La fe de la cananea1
1. Ya conocéis por el Evangelio, hermanos, cómo la mujer cananea, a fuerza de tanto insistir, arrancó lo que no pudo lograr la primera vez que lo pidió. Pero el Señor, al diferir concedérselo, no le negaba el favor; solo ejercitaba su deseo. Efectivamente, él sabía hasta dónde llegaría ella en su petición, pues él mismo la instruía al respecto. Primero la llamó perro y después le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe!2. Recibido el favor, se marchó llena de alegría; el Señor la cambió primero, y luego la alegró. ¿En qué medida la cambió? De perro la hizo mujer. ¿Y qué clase de mujer? Mujer de gran fe. Paso de gigante el suyo; ¡cuánto progresó en un momento! Por eso se hacía de rogar el Señor, el mismo que mandó orar siempre y no desfallecer3. Pues del Señor es la sentencia que nos exhorta a orar. Los hombres oran a diario, los religiosos no interrumpen su tiempo de oración. Pues también el Apóstol dice: Siempre alegres, orando constantemente4. Esto es, conviene orar siempre y no desfallecer. En otro lugar dice el Señor mismo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y os abrirán5. Eso hizo la cananea: pidió, buscó, llamó, recibió. Solo que ella lo hizo para que su hija se viese liberada del demonio, y lo mereció: la hija quedó curada desde aquel momento6. ¿Acaso, una vez curada la hija, iba a volver a pedir eso mismo? Buscaba, pedía, llamaba hasta recibir: recibió, se regocijó y se marchó. Y no sé qué es, o mejor, sé que es grande el motivo por el que conviene orar siempre sin desfallecer. De más valor que la salud de una hija es la vida inmortal. Esto es lo que conviene pedir siempre hasta el fin, mientras se vive aquí, hasta que se viva sin fin allí donde ya no habrá súplica, sino exultación.
2. Luego ahora conviene orar siempre y no desfallecer7. Uno pide esto, otro aquello; pedís cosas diversas, porque diversos son vuestros deseos. Todos gimen más o menos lo mismo; pero los quereres los distribuye el que los escucha. Uno, igual que la mujer cananea, pide a Dios que sane su hijo enfermo; la mujer ora por el marido, el marido por la mujer; por los enfermos oran todos y no hay que reprender tales oraciones. Otros oran, gimen, recurren a alguien, buscan, piden, llaman para hacerse ricos; y cuanto mayor es su codicia, tanto más ardiente y frecuente es su oración. Y algunos juzgan que también pensando en eso dijo el Señor: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán; pues todo el que pide recibe y el que busca encuentra y al que llama le abrirá8. Oye esto un avaro y día tras día no pide otra cosa que hacerse rico. Mas, para no hablar del avaro, lo oye un pobre: ora, pide, busca, llama para hacerse rico. Y a veces dedica mucho tiempo, sin recibir nunca, y se pregunta: ¿qué quiso decir el Señor con las palabras: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán, pues todo el que pide recibe, y el que busca encuentra y al que llama se le abrirá? ¿Qué hice yo, desdichado, para pedir y no recibir? ¿Qué hemos de decir a ese tal? ¿Que mintió el Señor? ¿Que mintió la Escritura? De ningún modo. Eso ni siquiera la avaricia osa decírselo a sí misma. Y lo que no dice la codicia, ¿lo va a decir la piedad?
