SERMÓN 76

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Pedro camina sobre las aguas1

1. El pasaje evangélico que se nos acaba de leer sobre Cristo, el Señor, que caminó sobre las aguas del mar y sobre el apóstol Pedro que por miedo vaciló al caminar sobre ellas y al que la falta de fe hundió pero la confesión sacó a flote. Nos exhorta a ver en el mar el mundo presente y en el apóstol Pedro, una figura de la única Iglesia. Efectivamente, Pedro mismo, el primero en la serie de los apóstoles, pronto al máximo en el amor de Cristo, responde con frecuencia en solitario en nombre de todos. Además, cuando el Señor Jesucristo interrogó quién decía la gente que era él, los discípulos le contestaron aduciendo las diferentes opiniones de los hombres; y cuando el Señor les preguntó de nuevo con estas palabras: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?2, Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo3. Uno solo respondió en nombre de muchos: la unidad en los muchos. Entonces le dijo el Señor: Bienaventurado eres, Simón Bar-Jona, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos4. Luego añadió: Y yo te digo5, como si dijera: «Ya que tú me has dicho: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, también yo te digo: Tú eres Pedro»6. Efectivamente, antes se llamaba Simón. Este nombre, Pedro, con que le designamos se lo impuso el Señor, para que, bajo ese símbolo, fuese figura de la Iglesia. Dado que Cristo es la piedra, Pedro es el pueblo cristiano, pues «piedra» es el nombre originario. Pedro viene de piedra, no piedra de Pedro, como cristiano proviene de Cristo, no Cristo de cristiano. Por tanto —le dice—, tú eres Pedro y sobre esta piedra7 que has confesado, sobre esta piedra que has reconocido al decir: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo8, edificaré mi Iglesia9, es decir, sobre mí mismo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Sobre mí te edificaré a ti, no me edificaré a mí sobre ti.

2. De hecho, queriendo algunos hombres edificar sobre hombres, decían: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas10, él es Pedro. Y otros, que no querían ser edificados sobre Pedro, sino sobre la piedra, decían: Yo soy de Cristo11. Mas cuando el apóstol Pablo vio que él era elegido y Cristo despreciado, dijo: ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso ha sido Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?12. Como no fuisteis bautizados en el nombre de Pablo, así tampoco en el de Pedro, sino en el de Cristo; para que Pedro fuese edificado sobre la piedra, no la piedra sobre Pedro.

3. Por tanto, el mismo Pedro, proclamado bienaventurado por la Piedra, figura de la Iglesia, el primero entre los apóstoles, inmediatamente después, tras haber escuchado que era bienaventurado, que era Pedro, que estaba edificado sobre la Piedra, mostró su desagrado al oír al Señor hablar de su pasión, puesto que se la había predicho a sus discípulos como futura. Temió perder al que iba a morir, al que había confesado como fuente de la vida. Lleno de turbación, le dijo: Lejos de ti, Señor; eso no ocurrirá13. Ten piedad de ti, Dios; no quiero que mueras. Pedro decía a Cristo: «No quiero que mueras», pero era mejor lo que decía Cristo a Pedro: «Quiero morir por ti». Por último, acto seguido, reprende al que había alabado poco antes, y al que había declarado bienaventurado, le llama satanás: Ponte detrás de mí, satanás —le dijo—, porque me sirves de escándalo, pues no sigues el criterio de Dios, sino el de los hombres14. ¿Qué quiere que hagamos de lo que somos, quien así nos reprocha ser hombres? ¿Queréis saber qué desea que hagamos? Escuchad el salmo: Yo dije «dioses sois», todos hijos del Excelso15. Pero, si seguís criterios humanos, vosotros como hombres moriréis16. El mismo Pedro poco antes bienaventurado, fue luego satanás, todo en un momento, en el intervalo de unas pocas palabras. Te extraña la diferencia de apelativos, ¡presta atención a los diferentes motivos! ¿Por qué te extraña que antes fueras bienaventurado y después satanás? Mira el motivo por el que eras bienaventurado: Porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos17. La razón de ser bienaventurado: porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre18. Si eso te lo hubiera revelado la carne y la sangre, habrías hablado de lo tuyo; pero como no te lo ha revelado la carne y la sangre, sino mi Padre que está en los cielos19, has hablado de lo mío, no de lo tuyo. ¿Por qué de lo mío? Porque todo lo que tiene el Padre es mío20. Fíjate: has oído el motivo por el que eres bienaventurado y por el que eres Pedro. Mas ¿por qué eres lo que nos aterra y no queremos repetir? ¿Por qué, sino porque hablabas de lo tuyo? No sigues el criterio de Dios, sino el de los hombres21.

