SERMÓN 101

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El envío a la misión1

1. El texto evangélico que se acaba de leer me invita a investigar y, si soy capaz, a indicar qué significa la mies a propósito de la cual dice el Señor: La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies2. Entonces agregó a los doce discípulos, a quienes llamó apóstoles, otros setenta y dos y los envió a todos, como resulta de sus palabras, a la mies ya sazonada. ¿Cuál era, entonces, la mies? No hallándose la mies en los gentiles donde no se había sembrado, resta solo entender que se encontraba en el pueblo judío. A esta mies vino el dueño de la misma. A esta mies envió a los segadores. A los gentiles, al contrario, no envió segadores, sino sembradores. Nos parece, pues, que la mies fue recogida en el pueblo judío. De ella fueron escogidos los mismos apóstoles. Allí estaba ya madura para la recolección, pues la habían sembrado los profetas. Deleita contemplar la agricultura de Dios, recrearse en sus dones y trabajar en su campo. En él trabajaba, en efecto, quien decía: Yo he trabajado más que todos ellos3. Mas ¿no le daba fuerzas para ello el Señor de la mies? Por esto añadió: Mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo4. Que estaba bien impuesto en el oficio de la agricultura lo demuestra con suficiencia al decir: Yo planté, Apolo regó5. Este apóstol, de Saulo convertido en Pablo6, es decir, de orgulloso en el más pequeño —Saulo, en efecto, deriva de Saúl y Pablo de paulo (poco), por lo que, interpretando en cierto modo su nombre, dice: Pues yo soy el más pequeño de todos los apóstoles7—; así, pues, este Pablo, es decir, este pequeño y mínimo, fue enviado a los gentiles. Él mismo dice que fue enviado en primer lugar a la gentilidad. Él lo escribe, nosotros lo leemos, creemos y predicamos. Él mismo afirma en su carta a los Gálatas que, después de la llamada del Señor Jesús, subió a Jerusalén y cotejó su Evangelio con el de los demás apóstoles, y que se estrecharon las manos en señal de concordia y armonía, porque en nada discrepaba de lo que ellos mismos habían aprendido8. A continuación dice que convinieron mutuamente en ir él a los gentiles y ellos a la circuncisión, él como sembrador y ellos como segadores. Con razón también los atenienses, aunque sin saberlo, indicaron su nombre, pues, oyéndole hablar, dijeron: ¿Quién es este sembrador de palabras?9.

2. Presta atención, pues. Gozaos contemplando conmigo en el campo de Dios dos tipos de mies: una ya recolectada y la otra aún por recolectar. La ya recolectada en el pueblo judío, y la aún por recolectar, en el gentil. Voy a probarlo. ¿Y cómo, sino con la Escritura del dueño de la mies? Ved que aquí, en el presente pasaje, se dijo: La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a la mies10. Y puesto que al recolectarla se encontrarían con judíos que iban a llevarles la contraria y a perseguirlos, añadió: Ved que os envío como corderos en medio de lobos11. Acerca de esta mies voy a mostraros algo más evidente. Según el evangelio de Juan, junto al pozo donde se sentó el Señor fatigado, tuvieron lugar grandes misterios, pero la escasez de tiempo impide comentarlos debidamente en su totalidad. No obstante, escuchad con atención lo que admite el tiempo. Me propuse mostrar la mies presente en el pueblo en que predicaron los profetas. En efecto, ellos fueron los sembradores que posibilitaron que los apóstoles fueran los recolectores. Conversando una samaritana con el Señor, al decirle él, entre otras cosas, cómo debía adorar a Dios, ella contestó: Sabemos que ha de venir el Mesías llamado Cristo y que él nos enseñará todas las cosas12. Alo cual repuso el Señor: Soy yo que estoy hablando contigo13. Da fe a lo que oyes, a lo que ves. Soy yo que estoy hablando contigo. Mas ¿qué le había dicho ella? Sabemos que ha de venir el Mesías que anunciaron Moisés y los profetas, llamado Cristo. Ya estaba, pues, granada la mies. Con vistas a que germinase, había acogido la siembra de Moisés y los profetas y, ya madura, esperaba a los apóstoles para la siega. Tan pronto como oyó tales palabras, creyó y, dejando el cántaro, corrió rápidamente y comenzó a anunciar al Señor. Los discípulos se habían ido todos a comprar alimentos. Al regreso, encontraron al Señor hablando con una samaritana, se extrañaron, pero no se atrevieron a decirle: ¿Qué o por qué hablas con ella?14. Retuvieron para sí la extrañeza, reprimieron la osadía de su corazón. No era novedad el nombre de Cristo para esta samaritana; ya esperaba su venida; ya había creído que había de venir. ¿Cómo habría creído, si nadie hubiera sembrado? Oíd esto mismo con palabras más claras. Dice el Señor a sus discípulos: Decís que aún está lejos el verano. Alzad vuestros ojos y ved los campos blancos para la siega15. Y añadió: Otros trabajaron y vosotros habéis accedido al fruto de sus fatigas16. Se fatigaron Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés, profetas ellos. Se fatigaron sembrando. A la llegada del Señor la mies estaba madura. Enviados los segadores con la hoz del Evangelio, acarrearon los haces a la era del Señor, en la que Esteban había de ser trillado.

