Pedro camina sobre las aguas1
1. La lectura evangélica que acabamos de escuchar exhorta a la humildad de todos nosotros a ver y reconocer dónde estamos y adónde tenemos que tender y apresurarnos. En efecto, no deja de simbolizar algo la barca que transportaba a los discípulos y que, en medio de las olas, zozobraba a causa del viento contrario. Y no sin motivo el Señor, tras dejar a la muchedumbre, subió al monte para orar en soledad; luego, al volver al lado de sus discípulos caminando sobre el mar, los halló en peligro y, tras subir a la barca, los alentó y calmó las olas2. ¿Qué tiene de maravilloso que pueda calmar todo el que lo creó todo? Sin embargo, después que subió a la barca, se le acercaron los que iban en ella y le dijeron: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios3. Pero, antes de tener esa certeza, se habían turbado al verle sobre el mar, pues dijeron: Es un fantasma4. Mas, cuando subió a la barca, eliminó de sus corazones la duda del espíritu, pues corría más peligro su espíritu por la duda que su cuerpo por las olas.
2. Mediante el conjunto de cosas que hizo, el Señor nos advierte cómo hemos de vivir aquí. De hecho, en esta vida temporal no hay nadie que no sea peregrino, aunque no todos deseen regresar a la patria. Al mismo tiempo, sufrimos el oleaje y las tempestades que se desatan durante el trayecto mismo, pero es necesario que, al menos, nos hallemos en la barca. Porque si en la barca hay peligro, fuera de ella la muerte es segura. Por mucha fuerza que tenga en sus brazos el que nada en el piélago, en algún momento, derrotado por la inmensidad del mar, tragado por las olas, se ahoga. Es, pues, necesario que vayamos en la barca, esto es, que nos lleve un madero para poder atravesar este mar. Y este madero que trasporta nuestra debilidad es la cruz del Señor, con la que nos signamos y nos libramos de ahogarnos en este mundo. Sufrimos las olas, pero allí está Dios para socorrernos.
3. El monte al que, después de despedir a la multitud, subió el Señor a orar en solitario significa lo alto de los cielos. En efecto, dejada la muchedumbre, después de su resurrección el Señor subió él solo al cielo, y allí intercede por nosotros, como dice el Apóstol5. Por tanto, el que, tras despedir a la multitud, el Señor subiese al monte a orar él solo, significa algo. Él, primogénito entre los muertos6, es el único que, después de su resurrección corporal, está a la derecha del Padre, como pontífice y abogado de nuestras preces7. La Cabeza de la Iglesia está ya arriba, para que los demás miembros le sigan hasta el final de los tiempos. Por tanto, si intercede por nosotros, solo él ora, como habiendo subido a la cima de un monte, por encima de las criaturas más sublimes.
3. Entre tanto, la barca que lleva a los discípulos, esto es, la Iglesia, fluctúa y es sacudida por tempestades, es decir, las tentaciones. Y no cesa el viento contrario, el diablo que la combate y se esfuerza por impedir que llegue al descanso. Pero es mayor el que intercede por nosotros. Pues en esa fluctuación en que nos debatimos nos da confianza, viniendo a nosotros y confortándonos; lo único que se requiere es que, al vernos turbados en la barca, no salgamos de ella, arrojándonos al mar. Porque, aunque la barca fluctúe, es una barca: solo ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Es cierto que peligra en el mar; pero sin ella la perdición es inmediata. Mantente, pues, en la barca y ruega a Dios. Cuando todas las decisiones resultan ineficaces, cuando es insuficiente el hábil manejo del timón y el mismo despliegue de las velas resulta más peligroso que útil; cuando tienen que prescindir de toda ayuda y fuerza humana, a los marineros solo les queda la voluntad de rogar y elevar su voz a Dios. Por tanto, quien concede a los navegantes llegar al puerto, ¿va a abandonar a su Iglesia, de modo que no la conduzca a su descanso?
