SERMÓN 89

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La higuera seca1

1. La lectura del santo evangelio que acabamos de escuchar nos ha exhortado y llenado de pánico, mirando a que no tengamos hojas sin fruto. Expresado brevemente: para que no haya palabras y falten obras. ¡Pánico inmenso! ¿Quién no temerá si en el texto leído ve con los ojos del corazón un árbol seco, y hasta tal punto que se le dice: Nunca jamás vuelva a nacer fruto de ti?2. Que el pánico lleve a la corrección y la corrección produzca frutos. Pues Cristo el Señor preveía, sin duda, que cierto árbol iba a secarse, y con razón, puesto que tenía hojas, pero no frutos. Ese árbol es la sinagoga, no la parte llamada, sino la reprobada. En efecto, de ella fue llamado el pueblo de Dios, el que con toda verdad y sinceridad esperaba, por el testimonio de los profetas, a Jesucristo, la salvación de Dios3. Y como lo esperaba con fe, mereció reconocerlo cuando estaba presente. De ella proceden los Apóstoles, de ella la multitud entera de los que precedían al asno en que iba montado el Señor y decían: Hosanna al hijo de David; bendito el que viene en nombre del Señor4. Grande era la muchedumbre de los judíos fieles a él; grande era la muchedumbre de los que creían en él antes de derramar su sangre por ellos. No en vano el Señor mismo había venido solamente a las ovejas de la casa de Israel que habían perecido5. En cambio, en otros judíos encontró el fruto del arrepentimiento una vez crucificado y ya exaltado en el cielo. No hizo que se secasen, sino que los cultivó en el campo y los regó con su palabra. De la Sinagoga procedían los cuatro mil judíos que creyeron después que los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo y los que estaban con ellos hablaban las lenguas de todos los pueblos6, prefigurando en cierto modo, mediante la diversidad de las lenguas, que la Iglesia iba a hacerse presente en todos los pueblos. Creyeron entonces, y ellos eran las ovejas de la casa de Israel que habían perecido; pero como el Hijo del hombre había venido a buscar y salvar lo que estaba perdido7, también los encontró a ellos. Ignoro dónde, pero como si les hubiesen asaltado los lobos, se hallaban ocultos entre zarzas. Y puesto que se hallaban entre zarzas, no llegó a encontrarlos sino después de haberse desgarrado con las espinas de la pasión. Pero llegó, los encontró, los rescató. Más que dar muerte a él, se la habían dado a sí mismos. Fueron salvados mediante el que fue matado en beneficio de ellos. En efecto, al hablar los Apóstoles se punzaron a sí mismos los que le habían punzado a él con la lanza8; punzaron su conciencia; pero, punzados, pidieron consejo, aceptaron el que se les dio, se arrepintieron, hallaron la gracia y con fe bebieron la sangre que con crueldad habían derramado9. A su vez, están figurados en ese árbol los que permanecieron de mala y estéril estirpe hasta hoy y hasta el fin del mundo. Te acercas ahora a ellos y los encuentras en posesión de todos los dichos proféticos. Pero no es más que hojarasca. Cristo tiene hambre y busca el fruto, pero no lo encuentra en ellos porque no se encuentra a sí mismo en ellos. Pues el árbol no tiene fruto porque no tiene a Cristo; pero no tiene a Cristo quien no mantiene la unidad de Cristo, quien no tiene caridad. Por tanto, según esta lógica, no tiene fruto quien no tiene caridad. Escucha al Apóstol como encareciendo el racimo, esto es, el fruto: Mas el fruto del espíritu es la caridad. Mas el fruto del espíritu —dice— es la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad10. Donde el comienzo es la caridad, no te extrañe lo que sigue.

