SERMÓN 107

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El desapego de las riquezas1

1. No dudo que vosotros, temerosos de Dios, escucháis con temor su palabra y la ponéis por obra con gozo para esperar ahora y recibir después lo que ha prometido. Acabamos de oír al Señor, a Jesucristo, el Hijo de Dios, que nos da un precepto. El precepto nos lo ha dado la Verdad, que ni engaña ni es engañada; oigamos, temamos, precavámonos. ¿Que nos mandó, pues? Os digo —son sus palabras— que os abstengáis de toda codicia2. ¿Qué significa de toda codicia? ¿Qué quiere decir de toda? ¿Por qué añadió de toda? En efecto, podía decir sin más: «Guardaos de la codicia». Le correspondió a él añadir de toda y decir guardaos de toda codicia.

En el evangelio encontramos por qué dijo esto, que fue como la ocasión que dio origen al discurso del Señor. Cierto individuo recurrió al Señor contra un hermano suyo que se había llevado todo el patrimonio, sin devolver a su hermano la parte que le correspondía. Os dais cuenta de cuán justa era su causa, pues no pretendía arrebatar bienes ajenos, sino que reclamaba los que sus padres le habían dejado a él. No otra cosa pedía al acudir al Señor como juez. Tenía un hermano malvado, pero contra ese hermano malvado había encontrado un juez justo. ¿Debería, entonces, desaprovechar esta ocasión en causa tan justa? Por otra parte, ¿quién iba a decir a su hermano: «Devuelve a tu hermano su parte», si Cristo no lo hacía? ¿Iba a decirlo otro juez a quien el hermano más rico que se había apoderado de lo ajeno hubiera corrompido tal vez con dádivas? Así, pues, este hombre desdichado y despojado de los bienes que le correspondían en cuanto herencia de sus padres, habiendo encontrado tal juez, tan competente, se acerca a él, recurre a él, le ruega y expone su causa en muy pocas palabras. Pero ¿qué necesidad tenía de defender su causa con un discurso cuando hablaba a quien podía ver también el corazón? Señor —suplica—, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo3. El Señor no le contesta «que venga tu hermano». Es que ni le envió alguien a decirle que se presentase, ni en su presencia dijo a quien había recurrido a él: «Prueba lo que decías». Pedía la mitad de la herencia; solicitaba la mitad, pero en la tierra, y el Señor se la ofrecía toda en el cielo. Le daba el Señor más de lo que pedía.

2. Di a mi hermano que reparta la herencia conmigo4. La causa es justa y exponerla requiere pocas palabras. Pero escuchemos al juez y maestro. Hombre —le dice—; hombre, dado que valoras en mucho esta herencia, ¿qué eres sino hombre? Hacerlo algo más que hombre: he aquí lo que deseaba el Señor. ¿En qué otra cosa más grande quería convertir a aquel al que deseaba quitar la codicia? ¿Qué otra cosa más grande quería hacer de él? Os lo digo: Yo dije, sois dioses y todos hijos del Altísimo5. He aquí lo que quería hacer de él: contarlo entre los dioses, carente de codicia. Hombre, ¿quién me ha constituido repartidor entre vosotros?6. Tampoco el apóstol Pablo, su siervo, quería para sí este oficio, cuando decía: Os ruego, hermanos, que digáis todos lo mismo y no haya divisiones entre vosotros7. Además, a quienes al amparo de su nombre dividían a Cristo, les decía: Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Es que está dividido Cristo? ¿Por ventura fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O es que vuestro bautismo fue en el nombre de Pablo?8. Ved, pues, cuán malvados son los hombres que quieren que exista dividido quien no quiso ser divisor. ¿Quién —dice— me ha constituido repartidor entre vosotros?

