El signo de Jesús, el espíritu inmundo, la familia de Jesús1
1. Hermanos míos, si quisiéramos explicar detalladamente todas las cosas que se nos leyeron del santo evangelio, apenas nos llegaría el tiempo para una de ellas; ¡cuánto menos para todas! El Salvador mismo nos mostró que el profeta Jonás, que fue arrojado al mar, engullido en el vientre de una bestia marina y vomitado vivo a los tres días, fue figura del Salvador que sufrió la pasión y resucitó al tercer día. Comparado con los ninivitas, el pueblo judío fue objeto de reproches, porque ellos, a los que fue enviado el profeta Jonás para reconvenirlos, haciendo penitencia, aplacaron la cólera de Dios y merecieron su misericordia. Y ved —dice— que aquí hay uno que es más que Jonás2, queriendo el Señor Jesús que se pensara en él mismo. Los ninivitas oyeron al siervo y corrigieron sus vidas; los judíos oyeron al Señor, pero no solo no se corrigieron, sino que además le dieron muerte. La reina del Sur —dice— se alzará en juicio contra esta generación y la condenará; porque vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí uno que es más que Salomón3. No fue gran cosa para Cristo ser mayor que Jonás y que Salomón; él era el Señor y ellos eran sus siervos. ¿Pero de qué calaña son los que despreciaron al Señor presente, si los extraños escucharon a los siervos de él?
2. Sigue a continuación: Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de reposo, pero no lo encuentra. Entonces dice: volveré a mi casa de donde salí; y, al llegar, la encuentra desocupada, barrida y ordenada; entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, entran y la ocupan: y la nueva situación del hombre se vuelve peor que la anterior. Así le ocurrirá a esta pésima generación4. Si explicase esto en la forma adecuada para que resulte inteligible, el sermón se alargaría demasiado; con todo, lo tocaré con brevedad, en cuanto el Señor me lo permita, para no despediros en ayunas5, por lo que a la inteligencia del texto se refiere. Cuando en los sacramentos tiene lugar la remisión de los pecados, se limpia la casa; pero es necesario que more en ella el Espíritu Santo, Espíritu que no habita sino en los humildes de corazón. Dice, en efecto, el Señor: ¿Sobre quién reposará mi Espíritu? Y a la cuestión formulada responde: Sobre el humilde y el sosegado y el que teme mis palabras6. Cuando el Espíritu habita en un hombre, lo llena, lo gobierna, lo impulsa, lo disuade del mal, lo estimula al bien, le hace suave la justicia, para que obre el bien por amor a la rectitud, no por temor al castigo. Por sí mismo el hombre no es capaz de ejecutar todo eso que he dicho. Pero, si tiene al Espíritu Santo como huésped, lo descubre también como su auxiliar en toda obra buena. Por el contrario, ciertos sujetos orgullosos, si, una vez que se les han perdonado los pecados, presumen de que para vivir bien les basta el libre albedrío de la voluntad humana, con su mismo orgullo expulsan de sí al Espíritu Santo: la casa quedó como limpia de pecados, pero vacía de todo bien. Se te perdonaron los pecados, careces del mal; pero solo el Espíritu Santo te llenará de bienes. Tu orgullo lo rechaza. Presumes de ti y él te abandona; depositas tu confianza en ti, te pones en tus propias manos. Pero la apetencia indebida que te hace malo, una vez expulsada del hombre, esto es, de tu corazón, cuando se te perdonaron tus pecados, vaga por lugares áridos en busca de reposo, y, al no hallarlo, vuelve a la casa, la halla limpia, lleva consigo otros siete espíritus peores que él y la nueva situación de aquel hombre será peor que la anterior. Lleva consigo otros siete. ¿Qué quiere decir otros siete? Entonces ¿también el espíritu inmundo es septenario? ¿Qué significa eso? El número siete significa la totalidad. Entero se había ido, entero vuelve y ¡ojalá viniera solo! ¿Qué significa lleva otros siete consigo? Al ser hipócritamente bueno tendrá otros que no tenía cuando era simplemente malo. Prestadme atención para explicaros, si puedo —en la medida en que reciba ayuda—, lo que estoy diciendo. El Espíritu Santo se nos recomienda por su operación septenaria, a fin de que sea en nosotros espíritu de sabiduría y de entendimiento, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad y de temor de Dios7. A este bien septenario oponle, por contraste, un mal septenario: espíritu de estulticia y de error, espíritu de temeridad y de cobardía, espíritu de ignorancia y de impiedad, y espíritu de soberbia contra el temor de Dios. Estos son los siete espíritus malvados; ¿cuáles los siete aún peores? Los otros siete peores se hallan en la hipocresía; espíritu malo es el espíritu de estulticia: el otro peor es la simulación de la verdad; espíritu malo es el espíritu de temeridad, el otro peor es la simulación de consejo; espíritu malo es el espíritu de cobardía, el otro peor es la simulación de fortaleza; espíritu malo es el espíritu de ignorancia, el otro peor es la simulación de ciencia; espíritu malo es el espíritu de impiedad, el otro peor es la simulación de piedad; espíritu malo es el espíritu de engreimiento, el otro peor es la simulación del temor. Si no se toleraban siete, ¿quién soportará los catorce? Es, pues, necesario que, al añadirse a la maldad la simulación de la verdad, la nueva situación del hombre sea peor que la anterior.
