La renuncia1
1. Escuchad lo que Dios me conceda deciros sobre este pasaje del Evangelio. Se ha leído que el Señor Jesús actuó de modo diferente al rechazar a uno que se ofreció a seguirlo; al emplazar a seguirle a otro que no se atrevía; al censurar a un tercero que daba largas. En cuanto a lo que dijo uno: Señor, te seguiré adondequiera que vayas2, ¿qué hay tan disponible, tan decidido, tan presto y más apto para un bien tan excelente como es seguir al Señor a dondequiera que vaya?¿Te extrañas hoy? ¿Qué significa el que un hombre tan dispuesto haya desagradado al Maestro bueno, nuestro Señor Jesucristo, que invita a ser discípulos suyos, a los que dar el reino de los cielos?3. Pero como se trataba de un maestro que preveía el futuro, entendemos, hermanos, que, si este hombre hubiera seguido a Cristo, hubiera buscado su propio interés y no el de Jesucristo4. Pues el mismo Señor dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos5. Y este era uno de ellos, y no se conocía a sí mismo como el médico lo veía. Porque si ya tenía en mente fingir, si ya se conocía como doble y falaz, no sabía a quién hablaba. Pues es de él de quien dice el evangelista: No necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues sabía lo que había en el hombre6. ¿Qué le respondió, entonces? Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza7. Pero, ¿dónde no lo tiene? En tu fe. Efectivamente, las zorras tienen madrigueras en tu corazón: eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en tu corazón: eres orgulloso. Siendo doble y orgulloso, no me seguirás. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?
2. Pero a otro que está siempre callado y que nada dice, nada promete, le dijo: Sígueme8. Cuanto era el mal que veía en el otro, tanto era el bien que veía en este. Al que no quiere le dices: Sígueme. Advierte que tienes un hombre dispuesto: Te seguiré adondequiera que vayas9, ¿y dices Sígueme a quien no quiere seguirte? «A este —afirma— le excluyo porque veo en él madrigueras, veo en él nidos». Pero ¿por qué molestas a este que invitas y se excusa? Mira que le obligas y no viene, le exhortas y no te sigue. Pues ¿qué dice? Iré primero a enterrar a mi padre10. Manifestaba al Señor la fe de su corazón, pero el afecto filial le llevaba a diferir el seguirlo. Pero, cuando nuestro Señor Jesucristo destina a los hombres al servicio del Evangelio, no quiere que se interponga excusa alguna amparada en un afecto carnal y temporal. Ciertamente la ley ordena este afecto filial, y el Señor mismo acusó a los judíos de anular ese mandato divino11. También el apóstol Pablo lo puso en su carta, y dijo: Este es el primer mandamiento que acarrea una promesa. ¿Cuál? Honra a tu padre y a tu madre12. No hay duda de que lo mandó Dios13. Este joven quería, pues, obedecer a Dios y dar sepultura a su padre. Pero hay lugares, circunstancias y cosas que tienen que ponerse al servicio de esta cosa, esta circunstancia, este lugar. Hay que honrar al padre, pero hay que obedecer a Dios; hay que amar al progenitor, pero hay que anteponer al Creador. Yo —dice Jesús— te llamo al servicio del Evangelio; tengo necesidad de ti para otra tarea mayor que la que tú quieres realizar. Deja que los muertos entierren a sus muertos14. Tu padre ha muerto: hay otros muertos para que den sepultura a los muertos. ¿Quiénes son los muertos que sepultan a los muertos? ¿Puede ser enterrado un muerto por otros muertos? ¿Cómo lo amortajan si están muertos? ¿Cómo conducen el cadáver, si están muertos? ¿Cómo le lloran si están muertos? No solo lo amortajan, también conducen su cadáver, lo lloran, están muertos: porque carecen de fe. Nos ha enseñado lo que está escrito en el Cantar de los Cantares, al decir la Iglesia: Ordenad en mí el amor15. ¿Qué significa Ordenad en mí el amor? Estableced un orden y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo que va delante a lo que va detrás. Amad a los padres, pero anteponedles a Dios. Fíjate en la madre de los Macabeos: Hijos —dice—, no sé cómo aparecisteis en mi seno. Pude concebiros y daros a luz; formaros no pude. Luego escuchadle a él, anteponedle a mí, no os importe el que me quede sin vosotros16. Se lo indicó, la obedecieron. Lo que la madre enseñó a los hijos, eso enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel al que decía: Sígueme.