3. Me has pedido un favor, escucha ahora mi consejo: Yo os digo: guardaos de toda codicia9. Tal vez —dice— tú tildarías de avaro y codicioso a uno que buscase los bienes ajenos; pero yo te digo: «No apetezcas codiciosa o avaramente ni siquiera los tuyos». Es lo que significa de toda. Guardaos de toda codicia —dice—. ¡Peso enorme! Si tal vez son débiles las personas sobre quienes se carga, pídase que quien se lo carga se digne otorgarles las fuerzas. En efecto, no ha de considerarse cosa ligera, hermanos míos, cuando nuestro Señor, Redentor y Salvador, que murió por nosotros, que dio su sangre como precio de nuestro rescate, que es nuestro abogado y juez, dice: Guardaos. No es cosa ligera. Él sabe de qué inmenso mal se trata; nosotros no lo sabemos, creámosle. Guardaos —dice—. ¿Por qué? ¿De qué? De toda codicia. No solo es avaro quien roba lo que no es suyo, sino también quien guarda lo suyo con avaricia. Si es esa la culpa de quien guarda lo suyo con avaricia, ¿cuál es la condena de quien roba lo ajeno? Guardaos —dice— de toda codicia, porque la vida del hombre no radica en la abundancia de las cosas que posee en este mundo10. El que almacena mucho, ¿cuánto toma de ello para vivir? Tomando y en cierto modo separando mentalmente lo que necesita para vivir, considere para quién queda lo restante, no sea que tal vez, mientras guardas para tener con qué vivir, acumules con qué morir. He aquí a Cristo, he aquí la verdad, he aquí a la severidad. Guardaos —dice la verdad—. Guardaos —dice la severidad—. Si no amas la verdad, teme la severidad. La vida del hombre no radica en la abundancia de las cosas que posee. Cree a Cristo que no te engaña. ¿Dices tú lo contrario? «Más aún, la vida del hombre radica en lo que tiene». Él no te engaña; eres tú quien te engañas.

4. Así, pues, de esta circunstancia, es decir, del hecho de que el que había recurrido al Señor reclamaba su parte, sin desear arramblar con la ajena, se originó el que en esta frase el Señor no dijera solo: «Guardaos de la codicia», sino que añadiese: De toda codicia. Pero no le bastó. Le propone un ejemplo tomado de cierto rico que había tenido éxito en la región. Había —dice— cierto hombre rico que había tenido éxito en la región. ¿Qué significa: Había tenido éxito? Que la región le había producido una gran cosecha. ¿De qué magnitud? Tan abundante que no tenía dónde almacenarla. A ese, avaro ya desde antes, la abundancia le hizo rápidamente estrecho. En efecto, ¡cuántos años habían transcurrido y, no obstante, le habían bastado sus graneros! Pero era tanto el trigo que había cosechado que no le bastaban los silos que antes eran suficientes. Y el desdichado cavilaba no sobre cómo repartir el exceso de producción, sino sobre cómo guardarlo. Y a fuerza de pensar encontró qué hacer, lo que le hizo tenerse por sabio. ¡De hombre inteligente fue el pensarlo y de hombre sabio el verlo! Pero ¿qué fue lo que la sabiduría le hizo ver? Demoleré —dice— los graneros antiguos y haré otros nuevos más amplios y los llenaré; y digo a mi alma. ¿Qué dices a tu alma? Alma mía, tienes abundantes bienes almacenados para muchos años, descansa, come, bebe y banquetea11. Esto dijo a su alma el sabio inventor de este plan.

5. Y Dios, que no desdeña hablar con los necios, le dijo... Quizá alguno de vosotros diga: «¿Cómo habló Dios con un necio?». ¡Oh hermanos míos, con cuántos necios no habla ahora, cuando se lee el evangelio! ¿No son necios quienes lo escuchan cuando se lee y no lo cumplen? ¿Qué dice, pues, el Señor? Como él se consideraba una y otra vez sabio por haber hallado qué hacer, le dice: Necio; necio que te crees sabio; necio que has dicho a tu alma: Tienes abundantes bienes almacenados para muchos años. Hoy se te reclamará el alma12. El alma a la que dijiste: Tienes abundantes bienes, se te reclamará hoyy carece de todo bien. Desprecie estos bienes y sea ella misma buena, para que, cuando la reclamen, salga segura. Pues ¿qué hay más malvado que un hombre que desea tener muchos bienes y él mismo no quiere ser bueno? Tú que no deseas ser lo que deseas tener, no mereces tenerlo. ¿Por ventura quieres tener una quinta mala? No, por cierto; la quieres buena. ¿O acaso quieres tener una mujer mala? No, la quieres buena. O, para concluir, ¿quieres poseer un manto malo o un calzado malo? ¿Por qué solo quieres tener el alma mala? En esta ocasión no dijo al necio que soñaba vanidades, que construía graneros, ciego para ver el estómago del pobre; no dijo: «Hoy tu alma será arrebatada al infierno»; no le dijo nada de esto, sino: «Se te reclamará. No digo adónde irá tu alma; lo único cierto es que, quieras o no, tendrá que salir de este lugar donde le guardas tantas cosas. Mira, ¡necio!; pensaste en llenar graneros nuevos y más amplios, como si no hubiera más que hacer con las riquezas».

