El amigo inoportuno1
1. Hemos oído la exhortación de nuestro Señor, maestro celeste y fidelísimo consejero, que nos invita a pedir y nos da cuando pedimos. Le hemos escuchado en el evangelio exhortándonos a pedir con insistencia y a llamar hasta parecer impertinentes. Pues, a modo de ejemplo, nos propuso esta parábola: Suponed que uno de vosotros tiene un amigo al que de noche pide tres panes porque se le ha presentado en casa otro amigo que viene de viaje, y se halla sin nada que ofrecerle. Suponed que le responde que ya está descansando y con él sus criados y que, por tanto, no debe importunarle con sus ruegos. Si, no obstante, él insiste y persevera en su llamada, y no se retira intimidado por la vergüenza, sino que, forzado por la necesidad, no le deja en paz, el otro se levantará, si no por la amistad, al menos por su importunidad, y le dará cuantos panes quiera2. ¿Cuántos quiso? No más de tres. A esta parábola añadió el Señor una exhortación y, sirviéndose de un ejemplo por contraste, nos impulsó de forma inequívoca a pedir, buscar y llamar hasta recibir lo que pedimos, lo que buscamos y aquello por lo que llamamos. Se trata del ejemplo de un juez que ni temía a Dios ni sentía respeto alguno por los hombres y, sin embargo, ante la insistencia cotidiana de cierta viuda, vencido por el hastío, le dio rezongando lo que no pudo otorgar como favor3. Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo, que con nosotros pide y con el Padre da, ciertamente no nos exhortaría tanto a pedir si no quisiera dar. Avergüéncese la desidia humana: más dispuesto está él a dar que nosotros a recibir; más ganas tiene él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias. Y quede bien claro: si no se nos libera de ellas, permaneceremos siendo miserables. Pues el que nos exhorta, lo hace pensando en nuestro bien.
2. Estemos vigilantes y demos fe a quien nos exhorta; cumplamos con quien promete y alegrémonos con quien nos da. Quizá también a nosotros se nos ha presentado un amigo que venía de viaje y no hallamos qué ofrecerle; padecimos necesidad y recibimos para nosotros y para él. En efecto, es imposible que uno no haya tenido que soportar a un amigo que le pregunta algo a lo cual no puede responder. Cuando se vio en la necesidad de dar, entonces descubrió su carencia. Se te presenta un amigo que llega de un viaje, es decir, de la vida de este mundo, en la que todos pasan como forasteros, y en la que nadie permanece en ella como dueño, sino que a todo hombre se le dice: Has recuperado tus fuerzas, sigue, ponte en camino y deja tu sitio al que viene detrás4. O tal vez llega no sé qué amigo tuyo fatigado de recorrer un camino difícil, es decir, de una vida malvada. Ese amigo no ha hallado la verdad cuya escucha y acogida le haga feliz, sino que, extenuado en medio de toda concupiscencia y carestía del mundo, se llega a ti en cuanto cristiano y te dice: «Dame razones; hazme cristiano». Y quizá te pregunta lo que, debido a la simplicidad de tu fe, ignoras; y no tienes con qué reparar las fuerzas del hambriento y, apercibido por él, descubres tu indigencia. Y por ello, al querer enseñar te ves obligado a aprender, y la confusión en que te pone quien no encontró en ti lo que buscaba, te fuerza a buscar para merecer encontrar.
Pero ¿dónde buscar? ¿Dónde, sino en los libros del Señor? Quizá lo que te preguntó se halla en algún libro, pero está oscuro. Quizá eso lo dijo el Apóstol en alguna de sus cartas. Lo dijo de tal manera que puedes leerlo, pero no entenderlo: no se te permite pasar. Pero quien te pregunta sigue urgiendo; a ti, en cambio, no se te permite preguntar en persona a Pablo, o a Pedro, o a algún profeta. Esta familia descansa ya con su Señor y la ignorancia de este siglo es fuerte —es decir, es medianoche— y el amigo hambriento apremia. Quizá a ti te bastaba una fe sencilla, pero a él no le basta. ¿Por ventura hay que abandonarlo? ¿Hay que arrojarlo, acaso, de casa?
3. Por tanto, llama con tu oración al Señor mismo con quien descansa su familia, pídele, insístele. Él se levantará y te dará, pero no vencido por la importunidad, como el amigo de la parábola. Él quiere darte: tú no has recibido nada porque no has llamado; llama, desea dar. Y difiere darte lo que desea darte para que, al diferírtelo, lo desees más ardientemente, no sea que, otorgándotelo luego, te parezca cosa vil.
