Los dos hermanos que se disputan una herencia1
1. El Señor Jesús, que otorga el amor, desaprueba la codicia. En efecto, quiere arrancar el árbol malo y plantar el bueno. El amor mundano no produce ningún fruto bueno; el divino, ninguno malo. Son estos los dos árboles de los que dijo el Señor: El árbol bueno no produce frutos malos; en cambio, el malo da frutos malos2. Por tanto, mi palabra, cuando procede de Dios, el Señor, es la segur puesta a la raíz del árbol malo3. La palabra misma del santo evangelio que ha resonado hirió a los malos árboles; los poda, no los tala. Pues has de saber que no te conviene lo que no quiso que tuvieras quien te creó. El Señor no quiere que haya en nosotros codicia mundana. Nadie, por tanto, diga: «Busco lo mío, no lo ajeno». Guardaos de toda codicia4. Si amas demasiado tus bienes perecederos, pierdes sin duda tus bienes imperecederos. «Yo —dices— no quiero ni perder lo mío ni quitar lo ajeno». Excusa propia de cierta codicia, no honra del amor. Del amor se dijo: No busca el bien lo propio, sino el de los demás5. No busca su comodidad, sino la salvación de los hermanos. Si prestasteis atención y lo advertisteis, también el que recurrió al Señor buscaba lo que era suyo, no lo ajeno. Su hermano se había llevado todo y no le había restituido la parte que le correspondía. Vio al Señor justo —pues no podía haber encontrado mejor juez— y acudió a él diciéndole: Señor, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia6. ¿Hay algo más justo? «Que tome él su parte y me deje a mí la mía. Ni todo para mí, ni todo para él, pues somos hermanos». Si viviesen en concordia, tendrían siempre entera la herencia que querían dividir. Todo lo que se divide, disminuye. Si viviesen concordes y en armonía en su casa, como cuando estaba en vida su padre, cada uno poseería la herencia entera. Si, por ejemplo, tenían dos quintas, las dos serían de ambos y a quien preguntase por ellas responderían que eran suyas. Si preguntases a uno de ellos: ¿«De quién es esta quinta»?, respondería: «Nuestra». Y si siguieses preguntando: ¿«De quién es la otra»?, respondería de igual forma: «Nuestra». Si, por el contrario, cada uno se hubiese quedado con una, disminuiría la posesión, cambiaría la respuesta. Si entonces preguntases: «¿De quién es esta quinta?», te respondería: «Mía». ¿Y 1a otra? «De mi hermano». Al dividir la herencia, no adquiriste una, sino que perdiste otra. Así, pues, como le parecía que era justa su codicia, puesto que reclamaba su parte en la herencia y no deseaba la ajena, como presumiendo de la justicia desu causa, acudió a un juez justo. Pero ¿qué le dijo este? Di, ¡oh hombre! —tú que no percibes las cosas de Dios, sino las de los hombres7—, ¿quién me ha constituido repartidor de la herencia entre vosotros?8. Le negó lo que le pedía, pero le dio más de lo que le negó. Le pidió que juzgase sobre la posesión de la herencia, y Jesús le aconsejó desprenderse de la codicia. ¿Por qué reclamas la quinta? ¿Por qué reclamas la tierra? ¿Por qué quieres una parte? Si careces de codicia, la poseerás entera. Vosotros, codiciosos, mirad a quien carecía de esa codicia, que dijo: Como no teniendo nada y poseyéndolo todo9. «Así, pues, tú —dice— me pides que haga que tu hermano te dé tu parte en la herencia. Yo —responde— os digo: Guardaos de toda codicia10. Tú piensas que te guardas de la codicia del bien ajeno; yo te digo: Guardaos de toda codicia. Tú quieres amar con exceso tus cosas y por ellas bajar el corazón del cielo; queriendo atesorar en la tierra11, pretendes oprimir a tu alma». El alma tiene sus propias riquezas, como también la carne las suyas.
