mayor no debe ser su esmero para no morir nunca? Mas en esto nadie quiere pensar. A diario se buscan días dichosos en este mundo en que no se encuentran y nadie quiere vivir de modo adecuado para llegar adonde se encuentran. Por ello nos amonesta la misma Escritura con estas palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días dichosos?13. La pregunta la hizo la Escritura para saber qué se le iba a responder, sabiendo que todos los hombres buscan la vida y días dichosos. La pregunta iba en línea con lo que deseaban. Como si desde el corazón de todos se le respondiese: «Yo», preguntó en estos términos: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días dichosos? Del mismo modo que en este momento en que os estoy hablando, cuando me oísteis preguntar ¿Cuál es el hombre que ama la vida y quiere ver días dichosos?, todos respondisteis en vuestro corazón: «Yo». Porque también yo que os hablo amo la vida y los días dichosos. Lo que buscáis vosotros, lo busco yo también.

5. Es igual que si todos necesitáramos oro y yo quisiera conseguirlo junto con vosotros. Si se hallare en cualquier sitio de vuestro campo, en una posesión vuestra y viéndoos buscarlo os preguntase: «¿Qué buscáis?», me responderíais: «Oro». También yo os diría: «Vosotros buscáis oro; también yo lo busco; lo que vosotros buscáis, lo busco también yo, pero no lo buscáis donde nos sea posible encontrarlo». Por tanto, escuchad de mi boca dónde podemos descubrirlo. Yo no os lo quito; os muestro el yacimiento; mejor, sigamos todos a quien sabe dónde se encuentra lo que buscamos». Así también ahora, puesto que deseáis la vida y los días dichosos, no puedo deciros: «No deseéis la vida y los días dichosos», sino que os digo: «No busquéis la vida y los días dichosos aquí en este mundo en el que no pueden ser dichosos». ¿Por ventura no es semejante la vida misma a la muerte? Los días mismos pasan de prisa porque el día de hoy echó fuera al de ayer; el de mañana nace para excluir al de hoy. Si ni los días mismos permanecen, ¿por qué, entonces, quieres tú permanecer con ellos? Por tanto, no solo no reprimo vuestro deseo de vida y días dichosos, sino que incluso estimulo un más vivo anhelo de ellos. Buscad, sí, la vida; buscad los días dichosos, pero buscadlos donde pueden encontrarse.

6. ¿Queréis oír conmigo el consejo de quien conoce dónde se hallan los días dichosos y la vida? Oídlo, no de mí, sino conmigo. Hay alguien que nos dice: Venid, hijos, oídme14. Acudamos juntos, plantémonos en pie, agucemos el oído y con el corazón comprendamos lo que dice el Padre: Venid, hijos, oídme; os enseñaré el temor de Dios15. Qué pretende enseñarnos y para qué es útil el temor de Dios, lo explica a continuación con estas palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días dichosos? Todos respondemos: «Nosotros». Oigamos lo que sigue: Refrena tu lengua del mal y no hablen tus labios mentira16. Di ahora: «Yo». Nada más preguntar: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días dichosos?, respondíamos todos: «Yo». ¡Ea, pues!; que alguien me diga ahora: «Yo». Por tanto, Refrena tu lengua del mal y no hablen engaño tus labios. Y ahora di: «Yo». Luego, ¿amas la vida y los días dichosos y no quieres refrenar tu lengua del mal y que tus labios no hablen mentira? ¡Qué diligente eres para el premio y cuán perezoso para el trabajo! ¿A quién se le da el salario sin haber trabajado? ¡Ojalá pagues el jornal a quien trabaja en tu casa! Pues estoy seguro de que a quien no trabaja no se lo pagas. Porque sé que al que no trabaja no le pagas. ¿Por qué? Porque al que no trabaja nada le debes. También Dios prometió un salario. ¿Cuál? La vida y los días dichosos, que todos deseamos y a los que todos intentamos llegar. Y nos dará la recompensa prometida. ¿Qué recompensa? La vida y los días dichosos. Y¿cuáles son los días dichosos? La vida sin fin y el descanso sin fatiga.

7. Ofreció una gran recompensa. Veamos qué nos mandó con relación a esa gran recompensa. Enardecidos ya por la promesa de tan gran recompensa y por el amor a ella, pongamos a disposición de su mandato nuestras fuerzas, nuestros hombros y nuestros brazos. ¿Es que nos va a mandar llevar una gran carga, quizá tomar pico y pala, o, tal vez, levantar un edificio? No te mandó nada trabajoso, sino que reprimas el miembro que entre todos mueves con más rapidez; este es el que te manda reprimir: Refrena tu lengua del mal17. No es fatigoso levantar un edificio y ¿lo es refrenar la lengua? Refrena tu lengua del mal. No digas mentiras, no recrimines, no calumnies, no profieras falsos testimonios, no blasfemes. Refrena tu lengua del mal. Considera tu enojo cuando alguien habla mal de ti. Como te enojas contra quien habló mal de ti, enójate así contigo mismo cuando hables mal de otro. No hablen engaño tus labios18. Lo que hay dentro de tu corazón, eso dilo fuera. Que no se oculte una cosa en el corazón y profiera otra la lengua. Apártate del mal y obra el bien19. Pues ¿cómo he de decir «Viste al desnudo» a quien todavía quiere desnudar al vestido? ¿Cómo es posible que reciba a un forastero quien oprime a su conciudadano? Luego, siguiendo el orden, ante todo apártate del mal y obra el bien:primero ciñe tus lomos y luego enciende la lámpara20. Y cuando hayas hecho esto, espera tranquilo la vida y los días dichosos21. Busca la paz y vete tras ella22 y entonces, con la frente levantada, dirás al Señor: «Hice lo que ordenaste; dame lo que prometiste».