Cuando hayas llegado a los tres panes, es decir, al alimento e inteligencia de la Trinidad, tienes ya con qué vivir tú y con qué alimentar al otro. Y no temas al forastero que viene de viaje; al contrario, recíbele y hazle miembro de tu familia5. No temas tampoco que se te acabe el alimento. Ese pan no se termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es pan, y es pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Eterno el Padre, coeterno el Hijo, coeterno el Espíritu Santo. Inmutable el Padre, inmutable el Hijo, inmutable el Espíritu Santo. Creador tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pastor y dador de vida tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Alimento y pan eterno el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. Aprende esto tú y enséñalo. Vive tú de ello y alimenta al otro. Dios, que es quien da, no puede darte cosa mejor que a sí mismo. ¡Avaro! ¿Qué otra cosa buscabas? O si buscas otra cosa, ¿qué te basta a ti a quien Dios no basta?
4. Mas para que pueda serte dulce lo que se te da, es necesario que poseas caridad, que tengas fe, que tengas esperanza. También estas cosas son tres: la fe, la esperanza y la caridad. Son asimismo dones de Dios. Pues la fe la hemos recibido de él: Como Dios —dice el Apóstol— repartió a cada uno la medida de la fe6. También recibimos la esperanza de aquel de quien se dice: En la que me diste la esperanza7. Asimismo, la caridad la recibimos de aquel de quien se dice: La caridad de Dios se difundió en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado8. Estas tres virtudes son un tanto diferentes, pero todas dones de Dios. Pues subsisten estas tres: la fe, la esperanza y la caridad, pero la mayor de ellas es la caridad9. De los panes no se dijo que uno fuera mayor que otro, sino simplemente que se pidieron y se obtuvieron tres panes.
He aquí otra terna. ¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O quién de vosotros al que le pide un pez le da una culebra?10. ¿O al que le pide un huevo le da un escorpión?11. Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial, que está en los cielos, dará cosas buenas a los que se las piden!12. Examinemos, pues, estas tres cosas, por si en ellas estuvieren encerradas las otras tres: la fe, la esperanza y la caridad, la mayor de las cuales es la caridad13. Considera estas tres cosas: el pan, el pez y el huevo, la mayor de las cuales es el pan. Con razón entendemos que, de estas tres cosas, el pan se corresponde con la caridad. Por eso al pan se opuso la piedra, porque la dureza es contraria a la caridad. En el pez entendemos simbolizaba la fe. Me agrada repetir lo que dijo cierta persona santa: «El pez bueno es la fe piadosa». Vive entre las olas sin que le despedacen ni devoren. La fe piadosa vive entre las tentaciones y tempestades de este mundo; el mundo se ensaña, pero ella permanece íntegra. Presta atención solo a la culebra en cuanto opuesta a la fe. Pues, gracias a su fe, fue tomada por esposa aquella a quien se dice en el Cantar de los Cantares: Ven del Líbano, esposa mía, ven y pasa, partiendo de la fe14. Está desposada porque la fe es el inicio de un desposorio, pues el esposo hace una promesa y queda ligado por la fe prometida. El Señor contrapone la serpiente al pez, el diablo a la fe. Por eso dice el Apóstol a esa desposada: Os he desposado con un único varón para presentaros a Cristo cual virgen casta, y: Temo que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así vuestros sentidos se corrompan, alejándoos de la castidad respecto de Cristo15, es decir, que consiste en la fidelidad de Cristo. Que Cristo —dice— habite por la fe en vuestros corazones16. Que el diablo, pues, no corrompa vuestra fe, no devore al pez.