4. Sin embargo, hermanos, la barca no sufre graves sacudidas, a no ser cuando se ausenta el Señor. Quien está dentro de la Iglesia ¿tiene ausente al Señor? ¿Cuándo tiene ausente al Señor? Cuando le vence alguna apetencia indebida. Pues así se entiende lo dicho en forma figurada en cierto pasaje de la Escritura: Que el sol no se ponga sobre vuestra cólera; ni deis lugar al diablo8. No se entiende de este sol, que tiene la supremacía entre los cuerpos celestes visibles y que podemos ver en común tanto nosotros como las bestias, sino de la luz que no ven sino los corazones puros de los fieles, según está escrito: Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo9. Pues esta luz del sol visible ilumina también a las bestias más pequeñas y efímeras. Luz verdadera es, por consiguiente, la justicia y la sabiduría, que deja de ver el espíritu cuando queda como cubierto con un velo por la turbación que produce la cólera. Y entonces sucede como si se pusiera el sol sobre la iracundia del hombre. Así en esta nave, cuando Cristo está ausente, cada cual es sacudido por sus tempestades: sus iniquidades y apetencias perversas. La Ley, por ejemplo, te dice: No levantes falso testimonio10. Si adviertes que el testimonio es verídico, tienes luz en el espíritu; pero si, vencido por la codicia de un torpe lucro, decides ofrecer un testimonio falso, ya comienza a sacudirte la tempestad, al haberse ausentado Cristo. Fluctuarás en el oleaje de tu avaricia, peligrarás en medio de la tempestad de tus concupiscencias y quedarás casi sumergido por la ausencia de Cristo.
5. ¡Cuánto hay que temer que la nave se salga de su ruta y mire atrás! Eso acontece cuando, abandonada la esperanza de los premios celestes, alguien, bajo el impulso de un deseo ilícito, se vuelve hacia las cosas visibles y efímeras. En efecto, quien se ve sacudido por las tentaciones de sus liviandades y, no obstante, dirige su mirada hacia las realidades interiores, no ha llegado a perder la esperanza, si suplica perdón para sus pecados y se centra en superar y atravesar el mar bravío y enfurecido. En cambio, quien desvía la ruta de sí mismo hasta decir en su corazón: «Dios no me ve, pues no piensa en mí, ni se preocupa de si peco», ese vuelve la proa, se deja arrastrar por la tormenta y es devuelto al punto de partida. Porque son muchos los pensamientos que hay en el corazón humano, y la barca, al estar ausente Cristo, sufre la sacudida del oleaje de este mundo y de las muchas tempestades.
6. La cuarta vigilia de la noche representa su parte final, ya que cada vigilia consta de tres horas. Significa, pues, que ya al fin de este mundo viene en socorro el Señor y se le ve caminar sobre las aguas11. Aunque esta barca se encuentre sacudida por las tentaciones cual si fueran borrascas, ve, no obstante, al Dios glorificado caminar sobre todas las turgencias del mar, esto es, sobre todos los poderes de este mundo. Previamente, con referencia a su pasión, puesto que según la carne nos daba un ejemplo de humildad, se dijo que se amansaron las olas del mar que caían sobre él, olas a las que se sometió voluntariamente por nosotros, para que se cumpliese la profecía: Vine a la profundidad del mar y la tempestad me sumergió12. De hecho, no rechazó los testigos falsos ni el clamor tumultuoso de los que gritaban: Sea crucificado13. No aplastó con su poder, sino que toleró con su paciencia los corazones rabiosos y las bocas de los furiosos. Le hicieron cuanto quisieron, puesto que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz14. Mas, después de resucitar de entre los muertos, al ser el único que ora por los discípulos que se hallan en la Iglesia como en una barca, transportados por la fe en su cruz como en un madero y expuestos al peligro de las tentaciones de este mundo como al del oleaje del mar, su nombre comenzó a ser honrado también en este mundo, en el que fue despreciado, acusado y entregado a la muerte. Y todo con la finalidad de que el que, al sufrir la pasión en su carne, había venido a la profundidad del mar y a quien había sumergido la tempestad, pisotease con el honor de su nombre la cerviz de los orgullosos, cual espuma de las olas. Del mismo modo que ahora vemos como caminando sobre el mar al Señor, bajo cuyos pies advertimos sometida toda la rabia de este mundo.
7. A los peligros de las tempestades hay que añadir los errores de los herejes. Y no faltan quienes tientan la voluntad de los que van en la nave, diciendo que Cristo no nació de la Virgen, ni tuvo un cuerpo real, sino que a los ojos de los demás parecía ser algo que realmente no era. Estas opiniones heréticas han surgido también ahora, cuando el nombre de Cristo es glorificado en todos los pueblos, como si Cristo ya caminase sobre el mar. Los discípulos, sometidos a la prueba, dijeron: Es un fantasma15. Pero el Señor nos alienta con su voz contra esos apestados diciendo: Confiad, soy yo, no temáis16. En efecto, los hombres concibieron esa idea de Cristo impulsados por un vano temor, considerando su honor y majestad; pero, asustados por verlo, por así decir, caminar sobre el mar, no piensan que pudo nacer en la carne quien mereció ser glorificado en la carne. En este hecho está figurada su extraordinaria dignidad, y por eso juzgan que es un fantasma. Mas, cuando él dice: Soy yo17, ¿qué otra cosa dice sino que no existe en él lo que carece de consistencia real? Por tanto, si nos mostró carne, era carne; si huesos, eran huesos; si cicatrices, eran cicatrices. Pues en él no hay Sí y No, sino que —como dice el Apóstol— en él solo hay Sí18. De aquí proceden las palabras: Confiad, soy yo, no temáis19. Es decir, no os espante tanto mi dignidad que queráis privarme de mi ser verdadero; aunque camino sobre el mar, aunque tengo bajo mis pies el orgullo y ostentación seculares, como oleaje furioso, no obstante, me he manifestado como hombre verdadero; no obstante, mi evangelio anuncia la verdad sobre mí: que nací de una virgen; que, siendo la Palabra, me hice carne20; que dije verdaderamente: Palpad y ved que un espíritu no tiene huesos, como veis que yo tengo21; que las manos del apóstol que dudó tocaron las verdaderas cicatrices de mis llagas22. Por consiguiente, Soy yo, no temáis.