2. A continuación presenta a nuestra consideración a cierto rico, como ejemplo para que evitemos toda codicia. ¿Qué significa «toda»? Aun de los bienes que llamas tuyos. Se nos presenta cierto rico al que había proporcionado éxito la región, es decir, al que sus posesiones en la región le proporcionaron abundantes frutos, pues se llama éxito a la prosperidad. Y se puso a pensar en su interior preguntándose lo que habéis oído cuando se leía el evangelio: ¿Qué haré? ¿Dónde almacenaré mis frutos?12. Debido a su abundancia, no tenía dónde. Le pone en aprietos no la escasez, sino la abundancia. ¡Qué desdichado era aquel al que turbaba la abundancia, no la escasez! ¡Como si no tuviese donde colocarlos para no perder nada! Le pareció haber encontrado una buena solución: He hallado —dice— qué hacer. Demoleré los viejos almacenes y haré otros nuevos más amplios, los llenaré y diré a mi alma: «Alma mía, tienes abundancia de bienes para mucho tiempo. Descansa, come, bebe y banquetea». Pero Dios le dijo: Necio13. Te pareció que eras un sabio por haber dado con la solución de derribar tus reducidos almacenes y construir otros más espaciosos, pero te manifiestas necio en lo mismo en que te crees sabio. ¿Por qué hiciste eso para decir a tu alma: «Tienes abundancia de bienes para equis años»? Esta noche te reclamarán el alma14. ¿Dónde está ese largo tiempo? Esta noche te reclamarán el alma. ¿De quién acabará siendo lo que almacenaste? ¿No es, acaso, vana tu turbación? Atesoras sin saber para quién15. ¡No tenía sitio donde almacenar! Pero ¿dónde estaban los pobres? Si lo que no cabía ya en los graneros debido a su pequeñez, lo hubiera recibido tu hermano, lo habría recibido tu Señor que dice: Cuando lo hicisteis a uno de los míos más pequeños, a mí me lo hicisteis16. ¿No lo pierdes si lo entregas a los almacenes, y lo pierdes si lo transportas al cielo? ¿No tienes dónde almacenar tu cosecha? Entrégala y espera que se te devuelva. La pones en la mano del pobre y la recibes de la mano del rico. ¿Quién te dio eso que no tienes dónde almacenarlo? Quien te lo dio quiere recibir algo de eso que te dio. Tiene necesidad de ti quien te hizo. Si para tu bien necesita de ti, dale de lo que tienes. Posees frutos de la tierra, pero ¿acaso posees la vida eterna? ¡Gran posesión esta! ¡Y cuán poco cuesta! ¿Quieres saber lo poco que cuesta? Esa posesión es la vida eterna —¡Oh necio, que haces cálculos en la tierra y mientras tanto pierdes el cielo!—; es una posesión que, cuando llegues a ella, será tal que ya no podrás emigrar de allí, sino que, además, la poseerás por siempre y sin fin. Ves cuán grande es. Advierte lo poco que cuesta. Cuesta lo que no contienen tus almacenes, lo que no pueden contener, lo que excede, razón por la cual quieres hacerlos más amplios. ¿Qué es, pues, esto? ¿Cuál es el precio de la posesión? ¡Y si se diese a los portaequipajes, los pobres! Sabes y ves que a quienes das andan en la tierra; pero lo que das lo llevan al cielo y, después de haberlo transportado allí, no recibes lo mismo que das. Pues por bienes terrenos has de recibir bienes celestiales; por bienes caducos, bienes inmortales; por bienes temporales, bienes eternos. Si los dieses a interés y por una cantidad de plata recibieses la misma cantidad de oro, por ejemplo, por una libra de plata, una libra de oro, ¿qué te sería más ganancioso? ¿Cabrías de gozo si se te hubiese permitido llegar a cobrar tanto interés? ¿Cuál es ese interés? Considera lo que das, lo que recibes. Das lo que aquí has de fundir, recibes lo que jamás has de perder. Das, pues, aquello de lo que no vives para recibir con qué vivir para siempre. Por eso, si os habéis dado cuenta, en la misma lectura del evangelio dice el Señor: La vida del hombre no radica en la abundancia de las cosas que posee17. Las riquezas de la carne son el oro, la plata, el trigo, el vino y el aceite, las fincas, las posesiones. Estas son riquezas para la carne. Pero, una vez lleno el vientre, ¿cuánto tiene de ello la carne? Ves que todo lo restante es superfluo. Si ti forzasen a comer cuanto tienes, ¿no sería forzarte a morir?