3. Entonces, ¿qué le diremos a ese hombre? «Pide todavía, insiste todavía, llama todavía, pues no se dijo sin motivo: Todo el que pide recibe9. Ora cuanto puedas, pide, llama, persevera y serás rico». Él aumenta su tiempo de oración, pero muere en la pobreza: nada recibió, nada encontró que dejar a sus hijos. Entonces, ¿resultó inútil todo el esfuerzo dedicado a pedir, buscar y llamar? No. Luego a ese hombre que aún no... vive, ¿qué hay que decirle sino: «Cambia el objeto de tu súplica? ¿Por qué pides, buscas y llamas para hacerte, de pobre, rico? ¿No has oído al Apóstol que dice: Pues los que quieren hacerse ricos caen en la tentación y en una multitud de deseos necios y nocivos que sumergen a los hombres en la muerte y en la perdición?10. Advierte lo que pedías. Tu padre, a quien se lo pedías, te lo negaba misericordiosamente para que no te sobreviniese la muerte y la perdición. Adviértelo, cambia el objeto de tu súplica. Pues ni tú mismo das a tu hijo todo lo que te pide. Si te pide un cuchillo con el que puede herirse, o llora y se golpea para que lo montes en el caballo, ¿se lo concederás acaso? ¿Te atreverás? ¿No es preferible que llore sano a que llore descalabrado? Si pues tú, siendo malo, sabes qué es bueno dar a tu hijo, ¡cuánto más el Padre11 que siempre es bueno, aunque tú lo ignores, te hace un favor al no darte lo que le pides! Es menester que seas hijo: no te desdeña; en cuanto hijo, estate seguro. Cuando el apóstol Pablo era abofeteado por el ángel de Satanás, para que no se ensoberbeciera, como él mismo confiesa —ya que ¿cuándo osaríamos nosotros afirmar eso del Apóstol?—, dijo del ángel de Satanás: Por lo cual tres veces rogué al Señor que lo retirase de mí; pero me dijo: te basta mi gracia, pues la virtud alcanza su perfección en la debilidad12. ¿Por qué ruegas, Pablo? ¿Acaso no lo haces para encontrarte bien? Deja que el artífice actúe de un modo que tú desconoces, para hacer que te encuentres bien. ¿Te molesta el emplasto cuando pica? Es por tu bien, puesto que sana. Si, pues, el apóstol Pablo pidió y no recibió, ¿por qué te entristeces cuando no eres escuchado? Quizá estás pidiendo lo que no te conviene recibir.
4. Cosa admirable, hermanos míos; pidió el Apóstol y no recibió; pidió el diablo y recibió; Dios no escuchó al Apóstol y escuchó al diablo. ¡Oh justicia! O, más bien, ¡qué gran justicia! ¿Pero cuándo —dirá alguno— escuchó al diablo? ¿No habéis leído u oído que escuchó a los demonios y que les permitió entrar en los puercos?13. ¿O no habéis leído u oído que el diablo pidió a Dios tentar a su siervo Job y lo consiguió?14. ¡Cosa extraña! Pide el diablo a Dios que le entregue a Job, y Dios se lo entrega. Se lo entrega, mas para que lo someta a prueba; se lo entrega, mas para que lo tiente; se lo entrega, mas para que lo examine, y poder luego recomendarlo como ejemplo a la posteridad. El diablo recibió a Job, mas para confusión propia. Veis que no siempre es bueno recibir lo que se pide. Cambiad, pues, las preces, para recibir seguros lo que es bueno; cambiad las preces, enmendad vuestros deseos. Me dirijo a los que codician bienes temporales para hacerse ricos.
5. Mirad lo que pedía Idito, cuyas palabras hemos cantado: Escucha —dice— mi oración, escucha con tus oídos mis lágrimas15. ¿Acaso pedía riquezas? ¿Acaso tenía una herida en el cuerpo y pedía su curación? ¿Y dónde hallamos lo que pedía, o en qué deseos ejercitaba sus preces, o por qué anhelos derramaba esas lágrimas, que deseaba fueran escuchadas? ¿Dónde encontramos su deseo? ¿Dónde, sino en sus mismas palabras? Mi sustancia —dice— es como nada ante ti. Con todo, vanidad plena es todo hombre viviente16. Y ahora, ¿cuál es mi esperanza? ¿No lo eres tú, Señor? Y mi sustancia está siempre ante Ti17. Poco antes dice: Y mi sustancia es como nada ante ti. La sustancia mortal es como nada ante Ti; mas como, después de esta vida he de recibir la inmortalidad —razón por la que quiero que escuches mis lágrimas—, la sustancia inmortal estará siempre ante Ti. He ahí el deseo adecuado, he ahí lo que has de pedir, lo que has de desear, lo que has de suplicar; eso es lo que conviene suplicar siempre, hasta que salgamos de aquí, sin desfallecer.