3. Mientras él decía esto a la muchedumbre —sigo el evangelio—, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con él. Alguien se lo indicó diciéndole: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera, quieren hablar contigo. Pero él le dijo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano hacia sus discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien haga la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre8. Era mi intención hablar solo de esto, mas como no quise pasar por alto lo anterior, he consumido —así me parece— una parte no pequeña de tiempo. Pues lo que he acabado de proponer es una cuestión con muchos entresijos y ramificaciones: cómo Cristo el Señor desdeñó a su madre sin faltar al amor filial; no a cualquier madre, sino a quien era más madre por ser madre virgen, madre a la que le otorgó la fecundidad sin privarla de la integridad; madre virgen al concebir, virgen al dar a luz, virgen perpetuamente. A una madre así desdeñó él para que no se colara el cariño a la madre y le impidiera la obra que estaba realizando. ¿Qué estaba haciendo? Hablaba a la muchedumbre, derribaba los hombres viejos, los levantaba nuevos9, libertaba a las almas, desataba a los presos, iluminaba las mentes ciegas, realizaba una buena obra, actuaba y hablaba con pasión. Ocupado en todo ello, se le anunció un afecto proveniente de la carne. Habéis escuchado qué respondió; ¿qué necesidad hay de repetirlo? Escúchenlo las madres para que no impidan con su afecto natural las obras buenas de sus hijos. Pues sus hijos las desdeñarán si pretenden impedírselas y si, cuando están realizándolas, irrumpen sobre ellos, de modo que, como mínimo, interrumpen lo que no puede diferirse. Me atrevo a decirlo: las desdeñarán y lo harán en virtud del afecto filial. Si fue desdeñada la Virgen María, ¿cómo va a airarse una mujer, casada o viuda, con un hijo suyo entregado de alma entera a una obra buena, razón por la que desdeña a su madre que se le pone en su camino? Pero me vas a decir: -«Entonces, ¿comparas a mi hijo con Cristo?». -«No lo comparo a él con Cristo ni a ti con María. Cristo el Señor no condenó el cariño a la madre, pero nos dejó en sí mismo un magnífico ejemplo de cómo desdeñar a la madre en pro de una obra divina. Él enseñaba cuando hablaba, y enseñaba cuando la desdeñaba; es más, si se dignó desdeñar a su madre, fue para enseñarte a ti a desdeñar incluso al padre en pro de una obra divina».