4. Poniendo nuestra mirada en este miembro de la Iglesia, discernamos qué proviene de Dios y qué de nosotros, pues entonces ya no vacilaremos; entonces nos fundamentaremos en la piedra. Nos mantendremos firmes y estables frente a los vientos, lluvias, ríos22, es decir, frente a las tentaciones del tiempo presente. Con todo, mirad a Pedro que entonces nos representaba: tan pronto se muestra confiado como vacilante; tan pronto confiesa que Cristo es inmortal como teme que muera. De ahí que la Iglesia de Cristo, igual que tiene hombres fuertes, los tiene también débiles; no puede existir ni sin los fuertes, ni sin los débiles. Por eso dice el Apóstol: Nosotros los fuertes debemos llevar las cargas de los débiles23. Al decir: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo24, Pedro representa a los fuertes; pero cuando se asusta y vacila y no quiere que Cristo sufra la pasión, cuando teme su muerte y no le reconoce como la Vida, representa a los débiles en la Iglesia. Así, pues, en un único apóstol, esto es, en Pedro, el primero y más importante en la serie de los apóstoles, en el que estaba figurada la Iglesia, hubo que representar a ambas categorías de personas, esto es, la de los fuertes y la de los débiles, puesto que la Iglesia no existe sin la una y sin la otra.

5. A esto se refiere también lo que se acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. Si eres tú, mándame25: porque no lo puedo confiando en mí, sino en ti. Reconoció lo que tenía proveniente de sí y lo que tenía proveniente de aquel, gracias a cuya voluntad creyó que podía lo que ninguna humana debilidad puede. Por tanto, si eres tú, mándame, pues nada más mandarlo, se hará; lo que no puedo yo presumiendo de mis fuerzas, lo puedes tú mandándolo. Y el Señor le dijo: Ven26. Y contando con la palabra del que se lo mandaba y en presencia del que le sostenía y le gobernaba, Pedro, sin vacilar y sin demora, saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no en sí, sino en el Señor. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz; pero en el Señor27. Lo que nadie puede hacer al amparo de Pablo, o de Pedro, o de cualquier otro de los Apóstoles, puede hacerlo al amparo del Señor. Por eso Pablo, despreciándose útilmente, y encareciéndole a él, dice justamente: ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros, o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?28. No, por tanto, en mí, sino conmigo; no sometidos a mí, sino a él.

6. Pedro, pues, caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no lo podía conseguir. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no habría sido capaz de hacer. Estos son los fuertes en la Iglesia. Prestad atención, escuchad, entended, actuad. Porque en ningún momento hay que actuar con los fuertes para que se vuelvan débiles, sino con los débiles para que se vuelvan fuertes. Pero a muchos les impide ser fuertes el presumir serlo. Nadie recibirá de Dios la fortaleza, sino quien se siente débil en sí mismo. Reservando Dios una lluvia voluntaria para su heredad29. ¿Por qué os anticipáis vosotros, que sabéis lo que voy a decir? Reducid velocidad los veloces para que nos sigan los lentos. Esto he dicho y esto digo: oíd, comprended, actuad. Solo obtiene de Dios la fortaleza quien se siente débil en sí mismo. Como dice el salmo, es lluvia voluntaria; voluntaria: no debida a nuestros méritos, voluntaria. Reservando Dios una lluvia voluntaria para su heredad; en efecto, se ha hecho débil, pero tú la has restablecido plenamente30. Porque le reservaste una lluvia voluntaria, no atendiendo a los méritos de los hombres, sino a tu gracia y misericordia. Luego se ha debilitado la heredad misma y se ha reconocido débil en sí misma para ser fuerte en ti. No habría sido fortalecida si no se hubiera hecho débil, para que tú la restablecieras plenamente en ti.