2. Por esa razón a los discípulos que se extrañaban de que el árbol se hubiese secado les recomendó la fe y les dijo: Si tuvierais fe y no hicieseis distinciones11, es decir, si creyerais a Dios en todo, no diríais: «Esto lo puede Dios, esto no», sino que daríais por hecho la omnipotencia del omnipotente: No solo haréis esto, sino que si decís a este monte: «Arráncate y tírate al mar», se hará. Y todo lo que pidáis con fe lo recibiréis12. Hemos leído milagros hechos por los discípulos, mejor, por el Señor a través de los discípulos, pues sin mí —dice— nada podéis hacer13. Muchas cosas pudo hacer el Señor sin los discípulos, ninguna los discípulos sin el Señor. Quien pudo hacer hasta a los discípulos mismos, en ningún modo recibió ayuda de ellos para crearlos. Leemos los milagros de los Apóstoles, y, sin embargo, no nos consta que hayan secado un árbol o que hayan trasladado un monte al mar. Busquemos, por tanto, dónde se ha realizado esto, pues las palabras del Señor no han podido quedar sin efecto. Si piensas en estos árboles y montes ordinarios y conocidos, no se ha realizado. Pero si consideras ese árbol y ese monte mismo del Señor del que dijo el profeta: En los últimos días se manifestará el monte del Señor14; si piensas en esto y lo comprendes, sin duda se hizo realidad, y por medio de los apóstoles. El árbol es el pueblo judío, pero —repito—, el reprobado, no el llamado. El árbol del que he hablado es el pueblo judío. El monte, como enseñó el testimonio profético, es el Señor mismo15. El árbol seco es el pueblo judío que no honra a Cristo; el mar es, para todos los gentiles, este mundo efímero. Advierte ya a los apóstoles que hablan para secar el árbol y que arrojan el monte al mar. En los Hechos de los Apóstoles se dirigen a los judíos, que llevan la contraria y oponen resistencia a la palabra de la verdad, es decir, que tienen hoja y no frutos, y les dicen: Convenía que os anunciáramos a vosotros en primer lugar la palabra de Dios, mas como la rechazasteis —repetís las palabras de los profetas y no reconocéis al que ellos anunciaron; esto es tener hoja—, he aquí que nos dirigimos a los gentiles16. En efecto, también esto lo anunció el profeta: He aquí que te he puesto como luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta los confines de la tierra17. Ved que el árbol se secó y que Cristo pasó a los gentiles: el monte fue trasladado al mar. ¿Cómo no iba a secarse el árbol plantado en la viña de la que se dijo: Mandaré a mis nubes que no lluevan gota sobre ella?18.

3. Son muchas las cosas que nos advierten y nos persuaden —más aún, nos fuerzan a admitir, aunque no queramos— que el Señor obró proféticamente para recomendarnos esto, es decir, que en ese árbol no solo quiso mostrar un milagro, sino recomendarnos algo futuro con el milagro. En primer lugar, ¿en qué había pecado el árbol al no tener frutos? Incluso si no los hubiese tenido a su debido tiempo, es decir, en la época de ellos, ninguna culpa tendría, pues un árbol sin conocimiento carece de culpa. A esto se añade que, según se lee en otro evangelista que narra también esta escena, no era la época de tales frutos19. Pues era la época en la que a la higuera le brotan las hojas tiernas que vemos aparecer antes de los frutos; la prueba de ello es que se acercaba el día de la pasión del Señor, y sabemos cuándo la sufrió. Y aun dejando de lado ese particular, deberíamos creer al evangelista, que dice: No era la época de los higos20. Por tanto, si se tratase solamente de ponernos a la vista un milagro y no de simbolizar proféticamente algo, el Señor se hubiese comportado con más clemencia y de una forma más adecuada a su misericordia, si encontrando un árbol seco lo hubiese reverdecido, del mismo modo que curó a los enfermos, limpió a los leprosos y resucitó a los muertos. Entonces, por el contrario, yendo en cierto modo contra su propia norma de clemencia, encontró un árbol verde que aún no tenía fruto porque no era aún la época, no porque lo rehusase a su agricultor, y lo secó, como diciendo al hombre: «No es que me haya deleitado en ver el árbol seco, sino que quise darte a entender que no sin motivo me propuse hacer esto: quise recomendarte a qué has de prestar más atención». No he maldecido a este árbol, no he infligido un castigo a un árbol que carece de sensibilidad, sino que, si lo adviertes, te he infundido temor a ti, para que no desprecies a Cristo hambriento y optes por llenarte de frutos antes que por dar sombra con tus hojas».

