La humildad1
1. La lengua del Señor, trompeta de justicia y verdad, como si se hallase ante la asamblea del género humano, llama y dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera2. Quien no está fatigado, no escuche; quien, en cambio, sienta fatiga, escuche: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados. Quien no se encuentre cargado, no escuche; pero quien se siente cargado, escuche: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados. ¿Para qué? Y yo os aliviaré. Todo el que está fatigado y va cargado, busca alivio, desea el descanso. ¿Y quién no está fatigado en este siglo? Que me digan quién no se fatiga ya en el trabajar, ya en el cavilar. Se fatiga el pobre en sus tareas; se fatiga el rico en sus cavilaciones. El pobre quiere tener lo que no tiene, y se fatiga; el rico teme perder lo que tiene, y queriendo acrecentarlo con lo que no tiene, se fatiga más. Por otra parte, todos llevan sus cargas, cualesquiera pecados, que oprimen la cerviz orgullosa. Con todo, esa cerviz orgullosa se yergue bajo tan gran mole y, aun abrumada de pecados, se infla. Por eso dijo el Señor, ¿qué? Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí. ¿Qué, Señor? ¿Qué aprendemos de Ti? Sabemos que eres la Palabra que existía en el principio, y la Palabra de Dios cabe Dios, y la Palabra Dios3. Sabemos que todas las cosas fueron creadas por ti4, las visibles y las invisibles. ¿Qué aprendemos de Ti? ¿A mantener suspendido el cielo, a consolidar la tierra, a extender el mar, a difundir el aire, a llenar todos los elementos con los animales adecuados, a ordenar los siglos, a hacer que trascurra el tiempo? ¿Qué aprendemos de Ti? ¿Acaso quieres que aprendamos las mismas cosas que hiciste en la tierra? ¿Quieres enseñarnos eso? Entonces ¿aprendemos de Ti a limpiar leprosos, a expulsar demonios, a cortar la fiebre, a mandar al mar y a las olas, a resucitar muertos? Tampoco es eso —dice—. Di, entonces, qué. Que soy manso y humilde de corazón5. ¡Avergüénzate ante Dios, orgullo humano! Dice la Palabra de Dios, dice Dios, dice el Unigénito, dice el Altísimo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Se abajó a ser humilde tan gran excelsitud y ¿se estira el hombre? Encógete, redúcete, hombre, a la medida del humilde Cristo, no sea que, al estirarte, te rompas.
2. Poco ha cantábamos un salmo, poco ha proclamábamos el aleluya: ¿Quién como el Señor Dios nuestro, que habita en las alturas6 y contempla las cosas humildes?7. Que, al mirarte, te halle humilde, para que no te condene. Él lo dijo, él lo proclamó, él llamó al género humano a esta salvación: Aprended de mí8 —dice— no a crear las criaturas; aprended que soy manso y humilde de corazón9. Existía en el principio10: ¿hay algo más excelso? La Palabra se hizo carne11: ¿hay algo más humilde? Manda al mundo: ¿qué hay más excelso? Cuelga de un madero ¿qué hay más humilde? Si él sufre por ti estas cosas, ¿por qué tú aún te yergues, aún te hinchas, fuelle inflado? Dios es humilde, y ¿eres orgulloso tú? Como dijo: Excelso es el Señor12 y mira las cosas humildes13, quizá digas tú: «A mí no me mira». ¿Qué habrá más desdichado que tú si, en vez de mirarte, te desprecia? La mirada implica compasión, el desprecio desdén. O quizá, como el Señor mira las cosas humildes, piensas que le pasas inadvertido, pues no eres humilde, eres altivo, orgulloso. Aquí no te ocultas a los ojos de Dios. Mira lo que dice allí: Excelso es el Señor. Sin duda es excelso. ¿Buscas escaleras para subir hasta él? Busca el madero de la humildad y ya has llegado. Excelso es el Señor y mira las cosas humildes. En cambio, las elevadas —para que no pienses que pasas inadvertido porque eres orgulloso—: en cambio las elevadas las conoce desde lejos14. Las conoce, pero de lejos. La salvación está lejos de los pecadores15. ¿A las humildes cómo las conoce? De cerca. ¡Maravillosa estrategia del Omnipotente! Es excelso y mira las cosas humildes de cerca; los orgullosos están altos y, sin embargo, el Excelso los conoce de lejos. Cerca está el Señor de los que tienen el corazón contrito, y dará la salvación a los humildes de espíritu16. Por lo tanto, hermanos, que el orgullo no se hinche en vosotros, sino que se pudra. Sentid horror de él, arrojadlo lejos. Cristo busca al cristiano humilde. Cristo está en el cielo, Cristo está con nosotros, Cristo está en los infiernos, no para ser retenido en ellos, sino para abrir sus puertas. De esa categoría es nuestro guía. Está sentado a la diestra del Padre, pero nos recoge de la tierra, a uno de un modo y a otro de otro; al uno con una dádiva, al otro con un castigo; al uno con la alegría, al otro con la tribulación. Recójanos el que recoge17. Recójanos, para que no perezcamos. Recójanos y llévenos al lugar donde no perecemos; llévenos a la región de los vivos18 en la que se reconocen los méritos y la justicia recibe la corona.