6. Pero quizá aquel no era aún cristiano. Oigámoslo, hermanos, nosotros, los creyentes, a quienes se nos lee el evangelio; nosotros, que adoramos a quien nos dijo estas cosas, cuya señal llevamos en la frente y tenemos en el corazón. Es de gran importancia dónde lleva el hombre la señal de Cristo, si solo en la frente, o en la frente y en el corazón.8Habéis escuchado lo que decía hoy el santo profeta Ezequiel: cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo malvado, mandó delante a uno que pusiese una marca diciéndole: Vete y pon una marca en la frente a quienes gimen y se afligen por lo pecados de mi pueblo que se cometen en medio de ellos13. No dijo que se cometen fuera de ellos, sino en medio de ellos. Pero gimen y se afligen y por ello se les marca en la frente, en la frente del hombre interior, no en la del exterior. Efectivamente, hay una frente en el rostro y otra en la conciencia. Además, a veces, cuando se toca la frente interior, se ruboriza la exterior: o se ruboriza de vergüenza, o palidece de miedo. Luego el hombre tiene una frente interior, en la que fueron marcados aquellos para evitarles el exterminio, pues, aunque no corregían los pecados que se cometían en medio de ellos, se dolían y ese mismo dolor los separaba de los culpables. Estaban separados a los ojos de Dios y mezclados a los de los hombres. Se les marca ocultamente; visiblemente se les evita el daño. A continuación, se envía al exterminador y se le dice: Vete, extermina, no perdones ni a pequeños ni a grandes, ni a varones ni a mujeres; pero no te acerques a quienes tienen la marca en la frente14. ¡Qué gran seguridad se os ha dado, hermanos míos, a vosotros que gemís en este pueblo y os afligís por las maldades que se cometen en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!

7. Para no perpetrar esas maldades, guardaos de toda codicia. Os voy a decir más detenidamente qué significa de toda codicia. Es avaro por lo que respecta a la sensualidad aquel al que no le basta su mujer. Incluso a la idolatría se llamó avaricia15, porque, en lo que toca a la divinidad, es avaro aquel al que no le basta el Dios único y verdadero. Pues ¿qué alma se procura muchos dioses sino la avariciosa? ¿Qué alma se inventa falsos mártires,0sino la avariciosa? Guardaos de toda codicia. He aquí que amas lo tuyo y te jactas de que no vas en pos de lo ajeno. Advierte el mal que haces no escuchando a Cristo que dice: Guardaos de toda codicia. Ve que amas tus bienes, no usurpas los ajenos; son fruto de tu trabajo; los posees con justicia; resultaste ser heredero; te los dio alguien ante quien hiciste méritos. Navegaste, afrontaste peligros, no defraudaste a nadie, no juraste en falso, adquiriste lo que Dios quiso y lo guardas ávidamente, al parecer con buena conciencia porque no lo adquiriste de malas maneras y no apeteces los bienes ajenos. Pero oye cuánto mal puedes obrar a causa de tus bienes, si no escuchas a quien dijo: Guardaos de toda codicia. Suponte, por ejemplo, que llegas a ser juez. Como no buscas lo ajeno, no te dejas corromper. Nadie te da un regalo diciéndote: «Dicta sentencia contra mi enemigo». «De ningún modo». Siendo tú persona que no busca bienes ajenos, ¿cómo puede convencerte de que hagas eso? Pero advierte el mal que puedes cometer en defensa de lo tuyo. Quien te pide que juzgues de forma indebida y dictes sentencia favorable a él y contraria a su enemigo, es quizá un hombre poderoso y con sus calumnias puede hacer que pierdas tus bienes. Contemplas su poder, piensas en él y también en los bienes que guardas y amas; no precisamente en los que poseíste, sino en esos a los que te apegaste indebidamente. Miras la liga que hace que no tengas libres las alas de la virtud y dices en tu interior: «Si ofendo a este hombre, tan poderoso en este momento, inventará males cometidos por mí, y seré desterrado y perderé lo que tengo». Y dictarás sentencia injusta, no porque busques lo ajeno, sino por conservar lo tuyo.