3. De aquí recibió Pablo la semilla. Es enviado a la gentilidad y no lo calla al valorar la gracia recibida principal y especialmente para esta función. En sus escritos proclama que fue enviado a predicar el Evangelio allí donde Cristo no había sido anunciado17. Pero, como aquella otra siega ya tuvo lugar y todos los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el Señor mismo —él estuvo, en efecto, en los apóstoles, pues también él cosechó; nada hicieron ellos sin él; él sin ellos es perfecto, y a ellos les dice: Sin mí nada podéis hacer18. ¿Qué dice Cristo, sembrando ya entre los gentiles? Ved que salió el sembrador a sembrar19. Allí se envían segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso. En efecto, ¿en qué le afectó a él el que parte de la semilla cayera en el camino, parte en terreno pedregoso, parte entre zarzas? Si hubiera temido a esos terrenos improductivos, no hubiera llegado hasta la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de los judíos, de la paja? Volvamos los ojos a nosotros mismos; que la semilla no caiga en el camino, en terreno pedregoso, entre zarzas, sino tierra buena —¡oh Dios!, mi corazón está dispuesto20para dar el treinta, el sesenta, el ciento por uno. Sea más, sea menos, siempre es trigo. Que el corazón no sea camino donde el enemigo, cual ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes; ni pedregal donde la escasez de la tierra haga germinar pronto lo que luego no pueda soportar el calor del sol; ni zarzas, que son las ambiciones terrenas, las preocupaciones de una vida viciosa. ¿Pues qué hay peor que la preocupación por la vida que impide llegar a la vida? ¿Hay algo más miserable que perder la vida por preocuparse de ella? ¿Hay algo más desdichado que, por temor a la muerte, caer en la misma muerte? Extírpense las zarzas, prepárese el campo, acojan la semilla, llegue la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero, desaparezca el temor al fuego.

4. Quienquiera que sea yo, el obrero que el Señor puso en su campo, a mí me corresponde deciros estas cosas: sembrar, plantar, regar, cavar alrededor de algunos árboles y echarles algún cesto de abono21. Me toca a mí hacerlo con fe y a vosotros acogerlo con la misma fe; al Señor toca ayudarme a mí a trabajar, a vosotros a creer y a todos a esforzarnos, pero venciendo en él al mundo. He dicho, pues, lo que os toca a vosotros; ahora quiero decir lo que me incumbe a mí. Después de estas palabras, tal vez a alguno de vosotros parezca superfluo que yo quiera decir algo y en su interior piense: «¡Oh, si nos dejase ya marchar! Ya dijo lo que a nosotros nos concierne, lo que a él toca, ¿qué nos importa?». Por nuestra recíproca y mutua caridad, juzgo que es mejor que nos pertenezcamos. En cierto modo, vosotros pertenecéis a una única familia, Yo soy el administrador de esa misma familia. Todos pertenecemos a un único Señor. Lo que doy no lo doy de mi propia cosecha, sino de la despensa de aquel de quien también yo recibo. Porque si diere de lo mío, daría mentira, pues quien habla mentira habla de lo suyo. Por tanto, debéis oír también lo que atañe a los administradores, ya sea para congratularos con nosotros, si nos encontráis siendo tales, ya sea para instruiros también a este respecto. En efecto, ¿cuántos de los presentes en esta comunidad serán administradores en el futuro? También nosotros estuvimos donde ahora estáis vosotros. Nosotros, a los que veis repartir el alimento a los consiervos desde este lugar más elevado, pocos años ha, recibíamos el alimento con los consiervos en un lugar inferior22. Hablo como obispo a laicos; pero ¿cómo saber a cuántos futuros obispos estoy hablando?

