El martirio de san Juan Bautista1
1. Hermanos amadísimos, tomando pie del presente pasaje del santo evangelio que el Señor quiso mostrarnos, la Iglesia no duda de que Juan es un mártir. Incluso mereció el martirio antes de la pasión del Señor; antes nació y antes padeció, pero no como autor de la salvación, sino como precursor del juez. Precedía, en efecto, al Señor, asumiendo personalmente el hecho como un humilde obsequio, concediendo mayor dignidad al maestro celeste. ¿En qué me apoyo para decir que Juan fue mártir? ¿Acaso le apresaron los perseguidores de los cristianos, le llevaron ante el tribunal, le sometieron a un interrogatorio? ¿Acaso confesó a Cristo y padeció por ello? Pues estas cosas posibilitan que, después de la pasión de Cristo, se llame mártires a otros. ¿De dónde le viene, pues, a él el título de mártir? ¿De haber sido degollado?2. No es la pena, sino la causa, lo que hace un mártir. ¿De haber ofendido a una mujer poderosa? ¿Cómo la ofendió? ¿A propósito de qué? Por decir la verdad al rey convertido en marido de ella, es decir, que no le era lícito tener la mujer de su hermano3. La verdad se ganó el odio y, habiéndolo conquistado, llegó a la pasión y a la corona. Son estos frutos del mundo futuro. Por último, danza la lujuria y se condena a la inocencia; la condenan los hombres, pero la corona Dios omnipotente.
2. Por tanto, que nadie diga: «No puedo ser mártir porque no se persigue a los cristianos». Acabas de escuchar que Juan sufrió el martirio; y, si consideras conforme a la verdad, murió por Cristo. «¿Cómo —dices— murió por Cristo si no se le sometió a un interrogatorio al respecto ni se le obligó a negarle?». Escucha a Cristo mismo que dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida4. Si Cristo es la verdad, por Cristo sufre y es legítimamente coronado quien es condenado por defender la verdad. Que nadie, pues, se busque excusas; todos los tiempos están abiertos a los mártires. Y que nadie diga que los cristianos no padecen persecución. No es posible vaciar de contenido la sentencia del apóstol Pablo, puesto que es verdadera; por el habló Cristo5, no mintió. Dice: Todos los que deseen vivir piadosamente en Cristo, padecerán persecución6. Todos—dice—; no excluyó ni descartó a nadie. Si quieres probar la verdad de lo que dijo, comienza a vivir piadosamente en Cristo y lo comprobarás. ¿Acaso porque cesó la persecución de parte de los reyes terrenos ya no se ensaña el diablo? El antiguo enemigo está siempre en vela contra nosotros; no nos durmamos. Camela con lisonjas, tiende asechanzas, inocula malos pensamientos; para provocar una caída más dañina, propone ganancias, amenaza con daños. Cuando llega el momento preciso, a duras penas se rechaza la mala sugestión con el resultado de aceptar de buen grado la muerte presente. Comprended, hermanos. Si alguien, por ejemplo, una persona noble que tiene tu vida en su poder, te obliga a proferir un falso testimonio, sin por ello decirte: «Niega a Cristo», ¿qué piensas que harías: elegir la falsedad o morir por la verdad? Y, con todo, el que te persigue no te dice otra cosa que «Niega a Cristo». Pues, si —como ya dije— Cristo es la verdad, efectivamente niega a Cristo quien niega la verdad. Ahora bien, todo el que profiere una mentira niega la verdad. Quien profiere un falso testimonio, ¿por qué lo hace? Sin duda, porque teme. ¿No sufren persecución todos los cristianos cuando luchan por la verdad? Actualmente todos están sometidos a prueba y cada uno sufre la tentación a tono con sus circunstancias.