8. Mas este hecho, es decir, el que los discípulos pensaran que era un fantasma, no simboliza solo a los que niegan que el Señor tuviera carne verdadera y con su ciega maldad perturban a veces a los que van en la barca, sino también a los que piensan que de alguna manera el Señor mintió y no creen que vaya a tener lugar la amenaza vertida contra los impíos. Como si fuera en parte veraz y en parte mentiroso, como un fantasma que se manifiesta en las palabras, como que es y no es. Pero los que entienden en la forma debida las palabras del que dice: Soy yo, no temáis23, ya creen todas las palabras de Señor, de modo que, igual que esperan los premios que promete, temen las penas que conmina. Pues, como es verdad lo que dirá a los que estén a la derecha: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que tenéis preparado desde el comienzo del mundo24, así es también verdad lo que oirán los que se hallen a la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles25. Ahora bien, la opinión de acuerdo con la cual algunos hombres piensan que Cristo no amenazó con castigos reales a los inicuos y malvados ha surgido del ver que muchos pueblos e innumerables muchedumbres se han sometido a su nombre; la consecuencia es que a ellos les parece que Cristo era un fantasma porque caminaba sobre el mar; dicho de otro modo, si les parece que mintió al intimar las penas, es porque —digámoslo así— no puede perder pueblos tan innumerables, que se han sometido a su nombre y dignidad. Pero escúchenle decir: Soy yo. No teman, pues, quienes, creyendo que Cristo fue veraz en todo lo que dijo, no solo desean sus promesas, sino que también rehúyen sus amenazas; porque, aunque camina sobre el mar, es decir, aunque le están sometidos todos los hombres en este mundo, no es un fantasma, y por eso no miente cuando dice: No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos26.
9. ¿Qué significa, entonces, el que Pedro se atrevió a ir hasta él sobre las aguas? Pedro representa las más de las veces a la Iglesia. Al decir: Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas27, ¿qué otra cosa juzgamos que dice sino: «Señor, si eres veraz y no mientes en nada, sea glorificada también tu Iglesia en este mundo, pues eso anunció de ti la profecía»? Camine, pues, sobre las aguas y así llegue hasta ti aquella a la que se dijo: Suplicarán tu rostro los ricos del pueblo28. Como la alabanza humana no tienta al Señor, pero, en cambio, los hombres se ven a menudo sacudidos en la Iglesia por las alabanzas y honores humanos hasta casi hundirse, por eso Pedro vaciló en el mar, aterrado por la gran violencia de la tempestad. Pues ¿quién no teme las palabras: Los que os llaman felices os inducen a error y confunden las sendas de vuestros pies?29. Y como el espíritu lucha contra el deseo de alabanza humana, bueno es que en tal peligro recurra a la oración y a la súplica, no sea que al que cautiva la alabanza, lo arrastre y sumerja el reproche. Grite Pedro que vacila en medio de las olas y diga: Señor, sálvame30. El Señor le alarga la mano y, aunque en tono de reproche, le dice: (Hombre) de poca fe, ¿por qué has dudado?31. ¿Por qué no te gloriaste solo en el Señor32, poniendo tus ojos únicamente en aquel al que te dirigías? No obstante, le saca del oleaje y no deja perecer al que confiesa su debilidad y le solicita su auxilio. Una vez recibido el Señor en la barca, confirmada la fe, eliminada toda vacilación y calmadas las tempestades del mar, para dirigirse ya a la tierra estable y segura, todos le adoran diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios33. Pues este es el gozo eterno, por cuya consecución se conoce y ama la Verdad límpida, la Palabra de Dios y la Sabiduría por la que fueron creadas todas las cosas34 y su sublime misericordia.