5. Queda la esperanza, que, a mi modo de ver, puede compararse con el huevo. La esperanza, en efecto, todavía no ha llegado a su objeto, y el huevo, aunque es ya algo, no es aún el pollo. Así, pues, los cuadrúpedos paren hijos; las aves, esperanza de hijos. La esperanza, por tanto, nos exhorta a despreciar las cosas presentes y a esperar las futuras, a olvidarnos de lo de atrás y a tender, con el Apóstol, a lo de delante. Pues dice así: Una cosa hago: olvidándome de lo de atrás y extendiéndome hacia lo de delante, en mi intención sigo hasta alcanzar la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús17. Nada hay tan opuesto a la esperanza como el volver la vista atrás, es decir, poner la confianza en cosas huidizas y efímeras. Ha de ponerse en lo que todavía no se nos ha dado, pero que ha de dársenos en algún momento sin que pase jamás. Sin embargo, cuando las tentaciones invaden el mundo, como la lluvia de azufre caída sobre Sodoma, hay que temer la experiencia de la mujer de Lot. Miró atrás y allí donde miró, allí quedó, convertida en sal18 para sazonar a los sabios con su ejemplo. Así habla el apóstol san Pablo de esta esperanza: Pues hemos sido salvados en esperanza. Mas la esperanza que se ve no es esperanza. Pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos19. Pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Aquí tenemos el huevo. Está, sí, el huevo, pero todavía no el pollo. Está envuelto en la cáscara; no se le ve por estar cubierto. Espéresele, por tanto, con paciencia. Désele calor para que brote la vida. Fija tu mirada hacia lo de delante, extiéndete hacia ello, olvídate de lo de atrás, pues lo que se ve es temporal. No poniendo la mirada —dice— en las cosas visibles, sino en las invisibles. Pues las cosas visibles son temporales, mas las invisibles son eternas20. Extiende, pues, tu esperanza hacia lo invisible, espera, aguanta. No mires atrás. Teme al escorpión pensando en tu huevo. Advierte que hiere con la cola que tiene detrás. No destruya, pues, el escorpión tu huevo: no mate este mundo tu esperanza, por así decir, con su veneno, opuesto a ella por el hecho de tenerlo atrás. ¡Cuántas cosas no te dice el mundo! ¡Cuánto no alborota a tu espalda para que mires atrás, es decir, para que pongas tu esperanza en lo presente —en realidad ni siquiera presente, pues no se ha de llamar presente a lo que nunca se detiene—, apartes tu ánimo de lo que Cristo ha prometido, pero aún no ha dado —aunque lo dará porque es fiel—, y pretendas hallar el descanso en un mundo que ha de perecer!
6. Por esto Dios mezcla con amarguras las distintas felicidades terrenas: para que se busque otra felicidad cuya dulzura no es engañosa. En estas amarguras se apoya el mundo para intentar apartarte de tender a lo que tienes delante y hacer que des marcha atrás. Debido a estas amarguras y tribulaciones murmuras y dices: «Ved que nada queda en pie en los tiempos cristianos». ¿A qué vienen esos alborotos? Ni Dios ni Cristo me han prometido que no van a perecer estas cosas. El eterno me prometió cosas eternas; si le creo, de mortal me convertiré en eterno. ¿A qué viene ese alboroto, oh mundo inmundo? ¿A qué tanto ruido? ¿Por qué intentas apartarme de lo eterno? Quieres sujetarme siendo perecedero. ¿Qué no harías si durases para siempre? ¿A quién no engañarías si fueras dulce, si siendo amargo falseas los alimentos? Por tanto, si poseo la esperanza, si la retengo, es que el escorpión no ha picado mi huevo. Bendeciré al Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca21. Sea feliz el mundo o se venga abajo, Bendeciré al Señor que hizo el mundo. Lo bendeciré, sin duda. Me vaya bien según la carne, o me vaya mal, Bendeciré al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Porque si lo bendigo cuando me va bien y blasfemo contra él cuando me va mal, ya recibí el aguijón del escorpión: ya, herido, miré atrás. ¡Lejos de nosotros obrar así! El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; conforme agradó al Señor, así se hizo; bendito sea el nombre del Señor22.
7. Aún sigue en pie la ciudad que nos engendró para la carne. ¡Gracias a Dios! ¡Ojalá sea engendrada también espiritualmente y pase con nosotros a la eternidad! Pero, aunque llegara a perecer la ciudad que nos engendró para la carne, perdura la que nos dio a luz espiritualmente. El Señor edifica Jerusalén23. ¿Acaso perdió lo que había edificado por hallarse dormido o porque dejó entrar al enemigo, al no custodiarlo? Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela24. Pero ¿qué ciudad? No duerme ni dormitará el que guarda a Israel25. ¿Y quién es Israel sino la descendencia de Abrahán? ¿Y cuál es la descendencia de Abrahán sino Cristo? Y a tu descendencia —dice— que es Cristo. ¿A nosotros qué nos dice? Vosotros sois de Cristo, luego sois descendencia de Abrahán, herederos en virtud de la promesa26. Y en tu descendencia —dice— serán benditos todos los pueblos27. La ciudad santa, la ciudad creyente, la ciudad que peregrina en la tierra está fundamentada en el cielo. ¡Oh (ciudad) fiel!, no corrompas la esperanza, no pierdas la caridad; ciñe tus lomos, sube, lleva delante tus lámparas, espera al Señor cuando venga de las bodas28. ¿Por qué te estremeces porque perecen los reinos terrenos? Precisamente para eso se te prometió el reino celestial: para que no perezcas tú junto con ellos. En efecto, que estos reinos han de perecer está predicho sin género de dudas. No podemos negar esa predicción. Tu Señor, a quien esperas, te ha dicho: Se levantará nación contra nación y reino contra reino29. Los reinos terrenos cambian, pero llegará aquel de quien se dijo: Y su reino no tendrá fin30.