4. Lo dicho es un primer dato que el Señor nos confía: que quiso señalarnos algo. ¿Qué otra cosa? Al sentir hambre se acerca al árbol y busca su fruto. ¿Ignoraba que aún no era la época? ¿Desconocía el creador del árbol lo que sabía el que lo cultivaba? Así, pues, busca en el árbol un fruto que aún no tenía. ¿Busca, o más bien simula buscar? En efecto, si verdaderamente buscó, se equivocó. Pero ¡lejos de nosotros pensar que se equivocó! «Luego simuló». Por temor a afirmar que simuló, confiesas que se equivocó. Huyendo de una equivocación, caes en una simulación. Nos abrasamos en medio de dos fuegos. Si nos abrasamos, deseemos la lluvia, de forma que reverdezcamos, no sea que, afirmando algo indigno del Señor, acabemos secándonos más bien. Dice el evangelista: Se acercó al árbol y no halló en él fruto21. Ciertamente no se diría no halló sino refiriéndose a uno que verdaderamente lo había buscado, o había simulado buscar lo que sabía que allí no existía. De ningún modo digamos que Cristo se equivocó en algo de lo que nosotros no dudamos. Entonces, ¿qué? ¿Decimos o no decimos que simuló? ¿Cómo salir de aquí? Digámoslo, no sea que no osemos decir por nosotros mismos algo que un evangelista dijo del Señor en otro lugar. Digamos lo que el evangelista escribió y, después de haberlo dicho, comprendámoslo. Mas para comprenderlo, creamos antes. Si no creéis, no comprenderéis, dice el profeta22. Después de su resurrección, Cristo el Señor iba de camino con dos de sus discípulos que aún no le habían reconocido, a los cuales se había unido como tercer viandante. Llegaron al lugar adonde se dirigían, y dice el evangelista: Pero él simuló ir más adelante23. Ellos, en cambio, según una praxis humanitaria, intentaban retenerlo indicándole que ya se hacía tarde y rogándole que se quedase allí con ellos. Acogido como huésped, realizó la fracción del pan y, al bendecirlo y fraccionarlo, lo reconocieron. Luego no temamos ya decir que simuló buscar si simuló ir más adelante. Pero se plantea otra cuestión. Ayer empleé mucho tiempo en intimaros la veracidad de los apóstoles; ¿cómo hallamos una simulación en el Señor mismo? En la medida de mis mediocres fuerzas, las que el Señor me otorga para bien vuestro, os voy a decir, indicar y recomendar, hermanos, una regla que tenéis que mantener siempre referente a las sagradas Escrituras. Todo lo que en ellas se afirma o se hace, o bien se entiende en su significado propio, o bien significa algo figuradamente; o también tiene lo uno y lo otro: tanto un sentido propio como un significado figurado. He presentado tres casos; de cada uno ellos hay que poner ejemplos y ¿de dónde, sino de las Sagradas Escrituras? Son afirmaciones que hemos de entender en sentido propio: que el Señor sufrió la pasión, que resucitó y subió al cielo; que nosotros hemos de resucitar al fin del mundo y que, si no le despreciamos, hemos de reinar con él eternamente. Esto acéptalo como afirmado en sentido propio; no busques figuras de otras cosas; la realidad coincide con lo afirmado. Lo mismo vale para las acciones. Subió el Apóstol a Jerusalén a ver a Pedro: el Apóstol lo hizo; aconteció, es una acción realizada por él24. Te refiere una acción llevada a cabo; una acción en sentido propio. Es afirmación en sentido figurado: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en cabeza de ángulo25. Si tomamos la piedra en sentido propio, ¿qué piedra rechazada por los constructores se convirtió en cabeza de ángulo? Si tomamos el ángulo en su sentido propio, ¿de qué ángulo se hizo cabeza tal piedra? Si admitimos que está afirmado en sentido figurado y lo entiendes así, la piedra angular es Cristo, que es cabeza de ángulo en cuanto cabeza de la Iglesia. ¿Por qué la Iglesia es un ángulo?

Porque de un lado llamó a los judíos, de otro a los gentiles y los unió con la gracia de su paz, a imagen de dos paredes que proceden de distinta dirección y confluyen en un punto. Él es nuestra paz, que hizo de ambos pueblos uno solo26.