7. Contempla a Pablo, una partecita de esa heredad; mírale debilitado cuando dice: No merezco el nombre de apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios31. ¿Por qué, entonces, eres apóstol? Por la gracia de Dios soy lo que soy32. No lo merezco, pero por la gracia de Dios soy lo que soy. Pablo se hizo débil; tú, en cambio, lo restableciste del todo. Ahora bien, dado que es lo que es por la gracia de Dios, mira lo que sigue: Y su gracia no ha sido estéril en mí, sino que trabajé más que todos ellos33. Estate atento, no sea que pierdas por tu presunción lo que mereciste por tu debilidad. Bien, bien dichas están estas palabras: No merezco el nombre de apóstol; por su gracia soy lo que soy; y su gracia no ha sido estéril en mí34. Todo muy bien dicho. Pero he trabajado más que todos ellos: da la impresión de que comienzas a atribuirte lo que poco antes habías atribuido a Dios. Fíjate y sigue: pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo35. Muy bien, hombre débil: Serás exaltado con la máxima fortaleza ya que no eres ingrato. Eres el mismísimo Pablo, pequeño en ti, grande en el Señor. Tú eres quien rogaste tres veces al Señor que alejase de ti el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, que te abofeteaba36. Y ¿qué se te dijo? ¿Qué oíste cuando eso pediste? Te basta mi gracia, pues la virtud alcanza su perfección en la debilidad37. He aquí que él se hizo débil, pero tú lo restableciste del todo.

8. Así también dice Pedro: Mándame ir a ti sobre las aguas38. Soy hombre osado, pero no lo pido a un hombre. Mándelo el Dios-hombre, para poder lo que no puede un hombre. Y él dijo: ¡Ven!39. Descendió de la barca y comenzó a caminar sobre las aguas; y pudo Pedro, porque lo había mandado la piedra. Ved lo que pudo Pedro en el Señor. ¿Qué pudo por sí mismo? Sintiendo un viento fuerte, temió y, al comenzar a hundirse, exclamó: ¡Señor, líbrame, que perezco!40. Confió en el Señor y lo pudo gracias al Señor; titubeó como hombre, volvió al Señor. Si decía: se ha movido mi pie41. Habla un salmo, es voz de un santo cántico; y, si la reconocemos, es también voz nuestra: más aún, si queremos, es también nuestra. Si decía: se ha movido mi pie. ¿Por qué se ha movido, sino porque es mío? ¿Y cómo sigue? Tu misericordia, Señor, me ayudaba42. No mi poder, sino tu misericordia. ¿Acaso el Señor abandonó al que vacilaba al que escuchó cuando le invocaba? ¿Dónde queda aquello: Quién invocó al Señor, y fue abandonado por él?43. ¿Y esto otro: Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo?44. Otorgando al momento el auxilio de su diestra, el Señor levantó al que se hundía y reprendió al que desconfiaba: (Hombre) de poca fe, ¿por qué has dudado?45. Confiaste en mí, dudaste de mí.

9. Ea, hermanos, hay que concluir el sermón. Considerad el tiempo presente como si fuese el mar, un viento huracanado o una gran borrasca. El propio deseo ilícito es para cada uno una tempestad. Amas a Dios: caminas sobre el mar: tienes el orgullo mundano bajo tus pies. Amas el tiempo presente, te engulle. Sabe devorar a sus amadores, no mantenerlos a flote. Pero, si tu corazón fluctúa a causa del deseo ilícito, para vencer tu deseo invoca la divinidad de Cristo. ¿Juzgáis como viento contrario la adversidad del tiempo presente? Cuando hay guerras, revueltas, hambre, peste; cuando aun a cada hombre particular le sobreviene una calamidad propia, entonces se piensa que el viento es adverso y se estima que es el momento de invocar a Dios. En cambio, cuando el tiempo presente sonríe con la felicidad temporal, como que se juzga que el viento no es contrario. Por eso, no preguntes si el tiempo está apacible; ¡pregunta por tu deseo ilícito! Mira si reina la calma en ti; mira si no te derriba un viento interior; mira eso. Propio de una gran virtud es luchar contra la felicidad, para que la felicidad misma no te arrastre, no te corrompa, no te derribe. Manifestación de una gran virtud —repito— es luchar contra la felicidad. Manifestación de una gran felicidad es no dejarse vencer por la felicidad. Aprended a conculcar el tiempo presente; acordaos de confiar en Cristo. Y si tu pie se mueve, si vacilas, si no logras superar algo, si comienzas a hundirte, di: ¡Señor, sálvame, que perezco!46. Di: Perezco, para no perecer. Porque solo te libera de la muerte de la carne quien murió por ti en la carne. Vueltos...