3. Por tanto, hermanos, guardaos de toda codicia18. Con muy poco se vive en esta tierra y con muy poco se adquiere la inmensa vida eterna. ¿Parece como que Zaqueo la compró a un precio mayor? En efecto, había un hombre muy rico, jefe de los publicanos19. Pero, cuando el Señor entró en su casa, su salvación se efectuó de esta manera: Doy —dice— la mitad de mis bienes a los pobres20. Compró una cosa grande a gran precio. ¿Para qué se reservó la otra mitad? Si en algo he defraudado a alguien, le devuelvo el cuádruplo21. He aquí para qué dejaba la otra mitad: no para poseerla con codicia, sino para saldar sus deudas. Él, que tenía grandes riquezas, pagó una gran cantidad, dando la mitad a los pobres. Lo que dio ¿a cuánto asciende? ¿A cuánto ascienden las riquezas de cualquier potentado? ¿Qué es toda la tierra? ¿Qué es la tierra y el mar? Mira el cielo, mira los astros, mira la creación entera. Si desprecias estas pocas cosas, poseerás en herencia al Creador mismo. Tu Señor te dice: «Guardaos de toda codicia. Guárdate de conseguir bienes terrenos y yo te llenaré». Respóndele tú y dile: «¿De qué me llenarás?». Cuando despreciabas unos pocos bienes, esto buscabas: llenarte de cosas mayores. Como diste algo de tus bienes y oíste decir a tu Señor: «Yo te llenaré», vas a decir: «Llenará mi casa de oro y de plata». «Yo te llenaré. Te mueves para que yo llene tu casa. Te llenaría a ti si fueses mi casa». Reconoce y ama a quien te hizo y te llenó, no de algún bien suyo, sino de Sí mismo. Tendrás a Dios. Estarás lleno de Dios. Estas son las grandes riquezas del alma. Las riquezas del cuerpo son superfluas, porque nuestro cuerpo necesita poco para pasar la vida. Las riquezas del alma no son superfluas. Cuanto Dios te dé, cuanto amor filial Dios te conceda, cuanta caridad Dios te otorgue, cuanta justicia y castidad te proporcione, cuanto te dé de Sí mismo, no puede ser superfluo. Tus riquezas interiores son grandes. ¿Qué nombre reciben? Dios. ¡Oh hombre pobre!: así que, teniendo a Dios, ¿no tienes nada? ¡Oh hombre rico!: así que, careciendo de Dios, ¿tienes algo?
4. Por tanto, para volver de nuevo a las palabras del Señor, guardémonos de toda codicia. ¿«De toda»? —has de decir—. ¡Es propiedad mía! El Señor te dirá «de toda». ¿Se te ha dicho acaso que no tengas lo tuyo? Poséelo, pero sin codicia. Pues así lo poseerás; si, por el contrario, lo codicias, en lugar de poseerlo tú, te posee a ti. Si quieres tener dinero, no lo ames. Pues si no lo amas, lo poseerás; si lo amas, te poseerá él a ti. No serás señor del dinero, sino esclavo de él y, en cuanto esclavo, le seguirás adonde te arrastre. ¿Acaso no eres esclavo cuando te arrastra la codicia del mismo? ¿No te quita el sueño el amor al dinero? Si fueses esclavo de un hombre, quizá te permitiría dormir. Si careces de dinero, pero eres avaro, llevado por tu codicia, pasas la noche en vela para conseguirlo; si lo tienes, velas por temor a perderlo. Además, temes perecer tú también a causa de él. Creo que cuando tenías poco, dormías tranquilo.