5. Habéis escuchado una afirmación hecha en sentido propio, una acción también en sentido propio y una afirmación en sentido figurado; esperáis una acción en sentido figurado. Hay muchas, pero de paso se me ocurre una por asociación con la piedra angular: cuando Jacob ungió la piedra que había puesto como cabecera para dormir —circunstancia en la que había tenido un sueño grandioso, es decir, unas escaleras que llegaban de la tierra al cielo y los ángeles que bajaban y subían por ellas, hallándose en su parte superior el Señor— comprendió lo que debía simbolizar. Para manifestarnos que comprendió el significado de la visión y revelación, ungió la piedra convirtiéndola en figura de Cristo27. No te extrañe que la ungiera, puesto que el nombre de Cristo proviene de «unción». En la Escritura se dice que este Jacob era hombre sin engaño. Sabéis también que Jacob recibió asimismo el nombre de Israel28. Por esto, según el evangelio, cuando el Señor vio a Natanael, dijo: He aquí un israelita de verdad en quien no hay engaño29. Y aquel israelita, ignorando aún quién estaba hablando con él, le preguntó: ¿De qué me conoces? Y el Señor le replicó: Te vi cuando estabas bajo la higuera30; como si ledijera: «Cuando te hallabas a la sombra del pecado, te predestiné». Y él, recordando que había estado bajo la higuera, donde no se hallaba el Señor, reconoció en él la divinidad y le dijo: «Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel». A pesar de estar bajo la higuera, él no se convirtió en higuera seca, pues reconoció a Cristo. Y el Señor le dijo: Crees porque te he dicho: «Te vi cuando estabas bajo la higuera»; mayores cosas verás31. ¿Cuáles son estas? En verdad os digo —puesto que es el israelita en quien no hay engaño. Mira a Jacob, en quien no hay engaño, y recuerda aquello de que hablé: una piedra de cabecera, una visión en sueños, unas escaleras de la tierra al cielo, gente que sube y baja; advierte también lo que el Señor dice al israelita sin engaño—, en verdad os digo, veréis el cielo abierto. Escucha tú, Natanael sin engaño, lo que vio Jacob en quien no había engaño: veréisel cielo abierto y a los ángeles subir y bajar. ¿Hacia quién? Hacia elHijo del hombre32. Por tanto, él, el Hijo del hombre, había sido ungido para hacer de cabezal, puesto que el varón es cabeza de la mujer y Cristo cabeza del varón33. Pero no dijo: «Subiendo desde el Hijo del hombre y bajando hasta el Hijo del hombre», como si solamente estuviese arriba, sino subiendo y bajando hasta el Hijo del hombre. Escucha que el Hijo del hombre que está arriba gritando: Saulo, Saulo. Escucha que está abajo: ¿Por qué me persigues?34.

6. Escuchaste una afirmación en sentido propio: que hemos de resucitar; una acción también en sentido propio: que Pablo subió a Jerusalén a ver a Pedro», como se ha dicho. Una afirmación en sentido figurado es: La piedra que rechazaron los constructores35; acción también en sentido figurado es la unción de la piedra que hizo de cabezal a Jacob. Debo mostrar ahora a vuestra expectación algo que incluya lo uno y lo otro: que haya sido realizado en sentido propio y que posea un significado figurado. Sabemos que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Es algo acaecido realmente; no es solo un relato, sino también un hecho. ¿Estás esperando el significado figurado? Estas son los dos testamentos36. Así, pues, lo que se dice en sentido figurado es, en cierto modo, una ficción. Mas puesto que acaba en un significado y este significado tiene la garantía de la verdad, se evita el pecado grave de la falsedad. He aquí que salió un sembrador a sembrar, y al hacerlo, [la semilla] cayó en el camino, sobre terreno pedregoso, en medio de espinos y en tierra buena37. ¿Quién salió a sembrar, o cuándo, o en qué espinos [cayó], en qué piedras, en qué camino o en qué campo? Si lo escuchas como una ficción, lo entiendes en sentido figurado; se trata efectivamente de una ficción. Si, en efecto, saliera en verdad un sembrador y, según hemos oído, arrojase su semilla por los diversos lugares no había ni ficción, pero tampoco una mentira. Aún no habría una ficción, pero tampoco una mentira. ¿Por qué? Debido a que significa algo, la ficción no te engaña. Busca alguien que entienda, pero no induce a error. Queriendo intimarnos esto, Cristo buscó el fruto del árbol, ofreciendo una ficción no falaz, sino con sentido figurado, y por esto mismo laudable, no pecaminosa; no tal que, examinándola, caes en falsedad, sino tal que, investigándola, encuentras la verdad.

7. Preveo lo que vas a decir: «Exponme qué significaba el hecho de que simuló ir más adelante38, pues si no significaba nada, estamos ante un engaño, ante una mentira». Valiéndome de mi exposición y de reglas muy verificadas, debo decir lo que significaba cierta simulación de ir más adelante: simuló ir más adelante y se le retiene para que no se aleje más. Por lo que respecta a la presencia corporal, se consideraba ausente a Cristo el Señor. Se le consideraba ausente: como si siguiera más adelante. Rétenle con la fe; rétenle en la fracción del pan. ¿Qué puedo decir? ¿La habéis reconocido?1Si la habéis reconocido, en ese momento habéis hallado a Cristo. No hay que emplear más tiempo en hablar de este misterio. Cristo se aleja de quienes difieren conocer ese sacramento.2Reténganlo, no lo dejen marchar; ofrézcanle hospitalidad y reciben una invitación para el cielo.