8. Preséntame un hombre que haya escuchado a Cristo, preséntame un hombre que haya escuchado con temor: Guardaos de toda codicia16 y que no me diga: «Yo soy un hombre pobre, plebeyo, mediocre, vulgar, ¿cuándo puedo esperar yo llegar a ser juez? No me preocupa esa tentación cuyo peligro has puesto ante mis ojos». Ve que también digo al pobre lo qué debe temer. Te llama el rico y poderoso para que profieras falso testimonio a favor de él. ¿Qué vas a hacer ahora? Dímelo. Tienes unos buenos ahorros; te has esforzado, los has adquirido y los has conservado. Él te insta: «Profiere falso testimonio a mi favor y te doy tanto y cuanto». Tú, que no buscas lo ajeno, dices: «Lejos de mí tal cosa; no busco lo que Dios no quiso darme, no lo recibo, apártate de mí». «¿No quieres recibir lo que te doy? Te privo de lo que tienes». Ahora pruébate, examínate ahora. ¿A qué me miras? Mira a tu interior, contémplate ahí, examínate ahí. Siéntate al lado de ti mismo, ponte ante ti mismo y extiéndete sobre el potro del precepto de Dios, atorméntate1con el temor y no te halagues. Respóndete a ti mismo. ¿Qué harás si alguien te amenaza de esa forma? «Te quito lo que con tanta fatiga has adquirido, si no profieres falso testimonio a mi favor». Dale este testimonio: Guardaos de toda codicia. «¡Oh siervo mío, a quien he redimido y hecho libre —te dirá el Señor—, a quien, siendo siervo, adopté por herma no, a quien injerté como miembro en mi cuerpo, escúchame: "Que te prive de lo que has adquirido; no te privará de mí"! ¿Guardas tus bienes para no morir? ¿No te he dicho: Guardaos de toda codicia?».

9. Veo que te turbas, que dudas. Tu corazón, como una nave, es azotado por las tempestades. Cristo duerme; despierta al durmiente y no padecerás el embate de la tempestad. Despierta a quien nada quiso tener aquí y tendrás íntegramente a quien llegó por ti hasta la cruz y cuyos huesos contaron17 quienes se burlaban de él cuando, desnudo, pendía del madero, y guárdate de toda codicia. Poco es guardarse de la codicia del dinero; guárdate de la codicia de la vida. ¡Espantosa y temible codicia! A veces el hombre desprecia lo que tiene y dice: —«No proferiré un falso testimonio». —«¿Me dices que no lo vas a proferir? Te quitaré lo que posees». —«Quítame lo que tengo, pero no me privarás de lo que llevo dentro». En efecto, no había quedado empobrecido quien dijo: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Como a Dios le agradó, así se hizo; sea, pues, bendito el nombre del Señor. Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré a la tierra18. Desnudo por fuera, vestido por dentro. Desnudo por fuera de vestidos, de vestidos que se pudren, pero vestido por dentro. ¿Con qué? Vístanse de justicia tus sacerdotes19. Pero, una vez despreciado lo que posees, ¿qué harías si te dijese: «Te daré muerte». Si has escuchado a Cristo, respóndele: «¿Darme muerte? Es preferible que tú des muerte a mi carne a que yo la dé a mi alma con la lengua mentirosa. ¿Qué has de hacerme? Darás muerte a mi carne; mi alma sale en libertad y al fin del mundo recibirá la misma carne que despreció. ¿Qué vas a hacerme, pues? Sin embargo, si profiero un falso testimonio en favor tuyo, con mi misma lengua me doy muerte, pues la boca que miente da muerte al alma»20. Tal vez no digas esto. ¿Por qué? Porque quieres vivir. ¿Quieres vivir más de lo que Dios ha fijado para ti? ¿Es verdad que te guardas de toda codicia? Dios ha querido que vivas hasta el momento en que este hombre se acercó a ti. Quizá te va a dar muerte haciendo de ti un mártir. No tengas codicia de la vida y no tendrás la muerte eterna. ¿No veis que la codicia nos hace pecar en cualquier circunstancia, cuando deseamos más de lo necesario? Guardémonos de toda codicia, si queremos gozar de la sabiduría eterna.