3. ¿Qué te iba a hacer tu enemigo que te amenaza con la muerte, sediento de tu sangre, hinchado de su poder, elevado como el humo? ¿Qué te iba a hacer ese enemigo que te impelía al perjurio y al falso testimonio? ¿Qué te iba a hacer? Responde tu debilidad: —«Me procuraría, dice, la muerte». —«No te daría muerte». —«Yo sé bien que me mataría». Si es así, también yo te responderé: «Tú, hermano, tú eres quien te das muerte, al proferir el falso testimonio. Él daría muerte, pero a tu cuerpo; ¿qué haría a tu alma? Se derrumbaría la casa, sería coronado el que la habita. Mira lo que te hubiera hecho tu enemigo si te hubieses mantenido en la verdad y no hubieses proferido el falso testimonio: ciertamente te hubiese procurado la muerte, pero del cuerpo, no del alma. Escucha a tu Señor que presurosamente te ofrece garantías: No temáis —dice— a los que dan muerte al cuerpo y no pueden hacer más; temed más bien a quien tiene poder de dar muerte a cuerpo y alma y de arrojarlos a la gehena. Sí, os repito, temed a este»7. A este temió Juan; no quiso callar la verdad y sufrió la maldad de unos hombres perversos. A causa de una mujer impúdica se ganó la enemistad del rey y alcanzó el martirio.
4. Efectivamente, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo son sacudidos por idéntica persecución. Pues sufren persecución o porque buscan ganancias mundanas, o porque temen un daño; o por la vida presente, o por una amenaza de muerte, pues este mundo no pasa sin persecución. Pero hay que discernir la causa por la que cada uno la sufre; y solamente serán verdaderos mártires y serán coronados con toda justicia los que luchan por la verdad, que es Cristo. Pues quien sufre persecución por causa de este mundo instalado en el mal se queda en la simple posibilidad de soportar un suplicio temporal.
5. En la lectura de hoy, hermanos, hemos aprendido a luchar por laverdad hasta la muerte y a no proferir falso testimonio, a no perjurar y a mantenernos firmes en la justicia en medio de los peligros, pues no es cosa grande hacerlo cuando se vive en seguridad y en medio de placeres. En consecuencia, tengamos siempre presente que el diablo, que nos tienta y persigue, está en vela contra nosotros, y en el nombre y con la ayuda del Señor nuestro Dios, estemos también nosotros y con más fervor en vela contra él, para que no nos supere en nada sirviéndose de un deseo ilícito por el que acostumbra a tentar. ¿A quién no vencen el deseo y el temor, los dardos del enemigo? Los hombres que tienen su esperanza en este mundo se enredan en ellos como en distintos lazos, de forma que no consiguen alcanzar la verdad. En fin, dos son las puertas de que dispone el demonio y a las que llama para entrar: la primera es la del deseo ilícito; la segunda, el temor. Si en los fieles encuentra cerradas una y otra puerta, pasa de largo. «¿Y qué es —preguntas— ese deseo ilícito? ¿Qué es el temor?». Escúchalo para que no desees lo que es pasajero y no temas lo que con el pasar del tiempo se esfuma y perece. Precisamente entonces tu enemigo no hallará nido donde recogerse. De hecho, tenemos entablado un combate que durará hasta el final de la vida: no solo lo tenemos entablado nosotros los que, de pie o sentados, os hablamos desde un lugar más elevado, sino la totalidad de los miembros de Cristo.
6. Respecto a lo dicho existe todavía hoy en Numidia la costumbre de conjurar a los siervos de Dios de este modo: «¡Ojalá venzas!». Adviertes que tal expresión no se dice sin que haya un motivo para luchar. Pues tanto aquí donde estoy hablando, en Cartago, como en toda la provincia Proconsular y la Bisacena, e incluso en Trípoli, la frase con la que los siervos de Dios suelen juramentarse es también esta: «¡Por tu corona!». Una corona que nadie recibirá si no precede una victoria. También yo os conjuro por vuestra corona a que luchéis de todo corazón contra el diablo; y, si juntos vencemos, juntos seremos coronados también. ¿Por qué nos decís: «¡Por vuestra corona!», y obráis y vivís mal? Vivid santamente, obrad santamente; tened una vida recta tanto dentro como fuera de casa, y seréis mi corona. El Apóstol instruía al pueblo de Dios que sois vosotros cuando decía: Sois mi gozo y mi corona, permaneced en el Señor8. Si sonríen tiempos prósperos, permaneced en el Señor; si braman tiempos adversos, permaneced firmes en el Señor. No caigáis del que siempre se mantiene en pie y de pie contempla al que lucha; él os ayuda para que, manteniéndoos en pie y en lucha, alcancéis la victoria y os acerquéis precisamente a él para que os corone.