6. Quizá alguno de vosotros diga: «¿Qué quiso decir Idito con esta expresión, escucha con tus oídos mis lágrimas?18. En efecto, las lágrimas se ven, no se escuchan; las lágrimas fluyen, no suenan. No obstante, tienen su voz, como tuvo su voz la sangre de Abel19. Si la sangre de un muerto tenía voz para el Señor, la tienen también las lágrimas del que ora; sin duda la tienen. Pues las lágrimas son sangre del corazón. Por eso, cuando pides la vida eterna, cuando dices venga a nosotros tu reino20, el reino en que vivir seguro, en que vivir siempre, en que nunca llores al amigo ni temas al enemigo; cuando pidas esto, llora, derrama la sangre interior, inmola a tu Dios tu corazón. Es lo que significa conviene siempre orar y no desfallecer21; lo que enseña la oración del Señor: Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo también en la tierra22, para que seamos iguales a tus ángeles23. ¡Oh deseo! ¿Qué hombre osaría desearlo, si Dios no se hubiese dignado prometerlo? Pídelo: gran cosa es lo que pides, pero mayor es quien lo prometió. Difícil es lo que prometió, a saber, que el hombre se convierta en ángel. Nada hay más difícil, pero todo es posible para Dios24. Piensas que es algo muy grande y difícil que el hombre se convierta en ángel, ¿y no te parece difícil, mucho más difícil, mucho más increíble, que el (Hijo) único de Dios se hiciese hombre? ¡Y el hombre, por quien Dios se hizo hombre, duda de que el hombre llegue a ser ángel! ¿Dudas de que vas a recibir lo que pides, teniendo semejante prenda: el mismo que se dignó constituirse gratuitamente en deudor tuyo? No le has concedido ningún préstamo a Dios, ni le has anticipado ninguna cantidad de dinero, ni le has otorgado beneficio alguno. ¿No es verdad que has recibido de él todo lo que tienes?, y lo que has de recibir, ¿no lo has de recibir de él? Él se dignó constituirse en deudor y ¡qué deudor! Firmó de su propio puño el documento, adelantó la prenda. El documento que él firmó es la Escritura divina; la prenda que adelantó es la muerte de Cristo; su promesa es la muerte de Cristo. Quien regaló a los impíos la muerte de su Hijo, ¿la negó a los piadosos y fieles?
7. Estad seguros, hermanos, de que recibiréis. Pedid, buscad, llamad; recibiréis, encontraréis, se os abrirá25. Pero no pidáis, busquéis, llaméis solo con la voz, sino también con las costumbres; realizad obras buenas, sin las cuales no debe en absoluto transcurrir esta vida. Borrad vuestros pecados con las buenas obras de cada día. Ni siquiera hay que despreciar los pecados veniales, pues, aunque no son grandes, se acumulan, forman un montón; se acumulan y forman una masa. No los despreciéis por ser menudos; temedlos más bien si son muchos. ¿Hay cosa más diminuta que las gotas de lluvia? Y con ellas se inundan los campos y se desbordan los ríos. No despreciéis vuestros pecados menudos y leves, no sea que, convertidos en montón, os opriman. Mirad cómo el agua del mar se filtra poco a poco por las rendijas de la nave, pero llena la sentina; si no se achica, hace que la nave se hunda. Una ola, si es grande, llega como una montaña, de un solo golpe cubre la nave y la echa a pique. Así son los homicidios, esto es, los pecados graves; así son los adulterios, las fornicaciones, las blasfemias, los perjurios: son grandes pecados, aplastan de un solo golpe. En cambio, los pecados menudos, sin los cuales no puede darse la vida humana, se filtran insensible y paulatinamente por las rendijas de la fragilidad humana y van a parar a la sentina. Imitad a los marineros: sus manos están siempre activas y nada queda en la sentina. Estén siempre activas vuestras manos —repito—, pero en obras buenas. No obstante, los pecados van a parar de nuevo a la sentina, puesto que subsisten las rendijas de la fragilidad humana, razón por la que hay que volver a achicar de allí el agua. Pues, si tus manos no cesan de achicarla con buenas obras, aquel último día te encontrará limpio, y llegarás seguro a aquella vida que deseaba Idito cuando decía: Escucha con tus oídos mis lágrimas26. Termina el sermón sobre la mujer cananea.