5. Veamos, pues, cómo entiendo yo mismo lo que el Señor ordenó a quienes enviaba a predicar el Evangelio y a cosechar la mies ya sazonada. Veámoslo. No llevéis —dice— ni bolsa, ni alforja, ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En cualquier casa a la que entréis, decid: «Paz a esta casa»; y si en ella lo hay, volverá a vosotros23. Aunque con brevedad, repasemos todo punto por punto. No llevéis —dice— bolsa alguna. ¿Qué hago yo? Cuando voy de viaje, llevo algún dinero —lo confieso—; llevo lo imprescindible para el camino. Ni alforja. Cabe que no la lleve. Ni sandalias. ¿De qué se trata? ¿Me mandó caminar con los pies desnudos? Que camino calzado lo veis también vosotros, pues no profiero palabras y escondo los pies: ante vuestros ojos camino calzado. Más aún, si alguien me saludara en el camino y no le devolviera el saludo, se me juzgaría un orgulloso. La andanada soltada contra mí revertiría sobre el Señor. Saludo, pues, a las personas que encuentro por el camino. Lo otro, decir Paz a esta casa cuando entramos en alguna, es ya fácil. Pero ¡cómo nos angustia lo referente a la bolsa y a las sandalias! Dirijamos nuestra mirada al Señor por si nos consuela y concede la comprensión de esas palabras. En efecto, incluso lo que sigue a lo que afirmé que era sencillo, esto es, decir Paz a esta casa al entrar a ella, más fácil que lo cual nada hay, si lo tomamos en sentido literal, también ahí se nos presenta un peligro. ¿Qué ordena? Decid: Paz a esta casa. Nada más sencillo. Pero ¿cómo sigue? Si hubiera en ella un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no lo hay, volverá a vosotros. ¿De qué se trata? ¿Cómo vuelve a mí la paz? ¿La tendré si vuelve; pero, si descansa sobre él, la he perdido? ¡Lejos de una mente sana tal idea! Por consiguiente, ni el primer texto se ha de tomar en sentido literal y, por ello mismo, quizá ni la bolsa, ni las sandalias, ni la alforja, ni, sobre todo, lo de no saludar a nadie por el camino, algo que si lo tomamos como suena, sin dar una explicación, parece que se nos manda ser orgullosos.

6. Centremos nuestra atención en el Señor, nuestro ejemplo y ayuda verdadera4. Probemos que es nuestra ayuda: Sin mí nada podéis hacer24. Probemos que es nuestro ejemplo: Cristo padeció por nosotros —dice Pedro— dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas25. Hasta el Señor mismo llevó bolsa para el camino, bolsa que había confiado a Judas. Aunque era ladrón, lo aguantaba a su lado26. Pero yo, con perdón de mi Señor, deseando aprender, le digo: «Tú, Señor, soportabas al ladrón Judas, ¿cómo es que tenías algo que se te pudiese quitar? A mí, hombre miserable y sin fuerzas, me amonestaste a no llevar bolsa siquiera. Tú la llevaste y fue en ella donde tuviste que soportar al ladrón. Si no la hubieses llevado no hubiese él hallado qué quitarte». ¿Qué queda sino que me diga: «Entiende lo que oyes: No llevéis bolsa»?27. ¿Qué significa la bolsa? El dinero metido en ella es la sabiduría oculta. ¿Qué significa no llevéis bolsa? No seáis sabios para vosotros solos. Recibe el Espíritu: en ti debe haber una fuente, nunca un depósito; algo de donde dar, no algo donde meter. La alforja es lo mismo que la bolsa.