Quienes prometieron eternidad a los reinos terrenos no lo hicieron llevados de la verdad, sino que mintieron por adulación. Uno de sus poetas introduce a Júpiter hablando y diciendo a los romanos: «A estos no les pongo término ni espacial ni temporal; les he dado un imperio sin límite». Esta no es, en absoluto, respuesta de la verdad. Este reino sin límite que les has dado, ¡oh tú que nada les has dado!, ¿está en la tierra o en el cielo? Sin duda, en la tierra. Y aunque estuviese en el cielo, El cielo y la tierra pasarán31. Pasarán las cosas que hizo Dios mismo; ¡cuánto más rápidamente lo que fundó Rómulo! Si quisiéramos censurar a Virgilio y denigrarlo por haber dicho tales cosas, quizá nos llevara a un lugar aparte para decirnos: «También yo lo sé, mas, para vender mis palabras a los romanos, ¿qué iba a hacer sino prometerles, con esta adulación, lo que era falso? No obstante, incluso aquí me mostré cauto. Al decir: "Les he dado un imperio sin límite", introduje en escena a su Júpiter, para que lo dijera él. A título personal, no he dicho falsedad alguna, sino que asigné a Júpiter el papel de mentiroso. A un dios falso, un profeta falaz. Pues ¿queréis comprobar que ya sabía yo eso? En otro lugar en que hablé en nombre propio, sin introducir ya hablando a un Júpiter de piedra, dije: "Ni los asuntos de Roma, ni los reinos destinados a perecer". Ved que hablé de reinos que han de perecer. Hablé de reinos que han de perecer, no lo callé». «Han de perecer»: es verdad que no lo calló; «han de pervivir siempre»: lo prometió para adular.
8. No desfallezcamos, pues, hermanos. A todo reino terreno le llegará su fin. Si el momento actual representa el fin, Dios lo sabe. Quizá no ha llegado aún y por cierta flaqueza, o misericordia, o miseria, deseamos que no llegue aún. Pero ¿acaso por esto no ha de llegar? Afianzad la esperanza en Dios, anhelad lo eterno, esperad lo eterno. Sois cristianos; hermanos míos, somos cristianos. No bajó Cristo a la carne para buscar el placer. Más que amar, toleremos las cosas presentes. La ruina que causa la adversidad está a la vista, la caricia que hace la prosperidad es falsa. Teme al mar, aun cuando esté en bonanza. De ningún modo escuchemos en vano las palabras: «Levantemos el corazón». ¿Por qué ponemos el corazón en la tierra, cuando vemos que se derrumba la tierra? No puedo menos de exhortaros a que poseáis argumentos que presentar y aducir en defensa de vuestra fe32 a quienes se mofan y profieren blasfemias contra el nombre cristiano. Que ninguna persona con sus murmuraciones os aparte de la esperanza del futuro. Todos los que blasfeman contra nuestro Cristo apoyándose en las contrariedades presentes son cola de escorpión. Nosotros pongamos nuestro huevo bajo las alas de la gallina evangélica que, a la ciudad falsa y asesina, grita: Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces quise yo reunir a tus hijos como la gallina sus polluelos, pero tú no quisiste!33. ¡Que no tenga que decirnos también a nosotros: Cuántas veces quise yo, pero tú no quisiste! La gallina es la sabiduría divina, pero tomó carne para acomodarse a los polluelos. Ved la gallina con las plumas erizadas, las alas caídas, la voz quebrada y débil, fatigada y lánguida, acomodándose a sus polluelos. Pongamos, pues, nuestro huevo, es decir, nuestra esperanza, bajo las alas de esa gallina.
9. Quizá habéis advertido cómo la gallina mata al escorpión. ¡Ojalá destruya y devore la gallina a esos blasfemos que reptan por tierra, proceden de las cavernas y pican mortalmente! ¡Ojalá los incorpore a su cuerpo y los convierta en huevo! No se irriten; damos la impresión de estar irritados, pero no devolvemos maldición por maldición. Nos maldicen y bendecimos; rogamos por los que nos injurian34. «¡Que deje de hablar ya de Roma! —dicen, refiriéndose a mí—. ¡Oh si callase acerca de Roma!». Como si fuera yo uno que la denigra y no uno que pide al Señor por ella y os exhorta a hacer lo mismo a vosotros, independientemente de quienes seáis. ¡Lejos de mí denigrar a Roma! Aléjelo Dios de mi corazón y de mi apenada conciencia. ¿No hemos tenido allí muchos hermanos?