3. Ahora entró en escena otro discípulo, al que nadie le dijo nada: Te seguiré, Señor —dice él—, pero antes voy a comunicárselo a los de casa17. En mi opinión, el sentido de las palabras es el siguiente: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele acontecer, me busquen». Pero el Señor le replicó: Nadie que pone las manos en el arado y vuelve la vista atrás es apto para el reino de los cielos18. Te llama el Oriente4 y tú miras al poniente.
Esto es lo que aprendemos en este pasaje: que el Señor eligió a los que quiso. Como dice el Apóstol, los eligió según su gracia y conforme a la justicia de ellos. Las palabras del Apóstol son estas: Atended, pues, a lo que dice Elías: Señor, han matado a tus profetas, han destruido tus altares y he quedado yo solo y buscan mi vida19. Pero ¿qué respondió el oráculo divino? Me he reservado siete mil hombres que no doblaron su rodilla ante Baal20. Piensas que eres el único siervo que trabajas bien; pero hay más, y no pocos, que me temen, pues tengo allí siete mil.Y añadió el Apóstol: Así acontece también en este tiempo21. En efecto, algunos judíos creyeron, pero muchos fueron reprobados, igual que el que tenía en su corazón madrigueras de raposas22. Así, pues —dice—, también en este tiempo el resto se salvó por elección gratuita23, es decir, es el mismo Cristo el de entonces y el de ahora, el que también entonces dijo a Elías: Me he reservado. ¿Qué significa me he reservado? Yo los elegí porque vi que sus pensamientos ponían su confianza en mí, no en sí mismos ni en Baal. No han cambiado: son como yo los hice. Y tú que hablas, ¿dónde te hallarías si no tuvieses tu confianza puesta en mí? Si no estuvieses lleno de mi gracia, ¿no doblarías también tu rodilla ante Baal? Mas estás lleno de mi gracia, porque no confiaste en tu propia virtud, sino por entero en mi gracia. No te gloríes, pues, de ello, juzgando que en tu servicio eres el único siervo. Los hay elegidos por mí, como tú; también ellos presumen de mí. Así dice el Apóstol: También ahora se salvó el resto por elección gratuita.
4. Guárdate, ¡oh cristiano!, guárdate del orgullo. Aunque imites a los santos, atribúyelo siempre todo a la gracia, porque el que haya un resto lo hizo la gracia de Dios para contigo, no tu propio mérito. Acordándose de ese resto había dicho el profeta Isaías: Si el Señor Sabaot no nos hubiese dejado una descendencia, hubiéramos venido a ser como Sodoma y nos hubiéramos asemejado a Gomorra24. Y así dice el Apóstol: Por tanto, también en este tiempo se salvó un resto por elección gratuita; y si es por gracia, ya no es por las obras, es decir, no te vanaglories ya de ningún mérito tuyo, pues de otro modo la gracia ya no es gracia25. Pues, si pones tu confianza en tus obras, entonces se te da la recompensa, no se te otorga una gracia. Ahora bien, si es gracia, se da gratuitamente. Pero es el momento de preguntarte: —«¿Crees, ¡oh pecador!, a Cristo?». —«Le creo, dices». —«¿Qué crees? —«Que por él se te pueden perdonar gratuitamente todos los pecados». —«Posees lo que has creído». ¡Oh gracia, otorgada gratuitamente! Y tú, ¡oh justo!, ¿por qué crees que sin Dios puedes mantener la justicia? El ser justo, atribúyelo enteramente a su amor paterno, y el ser pecador ponlo en la cuenta de tu maldad. Acúsate a ti mismo, y él te indultará. Pues todo delito, toda acción nociva o pecado se debe a nuestra negligencia, y toda virtud y santidad, a la divina clemencia. Vueltos al Señor...