5. Guardaos de toda codicia22. Que os sea provechoso ser pobres. No queráis ser ricos. Basteos Dios, que no os abandonará. Pensó en vosotros antes de que existieseis, y ¿no pensará para que viváis? Ya habéis creído en él, le habéis alabado, habéis puesto la esperanza en él, y ¿va a faltarnos lo que él sabe que nos es necesario? Lo que da a los extraños, ¿lo negará a los suyos? ¿Ha de negar a quienes le alaban lo que da a quienes blasfeman contra él? Cuando le tenéis a él, dad por hecho que tenéis todas las cosas. Pues vuestro Padre —dice el Señor mismo en el evangelio— sabe qué necesitáis antes de que se lo pidáis23. Respecto a los bienes corporales, habló también de esta manera: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura24. Pero alguna vez el justo padece hambre, mientras ve al inicuo eructar indigesto. No te extrañe. El primero es probado; el segundo, condenado. Es probado el que en la indigencia misma alaba a Dios; es condenado el que en la abundancia misma le ofende. Dice la Escritura: El rico y el pobre se encontraron; el Señor hizo a uno y a otro25. ¿Dónde se encontraron? En cierto camino. ¿Cuál es ese camino? Esta vida. En ella se encontraron el rico y el pobre porque nace el rico y nace el pobre. Se encontraron. Se vieron en el camino. Ambos van por el mismo camino, uno cargado, aligerado el otro. Pero el aligerado tiene hambre; el cargado gime bajo una carga pesada. Aligérese el que va cargado. Dé algo de lo que lleva sobre los hombros a aquel con el que se encuentra, y así ni el uno pasa hambre, ni el otro gime, y ambos llegan al propio destino. ¿De dónde procede tu gemido, ¡oh rico!? ¿De que no tienes dónde colocar tu carga? Hay un lugar. No quiero que gimas. Pon tus ojos en el hambriento y ya tienes dónde colocarla. ¿Temes perderla? Al contrario, es entonces cuando no la pierdes.
6. Aconteció algo sumamente grato y voy a contarlo a Vuestra Caridad. Cierto hombre piadoso, ni rico ni pobre, vendió todo lo que tenía pensando en las necesidades de su casa. Como era piadoso, tomó del total del precio cien folles y los dio a los pobres, pensando en llevar lo restante a casa para hacer frente a las necesidades. Para ser probado, se le introdujo un ladrón y perdió el importe entero de lo vendido. A la vista de ello, el diablo intervino para que se arrepintiese de haber dado algo a los pobres y dijese: «¡Oh Señor, a ti solo te agradan los malhechores! Los hombres que obran inicuamente consiguen bienes. Yo hice el bien y lo perdí todo». Pero él no lo dijo, pues era hombre cuadrado: aun tras darle la vuelta permaneció estable. Habiendo perdido el importe de todos sus haberes, del que había dado a los pobres cien folles, dijo: «Desdichado de mí que no se lo di todo. Lo que di no lo he perdido; solo he perdido lo que no di». Recordó lo que oyó o leyó en el evangelio y lo creyó. Pues ese es el consejo de nuestro Señor. Recordadlo y ved: No amontonéis para vosotros un tesoro en la tierra, donde la polilla y el orín los corroen y en donde los ladrones abren brecha y lo roban. Atesorad más bien un tesoro en el cielo, donde el ladrón no tiene acceso, ni la polilla lo corroe. Pues donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón26. El ladrón pudo arrebatarle el dinero, pero no pudo bajar del cielo su corazón.
7. Por tanto, lo que poseéis, poseedlo compartiéndolo con los necesitados. Pues Cristo el Señor, tras haber dicho al hombre que no robó lo ajeno, sino que miraba por lo suyo con inmoderada diligencia: Necio, esta noche se te quitará tu alma. Lo que has preparado, ¿de quién acabará siendo?27, añadió: Tal es todo el que atesora para sí y no se muestra rico para con Dios28. ¿Quieres mostrarte rico para con Dios? Da a Dios. Dale, pero no pienses en muchas riquezas, sino en tu propia voluntad. Pues no por dar poco de lo poco que posees se considerará como poco cuanto das. Dios no pesa las riquezas, sino las voluntades. Recordad, hermanos, a aquella viuda. Oísteis decir a Zaqueo: Doy la mitad de mis bienes a los pobres29. Dio mucho de lo mucho que tenía y compró la posesión del reino de los cielos, al parecer, a un alto precio. Pero si se considera cuán gran cosa es, todo lo que des carece de valor comparado con ella. Con todo, parece que dio mucho, dado que era muy rico. Traed a la memoria a la pobre viuda que llevaba dos céntimos. Los presentes miraban lo mucho que echaban los ricos en el cepillo del templo y observaban sus grandes cantidades. Entró ella y echó los dos céntimos. ¿Quién se dignó mirarla siquiera? Pero el Señor la miró, y de tal manera que solo la vio a ella y la recomendó a los que no la veían, es decir, les recomendó que mirasen a la que ni siquiera veían. «¿Veis —les dice— a esta viuda?30 —y entonces se fijaron en ella—: ha echado mucho más en ofrenda a Dios que los ricos31 que ofrecieron mucho de lo mucho que poseían. Los presentes ponían sus miradas en las grandes ofertas de los ricos, alabándolos por ello. ¿Cuándo vieron las dos monedas, aunque luego se fijaron en la viuda? Ella ha echado más en ofrenda a Dios —dice el Señor— que los ricos. Efectivamente, ellos echaron mucho de lo mucho que tenían; ella echó todo lo que poseía. Mucho tuvo, pues tuvo a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el bolso. ¿Quién echó más que la viuda que no se reservó nada para sí?