7. ¿Y qué son las sandalias? ¿Qué son las sandalias de que nos servimos? Son cueros de animales muertos; cueros de animales muertos con los que protegemos los pies. Nos cubrimos los pies con cueros de animales muertos. ¿Qué se nos manda, entonces? Renunciar a las obras de muerte. A esto exhorta el Señor de forma figurada a Moisés cuando, al acercarse a su gloria, le dice: Descálzate, pues el lugar en que estás es tierra sagrada28. ¿Hay tierra más santa que la Iglesia de Dios? Así, pues, manteniéndonos firmes en ella, descalcémonos, renunciemos a las obras de muerte. Respecto a las sandalias que llevamos para caminar, mi Señor mismo me consuela. Si no hubiese ido calzado, no hubiese dicho de él el Bautista: No soy digno de desatar la correa de sus sandalias29. Por tanto, esté vigilante una obediencia inteligente; no se infiltre una rigidez orgullosa. «Yo —dirá alguno— cumplo el Evangelio, pues camino descalzo». «Tú puedes, yo no». Conservemos lo que juntos hemos recibido; que el amor nos haga arder: amémonos unos a otros. Y así sucederá que yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad.

8. Ahora bien, ¿qué te parece a ti que, al no querer entender en qué sentido se dijeron estas palabras, te ves obligado a acusar al Señor de haber llevado bolsa y sandalias? ¿Qué te parece? ¿Te agrada que, yendo de camino, al encontrarnos con alguno de nuestros seres queridos, no saludemos a los mayores que nosotros, ni devolvamos el saludo a los menores? ¿Acaso cumples el Evangelio porque, cuando te saludan, te quedas callado? Pero, en caso de obrar así, te asemejarías no al caminante que va de viaje, sino a la piedra miliaria que señala el camino. Depongamos, pues, nuestra estupidez, entendamos las palabras del Señor y no saludemos a nadie yendo de camino. Pues no sin motivo se nos manda eso, a no ser que no quisiese que hiciésemos lo que mandaba. ¿Qué significa, entonces, no saludéis a nadie en el camino?30. Ciertamente puede entenderse también de esta forma sencilla: ordenó que hagamos con presteza, y por ello se expresó así: No saludéis a nadie en el camino, como diciendo: «dejad de lado todo lo demás hasta que hayáis hecho todo lo mandado». Un modo de hablar usual mediante el cual se suele exagerar lo dicho. Mas no vayamos demasiado lejos. Poco después, en el mismo discurso, dice el Señor: Y tú, Cafarnaún, que te has encumbrado hasta el cielo, hasta el infierno te hundirás31. ¿Qué significa: te has encumbrado hasta el cielo? ¿Acaso las murallas de dicha ciudad tocaron las nubes, llegaron hasta los astros? Pero ¿qué significa: te has encumbrado hasta el cielo? Te crees demasiado feliz, demasiado poderosa; eres demasiado orgullosa. Del mismo modo, por tanto, que con intención de exagerar se dijo Te encumbras hasta el cielo a la ciudad que ciertamente no se elevaba o se encumbraba hasta el cielo, así se dijo aquello otro para encarecer la presteza: Corred así, obrad así lo que os he ordenado, de modo que ni la más mínima cosa retarde vuestra labor, sino que, desentendiéndoos de todo lo demás, os apresuréis a llegar al fin propuesto32.

9. Pero existe otro sentido que ahora ocupa más mi mente. No oculto que advierto que me atañe más a mí y a todos nosotros, los dispensadores, pero también os atañe a vosotros, los oyentes. Quien saluda desea salud. De hecho, también los antiguos comenzaban escribiendo sus cartas de este modo: «Fulano saluda a mengano». Saludo recibe su nombre de salud. ¿Qué significa, pues, no saludéis a nadie en el camino?33. Quienes saludan en el camino lo hacen ocasionalmente. Ya veo que habéis entendido inmediatamente; mas no por eso debo concluir ya la exposición, pues no todos han sido tan rápidos en entender. Al verlos hablar, he reconocido a los que han entendido, pero, por su silencio, reconozco a los más que aún requieren explicación. Pero, dado que hablamos del camino, comportémonos como si fuéramos de camino: los más rápidos, esperad a los más lentos y caminad todos a la par. ¿Qué he dicho, pues? Quien saluda en el camino saluda ocasionalmente, pues no se dirigía hacia el que de hecho saluda. Traía una cosa entre manos, pero le salió al paso otra. Se dirigía a hacer una cosa y se le cruzó otro quehacer. ¿Qué es, por tanto, saludar ocasionalmente? Anunciar la salud5 por oportunismo. Pero ¿qué otra cosa es anunciar la salud, sino predicar el Evangelio? Luego si lo predicas, hazlo por amor, no por oportunismo. Hay, en efecto, hombres que anuncian el Evangelio buscando otra cosa. De ellos dice el Apóstol lamentándose: Todos buscan su propio interés, no el de Jesucristo34. También estos saludaban, es decir, anunciaban la salud, predicaban el Evangelio, pero buscaban otra cosa, y a eso se llama saludar por oportunismo. ¿Y qué significa esto? Si eres uno de esos, seas quien seas, actúas de esa manera; más aún —no lo haces siendo uno de esos, sino tal vez otro de ellos—, si eres uno de esos tú que lo haces, no lo haces tú, sino que otro lo hace sirviéndose de ti.