¿No los tenemos todavía? ¿No mora allí una gran parte de la ciudad peregrina de Jerusalén? ¿No ha sufrido allí calamidades temporales, aunque no ha perdido los bienes eternos? Por tanto, cuando no dejo de hablar sobre ella, ¿qué es lo que digo, sino que es falso lo que atribuyen a nuestro Cristo, que él hizo que pereciera Roma, la Roma que amparaban los dioses de piedra y madera? Añádele valor: de bronce. Añádele un valor superior: de plata y oro. Los dioses de los gentiles son plata y oro35. No habló de piedra, de madera o de barro, sino de lo que los hombres estiman tanto: plata y oro. Con todo, a pesar de ser plata y oro, tienen ojos y no ven36. Los dioses de oro y los de madera son dispares en cuanto al precio, pero idénticos en cuanto al tener ojos y no ver. Advertid a qué guardianes encomendaron la custodia de Roma los hombres doctos: a quienes tienen ojos y no ven. O, si pudieron proteger a Roma, ¿por qué perecieron ellos antes? Replican: —«Roma pereció cuando perecieron ellos». —«Pero perecieron». —«No perecieron ellos mismos, dicen, sino sus imágenes». —«¿Cómo, entonces, iban a custodiar vuestros techos quienes fueron incapaces de proteger sus imágenes?». Alejandría se deshizo de tales dioses hace mucho tiempo. Y Constantinopla, desde que fue fundada como gran ciudad —lo fue por un emperador cristiano— destruyó los falsos dioses de otros tiempos y, sin embargo, creció, sigue creciendo y aún perdura. Mientras Dios lo quiera, sigue en pie. En efecto, decir esto implica que, ni siquiera a esa ciudad, prometo la eternidad. Cartago pervive al amparo del nombre de Cristo, y de ella fue destronada en otro tiempo la diosa Celeste porque no era celeste, sino terrestre.
10. No responde, pues, a la verdad su afirmación de que Roma fue tomada y devastada como consecuencia inmediata de la pérdida de los dioses. No es verdad en absoluto: las estatuas habían sido derribadas con anterioridad y, a pesar de ello, fueron vencidos los godos con su jefe Radagaiso. Recordad, hermanos; recordad y traed a la memoria lo acontecido entonces, pues no está lejos; hace pocos años que aconteció, recordadlo. Derribados todos los ídolos de la ciudad de Roma, llegó Radagaiso, rey de los godos, con un ejército enorme, mucho más grande que el de Alarico. Radagaiso era pagano: sacrificaba diariamente a Júpiter. Por todas partes se proclamaba que él no dejaría de ofrecer sacrificios a los dioses. Entonces todos estos se decían: «Ved que nosotros no les ofrecemos sacrificios y él sí; por fuerza, al ofrecérselos él, nos vencerá a nosotros a quienes no está permitido». Pues bien, para mostrar Dios que ni la salud temporal ni los reinos terrenos dependen de estos sacrificios, con la ayuda del Señor, Radagaiso fue vencido para asombro de todos. Después llegaron otros godos que no ofrecían sacrificios a los dioses, pues eran enemigos de ellos por ser cristianos, aunque no católicos. Vinieron estos, adversarios de los dioses, y conquistaron Roma: vencieron a los que presumían de sus ídolos, quienes buscan sus ídolos perdidos y quienes anhelan ofrecerles sacrificios aun después de haberlos perdido. Pero allí había también hermanos nuestros, y también ellos fueron maltratados, pero sabían decir: Bendeciré al Señor en todo momento37. Fueron maltratados en el reino terreno, pero no perdieron el de los cielos; al contrario, ejercitándose en las tribulaciones, se hicieron más aptos para conquistarlo. Y si en medio de ellas no blasfemaron, salieron del horno como vasos acabados y llenos de la bendición de Dios. En cambio, los que blasfeman, los que buscan y codician bienes terrenos, los que ponen su esperanza en ellos, perdidos estos, quiéranlo o no, ¿qué tendrán? ¿Dónde quedarán? Con nada, ni fuera ni dentro; con el arca vacía y con el corazón más vacío todavía. ¿Dónde encontrarán el descanso? ¿Dónde la salvación y la esperanza? Vengan, pues, con nosotros; dejen de blasfemar, aprendan a adorar: coma la gallina los escorpiones que pican; conviértanse en cuerpo de quien los devora; ejercítense en la tierra, reciban la corona en el cielo.