4. En efecto, ¿no podía hacerse hombre sin madre Cristo, el Señor, que pudo serlo sin padre? Si convenía o, mejor, porque convenía que el que hizo al hombre se hiciese hombre por el hombre, considerad y recordad de dónde hizo al mismo primer hombre. El primer hombre fue hecho sin padre ni madre. Lo que pudo adecuar al inicio para crear al hombre, ¿no pudo luego adecuarlo también, de forma similar, a sí mismo para reparar al hombre? ¿Era difícil para la Sabiduría de Dios, para la Palabra de Dios, para el Poder de Dios10, para el Unigénito Hijo de Dios, era difícil —repito— hacer de lo que quisiera al hombre que iba a unir a sí? Los ángeles se mostraron como hombres a los hombres. Abrahán dio de comer a los santos ángeles y los invitó como a hombres; no solo los vio, sino que los tocó, pues les lavó los pies11. ¿Acaso tales acciones no fueron sino falsas apariencias, llevadas a cabo por ángeles? Por tanto, si un ángel pudo mostrar un verdadero aspecto humano, ¿no pudo el Señor de los ángeles hacer un hombre verdadero, al que iba a asumir, de lo que quisiera? Sin embargo, no quiso que ese hombre tuviese padre, para no venir a los hombres por medio de la concupiscencia carnal; pero aceptó que tuviese madre para que, hallándose entre los hombres, tuviese una madre y así enseñar a los hombres a desdeñarla en pro de una obra divina. Quiso asumir en sí el sexo masculino y se dignó honrar en su madre al sexo femenino. En efecto, al inicio de los tiempos la mujer pecó e indujo al pecado al varón, habiendo sido fraudulentamente engañados ambos cónyuges por el diablo. Si Cristo hubiera venido como varón sin encarecer el sexo femenino, las mujeres perderían la esperanza, máxime cuando por ellas cayó el varón. Por eso honró a ambos sexos, los encareció a ambos, los acogió a ambos. Nació de mujer. No perdáis la esperanza, varones, pues Cristo se dignó ser varón; no perdáis la esperanza, mujeres, pues Cristo se dignó nacer de mujer. Acudan juntos ambos sexos a la salvación traída por Cristo: venga el varón, venga la mujer; en la fe no hay varón ni mujer. Cristo, pues, te enseña a desdeñar a tus padres y a amar a tus padres. Amas en la forma debida y con amor filial a tus padres cuando no los antepones a Dios: Quien —son palabras del Señor— ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí12. Parece como si con estas palabras te hubiera exhortado a no amarlos; al contrario, si lees con atención, te exhortó a amarlos. Efectivamente, pudo haber dicho: «Quien ama a su padre o a su madre no es digno de mí». No dijo eso para no hablar contra la ley que él mismo dio, pues fue él quien, por medio de su siervo Moisés, promulgó la ley que contiene: Honra a tu padre y a tu madre13. No promulgó, pues, ahora una ley contraria, sino que recomendó la antigua; te enseñó el orden que has de mantener, no anuló el amor filial: Quien ama a su padre o a su madre, pero más que a mí14. Ámelos, entonces, pero no más que a mí. Dios es Dios y el hombre es hombre. Ama a tus padres, obedece a tus padres, honra a tus padres; pero, si Dios te llama a una misión más alta, para la que el cariño de los padres pueda ser un impedimento, guarda el orden, no eches por tierra la caridad.
5. Ante verdad tan grande enseñada por nuestro Señor y Salvador Jesucristo, ¿quién creerá que los maniqueos han buscado una falsa acusación con la que intentaban sostener que el Señor Jesucristo no tuvo madre alguna? Pues juzgan —mejor, faltos de juicio piensan— oponiéndose al evangelio, oponiéndose a la luz de la verdad misma, que el Señor Jesús no tuvo madre humana. Y advertid de dónde sacan la prueba: «Ved, él mismo lo dice». ¿Qué dice? ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos?15. Él mismo —afirman— lo niega, y tú quieres atribuirle lo que él niega. Dice él: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos?, pero tú dices: «Tiene madre». ¡Necio, pendenciero, a quien es justo no soportar! Respóndeme cómo sabes que dijo el Señor ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Niegas que Cristo tuviese madre y tratas de demostrar lo que pretendes con estas sus palabras: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Si aparece alguien sosteniendo que Cristo el Señor no dijo eso en absoluto, ¿cómo le convencerás? Responde, si puedes, al hombre que niega que Cristo pronunciara esas palabras. La prueba que utilices para convencerle se volverá contra ti. ¿Acaso Cristo en persona te indicó al oído que él dijo eso? Responde, para que tú misma boca te declare convicto; responde, para convencerlo de que Cristo lo dijo. Sé lo que vas a decir: «Cogeré el códice, abriré el evangelio, te leeré en alto las palabras de Cristo escritas en el santo evangelio». Bien, bien; con el evangelio mismo te apresaré, con el evangelio mismo te ataré y con el evangelio mismo te estrangularé. Lee en ese evangelio que juzgas que está de tu parte; ábrelo, lee: ¿Quién es mi madre? Por qué dijo esto, lo puedes leer con anterioridad. Alguien le indicó: Ve que tu madre y tus hermanos están fuera16. Todavía