10. En efecto, también a esos los aceptó el Apóstol; pero no les ordenó que fuesen así. También ellos hacen algo y se obtiene provecho de ellos. Buscan otra cosa, pero anuncian a Cristo. No te preocupes de lo que busca el predicador; quédate con lo que anuncia. No mires, ni te interese lo que él pretende. Escucha la salud de su boca, quédate con la salud aunque venga de sus labios. No te constituyas en juez de su corazón. Pero adviertes que él va tras otra cosa; ¿a ti que te importa? Escucha la salud. —«Haced lo que dicen»35. Te dio seguridad. —«¿Y qué es eso?». —«Haced lo que dicen». —«Pero obran mal». —«No hagáis lo que hacen»36. Obran bien, es decir, no saludan en el camino, no anuncian el Evangelio por oportunismo: Imitadlos como también ellos imitan a Cristo. Quien te predica es bueno: toma la uva de la misma vid. Quien te predica es malo: coge la uva, aunque penda del seto espinoso. El racimo ha crecido entre las zarzas, pero no ha nacido de ellas, aunque el sarmiento esté enredado en ellas. Por tanto, cuando lo ves así, si tienes hambre, cógelo con cuidado, no sea que al meter la mano para coger el racimo te pinchen las espinas. Esto es lo que te digo: oye así lo que es bueno, para no imitar las malas costumbres. Predique por oportunismo, salude en el camino; él será el perjudicado por no haber prestado oídos al precepto de Cristo: No saludéis a nadie en el camino37. Nada te dañará a ti el oír la salud, ya sea de un transeúnte, ya de quien viene a ello expresamente; lo importante es que la posees. Oye al Apóstol que, como te lo había prometido, acepta lo dicho: ¿Qué importa, con tal que se anuncie a Cristo, ya por oportunismo, ya por la verdad? También esto me causa gozo y me lo seguirá causando. Pues sé que redundará en beneficio de mi salvación, gracias a vuestra oración38.

11. Así, pues, tales apóstoles de Cristo, tales predicadores del Evangelio, los que no saludan en el camino, es decir, los que no buscan otra cosa39, sino que anuncian el Evangelio movidos por el doble amor, vengan a la casa y digan: Paz a esta casa40. Estos no lo dicen solo de boca; vierten aquello de que están llenos. Predican y poseen la paz. No son de los que se dijo: Paz, paz, y no hay paz41. ¿Qué significa: Paz, paz, y no hay paz? La predican, pero no la poseen; la alaban, pero no la aman; dicen, pero no hacen42. Con todo, tú recibe la paz, ya anuncien a Cristo por oportunismo, ya por servir a la verdad. Por tanto, cuando quien está lleno de paz saluda diciendo: Paz a esta casa, si hay en ella algún hijo de la paz, descansará sobre él su paz; si, al contrario, no se halla allí un hijo de la paz, nada perdió quien saludó: Volverá —dice— a vosotros43. Vuelve a ti la paz que no se apartó de ti. Pues esto es lo que quiso decir: «A ti te aprovecha el haberla anunciado; al que no la acogió, de nada le sirvió. No porque él quedó vacío perdiste tú la recompensa. A ti se te paga según tu buena voluntad; se te paga según el amor que pusiste. Te paga quien te dio seguridad por la voz del ángel: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad44.