Testimonio recíproco de Juan y Jesús1
1. La lectura del santo evangelio nos ha planteado una cuestión acerca de Juan el Bautista. Que el Señor me ayude a resolvérosla como él me la resuelve a mí. Según habéis oído, el testimonio de Cristo sobre Juan fue una alabanza para él; una alabanza de la que se sigue que, entre los nacidos de mujer, nadie hubo mayor que él2. Pero mayor que él era quien nació de la Virgen. ¿En qué medida era mayor? Indique el pregonero en persona la distancia que hay entre él y el juez del que es pregonero. Pues Juan precedió a Cristo en el nacer y en el anunciarlo; pero le precedió porque le obedecía, no porque se le antepusiese. También el cortejo judicial camina delante del juez, pero los que van delante son de rango inferior. Entonces, ¿cuán grande fue el testimonio que dio Juan de Cristo? Hasta el punto de afirmar que no era digno de desatar la correa de su calzado3. ¿Qué más dijo todavía? Nosotros —añadió— hemos recibido de su plenitud4. Confesó ser una lámpara encendida en él5 y por eso buscó refugio a los pies de Jesús, no fuera que, elevándose a lo alto, la apagara el viento del orgullo. En efecto, era tan grande que la gente creía que él era el Cristo. Y de no ser porque él mismo testimonió que no lo era, habría perdurado el error de pensar que efectivamente lo era6. ¡Qué humildad! El pueblo le ofrecía el honor, y él lo rechazaba. Se equivocaban los hombres al creerle tan grande, y él se humillaba. No quería crecer por lo que dijesen los hombres, porque había comprendido que era la Palabra de Dios.
2. Eso, pues, es lo que dijo Juan de Cristo; ¿qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a hablar a la multitud acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?7. No, puesto que Juan no era zarandeado por cualquier viento de doctrina8. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropa fina?9. No, puesto que Juan llevaba un vestido áspero: tenía un vestido de pelos de camello10, no de plumas. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Eso es, y mayor que un profeta11. ¿Por qué mayor que un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no vieron, y a este se concedió lo que ellos desearon12. Juan vio al Señor; lo vio. Tendió su dedo hacia él y dijo: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo13. Helo ahí. Ya había venido y no lo reconocían; por eso se engañaban también respecto al mismo Juan. Ved que está aquí aquel al que desearon ver los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien prefiguró la Ley. He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo. Y dio un hermoso testimonio acerca del Señor y el Señor acerca de él: Entre los nacidos de mujer —dice el Señor— nadie hubo mayor que Juan el Bautista, pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él14; menor por la edad, mayor por la majestad. Dijo esto queriendo que se pensase en él mismo. Muy grande es Juan entre los hombres, si entre ellos solo Cristo es mayor que él. La cuestión que plantea la frase: Entre los nacidos de mujer nadie hubo mayor que Juan el Bautista, pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él puede también resolverse, con otras distinciones, de un modo diverso al que acabo de proponer. Pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él: llamó reino de los cielos al lugar donde moran los ángeles; en consecuencia, el menor entre los ángeles es mayor que Juan el Bautista. Nos recomendó el reino que hemos de desear; presentó la ciudad cuyos ciudadanos debemos desear ser. ¿Qué clase de ciudadanos seremos allí? ¡Grandes ciudadanos! Allí el menor de ellos es mayor que Juan. ¿A qué Juan se refiere? A aquel mayor que el cual no hubo nadie entre los nacidos de mujer.
3. Hemos oído el doble testimonio verídico y cabal: uno de Juan acerca de Cristo y otro de Cristo acerca de Juan. ¿Qué significa, entonces, el que le enviase sus discípulos Juan, preso en la cárcel para ser ajusticiado ya, y les indicase: Id y decidle: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?15. ¿A eso se reduce toda la alabanza? ¿La alabanza se ha convertido en duda? ¿Qué dices, Juan? ¿A quién hablas? ¿Qué hablas? Hablas al juez y hablas como pregonero. Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo16. Tú dijiste: Nosotros hemos recibido de su plenitud17. Tú dijiste: No soy digno de desatar la correa de su calzado18. ¿Y ahora dices: Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? ¿No es el mismo? ¿Y tú quién eres? ¿No eres tú su precursor? ¿No se predijo de ti: He ahí que envío mi ángel delante de ti, y preparará tu camino?19. ¿Cómo preparas el camino, si te desvías de él? Llegaron, pues, los discípulos de Juan y el Señor les dijo: Id y decid a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, a los pobres se les anuncia la buena noticia, y dichoso el que no halle en mí motivo de escándalo20. No sospechéis que Juan halló motivo de escándalo en Cristo. Y, no obstante, ese parece ser el tenor de las palabras: ¿Eres tú el que vienes? Pregunta a las obras: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia, y dichoso el que no halle en mí motivo de escándalo, ¿y preguntas si soy yo? Mis palabras —dice— son mis obras. Id y contadle. Después que partieron ellos.... Para evitar que, tal vez, alguien dijera: «Juan era antes bueno, pero el Espíritu de Dios lo abandonó», dijo estas cosas después de partir ellos; después que partieron los enviados por Juan, fue cuando Cristo alabó a Juan.
4. ¿Qué significa entonces esta oscura cuestión? Alumbre el sol en que se encendió la lámpara21. De ese modo la solución es del todo evidente. Juan tenía sus propios discípulos; más que estar separado de él, era un testigo dispuesto a testificar sobre él. De hecho, era conveniente que diese testimonio a favor de Cristo uno que también reunía discípulos, quien podía sentir celos de él, si no puede ver sus obras. Por tanto, como los discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro Juan, oían el testimonio de Juan sobre Cristo y se quedaban maravillados; de ahí que, antes de morir, quiso que Cristo los confirmara. Sin duda, ellos comentaban entre sí: «este (Juan) dice de él (Cristo) esas cosas realmente extraordinarias, pero no de sí mismo». Id y decidle22, no porque yo dude, sino para instrucción vuestra. Id y decidle; lo que yo suelo deciros, oídselo a él; habéis oído al pregonero, oíd ahora la confirmación al juez. Id y decidle: ¿Eres tú el que vienes o tenemos que esperar a otro? Fueron y se lo dijeron; pensando en ellos mismos, no en Juan. Y pensando en ellos dijo Cristo: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia23. Ya me veis, reconocedme. Veis los hechos, reconoced a su autor. Y bienaventurado quien no halle en mí motivo de escándalo24. Y me refiero a vosotros, no a Juan. Pues para que viéramos que no se refería a Juan, dijo: Después que partieron ellos, comenzó a hablar a la multitud acerca de Juan25. El Veraz, la Verdad proclamó su elogio verídico sobre él.
5. Pienso que ha quedado suficientemente resuelta la cuestión. Baste, pues, haber prolongado el discurso hasta ofrecer la solución. Pero parad mientes en los pobres; hacedlo los que aún no lo habéis hecho; creedme, no perderéis; o mejor, eso solo perdéis: lo que no lleváis a la «cuadriga». Es ya el momento de entregar a los pobres lo que habéis ofrecido los que lo habéis ofrecido; y esta vez queda mucho para llegar a la suma habitual; sacudid la pereza. Yo me he hecho mendigo a favor de los mendigos; ¿qué me importa? Sea yo mendigo a favor de los mendigos, para que vosotros seáis contados en el número de los hijos26.