8. No obstante, amadísimos, prestad atención puesto que estábamos hablando de la adquisición de la posesión celestial. ¿Por ventura fue su valor lo que por ella dio Zaqueo y no lo que dio la viuda? Precio de la misma era lo que entregó Zaqueo, y precio de ella eran también las dos monedas de ínfimo valor. No existe comparación entre la mitad de los bienes de Zaqueo y los dos céntimos. Compara la voluntad de Zaqueo y la de la viuda. Hallarás que era desigual lo que dieron, pero idéntica la voluntad. Por tanto, no se entristezca tu corazón cuando das poco porque posees poco. Lo que es poco para el pobre, es mucho para el que conoce al pobre y al rico. Dios conoce con qué ánimo das, con qué voluntad. Guárdate únicamente de toda codicia32 y da lo que sea por amor. ¿Cabe hallar algo de menos valor que dos céntimos? Un vaso de agua fría. El que dé —dice— un vaso de agua fría a uno de los míos más pequeños, en verdad os digo que no perderá su recompensa33. ¿Cuánto vale el vaso de agua fría al que ni siquiera se aplica el fuego para calentarla? Por eso no habló simplemente de un vaso de agua, sino que añadió fría. Veis cuán poco es esto y cuán grande lo que adquirió. Pero hay algo de menos valor que un vaso de agua fría. ¿Qué? Nada. Si hay algo, ¿cómo es nada? Existe la nada y es nada. Nada es lo que das, pero Paz a los hombres de buena voluntad34. A este precio la compraron los patriarcas y quedó en venta para los profetas. ¿Y no se reservó para los restantes? La compraron los profetas y la dejaron en venta para los apóstoles. La compraron los apóstoles y la reservaron para que la compraran los mártires. La compraron los mártires, y está íntegra para que la compremos nosotros. Amémosla, y la hemos comprado ya. No tienes motivo para decir: «Cuesta tanto y no lo tengo. Recibiré un préstamo por valor de equis dinero y con ello lo pago», como suelen decir los hombres cuando fijan cierta cantidad para comprar una casa o una posesión. No rebusques en tus arcas; vuelve a tu conciencia, donde hallas el precio de la posesión. Si en ella hay fe, esperanza y caridad, dalas y la has comprado; y cuando las hayas dado, no las pierdes. Pues no diste la fe y la perdiste, o diste la esperanza y la perdiste o, una vez que hayas dado la caridad, te quedarás sin ella. Son fuentes: tienen abundancia porque manan.
9. He aquí que sois pobres y estáis edificando la Iglesia. ¿Siendo pobres, de dónde procede eso, sino de que sois ricos en el alma? Obrad, pues, con la ayuda del Señor, hasta terminarla. En efecto, Dios ama al que da con alegría35. Cuando das con gozo, se te asigna a ti la dádiva. En cambio, cuando das con tristeza, nada tienes fuera, y en tu interior, donde reside la tristeza, sufres de angustia. Entonces perece el dinero y aquello queda sin comprar, porque es la buena voluntad la que lo compra. Des poco o mucho, ten buena voluntad y la has comprado ya. Cuando con el favor de Dios edificáis la iglesia, para vosotros la edificáis. Cosa distinta es lo que dais a los pobres: pasan unos y vienen otros. La iglesia en cambio la edificáis para vosotros. Es la casa en que hacéis vuestras oraciones, en que os congregáis, donde celebráis los oficios divinos, donde cantáis los himnos y alabanzas divinas, donde oráis, donde recibís los sacramentos. Estáis viendo que es el lugar de vuestras oraciones. ¿Queréis construirla? Sed vosotros casa de Dios y quedó ya construida. Amén.