no te tengo contra la pared, aún no te aprieto, aún no te estrangulo; todavía puedes decir: «ese alguien era un mensajero falaz, no verdadero; uno que no dijo la verdad, sino que trasmitió noticias falsas. Por eso, por ser un mensajero falaz, lo refutó el Señor. En efecto, después de hacer su anuncio, le respondió: ¿Quién es mi madre? Como si le dijera: tú dices que mi madre está fuera, pero yo digo, ¿quién es mi madre? ¿A quién quieres —dice el maniqueo— que creamos: al mensajero que engaña o a Cristo que rechaza lo que le habían anunciado?». Escucha, pues; aún sigo interrogándote: me basta con que retengas el evangelio en la mano, con que no me lo arrojes a la cara y te vayas. Retenlo, reconoce autoridad al evangelio, porque si no se la reconoces no tendrás con qué probar que Cristo dijo: ¿Quién es mi madre?17. Mas, una vez que hayas atribuido al evangelio una autoridad digna de él, fíjate en lo que te pregunto. Poco ha te he preguntado cómo sabías que Cristo había dicho ¿Quién es mi madre? ¿Qué antecedió a esas palabras? Cierto mensajero había dicho a Cristo: tu madre está fuera. Antes de que el mensajero dijera eso, o para que él dijera eso, ¿qué precedió? Te obligo a que lo leas. Advierto que ya temes leerlo: Respondió el Señor y dijo. ¿Quién lo dijo? No pregunto por el que dijo: ¿Quién es mi madre? Pues responderás: «Lo dijo el Señor». ¿Quién dice: Respondió el Señor? Responderás: «Lo dijo el evangelista». ¿Y ese evangelista dice la verdad o una falsedad? Me dirás: «Verdad o falsedad, ¿referida a qué?». Le respondió el Señor y le dijo. ¿Esto que dijo el evangelista es verdadero o falso? Si vas a sostener que el evangelista dijo algo falso al afirmar que el Señor respondió, ¿cómo sabes que el Señor dijo: Quién es mi madre? Pero, si pruebas que el Señor dijo ¿Quién es mi madre? porque lo dijo el evangelista, no convences de que el Señor lo dijera si no das fe al evangelista. Si ya das crédito al evangelista —pues tus palabras son vacías si no crees al evangelista— lee lo que dijo previamente el evangelista.
6. ¡Cuánto tiempo te concedo! ¡Cuánto tiempo te tengo en suspenso! Es un beneficio para ti salir derrotado de inmediato. Presta atención, mira, lee. Veo que no quieres. Dame el códice; leo yo: Mientras él hablaba a la muchedumbre. ¿Quién afirma eso? El evangelista; si tú no le das fe, Cristo nada dijo. Y si Cristo nada dijo, no dijo: ¿Quién es mi madre? Si Cristo dijo: ¿Quién es mi madre?, es verdad lo que el evangelista escribió. Mira lo que dijo con anterioridad: Mientras él hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con él18. Todavía no había dicho nada el mensajero, de quien puedes decir que mintió. Mira lo que anunció, presta atención a lo que el evangelista antepuso: Mientras el Señor hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera. ¿Quién dice eso? El evangelista a quien crees cuando afirma que el Señor preguntó ¿Quién es mi madre? Pero si no crees que preguntara eso, igual que tampoco crees que dijera aquello, entonces el Señor no preguntó ¿Quién es mi madre? Pero el Señor preguntó verdaderamente ¿Quién es mi madre? Cree, pues, a quien afirmó que el Señor preguntó ¿Quiénes mi madre? Pues el que afirma que el Señor preguntó ¿Quiénes mi madre?, él mismo dijo Mientras Él hablaba, estaba fuera su madre. -«Entonces ¿por qué renegó de su madre?». -«No renegó de ella en absoluto! Entiende: no renegó de ella, sino que antepuso a su madre algo que estaba haciendo». En resumidas cuentas, la única cuestión consiste en averiguar por qué preguntó el Señor ¿Quién es mi madre? Lo primero es ver si tenía un motivo para preguntar: ¿Quién es mi madre? Lo tuvo: su madre estaba fuera y quería hablar con Él. -«Dime, ¿cómo lo sabes?». -«Lo afirma el evangelista; si no le doy fe, nada dice el Señor. Luego tuvo madre». -«Pero ¿qué significa Quién es mi madre?». -«¿Quién es mi madre, con referencia a estas cosas que estoy haciendo?». Si a uno que se halla en peligro y tiene padre, le dices «¡Que te libre tu padre!», cuando él sabe que este no está en condiciones de librar a su hijo, ¿no te replicará con sumo respeto hacia su padre y con toda verdad: «¿Quién es mi padre? Para lo que lo quiero, para lo que siento que me es necesario ahora, ¿quién es mi padre?». Pues bien, para lo que estaba haciendo Cristo: soltar a los prisioneros, iluminar las mentes ciegas, edificar hombres interiores19, fabricarse un templo espiritual, ¿quién es su madre? Pero, si estimas que Cristo no tuvo madre en la tierra porque dijo ¿Quién es mi madre?, tampoco los discípulos tuvieron padres terrenos, puesto que el mismo Señor les dijo No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra. Son palabras del Señor: No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, pues uno solo es vuestro padre, Dios20. No se trata de que no tuvieran padres; solo que, cuando se trata de la regeneración, hay que buscar al padre de la regeneración; no hay que condenar al Padre de la generación, pero hay que anteponerle el Padre de la regeneración.
