SERMÓN 97

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El último día1

1. Habéis oído, hermanos, la Escritura que nos exhorta e invita a estar en vela con vistas al último día2. Que cada cual piense en el suyo particular, no sea que opinando o juzgando que está lejano el día del fin del mundo, os durmáis respecto al vuestro. Habéis oído lo que dijo a propósito de aquel: que lo desconocen tanto los ángeles como el Hijo y solo lo conoce el Padre3. Esto plantea un problema grande: que, pensando según la carne4, juzguemos que hay algo que conoce el Padre y desconoce el Hijo. Con toda certeza, cuando dijo «lo conoce el Padre», lo dijo porque también el Hijo lo conoce, aunque en el Padre. Pues ¿qué hay en el día que no haya sido hecho en la Palabra que hizo el día? «Que nadie —dice— busque el último día, es decir, cuándo ha de llegar». Pero estemos todos en vela mediante una vida santa para que nuestro último día particular no nos coja desprevenidos, y como cada uno haya salido de aquí en su último día, así sea hallado en el último del mundo. Nada que no hayas hecho aquí te ayudará entonces. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno.

2. Pero ¿cómo hemos cantado al Señor en el salmo? Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre5. Llama «hombre» a quien vive según el hombre. A quienes viven según Dios se les dice: Dioses sois, y todos hijos del Altísimo6. En cambio, a los réprobos, los que, llamados a ser hijos de Dios, quisieron ser más bien hombres, es decir, vivir a lo humano, se les dice: Sin embargo, vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes7. En efecto, el hecho de ser mortal debe ser para el hombre motivo de instrucción, no de jactancia. ¿De qué presume el gusano que va a morir al día siguiente? A Vuestra Caridad lo digo, hermanos: los mortales orgullosos deben enrojecer frente al diablo. Pues él, aunque orgulloso, es inmortal; aunque maligno, es un espíritu. El día del castigo definitivo se le reserva para el final. Con todo, él no sufre la muerte que sufrimos nosotros. El hombre escuchó: Morirás de muerte8. Haga buen uso de su castigo. ¿Que he querido decir con eso? No convierta en motivo de orgullo lo que le procuró el castigo; reconózcase mortal y deje de ensalzarse. Escuche que se le dice: ¿De qué se ensoberbece la tierra y la ceniza?9. Si el diablo se ensoberbece, al menos no es tierra ni ceniza. Por eso se dijo: Vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes. No prestáis atención ni siquiera al hecho de ser mortales y sois orgullosos como el diablo. Por tanto, hermanos, haga uso el hombre de su castigo; haga buen uso de su mal para progresar en beneficio propio. ¿Quién ignora que es un castigo tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? El castigo es cierto, pero incierta la hora; y, de cuanto concierne a los asuntos humanos, solo de este castigo tenemos certeza.

3. Todo lo demás referente a nosotros, sea bueno o malo, es incierto. Solo la muerte es cierta. ¿Qué estoy diciendo? Un niño ha sido concebido: tal vez nazca, tal vez sea abortado. Esa es la realidad; algo incierto. Quizá crezca, quizá no; quizá envejezca, quizá no; quizá sea rico, quizá pobre; quizá alcance honores, quizá sufra la humillación; quizá tenga hijos, quizá no; quizá se case, quizá no. Lo mismo respecto de cualquier otro bien que saques a colación. Contempla también los males: quizá enferme, quizá no; quizá le muerda una serpiente, quizá no; quizá lo devore una fiera, quizá no. Pasa revista a todos los males. Siempre estará presente el «quizá sí, quizá no». ¿Acaso puedes decir: «Quizá morirá, quizá no»? ¿Por qué los médicos, tras haber examinado la enfermedad y haber visto que es mortal, dicen: «Morirá; no escapa de la muerte»? Ya desde el momento del nacimiento del hombre hay que decir: «No escapa de la muerte». Cuando nació comenzó a enfermar; cuando haya muerto, ciertamente pone término a su enfermedad, pero ignora si va a parar en algo peor. Había acabado aquel rico con su enfermedad agradable, pero llegó a otra desagradable; el pobre, en cambio, puso fin a su enfermedad y llegó a la salud10. Pero eligió aquí lo que iba a tener después; lo que allí cosechó, aquí lo sembró. Por tanto, mientras dura nuestra vida, debemos estar en vela y elegir qué tener en el futuro.

4. No amemos el mundo11; él oprime a sus amantes, no los conduce al bien. Más que temer su derrumbe, hemos de dirigir nuestro esfuerzo a que no nos cautive. Ved que el mundo se viene abajo; el cristiano se mantiene en pie porque no cae Cristo. En efecto, ¿por qué dice el Señor mismo: Alegraos porque yo he vencido al mundo?12. Respondámosle, si os parece bien: «Alégrate tú. Si tú venciste, alégrate tú. ¿Por qué hemos de alegrarnos nosotros?». ¿Por qué nos dice «alegraos», sino porque él venció y luchó por nosotros?13. ¿Dónde luchó? En el hombre que asumió. Deja de lado su nacimiento virginal14, su anonadamiento al recibir la forma de siervo y hacerse a semejanza de los hombres siendo en el porte como un hombre15; deja de lado esto: ¿dónde está lalucha? ¿Dónde el combate? ¿Dónde la tentación? ¿Dónde lavictoria, a la que no precedió lucha? En el principio existía la Palabra y la Palabra existía junto a Dios y la Palabra era Dios. La Palabra existía al principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella nada se hizo16. ¿Acaso era capaz el judío de crucificar a esta Palabra? ¿La hubiese insultado el impío? ¿Acaso habrían abofeteado a esta Palabra? ¿O la habrían coronado de espinas? Para sufrir todo esto, la Palabra se hizo carne17; y, tras haber sufrido estas cosas, venció en la resurrección. Venció, pues, para nosotros, a quienes mostró la certeza de la resurrección. Dices, pues, a Dios: Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre18. No te pisotees a ti mismo y no te vencerá el hombre. Suponte que un hombre poderoso te infunde pánico. ¿Con qué? «Te despojo, te condeno, te retuerzo el pescuezo, te mato». Y tú gritas: Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. Si dices la verdad, pones la mirada en ti mismo. Te pisa por estar ya muerto al temer las amenazas de un hombre; y, puesto que no temerías si no fueras hombre, te pisa un hombre. ¿Cuál es el remedio? Adhiérete, ¡oh hombre!, a Dios, que hizo al hombre; adhiérete a él19; pon en él tu confianza, invócale, sea él tu fuerza20. Dile: En ti, Señor, está mi fuerza21. Y, lejos ya de las amenazas de los hombres, cantarás. ¿Qué? El salmo mismo te indica lo que has de cantar después: Esperaré en el Señor; no temeré lo que me haga el hombre22.