7. Prestad más atención, hermanos míos, prestad más atención, os lo ruego, a lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos; y quien cumpla la voluntad de mi Padre, que me envió, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre21. ¿Acaso no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que por la fe creyó, por la fe concibió, elegida para que nos naciera la Salvación en medio de los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? La cumplió; santa María cumplió ciertamente la voluntad del Padre; y por ello significa más para María haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta haber sido discípula de Cristo que haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, puesto que, antes de darlo a luz, llevó en su seno al maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Mientras caminaba el Señor con la muchedumbre que le seguía, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: ¡Bienaventurado el seno que te llevó!22. ¡Dichoso el seno que te llevó! Mas, para que no se buscase la felicidad en la carne, ¿qué replicó el Señor? Más bien, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan23. Por ese motivo, pues, era bienaventurada también María: porque escuchó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en su mente mejor que la carne en su seno. La Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: de más categoría es lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente pero, al fin, miembro de un cuerpo entero. Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es Cabeza y el Cristo total lo constituye la Cabeza y el cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una Cabeza divina, tenemos a Dios como Cabeza.
8. Por lo tanto, amadísimos, fijaos en vosotros mismos. También vosotros sois miembros de Cristo, también vosotros sois cuerpo de Cristo. Prestad atención a cómo sois lo que él dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? Y todo el que escucha y todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos ese es mi hermano, mi hermana y mi madre24. Reflexiona: entiendo lo de hermanos, entiendo lo de hermanas: única es la herencia; y por eso la misericordia de Cristo, que, siendo el único, no deseó ser el único heredero, quiso que nosotros fuésemos herederos del Padre, coherederos con él25. Pues la herencia es tal, que no puede menguar por la muchedumbre de los herederos. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, que hermanas de Cristo son las mujeres santas y fieles. ¿Pero cómo podremos entender el ser madres de Cristo? ¿Qué cabe decir, entonces? ¿Osaremos llamarnos madres de Cristo? Sin duda, nos atrevemos a llamarnos madres de Cristo. Habiendo dicho que todos vosotros sois hermanos de él, ¿no me atreveré a decir que sois su madre? Pero mucho menos me atrevo a negar lo que Cristo afirmó. ¡Ea!, amadísimos, mirad cómo —algo que salta a la vista— la Iglesia es esposa de Cristo. Y, aunque sea más difícil de entender, es verdad que es madre de Cristo. La Virgen María tomó la delantera a la Iglesia en cuanto figura de ella. ¿Por qué —os pregunto— es María madre de Cristo, sino porque dio a luz a los miembros de Cristo? Vosotros, a quienes me estoy dirigiendo, sois miembros de Cristo: ¿quién os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: ¡La madre Iglesia! Esta Madre santa, honorable, semejante a María, da a luz y es virgen. Que da a luz, lo pruebo por vosotros mismos: habéis nacido de ella; y da a luz a Cristo, pues sois miembros de Cristo. He demostrado que da a luz, voy a demostrar que es virgen. No me faltará un testimonio divino, no me faltará. Avanza ante el pueblo, bienaventurado Pablo, sé testigo de mi afirmación; alza la voz y di lo que quiero decir: Os he desposado a un varón, presentándoos a Cristo como virgen casta. ¿Dónde está esa virginidad? ¿Dónde se teme la corrupción? Dígalo el mismo que la llamó virgen. Os he desposado —dice— a un varón, presentándoos a Cristo como virgen casta; pero temo que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también vuestro espíritu se corrompa apartándose de la castidad en relación a Cristo26. Mantened en vuestro espíritu la virginidad; la virginidad del espíritu es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia por don del Omnipotente. Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en su espíritu, igual que María, siendo virgen, dio a luz a Cristo en su seno, y de ese modo seréis madre de Cristo. No es algo ajeno a vosotros, no es algo fuera de vuestro alcance, ni cosa que incompatible con vosotros: fuisteis hijos, sed también madres. Os convertisteis en hijos de la madre cuando fuisteis bautizados; entonces nacisteis como miembros de Cristo. Traed al baño del bautismo a los que podáis; para que, como fuisteis hijos al nacer, así ahora podáis ser también madres de Cristo al traerlos para que nazcan.